Jn 1:1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Jn
1:2 Este era en el principio con Dios.
Jn
1:3 Todas las cosas por él fueron
hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
Jn
1:4 En él estaba la vida, y la vida era
la luz de los hombres.
Jn
1:5 La luz en las tinieblas resplandece,
y las tinieblas no prevalecieron contra ella.
El Evangelio de S.
Juan, que empieza con los versículos que quedan citados, es diferente en muchos
respectos de los otros tres Evangelios, pues contiene gran número de pasajes que no se hallan en estos,
al mismo tiempo que no da cabida a muchos que se encuentran en los otros. Sería
fácil aducir buenas razones que
justificasen esa desemejanza; pero basta hacer presente que Mateo,
Marcos, Lucas y Juan escribieron todos bajo la directa inspiración de Dios.
Respecto de estos
puntos sobre los cuales solo Juan escribió, es suficiente que hagamos una sola
observación, es a saber: que los pasajes que sobre ellos versan son unas de las reliquias más valiosas
que posee la iglesia de Cristo. Ninguno de los otros tres evangelistas han
presentado exposiciones tan completas de
la divinidad de Jesucristo, de la justificación por medio de la fe, de las
distintas funciones del Hijo, de las operaciones del Espíritu Santo, y de
las prerrogativas de los creyentes. Por
de contado, Mateo, Marcos y Lucas no guardan silencio sobre ninguno de estos
particulares, pero Juan los pone ante los
ojos del lector de una manera más prominente.
Juan escribió a los
creyentes en todo lugar, sean o no judíos (gentiles). Como uno de los doce
discípulos, Juan fue un testigo presencial, de manera que su historia es
confiable. Su libro no es una biografía (como el libro de Lucas), sino una
presentación temática de la vida de Jesús. Muchos de los oyentes originales
tenían un trasfondo griego. La cultura griega estimulaba la adoración de muchos
dioses mitológicos cuyas características sobrenaturales eran tan importantes
para los griegos como las genealogías para los judíos. Juan mostró que Jesús no
solo era diferente de sus dioses mitológicos, sino superior a ellos.
Los cinco versículos
de que nos ocupamos contienen una exposición de sublimidad sin igual respecto a
la divinidad de nuestro Señor Jesucristo. Es a él evidentemente que S. Juan se refiere al
tratar de "la palabra" No puede negarse que el pasaje en cuestión
encierra verdades tan profundas que el entendimiento humano no alcanza a sondearlas; más también
es cierto que en él se descubren otras claras y sencillas, que el cristiano
haría bien en atesorar en la mente.
Nuestro Señor
Jesucristo es eterno. "En el principio ya era la Palabra" No comenzó
a existir cuando la tierra y los cielos fueron creados; mucho menos cuando se anunció por vez primera el Evangelio al
mundo. Poseyó Gloria en unión del Padre "antes de que el mundo
fuese." Juan 17.5 Existió antes de que se crease la materia y empezase el tiempo. Existió
desde la eternidad.
Nuestro Señor
Jesucristo es una Persona distinta de Dios Padre, y sin embargo forma con él un
solo ser. El Padre y la palabra, aunque dos personas distintas, están aunados por medio de una unión
inefable. Donde quiera que estuviese Dios Padre por toda la eternidad, allí
estuvo también la Palabra o sea Dios Hijo: iguales en Gloria, co-eternos en
majestad, uno en esencia divina. ¡Este es, a la verdad, un gran misterio!
¡Feliz el que pueda recibirlo como un niño sin
pretender explicarlo! Nuestro Señor Jesucristo es verdadero Dios: "Dios
era la Palabra" No es meramente un ángel creado, o un ser inferior a Dios
Padre, y que ha recibido de él poder
para redimir a los pecadores. No es nada menos que Dios perfecto igual al Padre
en cuanto a la divinidad Hijo co eterno y de la misma sustancia del Padre antes de que los mundos existiesen.
