En el principio Adán
era perfecto, una persona justa, un ‘hijo humano de Dios’. (Lu 3:38.) Era justo
por ser una creación de Dios, quien lo había declarado “muy bueno” (Gé 1:31),
pero no se mantuvo íntegro a su Creador, por lo que perdió su condición de
justicia y la de su prole. (Gé 3:17-19; Ro 5:12.)
Sin embargo, entre sus
descendientes hubo hombres de fe, como Noé, Enoc y Job, que ‘anduvieron con el
Dios verdadero’. (Gé 5:22; 6:9; 7:1; Job 1:1, 8; 2:3.) Se dice que Abrahán
ejerció fe en Dios y fue “declarado justo”; asimismo, se dijo que Rahab
manifestó su fe por sus obras y por eso fue “declarada justa” y se la salvó de
morir cuando la ciudad fue destruida. (Snt 2:21-23, 25.) Debe observarse que en
la cita de la carta de Santiago, así como en la carta de Pablo a los Romanos
(4:3-5, 9-11) en la que Pablo cita de
Génesis 15:6 , se indica que la fe de Abrahán le fue ‘contada por justicia’.
Para entender el significado de esta expresión, hay que examinar el sentido del
verbo griego lo·guí·zo·mai (contar), que se emplea en la frase.
Cómo se ‘cuenta’ como
justo a alguien. El verbo griego lo·guí·zo·mai antiguamente se empleaba en
relación con cálculos numéricos o cómputos contables que se asentaban o en la
columna del debe o en la del haber. En la Biblia se emplea con el sentido de
“calcular; acreditar; contar; tomar en cuenta”. Por ejemplo, en 1 Corintios
13:5 Pablo dice que el amor “no lleva cuenta [forma de lo·guí·zo·mai] del daño”
, y al salmista David se le atribuyen las palabras “feliz es el hombre cuyo
pecado Jehová de ninguna manera tomará en cuenta”. (Ro 4:8.) Pablo, por su
parte, aconsejó a quienes evaluaban las cosas superficialmente que las
sopesasen bien y consideraran los pros y los contras, por decirlo de algún
modo. (2Co 10:2, 7, 10-12.) Pero también le preocupaba que se ‘acreditara (forma
de lo·guí·zo·mai) más’ a su labor ministerial de lo que realmente le
correspondía. (2Co 12:6, 7.)
El término
lo·guí·zo·mai también puede llevar la idea de “estimar; evaluar; valorar;
conceptuar o contar entre (un grupo, clase o tipo)”. (1Co 4:1.) De ahí que
Jesús dijese que Él sería “contado con
los desaforados”, es decir, clasificado o conceptuado como uno de ellos. (Lu
22:37.) En su carta a los Romanos, Pablo dice que a la persona incircuncisa que
guardase la Ley “su incircuncisión (le sería) contada por circuncisión”, lo que
significa que se le estimaría o conceptuaría como persona circuncisa. (Ro
2:26.) En sentido parecido, se insta a los cristianos a ‘tenerse por muertos
con referencia al pecado, pero vivos con referencia a Dios por Cristo Jesús’.
(Ro 6:11.) Además, aunque los cristianos gentiles ungidos no eran descendientes
de Abrahán, fueron “contados como descendencia” suya. (Ro 9:8.)
¿Cómo pudo Abrahán ser
declarado justo antes de la muerte de Cristo?
De la misma manera, lo
que Abrahán hizo —su fe y sus obras— “le fue contado (estimado; acreditado;
reputado) por justicia”. (Ro 4:20-22.) Como es natural, esto no quiso decir que
tanto él como otros siervos precristianos fieles fueran perfectos o estuvieran
libres de pecado, pero sí implica que por haber ejercido fe en la promesa de
Dios respecto a la “descendencia” y haberse esforzado por obedecer los mandatos
divinos, no se les tuvo por injustos e indignos a la vista de Dios, como el
resto de la humanidad. (Gé 3:15; Sl 119:2, 3.) Bondadosamente, Jehová los
consideró libres de culpa alguna en comparación con la humanidad alejada de Él.
(Sl 32:1, 2; Ef 2:12.) De modo que, sobre la base de su fe, Dios podía tener
tratos con esos hombres imperfectos y bendecirlos sin contravenir por ello sus
normas perfectas de justicia. (Sl 36:10.) Por su parte, esos hombres fieles
reconocieron que necesitaban ser redimidos del pecado y esperaron la llegada
del tiempo en el que Dios proporcionaría esa redención. (Sl 49:7-9; Heb 9:26.)
Las
Escrituras muestran que cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, tuvo un cuerpo
humano perfecto (1Pe 1:18, 19), y que retuvo su perfección manteniendo y
fortaleciendo su integridad cuando fue puesto a prueba. Esto estaba de acuerdo
con el propósito de Dios de “perfeccionar mediante sufrimientos al Agente
Principal” de la salvación. (Heb 2:10.) En otras palabras, como indica Pablo en
Hebreos 5:7-10, la obediencia de Jesús, así como su determinación a permanecer
íntegro, fue perfeccionada, y él también fue perfeccionado para ocupar la
posición de sumo sacerdote de Dios para la salvación. Debido a que terminó
intachable en toda la extensión de la
palabra su derrotero terrestre, Dios lo
reconoció como persona justificada. Por consiguiente, fue el único hombre que,
bajo pruebas, permaneció totalmente justo o recto ante Dios por méritos
propios. Por este “un solo acto de justificación (di·kái·o·ma)”, es decir, por
demostrar que era justo a la perfección en toda su vida intachable, hasta morir
una muerte sacrificatoria, sentó la base para que otras personas que ejercieran
fe en Él pudiesen ser declaradas justas. (Ro 5:17-19; 3:25, 26; 4:25.)
Con la venida del Hijo de Dios como Redentor
prometido, llegó a existir un nuevo factor sobre el que Dios podía basar sus
tratos con sus siervos humanos. Los seguidores de Jesucristo que han sido
llamados para ser sus hermanos espirituales con la perspectiva de ser
coherederos con él en el reino celestial (Ro 8:17), primero son declarados
justos por Dios sobre la base de su fe en Jesucristo. (Ro 3:24, 28.) Este es un
acto judicial de Jehová Dios. Por consiguiente, nadie puede ‘presentar
acusación’ contra sus escogidos ante Él como Juez Supremo. (Ro 8:33, 34.) ¿Por
qué toma Dios esta acción con relación a nosotros?
En primer lugar, Jehová
es perfecto y santo. (Isa 6:3.) Por consiguiente, en armonía con su santidad,
aquellos a quienes acepta como sus hijos deben ser perfectos. (Dt 32:4, 5.)
Jesucristo, el Hijo principal de Dios, demostró ser perfecto, “leal, sin
engaño, incontaminado, separado de los pecadores”. (Heb 7:26.) Sin embargo, sus
seguidores son escogidos de entre los hijos de Adán, quien, debido a su pecado,
engendró una familia imperfecta y pecadora. (Ro 5:12; 1Co 15:22.) Por ello,
como se muestra en Juan 1:12, 13, los seguidores de Jesús no eran en un
principio hijos de Dios. Por su bondad inmerecida, Él dispuso un proceso de
“adopción” por medio del cual acepta a estas personas favorecidas y las
introduce en una relación espiritual como parte de la familia de sus hijos. (Ro
8:15, 16; 1Jn 3:1.) Por consiguiente, Dios sienta la base para su entrada, o
adopción, en la condición de hijos, al declararlos justos por medio del mérito del
sacrificio de rescate de Cristo, en el que ejercen fe, un sacrificio que los
exonera de toda culpa debida al pecado. (Ro 5:1, 2, 8-11; compárese con Jn
1:12.) De este modo se les “imputa” o atribuye condición de justos, todos sus
pecados les son perdonados y no se les tienen en cuenta. (Ro 4:6-8; 8:1, 2; Heb
10:12, 14.)
Este acto de
justificación va más lejos que el de Abrahán (y de otros siervos precristianos
de Dios). Santiago señaló el alcance de la justificación de Abrahán en estos
términos: “Se cumplió la escritura que dice: ‘Abrahán puso fe en Jehová, y le
fue contado por justicia’, y vino a ser llamado ‘amigo de Jehová’”. (Snt
2:20-23.) En consecuencia, sobre la base de su fe, la justificación de Abrahán
le hizo amigo de Dios, pero no le confirió la condición de hijo de Dios
mediante un ‘nuevo nacimiento’ que le permitiese alcanzar vida celestial. (Jn
3:3.) El registro bíblico aclara que antes de que Cristo viniese, ni la
adopción en calidad de hijos de Dios ni la esperanza celestial estaban al alcance
del hombre. (Jn 1:12, 17, 18; 2Ti 1:10; 1Pe 1:3; 1Jn 3:1.)
Todo lo considerado
hace ver que aunque estos cristianos disfrutan de una condición de personas
justas ante Dios, no han alcanzado en la carne la perfección literal o
verdadera. (1Jn 1:8; 2:1.) En vista de su perspectiva de vida celestial, en
realidad no necesitan tal perfección física. (1Co 15:42-44, 50; Heb 3:1; 1Pe
1:3, 4.) Sin embargo, por ser declarados justos, es decir, habiéndoseles
‘imputado’ o atribuido justicia, satisfacen los requisitos de Dios en este
sentido y Él los introduce en el “nuevo pacto” validado por la sangre de
Jesucristo. (Lu 22:20; Mt 26:28.) Estos hijos espirituales adoptivos, que se
encuentran dentro del nuevo pacto realizado con el Israel espiritual, son
‘bautizados en la muerte de Cristo’ y, finalmente, sufren una muerte como la
suya. (Ro 6:3-5; Flp 3:10, 11.)
Si bien Jehová perdona nuestros
pecados e imperfecciones, en nuestra carne persiste una lucha, como explicó
Pablo en su carta a los Romanos (7:21-25), una lucha entre la ley implantada ennuestra
mente renovada (Ro 12:2; Ef 4:23), o la “ley de Dios”, y la “ley del pecado”,
anidada en nuestros miembros. Esto se debe a que no gozamos de un cuerpo
perfecto aunque se nos ha imputado justicia y perdonado nuestros pecados. Esta
lucha interior pone a prueba nuestra integridad a Dios; podemos ganarla con la
ayuda del Espíritu de Dios y el auxilio de nuestro misericordioso sumo
sacerdote, Jesucristo. (Ro 7:25; Heb 2:17, 18.) Sin embargo, para ganarla se
requiere que constantemente ejerzamos fe en el sacrificio redentor de Cristo y
le sigamos, manteniendo así nuestra condición de justos a la vista de Dios y asegurando para nosotros “nuestro
llamamiento y selección”. (2Pe 1:10; Ro 5:1, 9; 8:23-34; Tit 3:6, 7.) Si, por
el contrario, incurrimos en una práctica del pecado, apartándonos de la fe, perdemos
nuestra condición favorecida ante Dios, nuestra justificación, porque estáamos
‘fijando de nuevo en un madero al Hijo de Dios para nos mismos y exponiéndolo a
vergüenza pública’ (Heb 6:4-8), lo que supondría nuestra destrucción. (Heb
10:26-31, 38, 39.) A este respecto, Jesús habló del pecado imperdonable, y el
apóstol Juan distinguió entre el “pecado que no incurre en muerte” y el que “sí
incurre en muerte”. (Mt 12:31, 32; 1Jn 5:16, 17.)
Después de su fiel
proceder hasta la muerte, Jesucristo fue “hecho vivo en el espíritu” y recibió
inmortalidad e incorrupción. (1Pe 3:18; 1Co 15:42, 45; 1Ti 6:16.) De esta forma
fue “declarado [o pronunciado] justo en espíritu” (1Ti 3:16; Ro 1:2-4) y se
sentó a la diestra de Dios en los cielos. (Heb 8:1; Flp 2:9-11.) Los seguidores
fieles de las pisadas de Cristo esperan con anhelo una resurrección como la de Él
(Ro 6:5) y llegar a ser partícipes de la “naturaleza divina”. (2Pe 1:4.)
La justificación de
otro grupo de personas.
En una de sus parábolas relacionadas con su
gloriosa venida en el poder del Reino, Jesús llama “justos” a las personas que
compara a ovejas. (Mt 25:31-46.) Sin embargo, es de destacar que en esta
parábola los “justos” conforman un grupo separado y distinto de aquel al que
llama ‘mis hermanos’. (Mt 25:34, 37, 40, 46; compárese con Heb 2:10, 11.)
Debido a que las personas comparadas a ovejas ayudan a los “hermanos”
espirituales de Cristo, manifestando así su fe en Él, reciben la bendición
divina y se les llama “justos”. Como en el caso de Abrahán, su justificación o
declaración de justos les hace amigos de Dios. (Snt 2:23.) Mientras que las
“cabras” partirán al “cortamiento eterno”, las “ovejas”, por su condición
justa, se salvarán. (Mt 25:46.)
En la visión que se
halla en Apocalipsis 7:3-17 se pinta un cuadro paralelo a este: se diferencia
entre una “gran muchedumbre”, cuya cantidad es indefinida, y los 144.000
“sellados”. El que esta “gran
muchedumbre” haya ‘lavado y emblanquecido sus ropas largas en la sangre del
Cordero’ es una prueba de que disfruta de una condición justa ante Dios. (Rev
7:14.)
