} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LO QUE DEBE DESTERRARSE DE LA VIDA CRISTIANA

domingo, 21 de agosto de 2016

LO QUE DEBE DESTERRARSE DE LA VIDA CRISTIANA


Efesios 4:25-32

Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.

Pablo ha estado diciendo que cuando uno se convierte a Cristo debe despojarse de la vida vieja como se quitaría de encima una ropa que ya no le sirve. Aquí habla de las cosas que hay que desterrar de la vida cristiana.
   Ya no debe tener cabida en ella la falsedad. Hay más de una clase de mentira en este mundo.
Existe la mentira que se dice, algunas veces deliberadamente, y otras casi sin querer. Es muchas veces más por descuido de la verdad que por mentira intencionada por lo que hay tanta falsedad en el mundo.
También se puede mentir guardando silencio, y puede que sea la forma más corriente.  Hablamos de la amenaza de las cosas que no se dicen.  Puede ser que en una conversación una persona muestre con su silencio estar de acuerdo o dar su aprobación a alguna manera de actuar que sabe que no es como es debido. Puede ser que una persona se calle una advertencia, o una reprensión, cuando sabe muy bien que debería darlas. Cuidado con aquello de que “el que calla otorga.”
Pablo da la razón para decir la verdad: Es porque somos todos miembros del mismo Cuerpo. Podemos vivir tranquilos solamente porque los sentidos y los nervios pasan mensajes veraces al cerebro. Si se acostumbraran a enviar mensajes falsos, y, por ejemplo, le dijeran al cerebro que algo está frío y se puede tocar cuando en realidad está muy caliente y quema, la vida se acabaría muy pronto. Un cuerpo puede funcionar con salud solamente cuando cada uno de sus miembros le pasa mensajes veraces al cerebro. Así que si estamos todos incluidos en  un cuerpo, ese cuerpo podrá funcionar como es debido solamente si decimos la verdad.
  Es normal que se tengan enfados en la vida cristiana, pero no se debe uno pasar. El mal genio no tiene disculpa; pero existe una indignación que muchas veces hace que el mundo no sea peor de lo que es.  
Hubo momentos cuando Jesús se enfadó terrible y majestuosamente. Se enfadó cuando los escribas y los fariseos Le estaban observando para ver si curaba al hombre del brazo seco en sábado (Marcos 3:5). No fue el que Le criticaran lo que Le molestó; se enfadó porque la ortodoxia rígida de ellos quería imponerle a un semejante un sufrimiento innecesario. Estaba enfadado cuando hizo el azote de cuerdas y echó de los atrios del templo a los cambistas de dinero y a los vendedores de animales para los sacrificios (Juan 2:13-17).
John Wesley decía: «Dadme cien hombres que no teman más que a Dios, y que no odien más que el pecado, y que no conozcan a nadie más que a Jesucristo, y sacudiré el mundo.»
La ira egoísta y desatada es cosa peligrosa que debe desterrarse de la vida cristiana. Pero la indignación generosa que se mantiene en la disciplina del servicio de Cristo y de nuestros semejantes es una de las grandes fuerzas bienhechoras.
  Pablo sigue diciendo que el cristiano no debe dejar que se ponga el sol sobre su indignación.  
El consejo de Pablo es sano, porque cuanto más aplazarnos el zanjar nuestras diferencias, menos probable es que lleguemos a remediarlas. Si hay un disgusto entre nosotros y otra persona, si hay problemas en una iglesia o en una sociedad en la que se reúne la gente, la mejor manera de resolverlos es en seguida. Cuanto más se deje crecer, más amarga se hará. Si no hemos tenido razón, debemos pedirle a Dios que nos dé la gracia de reconocerlo; y aunque hayamos tenido razón, debemos pedirle a Dios que nos dé la gracia que nos permita dar el primer paso para remediar las cosas.
Al lado de esta frase, Pablo coloca otro mandamiento  “No le deis su oportunidad al diablo.”
Una disensión, un mall entendido, un enfado que no se haya zanjado es una oportunidad magnífica para que el diablo siembre división. Muchas veces una iglesia se ha desgarrado en grupitos porque dos personas se pelearon, y dejaron que se pusiera el sol sobre su ira.   No hay persona en este mundo que pueda causar más males que un calumniador correveidile, una persona, creyente o no, que levanta falso trestimonio.
Hablo desde la experiencia personal, y también sé que humanamente sería imposible perdonar, pero la obra del Espíritu Santo es poderosa cuando obedecemos y dejamos que moldee nuestra alma para sujetarla a la nueva naturaleza, al nuevo espíritu vivificado cuando nacimos de nuevo por gracia de Dios, por fe en Jesucristo. Muchas buenas famas se han asesinado mientras se bebían unas cañas maquinando hacer mal. Cuando veas venir al correveidile, lo mejor que puedes hacer es cerrarle la puerta en las narices.
  El que era ladrón debe convertirse en un trabajador honrado. Este era un consejo muy necesario, porque en el mundo antiguo, como hoy, el latrocinio estaba a la orden del día. Era especialmente corriente en dos sitios: en los puertos y, sobre todo, en los baños públicos. Los baños públicos eran los clubes de entonces, y el robar las pertenencias de los que se estaban bañando era uno de los crímenes más corrientes en cualquier ciudad griega.
Lo más interesante de este dicho es la razón que da Pablo para ser un honrado trabajador. No dice: “Vuélvete un honrado trabajador para que puedas mantener tu casa” dice: "Conviértete en un honrado trabajador para que puedas tener algo que darles a los que son más pobres que tú.” Aquí tenemos una idea nueva y un nuevo ideal: el de trabajar para poder ayudar a otros.
En la sociedad moderna nadie tiene demasiado para dar; pero haremos bien en recordar que el ideal cristiano es el trabajar, no para amasar riquezas, sino para compartir con los menos afortunados.
  Pablo prohibe las conversaciones sucias y a continuación pasa a recomendar lo positivo: otra manera de ayudar a los demás. El cristiano debe caracterizarse por palabras que ayudan a sus semejantes. Elifaz Temanita le dedica a Job un elogio estupendo: «Tus palabras han hecho que pudieran ir con la cabeza alta muchas personas» (Job 4:4). Tales son las palabras que todo cristiano debe decir.

