Jn
1:6 Hubo un hombre enviado de Dios, el
cual se llamaba Juan.
7 Este
vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos
creyesen por él.
8 No
era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.
9 Aquella luz verdadera, que alumbra a todo
hombre, venía a este mundo.
10 En
el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.
11 A lo
suyo vino, y los suyos no le recibieron.
12 Mas
a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad
de ser hechos hijos de Dios;
13 los
cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de
varón, sino de Dios.
14 Y
aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria
como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
S. Juan, después de hacer una exposición
de la naturaleza divina nuestro Señor, trata de su precursor, Juan Bautista. No
debe pasar desapercibido el contraste
que forman los términos que se refieren al Salvador con los que se
refieren al precursor. De Cristo se nos dice que era el Dios eterno, el Creador
de todas las cosas, la fuente de la vida
y de la luz. De Juan Bautista se nos dice simplemente que "fue un hombre
enviado de Dios, el cual se llamaba Juan..
Estos versículos nos
enseñan, en primer lugar, la verdadera naturaleza de las funciones del ministro
cristiano. Se desprende esto de lo dicho acerca de Juan Bautista en el versículo séptimo.
Los ministros
cristianos no son sacerdotes ni mediadores entre Dios y los hombres. Tampoco
son una especie de agentes en cuyas manos los fieles encomienden sus almas y que estén revestidos
del poder delegado de practicar la religión por lo demás. No son sino testigos.
Su misión es rendir testimonio a la verdad de Dios, y especialmente a la de
que Cristo es el único Salvador, la única luz del mundo. Esto fue lo que
hizo S. Pedro el día de Pentecostés. "Y con otras muchas palabras testificaba"
Hechos 2.40. En esto también consistió la obra de S. Pablo, "Testificando
a los judíos y también a los griegos el
arrepentimiento hacia Dios, y la fe hacia nuestro Señor
Jesucristo". Hechos 20.21. Si el
ministro cristiano no da un testimonio pleno y completo acerca del Salvador, es infiel en el cumplimiento de sus
sagrados deberes. En tanto que rinda este testimonio, cumple con la misión
que le ha sido encomendada y recibirá su
galardón, aunque sus oyentes no crean las verdades que proclame. Pero es solo
cuando creen que los oyentes reciben provecho de los trabajos del ministro. El gran fin que debe proponerse el
ministro es que por su medio crean los hombres.
Estos versículos nos
dan a conocer, en segundo lugar, lo que es nuestro Señor Jesucristo respecto a
la humanidad. "Aquella palabra era la luz verdadera," etc.
Cristo es para las
almas de los hombres lo que el sol para el mundo. Es el centro y la fuente de
toda luz espiritual, de la vida, de la animación, del crecimiento, de la hermosura, de la fecundidad. A
semejanza del sol, alumbra para bien de toda la humanidad del noble y del plebeyo,
del rico y del pobre, del judío y del
griego. A semejanza del sol, todos pueden tornar hacia él los ojos para
contemplarlo. Si hubiera millones de hombres que fueran tan necios que
quisieran habitar en subterráneos o
vendarse los ojos, tendrían que culparse a sí mismos por la oscuridad que los
rodeara y no atribuirla a defecto del sol. Del mismo modo, si millones de hombres prefieren las
tinieblas a la luz espiritual, ellos son los que tienen la culpa de su
ceguedad, y no Cristo. "El necio corazón de ellos fue entenebrecido". Rom 1.21 Estos
versículos nos enseñan, en tercer lugar, cuan malo es por naturaleza el corazón
del hombre.
Jesucristo estuvo en
el mundo de una manera invisible, mucho antes de haber nacido de la Virgen
María. Si, estuvo desde el principio ordenando y gobernando toda la creación. "Todas las
cosas subsisten en él" Col. 1.17. A todo comunicaba vida y animación, y
por mandato suyo gobernaban los reyes, y
según San Juan crecía y menguaban las naciones. Sin embargo, los
mortales no lo conocían ni le rendía homenaje, más "honraban y servían a
la criatura antes que al Creador"
Rom 1.25 ¡Malo por naturaleza es, a la verdad, el corazón del hombre!
Más tarde el Verbo se hizo carne y apareció en el mundo de una manera visible,
más no tuvo mejor acogida. Se presentó ante el mismo pueblo que había sacado de Egipto, y había rescatado para si,
esto es, ante los judíos, que había separado de las otras naciones y a quienes
se había revelado por medio de los
pasajes del Antiguo Testamento que lo anunciaban, que habían visto en su
templo los tipos y símbolos que lo prefiguraban, que habían, en fin,
manifestado que aguardaban su venida. ¡Y
sin embargo, esos mismos hijos de Israel lo rechazaron, lo escarnecieron y lo
inmolaron! ¡Perverso es, a la verdad, el corazón del hombre! Estos versículos nos enseñan, por
último cuales y cuan grandes son los privilegios que se conceden a los que
aceptan a Cristo y creen en él. "A todos los que le recibieron les dio poder de ser hechos
hijos de Dios, esto es, a los que creen en su nombre..
Jesucristo siempre
tiene quien lo siga. Si la mayoría de los judíos no lo reconoció como Mesías,
hubo, por lo menos, unos pocos que si lo reconocieron. A estos otorgó la gracia de ser hechos hijos de
Dios, adoptándolos como miembros de la familia de su Padre y reconociéndolos
como hermanos de la misma carne y de la
misma sangre. Así fueron abundantemente recompensados por lo que habían tenido
que sufrir por su amor.
Téngase presente que semejantes bendiciones son concedidas en todo
tiempo a todos lo que acepten a Jesucristo por medio de la fe y lo sigan como a
su Salvador. "Son hijos de
Dios por la fe en Cristo Jesús". Gal. 3.26. Pocos como son, y despreciados
como se ven por el mundo, su Padre celestial vela sobre ellos con misericordia infinita, y les
manifiesta su complacencia por amor a u Hijo. ¡Con el tiempo les suministra
todo lo que pueda contribuir a su bien, y en
la eternidad les dará una corona inmarcesible de Gloria! ¿Somos nosotros
hijos de Dios? ¿Hemos nacido de nuevo espiritualmente? ¿Se descubre en nosotros
las señales del renacimiento tales como la conciencia de haber pecado, la fe en Jesucristo, el amor
hacia el prójimo, la enmienda de vida, la separación del mundo? No nos
tranquilicemos hasta no haber contestado
satisfactoriamente estas preguntas.
¿Anhelamos ser hijos
de Dios? Recibamos entonces a Cristo como a nuestro Salvador, y creamos en él
de todo corazón.
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