2 Corintios 9; 5 - 11
Por
tanto, tuve por necesario exhortar a los hermanos que fuesen primero a vosotros
y preparasen primero vuestra generosidad antes prometida, para que esté lista
como de generosidad, y no como de exigencia nuestra.
Pero esto digo: El que siembra escasamente,
también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente
también segará.
Cada
uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque
Dios ama al dador alegre.
Y
poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que,
teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda
buena obra; como está escrito:
Repartió,
dio a los pobres;
Su justicia permanece
para siempre
Y el
que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará
vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia,
para
que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por
medio de nosotros acción de gracias a Dios.
La generosidad es la noble y afectuosa
disposición de bendecir a otros dando libremente y sin escatimar.
El
apóstol Pablo expresó con otras palabras esta conocida verdad: “El que siembra
parcamente, parcamente también segará; y el que siembra liberalmente,
liberalmente también segará”. Y puesto que esto es así, el apóstol concluye: “Que
cada uno haga tal como lo ha resuelto en su corazón, no de mala gana ni como
obligado, porque Dios ama al dador alegre”. (2 Corintios
9:6, 7.) Las personas pueden dudar en dar generosamente a Dios si temen
no tener lo necesario para satisfacer sus propias necesidades. Pablo les
asegura que Dios es capaz de suplir sus necesidades. La persona que da poco
recibirá poco en recompensa. No permitas que la falta de fe te impida que des
libre y generosamente. Nuestra actitud al dar es más importante que la cantidad
que damos. No debemos sentirnos avergonzados si sólo pudimos dar una pequeña
ofrenda, o una pequeña ayuda al necesitado. Dios está preocupado por cómo damos
de los recursos que tenemos.
Pablo continúa señalando a Jehová como ejemplo
supremo de generosidad, pues además de proveer abundantemente la semilla al
sembrador y pan para comer, también enriquece a los hermanos de Corinto “para
toda clase de generosidad”, a fin de que sean generosos con los demás. Por eso,
Pablo señaló que tales muestras de generosidad resultaron en “muchas
expresiones de gracias a Dios”. (2Corintios 9:8-13.)
Pablo enfatiza en la recompensa espiritual para aquellos que dan generosamente
para la obra de Dios. No debiéramos esperar enriquecernos por medio de nuestras
donaciones. Aquellos que reciben sus donaciones se alegrarán y orarán por
usted. Al bendecir a otros usted mismo es bendecido.
Presta
atención especialmente a las siguientes tres cosas mientras estudias este
pasaje: Primera, Dios es quien hace
que toda gracia abunde para ti, y quien te provee de todo lo que necesitas.
Todas las cosas que son beneficiosas para nuestra vida provienen de las manos
de Dios.
Segunda, a nosotros se nos da con suficiencia, aun
«abundantemente» de manera que podamos hacer obras buenas. ¡Se nos bendice a
fin de que seamos una bendición para otros! (Génesis 12:2).
La palabra «suficiencia» significa «auto-satisfacción», «contentamiento» o
«competencia», que son las señales del creyente cuya vida ha sido en verdad
bendecida por estas cualidades, a medida que Dios le hace prosperar en todo.
Y
tercera, el Dios que puso en tu mano la semilla de la siembra es quien
resuelve tus necesidades básicas, multiplica lo sembrado, te concede abundancia
para que puedas compartirla con otros, y quien te hace crecer espiritualmente
con amor, gozo, paz y todos los demás frutos del Espíritu Santo. Ofrendar
generosamente cubre las necesidades materiales de otros, pero también se
traduce en frutos espirituales.
