} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LUCAS 12 ; 6-7

lunes, 13 de junio de 2016

LUCAS 12 ; 6-7



  ¿A qué conducen el romanismo, el semi-romanismo,  tantas denominaciones y tantos ritos, tantas ceremonias, tantas predicaciones humanistas, tanto adornar de las iglesias? ¿Qué es todo eso sino la levadura de los fariseos en distintas  formas? La raza de los fariseos no ha desaparecido. El fariseísmo todavía existe.
Si no queremos convertirnos en fariseos cultivemos la religión verdadera para que ponga en acción nuestro corazón. Recordemos todos los días que el Dios a quien adoramos por medio de su Hijo Jesucristo descubre lo que está debajo de nuestra exterioridad, y que nos mide por el estado de nuestro corazón.
Seamos sinceros y fieles en la práctica de nuestros deberes como cristianos. Aborrezcamos todo doblez, toda afectación y  toda esa devoción que se finge en las funciones públicas y que realmente no se siente. Con ella podemos engañar al  hombre y adquirir la reputación de ser muy religiosos, pero no podemos engañar a Dios. "No hay nada oculto que no so  haya de revelar." Cualquiera que sea nuestro credo religioso no usemos manto o máscara.
Me llama la atención en estos versículos el regaño hecho por Jesús respecto del temor al  hombre. "No tengáis miedo," dice, "de los que matan el cuerpo, y después no tienen más que hagan." Pero esto no es  todo; no solo nos dice a quién no debemos temer, sino a quién debemos temer: "Temed a aquel que después que hubiere  muerto, tiene potestad de echar en el infierno: de cierto os digo: A este temed." El modo como Jesús hizo la admonición  es muy notable y solemne. Dos veces repite la exhortación: "Temed a aquel....de cierto os digo: Á este temed...
El temor al hombre es uno de los mayores obstáculos que obstruyen el camino del cielo. "¿Qué dirán los hombres de mí?"  "¿Qué pensarán?" "¿Qué me harán?" ¡Cuántas veces estas preguntas, al parecer insignificantes, no han decidido la suerte  del alma y mantenido a los hombres atados de pies y manos por el pecado y el demonio! Muchos hay que no tendrían  miedo de  atacar una fortificación o de hacer frente a un león, y que no obstante, no se atreven a hacerse el blanco de la  irrisión de sus parientes, vecinos y amigos. Ahora bien, si el temor al hombre tiene tanto influjo en nuestros días, ¡cuánto  más no tendría en la época en que nuestro Señor habitó sobre la tierra! Si es difícil hoy seguir a Cristo a despecho del  ridículo y de la calumnia, ¡cuánto más difícil no debió haber sido cuando sus discípulos estaban expuestos a ser  encarcelados, apaleados, azotados y asesinados! Nuestro Señor Jesucristo sabía bien todo esto, qué mucho que gritara: "  ¡No temáis!
Pero ¿cuál es el mejor antídoto contra el temor al hombre? ¿De qué manera hemos de vencer esa fuerte emoción y  quebrantar las cadenas con que nos ata? No hay ninguno mejor que el que nos recomienda nuestro Señor. Ese remedio  consiste en reemplazar el temor al hombre con una emoción más elevada: el temor a Dios. Debemos dirigir nuestras  miradas más allá de los que pueden dañar el cuerpo y contemplar a Aquel que tiene poder sobre el alma. Debemos dirigir  nuestras miradas más allá de los que pueden perjudicarnos en la vida presente y fijar los ojos en Aquel que, puede en la  otra vida condenarnos a miseria eterna. Centrados, de este gran principio jamás nos conduciremos como cobardes.
Viendo a Aquel que es invisible, el temor más pequeño desaparece ante el más grande. "Yo temo a Dios,  y por lo tanto no temo a ningún otro ser."

Lo último que me llama la atención en el pasaje citado es las palabras que pronunció nuestro Señor para consuelo de  los creyentes que eran perseguidos. El hizo presente que Dios vela benignamente sobre las criaturas más pequeñas: "Ni  un pajarillo está olvidado delante de Dios." Y continuó con la aseveración de que todos gozan del mismo cuidado  paternal: " Aun los cabellos de vuestra cabeza todos están contados." Nada absolutamente puede sucederle a un creyente  sin el mandato o permiso de Dios.
Que Dios gobierna con su sabiduría todo cuanto existe en este mundo, es una verdad de la cual los filósofos griegos y  romanos no tenían idea, y que ha sido revelada de una manera especial en la Palabra de Dios.
 A la manera que el telescopio y  el microscopio nos revelan que hay orden y plan en todas las obras de Dios, desde el planeta más grande hasta el insecto  más pequeño, la Biblia nos enseña que hay una sabiduría, un orden y un propósito que rigen todos los actos de nuestra  vida diaria. No existe lo que se llama "casualidad," " suerte" o " acaso " en la peregrinación del cristiano. Todo ha sido  ordenado y dispuesto por Dios; y " todas las cosas obran juntamente para bien del cristiano."
Si profesamos creer en Jesús, procuremos descubrir la mano de Dios en todo lo que nos acontece, y hagamos por sentir  que El gobierna todos nuestros pasos. Una fe práctica de esta especie, avivada de día en día, es uno de los grandes  secretos de la felicidad y un antídoto contra la murmuración y el descontento. Cuando nos sobrevengan sufrimientos y  desgracias, es de nuestro deber creer que todo está bien y ha sido sabiamente dispuesto. Cuando nos veamos atacados de  enfermedades, debemos considerar que hay alguna razón para ello. Digamos interiormente: " Dios podría librarme de  estas desgracias si lo tuviera á bien; pero, puesto que no lo hace, esas desgracias son seguramente para mi provecho.
Permaneceré quieto y las sobrellevaré con paciencia. 'tengo un concierto perpetuo, ordenado en todas las cosas y seguro.  Lo que le agrada a Dios me agradará a mí...

¡Maranatha! ¡ Si, ven Señor Jesús!

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