Nuestro Señor
Jesucristo es el Creador de todas las cosas. Véase el versículo 3. Lejos de ser
criatura de Dios, como afirman alguno herejes, es el Ser que hizo todos los mundos y todo lo que estos
contienen. "Él mandó, y fueron creados" Salmo 148.5 Finalmente,
nuestro Señor Jesucristo, es la fuente de la vida y la luz espirituales:
"En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres." Toda
la vida y la luz espirituales que Adán y
Eva poseían antes de la caída, habían emanado de Cristo. La emancipación del
pecado y de la muerte, y la iluminación de la
conciencia han provenido también de Cristo. Cierto es que la mayor parte
del género humano, en todos los siglos, en todas las edades, se ha olvidado de la caída y se ha negado a reconocer la necesidad
que el hombre tiene de un Salvador; la luz ha estado resplandeciendo en la
tinieblas; y los más de los hombres no
la han comprendido.
Más si algunos
individuos de los millones innumerables de la humanidad han gozado de vida y
luz en lo espiritual, es el Hijo de Dios quien así los ha bendecido.
Lo que precede es
una ligera reseña de las principales lecciones que se desprenden de estos
admirables versículos. No hay duda de que muchas de las verdades que contienen están fuera del alcance de la
razón; pero no hay una sola que se oponga a ella. Además, es preciso tener
presente, que del pasaje pueden hacerse
deducciones prácticas y sencillas que debemos examinar con cuidado y
retener con firmeza.
¿Queremos
apercibirnos de la excesiva gravedad del pecado? Leamos con frecuencia los
cinco primeros versículos del Evangelio de S. Juan, y notemos de qué naturaleza ha de ser el Redentor de los
pecadores. Si el que nos libre del pecado tiene que ser nada menos que el Dios
eterno, el Creador y Preservador de todo
lo que existe, entonces el pecado debe ser más execrable a los ojos de Dios de
lo que generalmente se cree.
¿O es que queremos
saber cuan sólido es el cimiento sobre que estriban las esperanzas del
cristiano? Examinemos una y otra vez los cinco primeros
versículos del Evangelio de S. Juan, y
reparemos que el Salvador en quien el creyente ha de confiar es nada menos que
el Dios eterno, el Ser que puede salvar para
siempre a los que acudan al Padre mediante su intercesión. El Ser que
estaba con Dios y era Dios, es también Emmanuel, o sea Dios con nosotros
"El que creyere en Jesucristo no
será confundido" 1 Pedro 2.6
Puede que nos
parezca extraño que Juan haga tanto hincapié en la manera que se creó el mundo;
y puede que también nos lo parezca el que conecte tan definidamente a Jesús con
la obra de la creación. Pero tenía que hacerlo a causa de ciertas tendencias
que había en el pensamiento de su tiempo.
En los días de Juan
había una herejía que se llamaba el gnosticismo. Su característica era que se
trataba de un enfoque intelectual y filosófico al Cristianismo. A los gnósticos
no les era suficiente con las creencias sencillas de cualquier cristiano
corriente. Trataban de construir un sistema filosófico del Cristianismo. Tenían
problemas con la existencia del pecado y el mal y el dolor y el sufrimiento del
mundo, así que diseñaron una teoría para explicarlo. Esa teoría era como sigue.
En el principio
existían dos realidades: la una era Dios, y la otra la materia. La materia
había existido siempre, y fue la materia prima de la que se construyó el
universo. Los gnósticos insistían en que esa materia era defectuosa e
imperfecta. Podríamos decir que el mundo se inició mal desde el principio.
Estaba hecho de unos materiales que ya contenían el germen de la corrupción.
