(En el día de hoy tuve el privilegio de escuchar la Palabra de Dios en la Biblia a través de un siervo de Dios, de un modo sencillo y profundamente claro en la Iglesia Evangélica de Téis en Vigo. El predicador expositivo fue D. Luis Contreras.
Las notas que he tomado me ha parecido oportuno escribirlas en este humilde blog para que sirvan de edificación espiritual para todos aquellos que lo visiten).
Para
enfrentar los puntos de vista de los judíos, el apóstol se refiere primero al
ejemplo de Abraham, en quien se gloriaban los judíos como su antepasado de
mayor renombre. Por exaltado que fuese en diversos aspectos, no tenía nada de
qué jactarse en la presencia de Dios, siendo salvo por gracia por medio de la
fe, como los demás. Sin destacar los años que pasaron antes de su llamado y los
momentos en que falló su obediencia, y aun su fe, la Escritura estableció
expresamente que: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” Génesis 15, 6.
Los
judíos se sentían orgullosos de llamarse hijos de Abraham. Pablo mencionó a
Abraham como un buen ejemplo de alguien salvo por fe. Para recalcar la fe,
Pablo no dice que las leyes de Dios sean menos importantes, pero es imposible
ser salvos simplemente por obedecerlas.
Si una
persona pudiera ganarse el favor de Dios siendo buena, la concesión de este
regalo no sería voluntaria, sino obligatoria. La autoconfianza en este sentido
es vana: todo lo que podemos hacer es cobijarnos con la misericordia y la
gracia de Dios.
Cuando
algunas personas se enteran de que Dios nos salva mediante la fe, empiezan a
inquietarse. "¿Tengo suficiente fe?", se preguntan. "¿Es mi fe
suficientemente sólida para salvarme?" Están confundidas. Jesucristo es el
que nos salva, no nuestros sentimientos ni nuestras obras. Por débil que sea
nuestra fe, Él es suficiente para salvarnos. Jesús nos ofrece la salvación
gratuitamente porque nos ama, no porque la hayamos ganado mediante una fe
poderosa. ¿Cuál es entonces el papel de la fe?
Fe es creer y confiar en Jesucristo y aceptar
el don maravilloso de la salvación. Se observa a partir de este ejemplo que si
un hombre pudiera obrar toda medida exigida por la ley, la recompensa sería
considerada deuda, que evidentemente no fue el caso de Abraham, puesto que la
fe le fue contada por justicia. Cuando los creyentes somos justificados por la
fe, “nos es contado por justicia”, pero la fe no nos justifica como parte, pequeña o grande, de la
justicia propia, sino como medio designado de unirnos a Aquel que escogió el
nombre por el cual debe llamársele: “Jehová Justicia nuestra”. ¿Qué hacemos con
la culpa?
El rey David cometió pecados terribles:
adulterio, homicidio, mentiras, y aun así experimentó el gozo del perdón. Nosotros
también podemos experimentarlo cuando: (1) dejamos de negar nuestra
culpabilidad y reconocemos que hemos pecado, (2) reconocemos nuestra culpa ante
Dios y pedimos su perdón, y (3) desechamos la culpa y creemos que Dios nos ha
perdonado. Esto puede ser difícil, sobre todo cuando el pecado ha echado raíces
y se ha enraizado por años, cuando es muy serio o cuando involucra a otro.
Debemos recordar que Jesús quiere y está dispuesto a perdonar todos los
pecados. Si tomamos en cuenta el alto precio que El pagó en la cruz, es
arrogancia pensar que algún pecado nuestro sea demasiado grande para que Él lo
perdone. Aunque nuestra fe sea débil, nuestra conciencia sea sensible y los
recuerdos nos atormenten, la Palabra de Dios declara que pecado confesado es
pecado perdonado .
La
gente perdonada es la única gente bendecida.
La circuncisión era una señal externa de que
los judíos eran el pueblo escogido de Dios. La circuncisión de todos los niños
judíos marcaba su separación de las naciones que adoraban a todo tipo de dioses.
Los ritos no le aportaron recompensa
alguna a Abraham, Dios le bendijo antes de implementarse la ceremonia de la circuncisión.
