Génesis 1:10 Y
llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio
Dios que era bueno. 11 Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba
verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que
su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. 12 Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba
que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en
él, según su género. Y vio Dios que era bueno.
13 Y fue la tarde y la mañana el día tercero. 14
Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para
separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días
y años, 15 y sean por lumbreras en la expansión de los
cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así. 16
E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que
señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo
también las estrellas. 17
Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la
tierra, 18 y para señorear en el día y
en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. 19 Y fue la tarde y la
mañana el día cuarto.
El suelo desnudo se cubrió de vegetación, y es de
notarse que los árboles, las plantas y las hierbas, tres divisiones del reino
vegetal, aquí mencionadas, no fueron llamados a la existencia de la misma
manera que la luz y el aire; se les hizo crecer, y crecieron, así como todavía
crecen de entre la tierra pero no por el lento proceso de la vegetación, sino
por poder divino, sin lluvia, ni rocío ni proceso alguno de trabajo brotando y
floreciendo en un solo día.
Estando
completamente purificada la atmósfera, por primera vez el sol, la luna y las
estrellas fueron revelados en toda su gloria en el cielo límpido; se les
describe como “en la expansión”, o firmamento, como aparecen a nuestros ojos,
aunque sabemos que están a una distancia enorme de la tierra.
Como el día se calculaba empezando a la puesta
del sol, la luna sería vista primero en el horizonte, parecería “una grande
lumbrera”, comparada con las pequeñas estrellas centelleantes; aunque el pálido
resplandor de ella sería eclipsado por la deslumbrante brillantez del sol.
Cuando su brillante orbe se levantara en la mañana y gradualmente llegara a su
gloria meridiana, aparecería “la grande lumbrera” que iba a señorear en el día.
Estas dos lumbreras, se dice fueron “hechas” en el cuarto día, no creadas, pues
aquí se usa una palabra diferente, sino constituidas, destinadas al importante
y necesario oficio de servir como lumbreras al mundo, y de regular por sus
movimientos y su influencia el progreso y las divisiones del tiempo.
El cuarto día de trabajo da cuenta de la creación del sol, la luna y
las estrellas. Todo es obra de Dios. Se habla de las estrellas tal como
aparecen antes nuestros ojos, sin decir su cantidad, naturaleza, lugar, tamaño
o movimientos; las Escrituras no fueron hechas para satisfacer la curiosidad ni
para hacernos astrónomos, sino para conducirnos a Dios y hacernos santos. Las
luces del cielo fueron hechas para servirle a Él; lo hacen fielmente y brillan
a su tiempo sin faltar. Nosotros estamos como luces en este mundo para servir a
Dios; pero, ¿respondemos en manera similar a la finalidad para la que fuimos
creados? No, nuestra luz no resplandece ante Dios como sus luces brillan ante
nosotros. Hacemos uso de la creación de nuestro Amo, pero nos importa poco la
obra de nuestro Amo.