1 Timoteo 3:1-7
Palabra fiel: Si
alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea
irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador,
apto para enseñar; no dado al vino, no
pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no
avaro; que gobierne bien su casa, que
tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa,
¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?; no
un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen
testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del
diablo.
Tito 1:6 el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y
tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía.
1 Timoteo 4:11-16
Esto manda y
enseña. Ninguno tenga en poco tu
juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor,
espíritu, fe y pureza. Entre tanto que
voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue
dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas,
para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina;
persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te
oyeren.
Una de las dificultades que tenía que vencer Timoteo era que era
joven. No debemos pensar que fuera un muchacho. Después de todo ya hacía quince
años que Pablo le había tomado como su ayudante. La palabra que se usa para joven
(neótés) puede describir en griego a cualquier persona en edad militar, que
era hasta los cuarenta años. Pero a la Iglesia le ha gustado por lo general que
sus obreros fueran hombres maduros. Los Cánones Apostólicos establecían
que uno no podía llegar a ser obispo hasta que tuviera por lo menos cincuenta
años, porque para entonces «habría pasado los desórdenes de la juventud.»
Timoteo era joven comparado con Pablo, y habría muchos que le miraran con ojos
críticos. La Iglesia siempre ha mirado la juventud con una cierta suspicacia,
bajo la cual caería Timoteo de forma inevitable.
El consejo que se le dio a Timoteo es el más difícil de seguir, y sin
embargo era el único consejo posible. Era que debía acallar las críticas con su
conducta. A Platón le acusaron una vez falsamente de conducta deshonrosa. «Bien
-dijo-, viviremos de tal manera que todos puedan ver que la acusación es
falsa.» Las defensas verbales puede que no silencien la crítica; pero la
conducta sí lo conseguirá. ¿Cuáles habían de ser las características de la
conducta de Timoteo?
Primera, había de ser el amor.
Ágape, la palabra griega para la más grande de las virtudes cristianas, es
francamente intraducible. Su verdadero significado es una benevolencia
inconquistable. Si uno tiene Ágape, no importa lo que otros le hagan o
digan de él, él no procurará nada más que el bien de ellos. No mostrará nunca
amargura o resentimiento o deseo de venganza; nunca sucumbirá al odio; nunca
dejará de perdonar. Está claro que esta es la clase de amor que requiere la
totalidad de la personalidad de una persona el conseguir. Normalmente, el amor
es algo que no podemos evitar. Amar a los más próximos es algo instintivo.
Generalmente el amor de un hombre hacia una mujer es una experiencia
involuntaria. El amor es algo del corazón; pero está claro que este amor
cristiano es algo de la voluntad. Es esa conquista del yo que nos
conduce a un cuidado inconquistable de los demás. Así que la primera señal
autentificadora del dirigente cristiano es que se preocupa por los demás, sin
importarle lo que le hagan. Eso es algo en lo que debe pensar constantemente
cualquier dirigente cristiano que se encabrite fácilmente ante una ofensa y que
sea propenso a guardar rencor.
Segunda, está la lealtad.
La lealtad es la fidelidad inconquistable a Cristo, sin importar el
precio. No es difícil ser buen soldado si las cosas van bien; pero el soldado
auténticamente de valor es el que puede pelear bien con el cuerpo cansado y el
estómago vacío, cuando la situación parece desesperada y se encuentra en medio
de una campaña cuyos movimientos no puede entender. La segunda marca autentificadora
del dirigente cristiano es una lealtad a Cristo que desafíe las circunstancias.
Tercera, había de ser la pureza.
La pureza es la aceptación incondicional de los niveles de Cristo.
Cuando Plinio estaba mandándole al emperador Trajano el informe acerca de los
cristiano de Bitinia, donde era gobernador, escribió: «Tienen la costumbre de
vincularse entre ellos con un juramento de no cometer ni hurto, ni robo, ni
adulterio; de no faltar nunca a su palabra; de no negar un depósito que se les
haya confiado cuando se les solicite dar cuenta de él." El compromiso
cristiano es una vida de pureza. El cristiano debe tener un nivel de honor y
honradez, de dominio propio y castidad, de disciplina y consideración, muy por
encima de los niveles del mundo. El hecho escueto es que al mundo no le
interesará para nada el Cristianismo a menos que pueda demostrar que produce los
hombres y las mujeres mejores. La tercera marca autenticadora del dirigente
cristiano es una vida que se ajusta a los niveles de Jesucristo, para marcar la
diferencia.
