Nuestro caminar en la luz es una prueba de la comunión con Dios, debido a que la
vida en su compañía es una constante limpieza de pecados por la sangre de Jesucristo. También
involucra la relación de unos con otros,
lo cual indica que caminar «en la luz» es vivir responsablemente tanto ante
Dios como ante los seres humanos.
Nadie que camine en la luz revelada por Dios
puede dejar de reconocer su condición pecadora.
Perseverar en el falso orgullo que niega que
somos pecadores equivale no solamente a engañarse a sí mismo, sino a acusar a
Dios de mentiroso, ya que su Palabra declara la universalidad del pecado. Sin
embargo, confesar nuestros pecados
es un prerrequisito para recibir la remisión y el perdón del Señor.
Todos debiéramos recibir jubilosos un mensaje del
Señor Jesús, el Verbo de vida, el Verbo eterno. El gran Dios debe ser
representado a este mundo oscuro como luz pura y perfecta. Como esta es la
naturaleza de Dios, sus doctrinas y preceptos deben ser tales. Como su perfecta
felicidad no puede separarse de su perfecta santidad, así nuestra felicidad
será proporcional a la santidad de nuestro ser. Andar en tinieblas es vivir y
actuar contra la religión. Dios no mantiene comunión o relación celestial con
las almas impías. No hay verdad en la confesión de ellas; su práctica muestra
su necedad y falsedad. La vida eterna, el Hijo eterno, se vistió de carne y
sangre, y murió para lavarnos de nuestros pecados en su sangre, y procura para
nosotros las influencias sagradas por las cuales el pecado tiene que ser
sometido más y más hasta que sea completamente acabado. Mientras se insiste en
la necesidad de un andar santo, como efecto y prueba de conocer a Dios en
Cristo Jesús, se advierte con igual cuidado en contra del error opuesto del
orgullo de la justicia propia. Todos los que andan cerca de Dios, en santidad y
justicia, están conscientes de que sus mejores días y sus mejores deberes están
contaminados con el pecado.