} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA INMORALIDAD DEL MUNDO

martes, 25 de abril de 2017

LA INMORALIDAD DEL MUNDO


Malaquías 4:1-6

Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno; y todos los soberbios, y todos los que hacen maldad, serán estopa; y aquel día que vendrá, los abrasará, dijo el SEÑOR de los ejércitos, el cual no les dejará ni raíz ni rama.
   Mas a vosotros los que teméis mi Nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salud; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada.
   Y hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día que yo hago, dijo el SEÑOR de los ejércitos.
   Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb; ordenanzas y derechos míos sobre todo Israel.
   He aquí, yo os envío a Elías el profeta, antes que venga el día del SEÑOR, grande y terrible.
   El convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; para que yo no venga, y hiera con destrucción la tierra.

(La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)

El mensaje de Malaquías es a la vez fin y principio; es la voz de Dios para el “tiempo intermedio”. Es la instrucción para una comunidad de transición. ¡Qué actual resulta para nuestras comunidades latinoamericanas, llamadas hoy a sacudirse de las tentaciones de una sociedad y una cultura que valorizan lo material y atienden al consumismo! ¡Qué actual se muestra para los cristianos latinoamericanos, que son convocados a vivir en el triunfo del Resucitado para luchar por la vida contra la muerte, por la justicia contra la opresión y por la paz contra la guerra!

Con este libro de Malaquías, los profetas del AT llegan a un fin con un castigo severo sobre el pueblo por la inmoralidad evidente, por la infidelidad escéptica y por la adoración inadecuada al acercarse a Dios. Pero esta parte del canon llega también a un fin con una mirada distintiva hacia adelante, una esperanza en los actos futuros de Dios de poder y de bendición. Los sacerdotes eran culpables por despreciar al Dios que los amaba y los había redimido y al cual ellos servían. La gente había llegado a dudar de que Dios tenía algún significado en absoluto. De esta forma, se les advirtió: “Y luego, repentinamente, vendrá a su templo el Señor a quien buscáis…”. Aquel que vendría traería juicio sobre los que se habían apartado del Señor. Sin embargo, estaba la promesa de un libro delante de Dios, con los nombres de aquellos que eran fieles en su servicio al Señor. Juicio y esperanza, promesa y cumplimiento, gente pecadora y un Dios que se les enfrenta: sobre estas notas terminan los profetas del AT, habiendo preparado el camino para aquel que era el último mensaje de Dios a la humanidad.

Nuevamente Dios nos convoca; y a cada uno, en cada uno, y a través de cada uno, él quiere decirle al mundo entero: He aquí yo envío a mi mensajero
Aquí hay una solemne conclusión, no sólo de esta profecía, sino del Antiguo Testamento. La conciencia nos pide que recordemos la ley. Aunque no tenemos profetas, no obstante, en la medida que tenemos Biblias, podemos mantener nuestra comunión con Dios. Que los demás se jacten en su razonamiento orgulloso, y lo llame iluminación, pero mantengámonos nosotros cerca de esa palabra sagrada, por medio de la cual brilla este Sol de Justicia en las almas de su pueblo. El efecto del juicio sobre los justos, contrastado con su efecto sobre los inicuos. Para los inicuos será como un horno que consume la estopa; para los justos será el advenimiento del Sol que alegra, no de condenación, sino “de justicia;” que no destruye, sino que “sana. Aquellos que andan en la oscuridad ahora pueden consolarse en la seguridad de que caminarán en el futuro en la luz eterna que denota la velocidad o rapidez alada con que él aparecerá. para el socorro de su pueblo. Los rayos del Sol son sus “alas. El “Sol” que alegrará a los justos es sugerido por el previo “día” de terror que consumirá a los inicuos. Los justos, por justicia de él, “brillarán como el Sol en el reino del Padre”.
Ellos deben mantener la expectativa fiel del evangelio de Cristo, y deben esperar el comienzo de este. Juan el Bautista predicó arrepentimiento y reforma, como lo hizo Elías. El volverse de las almas a Dios y a su deber, es el mejor preparativo de ellos para el grande y temible día de Jehová. Juan predicará una doctrina que alcanzará los corazones de los hombres, y obrará un cambio en ellos. Así, él preparará el camino para el reino del cielo. La nación judía, por maldad, se abrió a la maldición. Dios estaba listo para ocasionarles ruina, pero, una vez más, probará si se arrepienten y vuelven a Él; por tanto, envió a Juan el Bautista para predicarles el arrepentimiento.
La historia del adelanto humano está señalado por períodos de pausa, y otras veces de progreso. Lo mismo en la revelación divina: es dada por un tiempo; luego durante la suspensión de ella, los hombres viven de los recuerdos del pasado. Después de Malaquías hubo un silencio de 400 años; entonces llegó un precursor de luz en el desierto, que si bien fue de corta vida, presentaba la más brillante de todas las luces hasta ahora; luego pasaron más de dieciocho siglos, durante los cuales hemos sido guiados por la luz que brilló en aquella última manifestación. El silencio ha sido más largo que en otras épocas, y será sucedido por una revelación más gloriosa y más terrible que nunca. Juan el Bautista debió “restaurar” la desfigurada imagen de “la ley,” para que el original fuese reconocido cuando apareciera entre los hombres. Como “Moisés” y “Elías” están aquí relacionados con la venida del Señor, así en la transfiguración conversan con él, lo que infiere que la ley y los profetas que le habían preparado el camino, estaban cumplidos ahora en él.
Que el creyente espere con paciencia su liberación y jubilosamente espere el gran día cuando Cristo venga por segunda vez a completar nuestra salvación. Pero los que no se vuelven al que los golpea con una vara, deben esperar ser golpeados con una espada, con una maldición. Nadie puede tener la expectativa de escapar de la maldición de la ley quebrantada de Dios, ni disfrutar la felicidad de su pueblo escogido y redimido, a menos que sus corazones se vuelvan del pecado y del mundo hacia Cristo y la santidad.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos nosotros. Amén.

¡Maranatha!

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