También
se le establecen a Timoteo, el joven dirigente designado por la Iglesia,
ciertos deberes. Ha de consagrase a la lectura pública de la escritura, a la
exhortación y a la enseñanza. Aquí tenemos el esquema del culto de la Iglesia
Cristiana:
La más temprana descripción de un culto cristiano que poseemos se
encuentra en las obras de Justino Mártir. Allá por el año 170 d C. escribió una
defensa del Cristianismo al gobernador romano, y en ella (Justino Mártir: Primera
Apología :67) dice: "el día
llamado día del sol tiene lugar una reunión de todos los que viven en los
pueblos o en los alrededores de un lugar. Se leen según el tiempo disponible
las Memorias de los Apóstoles o los Escritos de los Profetas. Seguidamente el
lector se detiene y el dirigente predica y exhorta a los presentes a imitar
estas buenas cosas. Luego nos ponemos todos en pie y elevamos a Dios nuestras
oraciones.”
Así es que en el esquema de cualquier culto cristiano debía reunir una serie de requisitos:
Debía haber la lectura y la exposición
de la Escritura.
Las personas no se reunían en
última instancia para escuchar las opiniones de un predicador; se reunían para
oír la Palabra de Dios. El culto cristiano está centrado en la Biblia.
Debía haber enseñanza.
La Biblia es un libro difícil, y por tanto hay que explicarlo. La
doctrina cristiana no es fácil de comprender, pero el creyente debe poder dar
razones de sus esperanzas. De poco sirve exhortar a una persona a que sea
cristiana si no sabe lo que quiere decir eso. El predicador cristiano ha dedicado
muchos años de su vida a conseguir el equipamiento necesario para explicar a
otros la fe. Se le ha liberado de los deberes ordinarios de la vida para que
pueda pensar, estudiar y orar para exponer mejor la palabra de Dios. No puede
haber una fe cristiana duradera en ninguna iglesia sin un ministerio de
enseñanza.
Debía haber exhortación.
El mensaje cristiano siempre debe desembocar en la acción cristiana.
Ha dicho alguien que todos los sermones deberían terminar con el desafío:
" ¿Qué vas a hacer con esto, amigo?» No basta presentar el mensaje
cristiano como algo que hay que estudiar y entender; hay que presentarlo como
algo que hay que poner por obra. El Cristianismo es verdad, pero es verdad en
acción.
Debía haber oración.
La congregación se reúne en la presencia de Dios; piensa en el
Espíritu de Dios; sale al mundo en la fuerza de Dios. Ni la predicación ni la
escucha durante el culto, ni la acción consiguiente en el mundo son posibles
sin la ayuda del Espíritu de Dios.
No nos haría ningún
daño revisar nuestros cultos modernos sobre la base de los primeros cultos de
la Iglesia Cristiana.
Así también en los dirigentes, ancianos u obispos:
Debe tener presente que es un hombre
apartado para una tarea especial por la Iglesia.
El dirigente cristiano no tiene sentido aparte de la Iglesia. Su
comisión vino de ella; su labor la realiza dentro de su comunión; su deber es
edificar a otros en ella. Por eso es por lo que la labor realmente importante
de la Iglesia Cristiana no la hace nunca un evangelista itinerante, sino
siempre un ministerio local.
Debe tener presente que tiene la
obligación de pensar en estas cosas.
Su gran
peligro es la pereza intelectual y la mente cerrada, negarse a estudiar y
permitir que su pensamiento siga fluyendo por los cauces antiguos. El peligro
está en que nuevas palabras, nuevos métodos y la intención de presentar la fe
en términos contemporáneos puede ser que le saque de quicio. El dirigente
cristiano debe ser un pensador cristiano o fracasará en la tarea; y para ser un
pensador cristiano se ha de ser un pensador aventurero mientras dure la vida.
Debe tener presente el deber de
concentrarse.