¡Cuán
grande es nuestro Dios! Con él no carecemos de nada. (Lucas
5:11-11 / Santiago 5:15-16)
Pablo
recuerda a sus lectores que hay una ley espiritual que está obrando cuando se
ofrenda. Primeramente la expresa en forma negativa y luego en su forma
positiva. La cosecha se limita a la forma de sembrar. El cuadro en la parábola
de Jesús es ineludible. Matemáticamente, sembrar escasamente tiene que resultar
en una cosecha escasa. Si una espiga de trigo produce 40 granos, por cada semilla
que no se siembra, el agricultor siembra un grano y pierde 39. Pero las
matemáticas que se aplican cuando se siembra con generosidad son diferentes; se
produce una cosecha abundante. El grano de trigo que se planta se reproduce
para ser plantado nuevamente, multiplicado por 39. Buenas obras realizadas y
grandes necesidades suplidas producen resultados increíbles en la vida del
hacedor y del que recibe. Pero existen un peligro y una buena motivación para
ofrendar que se puede corromper si se espera una recompensa equivalente (dar y
hacerse rico). Las recompensas en el NT no contemplan una ganancia material.
Sin embargo, hay riquezas prácticas en la tierra en términos de amor, amistad y
otros recursos, pero la riqueza más importante es ser rico en nuestra relación
con Dios. Aunque los regalos monetarios no se multipliquen en beneficio
nuestro, muchas otras semillas sembradas sí regresan al sembrador muchas veces
multiplicadas.
Sin
embargo, el argumento que Pablo hace es cuantificar la cosecha en términos de
la siembra: escasamente o con generosidad. Pablo establece los principios en
cuanto a la generosidad:
(1)
La persona generosa nunca pierde al final.
(2)
La actitud del que da es de crucial importancia.
Dios
ama a la persona que da con alegría. Deuteronomio 15:7-11
explica en detalle el deber de ser generosos con los pobres: “no
endurecerás tu corazón ni le cerrarás tu mano a tu hermano necesitado… no tenga
dolor tu corazón por hacerlo”. Y la promesa es: “te bendecirá Jehovah tu Dios
en todas tus obras y en todo lo que emprenda tu mano”.
Pablo
indica que es deseable que se proyecte y reflexione sobre las ofrendas, pero advierte
en contra de que se haga con pesar. “Tristeza” indica un espíritu mezquino, reacio a
desprenderse de su dinero. Una fuente secular describe cuatro tipos de dadores:
(1)
Un dador generoso que envidia lo que otros guardan para sí mismos.
(2)
Uno que desea que otros den pero no él.
(3)
Uno que desea dar y quiere que otros den es un hombre verdaderamente santo.
(4)
Uno que no da y no desea que otros den es un hombre malvado.
Dios es quien
concede lo esencial y el espíritu correcto para dar, Deuteronomio
9:8-9
“Toda
gracia” se refiere a los dones de la
gracia de Dios. La idea principal es que Dios suplirá nuestra necesidad y “en
todas las cosas todo lo necesario”, no para nosotros mismos, sino con el fin de
que abundemos en buenas obras. Todo lo que tenemos viene de Dios, y Dios tiene
el derecho de usarlo para lograr buenas obras y para suplir las necesidades de
los menos afortunados.
El
hombre justo en el AT era conocido por la forma de ayudar al necesitado. El
Salmo 112 describe al “hombre que teme a Jehovah” (Job 112:9)
este Salmo afirma que lo caracteriza el hecho de que “esparce” (es decir,
siembra) y que “da a los necesitados”. Pablo espera que los corintios imiten
este modelo en su respuesta a los pobres de Jerusalén.
“Los
frutos de vuestra justicia” se refiere
al apoyo a los santos en Jerusalén, que la ofrenda de los cristianos gentiles
representa. Tal vez Pablo se refiere al futuro de Israel: que en la iglesia
todos serían uno conforme Dios dirija su plan de salvación hacia su meta
establecida (Romanos 11:30-32); que es la
salvación completa de judíos y gentiles. El corazón de este versículo es la
generosidad, ya que está claro que la gratitud a Dios es la respuesta del
lector a la necesidad existente.
