} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: GÉNESIS 1: 10- 19

sábado, 3 de octubre de 2015

GÉNESIS 1: 10- 19


 Génesis 1:10  Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno. 11  Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así.  12  Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno.
  13  Y fue la tarde y la mañana el día tercero. 14  Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años, 15  y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así.  16  E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas. 17  Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra,  18  y para señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. 19  Y fue la tarde y la mañana el día cuarto.

 El suelo desnudo se cubrió de vegetación, y es de notarse que los árboles, las plantas y las hierbas, tres divisiones del reino vegetal, aquí mencionadas, no fueron llamados a la existencia de la misma manera que la luz y el aire; se les hizo crecer, y crecieron, así como todavía crecen de entre la tierra pero no por el lento proceso de la vegetación, sino por poder divino, sin lluvia, ni rocío ni proceso alguno de trabajo brotando y floreciendo en un solo día.

 Estando completamente purificada la atmósfera, por primera vez el sol, la luna y las estrellas fueron revelados en toda su gloria en el cielo límpido; se les describe como “en la expansión”, o firmamento, como aparecen a nuestros ojos, aunque sabemos que están a una distancia enorme de la tierra.
 Como el día se calculaba empezando a la puesta del sol, la luna sería vista primero en el horizonte, parecería “una grande lumbrera”, comparada con las pequeñas estrellas centelleantes; aunque el pálido resplandor de ella sería eclipsado por la deslumbrante brillantez del sol. Cuando su brillante orbe se levantara en la mañana y gradualmente llegara a su gloria meridiana, aparecería “la grande lumbrera” que iba a señorear en el día. Estas dos lumbreras, se dice fueron “hechas” en el cuarto día, no creadas, pues aquí se usa una palabra diferente, sino constituidas, destinadas al importante y necesario oficio de servir como lumbreras al mundo, y de regular por sus movimientos y su influencia el progreso y las divisiones del tiempo.
El cuarto día de trabajo da cuenta de la creación del sol, la luna y las estrellas. Todo es obra de Dios. Se habla de las estrellas tal como aparecen antes nuestros ojos, sin decir su cantidad, naturaleza, lugar, tamaño o movimientos; las Escrituras no fueron hechas para satisfacer la curiosidad ni para hacernos astrónomos, sino para conducirnos a Dios y hacernos santos. Las luces del cielo fueron hechas para servirle a Él; lo hacen fielmente y brillan a su tiempo sin faltar. Nosotros estamos como luces en este mundo para servir a Dios; pero, ¿respondemos en manera similar a la finalidad para la que fuimos creados? No, nuestra luz no resplandece ante Dios como sus luces brillan ante nosotros. Hacemos uso de la creación de nuestro Amo, pero nos importa poco la obra de nuestro Amo.