El peligro está en disipar las
energías en muchas cosas que no son centrales a la fe cristiana. Se le
presentan invitaciones a muchos deberes y se le confronta con las demandas de
muchas esferas de servicio. Hubo un profeta que enfrentó a Acab con una especie
de parábola. Dijo que en una batalla uno le había llevado un prisionero para
que lo guardara, diciéndole que si el prisionero se le escapaba lo pagaría con
su propia vida; pero el soldado dejó vagar su atención y " cuando tu
siervo estaba ocupado por aquí y por allá el prisionero se escapó» (1° Reyes 20:35-43). Es fácil para el
dirigente cristiano estar ocupado por aquí y por allá y que se le escapen las
cosas centrales. La concentración es un deber primordial del dirigente
cristiano.
Debe tener presente el deber de avanzar.
Su progreso espiritual debe serle
evidente a todo el mundo. Perseverancia en la Palabra. Es demasiado cierto de la mayoría de nosotros que las
mismas cosas nos conquistan año tras año; que conforme un año sucede a otro,
nosotros no estamos más allá. El dirigente cristiano exhorta a otros a llegar a
ser más como Cristo. ¿Cómo puede hacerlo honradamente a menos que él mismo
llegue a ser día tras día más como el Maestro Cuyo es y a Quien trata de
servir? La oración del dirigente cristiano debe ser en
primer lugar que él mismo se haga más como Cristo porque sólo así podrá dirigir
a otros a Él.
En esta lista repetida de las calificaciones de un anciano se subraya
especialmente una cosa: debe ser un hombre que haya enseñado la fe a su propia
familia. Más tarde, el Concilio de Cartago establecería: «Los obispos, ancianos
y diáconos no serán ordenados para el ministerio antes de hacer que todos los
miembros de sus familias sean miembros de la Iglesia Universal.» El
Cristianismo empieza en casa. No es ninguna virtud el estar tan ocupado con el
trabajo de fuera que se abandona el de casa. Todo lo que se haga por la iglesia
en el mundo no puede expiar el abandono de la propia familia.
Pablo usa una palabra muy gráfica. La familia del anciano debe estar
libre de acusaciones de libertinaje. La palabra griega es asótía, que
es la que se usa en Lucas 15:13 refiriéndose al hijo pródigo que
malgastó su dinero viviendo perdidamente. El que es asótos no
puede ahorrar; es manirroto y derrochón, y malgasta su hacienda en caprichos
personales; destruye su hacienda y acaba por destruirse a sí mismo.
Aristóteles, que siempre describía las virtudes como el punto medio
entre dos extremos, declara que por una parte está la tacañería, y por la otra
la asótía, la extravagancia egoísta y desmadrada; la virtud en este caso
es la liberalidad. La casa del anciano no debe nunca ser culpable del mal
ejemplo de malgastar desaforadamente en placeres personales.
Además, la familia del anciano no debe ser indisciplinada. No
hay nada que compense la falta de control parental.
El verdadero campo de entrenamiento para el anciano está tanto en casa
como en la iglesia.
La peculiaridad de la fe judía era la multiplicación
de reglas y normas. Esto, lo otro y lo de más allá estaban catalogados como
inmundos; este, ese y aquel alimentos se mantenía que eran tabú. Cuando se
aliaban el judaísmo y el gnosticismo, hasta el cuerpo se volvía inmundo, y los
instintos naturales del cuerpo se tenían por malos. El resultado inevitable era
que se estaban creando constantemente listas interminables de pecados. Era
pecado tocar esto o aquello; o comer este o aquel alimento; hasta casarse y
tener hijos era pecado. Cosas que eran buenas en sí mismas o completamente
naturales se consideraban inmundas. Desde muchos púlpitos se practica esa
manipulación para subordinar a las ovejas, y no se muevan del redil. Hasta tal
punto llega la manipulación que las hacen sentir culpables cuando deciden
abandonar la frialdad espiritual y el engaño.