El
concepto clave es: “ellos glorificarán a Dios… por vuestra liberalidad”; el
recibir esta ayuda inspiraría a los judíos cristianos en Jerusalén a glorificar
a Dios, haciéndolos conscientes de que la ofrenda había sido un acto de
obediencia que demostraba la fe de los corintios. Es una confesión del
evangelio de Cristo; es la generosidad de la cooperación de los gentiles con
los creyentes de Israel.
Pablo
también animó a los romanos a mostrar esta misma generosidad piadosa: “El que
distribuye, hágalo con liberalidad”. (Romanos 12:8.) Tenemos
que hacer todo el bien que podamos, unos a otros, y para provecho del cuerpo.
Si pensáramos debidamente en los poderes que tenemos, y cuán lejos estamos de
aprovecharlos apropiadamente, eso nos humillaría. Pero, como no debemos estar
orgullosos de nuestros talentos, debemos cuidarnos, no sea que so pretexto de
la humildad y la abnegación, seamos perezosos en entregarnos para beneficio de
los demás. No debemos decir, no soy nada, así que me quedaré quieto y no haré
nada; sino no soy nada por mí mismo y, por tanto, me daré hasta lo sumo en el
poder de la gracia de Cristo. Sean cuales fueren nuestros dones o situaciones,
tratemos de ocuparnos humilde, diligente, alegre y con sencillez, sin buscar
nuestro propio mérito o provecho, sino el bien de muchos en este mundo y el
venidero.
A
los hebreos les escribió: “Además, no olviden el hacer bien y el compartir
cosas con otros, porque dichos sacrificios le son de mucho agrado a Dios”. (Hebreos 13:16.) La mayoría hemos aprendido a fingir
que amamos a los demás. Sabemos cómo hablar con bondad, evitando herir
sentimientos y aparentando interés en los demás. Podemos aun fingir que nos
llenamos de compasión cuando oímos de las necesidades de otros o de indignación
cuando nos enteramos de alguna injusticia. Pero Dios nos llama a sentir el
verdadero amor que va más allá de las emociones y conducta superficiales. El
amor sincero requiere concentración, esfuerzo,
sacrificio, renuncia. Incluye hacer algo para que otros sean mejores.
Demanda tiempo, dinero y participación personal. Ninguna persona tiene los
recursos necesarios para amar a toda una comunidad; pero una iglesia, el cuerpo
de Cristo en su ciudad, lo puede hacer. Piensa en personas que necesitan tu
amor en acción y considera los medios que tienes y los demás miembros pueden
usar para unirse y mostrar amor por su comunidad en el nombre de Cristo.
Las congregaciones de Macedonia fueron un ejemplo
sobresaliente de generosidad. Aunque eran pobres, contribuyeron “más allá de lo
que verdaderamente podían hacer”, y eso hizo “abundar las riquezas de su
generosidad”. (2Corintios 8:1-4.)
¿Puede
un hombre perder haciendo aquello con que Dios se agrada? Él puede hacer que
toda la gracia abunde para con nosotros, y que abunde en nosotros; puede dar un
gran crecimiento de las buenas cosas espirituales y de las temporales. Puede
hacer que tengamos suficiente en todas las cosas y que nos contentemos con lo
que tenemos. Dios no sólo nos da bastante para nosotros mismos, sino además
para que podamos suplir con ello las necesidades del prójimo, y esto debe ser
como semilla para sembrar. Debemos mostrar la realidad de nuestra sujeción al
evangelio por las obras de caridad. Esto será para mérito de nuestra confesión
y para la alabanza y la gloria de Dios. Propongámonos imitar el ejemplo de
Cristo, sin cansarnos de hacer el bien, y considerando que es más
bienaventurado dar que recibir.
Bendito
sea Dios por el don inefable de su gracia, por la cual capacita e inclina a
algunos de su pueblo a dar a los demás, y a otros a estar agradecidos por ello;
y bendito sea para toda la eternidad su glorioso nombre por Jesucristo, el don
de valor inapreciable de su amor, por medio del cual estas y todas las otras
cosas, que pertenecen a la vida y la piedad, nos son dadas gratuitamente, más
allá de toda expresión, medida o límite.
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