La Palabra de Dios no es simplemente la colección
de palabras suyas, un medio de comunicar ideas; es viviente, cambia la vida y
es dinámica al obrar en nosotros. Con la agudeza del bisturí de un cirujano,
revela lo que somos y lo que no somos. Penetra la médula de nuestra moral y
vida espiritual. Discierne lo que está dentro de nosotros, tanto lo bueno como
lo malo. La palabra de Dios
juzga hasta la profundidad de la parte inmaterial del hombre; penetrando a tal
grado, que puede discernir los pensamientos y motivaciones del corazón, penetra hasta la división de
alma y espíritu, y de articulaciones y médulas.
No solo debemos oír la Palabra sino que también
debemos permitir que moldee nuestra vida.
Las cualidades aquí atribuídas a la Palabra de Dios y todo el contexto,
demuestran que se trata de poder judicial,
por la cual palabra condenó a los israelitas desobedientes a la exclusión de
Canaán y excluirá a llamados cristianos incrédulos del reposo celestial
Las Sagradas Escrituras son la palabra de Dios.
Cuando Dios la instala por su Espíritu, convence poderosamente, convierte
poderosamente y consuela poderosamente. Hace que sea humilde el alma que ha
sido orgullosa por mucho tiempo; el espíritu perverso sea manso y obediente.
Los hábitos pecaminosos que se han vuelto naturales para el alma, estando
profundamente arraigados en ella, son separados y cortados por la espada.
Dejará al descubierto a los hombres sus pensamientos y propósitos, las vilezas
de muchos, los malos principios que los mueven, las finalidades pecaminosas
para las cuales actúan. La Palabra de
Dios en la Biblia mostrará al pecador todo lo que hay en su corazón.
Aferrémonos firmes las doctrinas de la fe
cristiana en nuestras cabezas, sus principios vivificantes en nuestros
corazones, su confesión franca en nuestros labios, y sometámonos a ellos en
nuestras vidas. Cristo ejecutó una parte de su sacerdocio en la tierra al morir
por nosotros; ejecuta la otra parte en el cielo, alegando la causa y
presentando las ofrendas de su pueblo.
Dios envió
a su Hijo en la semejanza de la carne de pecado; pero mientras más santo y puro
era Él, menos dispuesto debe de haber estado a pecar en su naturaleza y más
profunda debe de haber sido la impresión de su mal; en consecuencia, más
preocupado debe de haber estado Él por librar a su pueblo de la culpa y poder
del pecado.
Debemos animarnos por la excelencia de nuestro
Sumo Sacerdote para ir directamente al trono de la gracia. La misericordia y la
gracia son las cosas que queremos; misericordia que perdone todos nuestros
pecados, y gracia que purifique nuestras almas. Además de nuestra dependencia
diaria de Dios para las provisiones presentes, hay temporadas para las cuales
debemos proveer en nuestras oraciones; tiempos de tentación sea por la
adversidad o la prosperidad, y especialmente en nuestro momento de morir.
Tenemos que ir al trono de justicia con reverencia y santo temor, pero no como
arrastrados, sino invitados al trono de misericordia donde reina la gracia.
Tenemos denuedo sólo por la sangre de Jesús para entrar al Lugar Santísimo; Él
es nuestro Abogado y ha adquirido todo lo que nuestras almas puedan desear o
querer.