Así es que Pablo
acuña el gran principio: " Todas las cosas son limpias para los
limpios." Ya había dicho eso, hasta más enfáticamente, en Romanos 14:20, cuando dijo a los que estaban discutiendo
interminablemente acerca de alimentos limpios e inmundos: “Todas las cosas son
limpias.” Puede que esta frase no sea sólo un proverbio, sino un dicho de
Jesús. Cuando estaba hablando de las innumerables reglas y normas de los judíos
dijo: “Nada hay fuera de la persona que la pueda contaminar entrando en ella;
pero lo que sale de la persona, eso es lo que la contamina” (Marcos 7:15).
Lo que cambia las
cosas, es la Palabra de Dios en la Biblia por medio de la obediencia y llega al
corazón. Obra como un espejo, pero
muchos prefieren esconderse para no mirar, y los que miran pronto se olvidan,
pues no deja que Ella tome las riendas de su vida. Si uno es puro de corazón,
todas las cosas le son puras; si es inmundo de corazón, entonces hace inmundo
todo lo que piensa o dice o toca. "A menos que el vaso esté limpio todo lo
que echemos en él se corromperá, lo mismo que un estómago enfermo altera la
comida que recibe, así una mente sucia convierte todo lo que le confías en su
propia basura y ruina. Nada puede venirle a las personas que son malas que sea
un bien para ellas, no, ni nada puede venirles que no les haga daño. Vuelven de
su misma naturaleza todo lo que los toca. Y hasta las cosas que serían de
provecho a otros, les resultan dañinas.” El que tiene una mente sucia lo ve
todo sucio. Puede tomar las cosas más inocentes, y cubrirlas de tizne. Pero el
que tiene la mente limpia, encuentra limpias todas las cosas.
Se dice de aquellos
hombres que tenían contaminadas tanto la mente como la conciencia. Una
persona llega a sus decisiones y conclusiones usando dos facultades. Una, la
inteligencia, para pensar las cosas; y otra, la conciencia, para escuchar
la voz de Dios. Pero si tiene la inteligencia pervertida hasta tal punto que no
ve más que el lado sucio de todo, y si tiene la conciencia oscurecida y
enmudecida por consentir continuamente el mal, no puede tomar ninguna decisión
correcta.
Cada uno tiene que
mantener limpio el escudo blanco de su inocencia. Si deja que la impureza le
infecte la mente, lo verá todo a través de una niebla sucia. La mente le
ensuciará todos los pensamientos que entren en ella; la imaginación le llenará
de concupiscencia todas las imágenes que forme; malentenderá todos los motivos;
le dará un doble sentido a todo lo que se diga. Para huir de esa impureza
debemos caminar en la presencia purificadora de Jesucristo.
Cuando una persona dirigente cae en ese
estado de impureza, puede que conozca a Dios intelectualmente, pero su vida
desmiente ese conocimiento. Podemos descubrir tres cosas acerca de esa persona:
Es repulsiva.
La palabra original es bdelyktós, que se usa especialmente para
caracterizar las imágenes y los ídolos paganos. Es la palabra de la que se
deriva bdélygma, abominación. Hay algo repelente en la persona que tiene
una mente obscena, que hace chistes lascivos y es un maestro en insinuaciones sucias.
Es desobediente.
Una persona así no puede obedecer la voluntad de Dios. Tiene la conciencia
entenebrecida. Se ha hecho tal que ya apenas si puede oír la voz de Dios, así
es que mucho menos obedecerla. Una persona así no puede ser más que una mala
influencia, y está descalificada para ser un instrumento en las manos de Dios.
Eso es
otra manera de decir que se hace inútil para sus semejantes y para Dios.
La palabra que se usa para inútil es interesante, adókimos. Se
usa para describir una moneda falsa que no tiene el peso ni el metal debidos.
Se usa para describir a un soldado cobarde que falla a la hora de la batalla.
Se usa para un candidato que se rechaza para un puesto, alguien a quien sus
conciudadanos consideran un inútil. Se usa de una piedra que rechazan los
edificadores. (Si tenía un defecto se la marcaba con la letra A de adókimos,
y se la dejaba a un lado como inservible para ser colocada en el edificio).
La prueba definitiva de la vida es la utilidad, y la persona que tiende siempre
a lo inmundo no le sirve para nada a sus semejantes ni a Dios. En vez de ayudar
a la obra de Dios en el mundo, la entorpece; y la inutilidad invita al
desastre.
¡Maranatha!
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