Claramente surge de la Escritura que Abraham fue justificado varios años antes
de su circuncisión. Por tanto, es evidente que este rito no era necesario para
la justificación. Era una señal de la corrupción original de la naturaleza
humana. Y era una señal y un sello exterior concebido no solo para ser la
confirmación de las promesas que Dios le había dado a él y a su descendencia, y
de la obligación de ellos de ser del Señor, sino para asegurarle de igual modo
que ya era un verdadero partícipe de la justicia de la fe. Abraham es, de este
modo, el antepasado espiritual de todos los creyentes que anduvieron según el
ejemplo de su obediencia de fe. El sello del Espíritu Santo en nuestra
santificación, al hacernos nuevas criaturas, es la evidencia interior de la
justicia de la fe. Abraham halló el favor de Dios por la fe solamente, antes de
ser circuncidado. Génesis 12:1-4 nos relata que
Dios llamó a Abraham a los setenta y cinco años de edad; la ceremonia de la
circuncisión comenzó cuando tenía noventa y nueve (Génesis
17:1-14). Las ceremonias y rituales sirven de recordatorio de nuestra fe
e instruyen a los nuevos y jóvenes creyentes. No debiéramos pensar que nos
conceden algún mérito especial delante de Dios. Son señales externas de un
cambio interno de corazón y actitud. El centro de nuestra fe debe ser Cristo y
su obra salvadora, no las obras nuestras. Pablo explica que Abraham agradó a
Dios solo por la fe, cuando ni siquiera había oído de los rituales que serían
tan importantes para el pueblo judío. Nuestra salvación es solo por fe. No es
por amar a Dios ni hacer buenas obras. No es por fe más amor, ni tampoco por fe
más las buenas obras. Somos salvos solo mediante la fe en Cristo, confiados en
que Él nos perdona todos nuestros pecados
La promesa (o pacto) que Dios le dio a Abraham
afirmaba que sería padre de muchas naciones (Génesis 17:2-4)
y que todo el mundo recibiría bendición a través de él (Génesis 12:3). Esta promesa se cumplió en Jesucristo. Jesús era de
la descendencia de Abraham y en verdad el mundo entero recibió bendición
mediante El. Abraham nunca dudó de que
Dios cumpliría su promesa. Su vida estuvo marcada con errores, pecados y fallas
así como con sabiduría y bondad, pero siempre confió en Dios. Su vida es un
ejemplo de fe en acción. Si hubiera puesto los ojos en sus recursos para
sojuzgar Canaán y fundar una nación, hubiera caído en la desesperación. Pero
puso sus ojos en Dios, le obedeció y esperó a que El cumpliera su palabra.
Como
Dios tenía la intención de dar a los hombres un título de las bendiciones
prometidas, así designó que fuera por la fe, para que sea totalmente por
gracia, para asegurársela a todos los que eran de la misma fe preciosa de
Abraham, fueran judíos o gentiles de todas las épocas. La justificación y la
salvación de los pecadores, el tomar para sí a los gentiles que no habían sido
pueblo, fue un llamamiento de gracia de las cosas que no son como si fueran, y
esto de dar ser a las cosas que no eran, prueba el poder Omnipotente de Dios.
Creyó
el testimonio de Dios y esperó el cumplimiento de su promesa, con una firme
esperanza cuando el caso parecía sin esperanzas. Es debilidad de la fe lo que
hace que el hombre se agobie por las dificultades del camino hacia una promesa.
Abraham no la consideró como tema que admitiera discusión ni debate. La
incredulidad se halla en el fondo de todos nuestras dudas de las promesas de
Dios. El poder de la fe se demuestra en su victoria sobre los temores. Dios
honra la fe y la gran fe honra a Dios.
Le
fue contada por justicia. La fe es una gracia que, entre todas las demás, da
gloria a Dios. La fe es, claramente, el instrumento por el cual recibimos la
justicia de Dios, la redención que es en Cristo; y aquello que es el
instrumento por el cual la tomamos o recibimos, no puede ser la cosa misma, ni
puede ser así tomado y recibido el don. La fe de Abraham no lo justificó por
mérito o valor propio, sino al darle una participación en Cristo.
La
historia de Abraham y de su justificación quedó escrita para enseñar a los
hombres de todas las épocas posteriores, especialmente a los que, entonces, se
les daría a conocer el evangelio. Es claro que no somos justificados por el
mérito de nuestras propias obras, sino por la fe en Jesucristo y su justicia;
que es la verdad que se enfatiza en este capítulo y el anterior como la gran
fuente y fundamento de todo consuelo. Cristo obró meritoriamente nuestra
justificación y salvación por su muerte y pasión, pero el poder y la perfección
de esas, con respecto a nosotros, depende de su resurrección. Por su muerte
pagó nuestra deuda, en su resurrección recibió nuestra absolución. Cuando Él
fue absuelto, nosotros en Él y junto con Él recibimos el descargo de la culpa y
del castigo de todos nuestros pecados.
Cuando
creemos, ocurre un cambio. Damos a Cristo nuestros pecados y Él nos da justicia
y perdón (2 Corintios 5:21). No hay nada que
podamos hacer para ganarlo. Solo a través de Cristo recibimos la justicia de
Dios. ¡Qué oferta más increíble para nosotros! Muchos aún no la toman en cuenta
y siguen "disfrutando" su pecado.
¡Maranatha!
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