Los gnósticos
llegaban más lejos. Dios, decían, era espíritu puro, y como tal no podía tocar
la materia, y menos aún una materia imperfecta. Por tanto, era imposible que
Dios llevara a cabo la obra de la creación por Sí mismo. Lo que hizo fue
producir una serie de emanaciones, cada una de las cuales estaba más lejos de
Dios que las anteriores; y, cuanto más se alejaban de Dios, menos le conocían.
Hacia la mitad de camino de la serie de emanaciones había una que no sabía nada
en absoluto de Dios. A partir de ésa, las emanaciones empezaban a ser, no sólo
ignorantes, sino hostiles a Dios. Por último había una emanación que estaba tan
lejos de Dios que le ignoraba totalmente y le era totalmente hostil, y ésa fue
el poder que creó el mundo; porque ya estaba tan lejos de Dios que podía tocar
esta materia defectuosa y mala. El dios creador estaba totalmente distanciado y
enemistado con el Dios real.
Los gnósticos dieron
otro paso más: identificaron al dios creador con el Dios del Antiguo
Testamento; y sostuvieron que el Dios del Antiguo Testamento era completamente
distinto y distante del Dios y Padre de Jesucristo, del que era enemigo.
En los tiempos de Juan (como en la actualidad) se había extendido
mucho esta clase de creencia. La gente creía que el mundo era malo, y que
lo había creado un dios malo. Para combatir esta creencia, Juan establece aquí
dos verdades cristianas básicas. De hecho, la relación de Jesús con la creación
es algo que se repite en el Nuevo Testamento precisamente por este trasfondo
intelectual que divorciaba a Dios y al mundo en que vivimos. En Col_1:16 ,
Pablo escribe: " Porque en Él fueron creadas todas las cosas, en el Cielo
y en la Tierra... todas fueron creadas por Él y para Él.» En 1Co_8:6 escribe del Señor Jesucristo «por medio del
Cual son todas las cosas.» El autor de Hebreos habla de Uno que era el Hijo,
«por medio de Quien Dios hizo el universo» (1:2). Juan y los otros autores del
Nuevo Testamento que escribieron estas cosas estaban subrayando dos grandes
verdades.
(i) El Cristianismo siempre ha creído en lo que
se llama la creación partiendo de la nada. No creemos que en Su creación
del mundo Dios tuviera que usar una materia ajena y mala. No creemos que el
mundo empezara ya con un defecto de fabricación, ni que tuviera su origen en
Dios y en algo más. Nuestra fe es que detrás de todo está Dios, y sólo Él.
(ii) El Cristianismo siempre ha creído que este
mundo es de Dios. Lejos de estar tan desconectado del mundo que no puede
tener nada que ver con él, Dios está íntimamente comprometido con el mundo. Los
gnósticos trataban de echarle la culpa al creador del mal que hay en el mundo.
El Cristianismo cree que lo que no está como es debido en el mundo se debe al
pecado humano. Pero, aunque el pecado ha causado destrozos en el mundo y le ha
impedido llegar a ser lo que hubiera podido ser, no debemos nunca despreciar el
mundo, porque es esencialmente de Dios. Si creemos esto, nos da un nuevo
sentido del valor del mundo y de nuestra responsabilidad hacia él.
Se cuenta de una
niña de los suburbios de una gran ciudad, que la llevaron a pasar un día en el
campo. Cuando vio las margaritas en el bosque, preguntó: «¿Cree usted que a
Dios le importará que coja unas pocas de Sus flores?» Este es el mundo de Dios;
por eso, nada en él está fuera de su control; y por eso, debemos usar todas las
cosas dándonos cuenta de que pertenecen a Dios. El cristiano no le hace de
menos al mundo creyendo que el que lo hizo era un dios ignorante y hostil, sino
que lo glorifica recordando que Dios está en todas partes, detrás de todo y en
todo. Cree que el Cristo que recrea el mundo fue el colaborador de Dios cuando,
el mundo fue creado al principio y que, en la obra de la redención, Dios está
tratando de recuperar algo que fue siempre Suyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario