} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ROMANOS 4; 1-25

domingo, 12 de junio de 2016

ROMANOS 4; 1-25

 (En el día de hoy tuve el privilegio de escuchar la Palabra de Dios en la Biblia a través de un siervo de Dios, de un modo sencillo y profundamente claro en la Iglesia Evangélica de Téis en Vigo. El predicador expositivo fue D. Luis Contreras. 
Las notas que he tomado me ha parecido oportuno escribirlas en este humilde blog para que sirvan de edificación espiritual para todos aquellos que lo visiten).
Para enfrentar los puntos de vista de los judíos, el apóstol se refiere primero al ejemplo de Abraham, en quien se gloriaban los judíos como su antepasado de mayor renombre. Por exaltado que fuese en diversos aspectos, no tenía nada de qué jactarse en la presencia de Dios, siendo salvo por gracia por medio de la fe, como los demás. Sin destacar los años que pasaron antes de su llamado y los momentos en que falló su obediencia, y aun su fe, la Escritura estableció expresamente que: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” Génesis 15, 6.
Los judíos se sentían orgullosos de llamarse hijos de Abraham. Pablo mencionó a Abraham como un buen ejemplo de alguien salvo por fe. Para recalcar la fe, Pablo no dice que las leyes de Dios sean menos importantes, pero es imposible ser salvos simplemente por obedecerlas.  
  Si una persona pudiera ganarse el favor de Dios siendo buena, la concesión de este regalo no sería voluntaria, sino obligatoria. La autoconfianza en este sentido es vana: todo lo que podemos hacer es cobijarnos con la misericordia y la gracia de Dios.
  Cuando algunas personas se enteran de que Dios nos salva mediante la fe, empiezan a inquietarse. "¿Tengo suficiente fe?", se preguntan. "¿Es mi fe suficientemente sólida para salvarme?" Están confundidas. Jesucristo es el que nos salva, no nuestros sentimientos ni nuestras obras. Por débil que sea nuestra fe, Él es suficiente para salvarnos. Jesús nos ofrece la salvación gratuitamente porque nos ama, no porque la hayamos ganado mediante una fe poderosa. ¿Cuál es entonces el papel de la fe?
 Fe es creer y confiar en Jesucristo y aceptar el don maravilloso de la salvación. Se observa a partir de este ejemplo que si un hombre pudiera obrar toda medida exigida por la ley, la recompensa sería considerada deuda, que evidentemente no fue el caso de Abraham, puesto que la fe le fue contada por justicia. Cuando los creyentes somos justificados por la fe, “nos es contado por justicia”, pero la fe no nos  justifica como parte, pequeña o grande, de la justicia propia, sino como medio designado de unirnos a Aquel que escogió el nombre por el cual debe llamársele: “Jehová Justicia nuestra”. ¿Qué hacemos con la culpa?
 El rey David cometió pecados terribles: adulterio, homicidio, mentiras, y aun así experimentó el gozo del perdón. Nosotros también podemos experimentarlo cuando: (1) dejamos de negar nuestra culpabilidad y reconocemos que hemos pecado, (2) reconocemos nuestra culpa ante Dios y pedimos su perdón, y (3) desechamos la culpa y creemos que Dios nos ha perdonado. Esto puede ser difícil, sobre todo cuando el pecado ha echado raíces y se ha enraizado por años, cuando es muy serio o cuando involucra a otro. Debemos recordar que Jesús quiere y está dispuesto a perdonar todos los pecados. Si tomamos en cuenta el alto precio que El pagó en la cruz, es arrogancia pensar que algún pecado nuestro sea demasiado grande para que Él lo perdone. Aunque nuestra fe sea débil, nuestra conciencia sea sensible y los recuerdos nos atormenten, la Palabra de Dios declara que pecado confesado es pecado perdonado   .
La gente perdonada es la única gente bendecida.
  La circuncisión era una señal externa de que los judíos eran el pueblo escogido de Dios. La circuncisión de todos los niños judíos marcaba su separación de las naciones que adoraban a todo tipo de dioses.  Los ritos no le aportaron recompensa alguna a Abraham, Dios le bendijo antes de implementarse la ceremonia de la circuncisión. Claramente surge de la Escritura que Abraham fue justificado varios años antes de su circuncisión. Por tanto, es evidente que este rito no era necesario para la justificación. Era una señal de la corrupción original de la naturaleza humana. Y era una señal y un sello exterior concebido no solo para ser la confirmación de las promesas que Dios le había dado a él y a su descendencia, y de la obligación de ellos de ser del Señor, sino para asegurarle de igual modo que ya era un verdadero partícipe de la justicia de la fe. Abraham es, de este modo, el antepasado espiritual de todos los creyentes que anduvieron según el ejemplo de su obediencia de fe. El sello del Espíritu Santo en nuestra santificación, al hacernos nuevas criaturas, es la evidencia interior de la justicia de la fe. Abraham halló el favor de Dios por la fe solamente, antes de ser circuncidado. Génesis 12:1-4 nos relata que Dios llamó a Abraham a los setenta y cinco años de edad; la ceremonia de la circuncisión comenzó cuando tenía noventa y nueve (Génesis 17:1-14). Las ceremonias y rituales sirven de recordatorio de nuestra fe e instruyen a los nuevos y jóvenes creyentes. No debiéramos pensar que nos conceden algún mérito especial delante de Dios. Son señales externas de un cambio interno de corazón y actitud. El centro de nuestra fe debe ser Cristo y su obra salvadora, no las obras nuestras. Pablo explica que Abraham agradó a Dios solo por la fe, cuando ni siquiera había oído de los rituales que serían tan importantes para el pueblo judío. Nuestra salvación es solo por fe. No es por amar a Dios ni hacer buenas obras. No es por fe más amor, ni tampoco por fe más las buenas obras. Somos salvos solo mediante la fe en Cristo, confiados en que Él nos perdona todos nuestros pecados
 La promesa (o pacto) que Dios le dio a Abraham afirmaba que sería padre de muchas naciones (Génesis 17:2-4) y que todo el mundo recibiría bendición a través de él (Génesis 12:3). Esta promesa se cumplió en Jesucristo. Jesús era de la descendencia de Abraham y en verdad el mundo entero recibió bendición mediante El.  Abraham nunca dudó de que Dios cumpliría su promesa. Su vida estuvo marcada con errores, pecados y fallas así como con sabiduría y bondad, pero siempre confió en Dios. Su vida es un ejemplo de fe en acción. Si hubiera puesto los ojos en sus recursos para sojuzgar Canaán y fundar una nación, hubiera caído en la desesperación. Pero puso sus ojos en Dios, le obedeció y esperó a que El cumpliera su palabra.
Como Dios tenía la intención de dar a los hombres un título de las bendiciones prometidas, así designó que fuera por la fe, para que sea totalmente por gracia, para asegurársela a todos los que eran de la misma fe preciosa de Abraham, fueran judíos o gentiles de todas las épocas. La justificación y la salvación de los pecadores, el tomar para sí a los gentiles que no habían sido pueblo, fue un llamamiento de gracia de las cosas que no son como si fueran, y esto de dar ser a las cosas que no eran, prueba el poder Omnipotente de Dios.
  Creyó el testimonio de Dios y esperó el cumplimiento de su promesa, con una firme esperanza cuando el caso parecía sin esperanzas. Es debilidad de la fe lo que hace que el hombre se agobie por las dificultades del camino hacia una promesa. Abraham no la consideró como tema que admitiera discusión ni debate. La incredulidad se halla en el fondo de todos nuestras dudas de las promesas de Dios. El poder de la fe se demuestra en su victoria sobre los temores. Dios honra la fe y la gran fe honra a Dios.
Le fue contada por justicia. La fe es una gracia que, entre todas las demás, da gloria a Dios. La fe es, claramente, el instrumento por el cual recibimos la justicia de Dios, la redención que es en Cristo; y aquello que es el instrumento por el cual la tomamos o recibimos, no puede ser la cosa misma, ni puede ser así tomado y recibido el don. La fe de Abraham no lo justificó por mérito o valor propio, sino al darle una participación en Cristo.
La historia de Abraham y de su justificación quedó escrita para enseñar a los hombres de todas las épocas posteriores, especialmente a los que, entonces, se les daría a conocer el evangelio. Es claro que no somos justificados por el mérito de nuestras propias obras, sino por la fe en Jesucristo y su justicia; que es la verdad que se enfatiza en este capítulo y el anterior como la gran fuente y fundamento de todo consuelo. Cristo obró meritoriamente nuestra justificación y salvación por su muerte y pasión, pero el poder y la perfección de esas, con respecto a nosotros, depende de su resurrección. Por su muerte pagó nuestra deuda, en su resurrección recibió nuestra absolución. Cuando Él fue absuelto, nosotros en Él y junto con Él recibimos el descargo de la culpa y del castigo de todos nuestros pecados.  
  Cuando creemos, ocurre un cambio. Damos a Cristo nuestros pecados y Él nos da justicia y perdón (2 Corintios 5:21). No hay nada que podamos hacer para ganarlo. Solo a través de Cristo recibimos la justicia de Dios. ¡Qué oferta más increíble para nosotros! Muchos aún no la toman en cuenta y siguen "disfrutando" su pecado.

¡Maranatha!

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