A los de la “gran
muchedumbre”, que sobreviven a la “gran tribulación”, aún no se les ha
declarado justos para vida, es decir, acreedores del derecho a la vida eterna
sobre la Tierra. Deben seguir bebiendo de las “fuentes de aguas de vida” conducidos por el Cordero, Jesucristo durante todo el reinado milenario de Cristo. (Apo
7:17; 22:1, 2.) Si demuestran ser fieles a Jehová durante la prueba final que
les sobrevendrá al final de los mil años, sus nombres permanecerán escritos en
el libro de la vida, lo que significa que Dios finalmente los declarará o
considerará justos en toda la extensión de la palabra.
Dios prueba que es
justo en todos sus actos. Se ha podido comprobar que en sus tratos con los
humanos imperfectos Dios jamás ha violado sus propias normas de rectitud y
justicia. No ha imputado justicia a humanos pecadores sobre la base de los
méritos que estos pudieran tener, pues esto hubiese supuesto una aprobación
tácita del pecado. (Sl 143:1, 2.) El apóstol Pablo explicó al respecto: “Todos
han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios, y es como dádiva gratuita que por
su bondad inmerecida se les está declarando justos mediante la liberación por
el rescate pagado por Cristo Jesús. Dios lo presentó como ofrenda para
propiciación mediante fe en su sangre. Esto fue con el fin de exhibir su propia
justicia, porque estaba perdonando los pecados que habían ocurrido en el pasado
mientras Dios estaba ejerciendo longanimidad; para exhibir su propia justicia en
esta época presente, para que él sea justo hasta al declarar justo al hombre
que tiene fe en Jesús”. (Ro 3:23-26.) De esa manera, Dios ha proporcionado por
su bondad inmerecida un marco legal, sobre la base del sacrificio de Cristo,
mediante el cual puede perdonar los pecados de los que ejercen fe con completa
justicia y rectitud.
Intentos humanos por
probarse a sí mismos justos.
Ya que solo Dios puede declarar justa a una
persona, carece de valor el que alguien intente probar que es justo por méritos
propios o porque otros le juzguen justo. Por ejemplo, a Job se le censuró
porque, si bien no culpaba a Dios de mal alguno, declaraba “justa su propia
alma más bien que a Dios”. (Job 32:1, 2.) Por otra parte, el hombre versado en
la Ley que le preguntó a Jesús por el camino a la vida eterna fue censurado
indirectamente por intentar probar que era justo. (Lu 10:25-37.) Jesús también
condenó a los fariseos por declararse a sí mismos justos delante de los
hombres. (Lu 16:15.) Más tarde, el apóstol Pablo mostró que debido a la
condición imperfecta y pecaminosa de la humanidad, nadie podía considerarse a
sí mismo justo, ni siquiera podían ser declarados justos quienes adujesen que
cumplían con la ley mosaica. (Ro 3:19-24; Gál 3:10-12.) Más bien, recalcó que
la fe en Cristo Jesús es la única base sobre la que ser declarados justos. (Ro
10:3, 4.) La carta inspirada de Santiago complementa el argumento de Pablo,
pues Santiago arguye que son las obras de fe, como las de Abrahán y Rahab, no
las obras propias de la Ley, las que dan prueba de que la fe está viva. (Snt
2:24, 26.)
En el primer siglo hubo
hombres que, diciéndose apóstoles, cuestionaron sin fundamento alguno el
apostolado y las obras cristianas de Pablo, procurando atraer hacia sí mismos a
los miembros de la congregación corintia. (2Co 11:12, 13.) Pablo, consciente de
que estaba desempeñando fielmente la mayordomía que Cristo le había
encomendado, dijo que no le preocupaba el juicio de hombres que sin autoridad
alguna se erigían en “tribunal humano” para juzgarle; ni siquiera confiaba en
el juicio que él pudiese hacer de sí mismo, solo Jehová podía ser su juez. (1Co
4:1-4.) De esto se deriva el siguiente principio: los criterios humanos sobre
la condición justa o injusta del hombre no son fiables, a menos que tengan el
respaldo de la Palabra de Dios. La persona debe acudir a dicha Palabra y
dejarse escudriñar por ella. (Heb 4:12.) Sin embargo, cuando un hermano
cristiano sobre todo un anciano censura a otro sobre una base bíblica sólida,
no se debería desestimar la censura recurriendo a la autojustificación. (Pr
12:1; Heb 12:11; 13:17.) Por su parte, Dios condenará a aquel que desde una
posición autorizada intervenga como juez en una controversia y pronuncie “justo
al inicuo a cambio de un soborno”. (Isa 5:23; Snt 2:8, 9.)
¡Maranatha! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
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