  Pablo nos exhorta a que no pongamos triste al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el Guía de nuestra vida. Cuando hacemos lo contrario de lo que nos aconsejan nuestros padres cuando somos jóvenes, les hacemos daño. De igual modo, el actuar de una manera contraria a la dirección del Espíritu Santo es entristecerle y herir el corazón de Dios, nuestro Padre, Que, por medio de Su Espíritu, nos envía Su Palabra. Cuando persisitimos en la desobediencia hay una lucha entre nuestra alma, voluntad, intelecto y emociones, con el espíritu regenerado, que puede llevar a un trastorno  mental, depresión, bipolaridad, etc.

Pablo termina este capítulo con una lista de cosas que deben desaparecer de la vida.
  Está la amargura: cualidad como un resentimiento imborrable, como el espíritu que se niega a aceptar la reconciliación. Hay muchas personas que tienen la manía de abrigar resentimientos para mantenerlos calientes, y rumiar los insultos y las injurias que han recibido. Los cristianos debemos pedirle a Dios que nos enseñe a perdonar.
  Están los raptos de pasión y la ira enraizada La primera como una clase de ira que es como humo de pajas: arde en seguida y desaparece en seguida. Y está la ira que se ha convertido en un hábito. Para el cristiano están igualmente prohibidas la eclosión de mal genio y la ira enraizada.
  Están el hablar a voces y el lenguaje insultante.   Siempre que en una conversación o discusión nos demos cuenta de que levantamos la voz, es el momento de callarnos. Los judíos hablaban de lo que ellos llamaban “el pecado del insulto” y mantenían que Dios no da por inocente al que se dirige de una manera insultante a su hermano.
Se ahorrarían muchos disgustos en el mundo si aprendiéramos sencillamente a mantener el nivel de nuestra voz, y si, cuando no tenemos nada bueno que decirle a una persona, no le dijéramos nada. El argumento que hay que mantener a gritos no es tal argumento, y la discusión que se tiene que llevar a cabo con insultos no merece seguirse.

Así que Pablo llega a la cima de sus consejos. Nos dice que seamos amables. Esta cualidad es la disposición de la mente que tiene tanto en cuenta los asuntos del prójimo como los propios. La amabilidad ha aprendido el secreto de mirar siempre hacia fuera, y no solamente hacia dentro. Pablo nos dice que perdonemos a los demás como Dios nos ha perdonado a nosotros. Así, en una frase, Pablo establece la ley de las relaciones personales: Debemos tratar a los demás como Jesucristo nos ha tratado a nosotros. Humanamente y en nuestras fuerzas es imposible, pero por el poder sobrenatural del Espíritu Santo que actúa en nosotros cuando obedecemos, puede cambiar nuestra actitud, y sólo cuando hemos experimentado en nuestra vida ese cambio, podemos dar testimonio. 

¡ Maranatha! 

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