} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: MARCOS 4; 37-39

miércoles, 15 de junio de 2016

MARCOS 4; 37-39

 Marcos 4; 37  Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. 
 38  Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?

39  Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. 

En estos versículos de la Palabra de Dios en la Biblia, se nos describe una borrasca en el mar de Galilea, cuando Nuestro Señor y sus discípulos lo iban cruzando, y el milagro que hizo el Señor  calmando en un momento la borrasca. Pocos milagros de los que nos refieren los Evangelios debieron producir en el espíritu de los apóstoles más impresión  que este. Cuatro de ellos, al menos, eran pescadores. Pedro, Andrés, Santiago y Juan, conocían probablemente desde su juventud el mar de Galilea y sus  tormentas. Pocos acontecimientos de los que tuvieron lugar en las diversas excursiones de nuestro Señor contienen una instrucción más abundosa que el que  se nos relata en este pasaje.
Aprendemos, en primer lugar, que los servidores de Cristo no están exentos de tormentas durante su servicio. Ved a los doce discípulos en la senda del deber,  siguiendo con gran obediencia a Jesús por do quiera que iba; diariamente lo asisten en su ministerio y escuchan su palabra, diariamente dan testimonio al  mundo, y proclaman que a pesar de los escribas y fariseos piensan, ellos, creían en Jesús, lo amaban, y no se avergonzaban de darlo todo por El; y, sin  embargo, ved a esos mismos hombres angustiados, juguetes de la tempestad, y en peligro de ahogarse.
Fijémonos bien en esta lección. Si somos verdaderos cristianos no debemos esperar que nuestro viaje al cielo sea muy tranquilo y suave. No debe  sorprendernos tener que sufrir como los demás hombres, enfermedades, pérdidas, aflicciones y desengaños. Dios nos ha prometido perdón gratuito y  completo, gracia durante el viaje y Gloria al fin; pero no que no tendremos aflicciones. Nos ama demasiado para hacernos semejante promesa. Por medio de  las tribulaciones nos enseña muchas lecciones preciosas que sin ellas nunca aprenderíamos. Con las tribulaciones nos muestra nuestra nulidad y nuestros  vacíos, nos atrae al trono de la gracia, purifica nuestros afectos, nos va separando del mundo y llevándonos para el cielo. Todos diremos el día de la  resurrección, "Fue un bien para mi verme afligido" Daremos gracias a Dios por las borrascas que hayamos corrido.
Aprendemos, en segundo lugar, que nuestro Señor Jesucristo fue hombre real y verdadero. Se nos dice en estos versículos que cuando la tormenta comenzó y  las olas batían el bajel, estaba en la popa "dormido." Tenía un cuerpo exactamente como el nuestro, que sentía hambre, sed, dolor, cansancio y que necesitaba  reposo. No es de admirarse que su cuerpo en aquellos momentos demandase descanso, pues había estado todo el día muy diligente ocupándose de los  negocios de su Padre. Había estado predicando al aire libre a grandes multitudes, no es de extrañar que "cuando llegó la tarde" y concluyó su tarea, se quedase  "dormido".
Fijémonos también nuestra atención en esta enseñanza. El Salvador, en quien se nos manda confiar, es realmente hombre y Dios. Conoce las pruebas del  hombre porque las ha experimentado, y puede comprendernos cuando a El clamamos por ayuda desde este mundo de angustias. Es el Salvador que para su  consuelo necesitan, día y noche, seres de constituciones exhaustas y cabezas ardientes que viven en un mundo de congojas. "No tenemos un gran sacerdote  que no pueda conmoverse con el sentimiento de nuestras debilidades".
Aprendemos, en tercer lugar, que nuestro Señor Jesucristo es, como Dios, omnipotente. Lo vemos en estos versículos haciendo lo que es milagroso: habla a  los vientos y lo obedecen; se dirige a las olas y se someten a sus órdenes; cambia una tormenta furiosa en calma con unas pocas palabras: "Calla, enmudece".
Estas palabras eran las de Aquel que creó al principio todas las cosas. Los elementos conocías la voz de su Señor, y, como siervos obedientes, luego se  aquietaron.
Marquemos también esta lección y guardémosla como un tesoro en nuestras almas. Nada es imposible para nuestro Señor Jesucristo; no hay borrasca de  pasiones, por fuertes que sean, que no dome; ni genio, por violento y áspero que sea, que no cambie. No hay conciencia, por turbada que se encuentre, que no  apacigüe y calme. Ningún hombre debe jamás desesperar, pues bástele domeñar su orgullo, y acercarse humillado a Cristo confesando sus pecados. Cristo  puede hacer milagros en su corazón. Ningún hombre debe perder la esperanza de llegar al término de su viaje, si una vez confió su alma a la guarda de Cristo;  El lo librará de todos los peligros y le hará vencer a todos sus enemigos. ¿Qué importa que nuestros parientes se nos opongan, que nuestros vecinos se burlen  de nosotros o nos deprecien, que nuestra posición sea dura, y nuestras tentaciones grandes? Todo eso es nada, si Cristo está de nuestra parte, y estamos con El  en la nave. Más grande es El que está por nosotros, que todos los que están contra nosotros.
Finalmente, aprendemos en este pasaje que nuestro Señor Jesucristo es excesivamente sufrido y compasivo con su pueblo. Vemos a los discípulos en esta  ocasión manifestando una gran falta de fe, y dominados por lo más infundados temores. Se olvidaron de los milagros de su Maestro y del interés que por ellos  se había tomado en tiempos pasados; no veían otra cosa que el peligro del momento. Despertaron apresuradamente al Señor Jesús y exclamaron,  "¿No te importa que perezcamos?" Vemos a nuestro Señor tratarlos dulce y tiernamente: no los reprocha con amargura; no los amenaza con despedirlos a  causa de su incredulidad; tan solo les dirige esta tierna pregunta, ¿Por qué teméis? ¿Cómo es que no tenéis fe? Recordemos bien esta lección. El Señor Jesús es muy compasivo y tierno en su misericordia. "Como un Padre compadece a sus hijos, así el Señor compadece  a los que le temen" . No trata a los creyentes según sus pecados, ni los premia según sus iniquidades; ve su debilidad; comprende sus flaquezas;  ve las deficiencias todas de su fe, de su esperanza, de su amor y de su valor, y sin embargo, no los lanza lejos de sí; los soporta; los ama hasta el fin; los  levanta cuando caen; los dirige por el buen camino cuando yerran. Su paciencia, como su amor, es una paciencia incomprensible. Cuando ve que el corazón es  recto, se complace en perdonar muchas faltas.
Al concluir estos versículos llevamos en nosotros el consolador recuerdo, que Jesús no ha cambiado. Tiene aún el mismo corazón que cuando cruzó el mar de  Galilea y aplacó la tormenta. Sentado en el cielo, a la diestra de Dios, Jesús simpatiza aún con su pueblo, y es aún sufrido, compasivo y omnipotente. Seamos  más caritativos y sufridos con nuestros hermanos en la fe. Podrán errar en muchas cosas, pero si decimos de veras que nos dirigimos a Cristo y creemos en El,  debemos consolarnos. La cuestión que nuestra conciencia debe contestar no es esta: "¿Somos los ángeles? ¿Somos perfectos como cuando estemos en el  cielo?! Esta es la cuestión: "¿Nos acercamos real y verdadramente a Cristo? ¿Nos arrepentimos verdaderamente y tenemos fe?.

¡ Maranatha! ¡ Si, ven Señor Jesús! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario