Salmo 90:1-17 Oración
de Moisés Varón de Dios. Señor, tú nos has sido refugio en generación y en
generación.
Antes que naciesen los montes y formases la
tierra y el mundo, y desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.
Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, y dices: Convertíos, hijos de
los hombres.
Porque mil años delante de tus ojos, son como el día de ayer, que pasó, y como la vela de la noche.
Los haces pasar como avenida de aguas; son como sueño; a la mañana está fuerte
como la yerba,
que
a la mañana florece, y crece; a la tarde es cortada, y se seca.
Porque con tu furor somos consumidos, y con
tu ira somos conturbados.
Pusiste nuestras maldades delante de ti,
nuestros yerros a la lumbre de tu rostro.
Porque todos nuestros días declinan a causa
de tu ira; acabamos nuestros años según la palabra.
Los días de nuestra edad son setenta años; y
de los más valientes, ochenta años, y su fortaleza es molestia y trabajo; porque es cortado presto, y volamos.
¿Quién conoce la fortaleza de tu ira? Que tu
ira no es menor que nuestro temor.
Para contar nuestros días haznos saber así,
y traeremos al corazón sabiduría.
Vuélvete a nosotros, oh SEÑOR: ¿hasta cuándo? Y aplácate para con tus
siervos.
Sácianos de mañana de tu misericordia; y
cantaremos, y nos alegraremos todos nuestros días.
Alégranos conforme a los días que nos
afligiste, y los años en que
vimos el mal.
Aparezca en tus siervos tu obra, y tu gloria
sobre sus hijos.
Y sea la hermosura del SEÑOR nuestro Dios
sobre nosotros; y enderezca sobre nosotros la obra de nuestras manos, la obra
de nuestras manos enderezca.
(La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)
Éste Salmo es una oración de Moisés contrastando las flaquezas del hombre
con la eternidad de Dios, el escritor lo llora como el castigo del pecado, e
implora el retorno del favor divino. No hay situación que encaje mejor con este
Salmo que la de Moisés durante los años agobiantes de alejamiento divino (Números 14:34). Es un Salmo hermoso, conmovedor y realista,
que encara nuestras inseguridades y nos ofrece una solución y una esperanza.
Estos versículos comienzan con una referencia al
tiempo en que se fija la vida humana, de
generación en generación, y termina con la extensión eterna de la vida
de Dios desde la eternidad hasta la
eternidad. Con este panorama del tiempo y la eternidad contamos con una
dirección fija. El “ha probado ser nuestra morada”. Unidos a él, gozamos de
permanencia. ¡Con cuánto sentimiento pudiera Moisés haber dicho esto!
El favor y
la protección de Dios son el único reposo y consuelo seguro del alma en este
mundo vil. Cristo Jesús es el refugio y la morada en la cual podemos
recogernos.
Somos criaturas moribundas, todas nuestras
consolaciones en el mundo están moribundas, pero Dios es el Dios eterno y los
creyentes lo hallan como tal. La mente humana no alcanza la trascendencia
ilimitada de Dios tanto en tiempo como en poder y en espacio. Este es el Dios
que ha sido fiel en nuestra experiencia y a través de generaciones.
Durante 40 años Moisés observó con tristeza cómo
el tiempo, cual arroyo que constantemente se lleva el agua, se ha ido llevando
a todos sus hijos (Números 14:23, 29; Deuteronomio.
2:14–16) y reconoció detrás de lo que vio la temible realidad de la ira
de Dios contra el pecado. Pero la verdad que expresó se aplica a toda la
humanidad: amenazada por la inestabilidad
y destrozada por la ira. Es por la acción de Dios que sufrimos la
inseguridad de lo transitorio. Es por su mandato (Génesis
3:19) que volvemos al polvo, un destino inescapable, pues
aun los que vivían cerca de un milenio (Génesis.
5) morían como los demás y para todos por igual el pasto nuevo de la
mañana es la vegetación seca del atardecer.
¿Por qué
debe ser así? ¿Por qué una especie destinada a comer del árbol de la vida y
vivir para siempre (Génesis. 2:16; 3:22) se
deshace en polvo y duerme en la muerte? El porque al principio del versículo 7
da la respuesta: ¡furor … ira
divina contra maldades … pecados secretos,
ira! ¿Es sencillamente el producto de un espíritu incurablemente melancólico
decir que la vida termina con un
suspiro y que la prolongación de
la vida sólo significa la prolongación del mal, de las aflicciones? Por
supuesto que hay otros aspectos de la vida, pero cuando nos detenemos a
analizar, el común denominador de la humanidad es la triste realidad de vidas
arruinadas por el pecado, que deben ineludiblemente rendir cuentas al Dios que
odia el pecado Se muestra el gran contraste entre Dios y el hombre.
En comparación con el poder de Dios, el hombre es
un granito de arena, y asimismo en cuanto a durabilidad. Pero la gran masa de
seres humanos no se da cuenta de lo pasajero que son porque están tan ocupados
con este mundo. Si pueden levantar la vista a una perspectiva más amplia
cambiarán sus valores. 2Pedro 3:8; sencillamente
muestra el gran contraste entre Dios y el hombre. No es que Dios no tenga
consciencia del tiempo o de la sucesión de hechos, el salmista dice que nuestros
tiempos están en su mano; él está consciente de nuestro tiempo. Las aflicciones
de los santos suelen provenir del amor de Dios, pero los reproches para los
pecadores y los creyentes por sus pecados deben considerarse procedentes del
desagrado de Dios. Los pecados secretos son conocidos por Dios, y serán
tratados. Véase la necedad de quienes tratan de tapar sus pecados, porque no
pueden hacerlo.
Cuando pasan nuestros años no pueden recordarse
más que las palabras que hablamos. Toda nuestra vida es extenuante y
problemática, y quizá sea cortada en medio de los años que contamos. Por todo
esto se nos enseña a permanecer reverentes. Los ángeles que pecaron conocen el
poder de la ira de Dios; los pecadores en el infierno la conocen, pero, ¿quién
de nosotros puede describirla plenamente? Pocos la consideran con la debida
seriedad. Quienes se burlan del pecado y toman a Cristo a la ligera, con
seguridad no conocen el poder de la ira de Dios. ¿Quién de nosotros puede
habitar con ese fuego consumidor?
El problema del hombre no consiste solamente en
su debilidad, sino también en su enemistad con Dios. El salmista reconoce que
toda la humanidad cae bajo la ira de Dios porque todos han pecado.
Es por medio de la oración que podemos vencer el
poder desintegrador del pecado, por medio de la oración que volamos al Dios a
quien hemos ofendido, por medio de la oración hacemos nuestro refugio en él. Esta era la manera de actuar de Moisés
(Éxodo 15:25; 17:4; 32:31, 32; Números 13–19).
Existen cuatro aspectos de la oración para preservar la especie en peligro de
extinción: reconocer lo limitado de nuestro tiempo de manera que lo usemos con
sabiduría; clamar pidiendo la compasión de un Dios reconciliado; contrarrestar
el marchitarse de la vida con una nueva mañana llena de su misericordia que no cambia en todos nuestros días; esperar en Él
para que llene la vida de alegría que de otra manera hubiera sido de aflicción.
Estos son los cuatro muros fuertes de nuestro refugio eterno en Dios: él es
nuestra sabiduría (1 Corintios 1:30), nuestro
perdón (Isaías. 55:7), nuestra estabilidad a lo
largo de nuestros días, nuestra renovación.
Cuando, por enfermedad u otras aflicciones, Dios
lleva a los hombres a la destrucción, los llama a que vuelvan a Él,
arrepintiéndose de sus pecados y viviendo una vida nueva. El castigo de Dios sobre la humanidad debe
dirigir a los seres humanos hacia el temor de Dios
Mil años nada son para la eternidad de Dios:
entre un minuto y un millón de años hay cierta proporción; entre el tiempo y la
eternidad no la hay. Todos los sucesos de mil años, sean pasados o venideros,
son más presentes para la mente eterna que lo hecho en la hora recién pasada
para nosotros. Moisés nos recuerda que mil años son como un día para el Señor.
El tiempo no limita a Dios. Es muy fácil desalentarse cuando pasan los años y
el mundo no mejora. Debido a que no podemos ver hacia el futuro, a veces nos
preguntamos si Dios lo puede ver. Pero no cometa el error de suponer que Dios
tiene las mismas limitaciones que nosotros. A Él no lo limita el tiempo de
ninguna manera. Podemos depender de Dios porque Él es eterno. Dios conoce
nuestros pecados como si los tuviera extendidos ante El, incluso los pecados
secretos. No necesitamos ocultar nuestros pecados ante Él porque podemos
hablarle abierta y sinceramente. Pero aun cuando conoce toda esa terrible
información de nosotros, sigue amándonos y quiere perdonarnos. Esto, en lugar
de asustarnos y llevarnos a encubrir nuestros pecados, nos debería alentar a
acercarnos más a Él.
En la
resurrección, el cuerpo y el alma regresarán ambos y volverán a unirse.
Pero muy pocos han aprendido a “contar sus días”,
y no se dan cuenta de lo efímero de su vida. Hoy pueden medir la distancia al
sol y la luna y a las estrellas y la cantidad exacta de tiempo para que la luz
llegue de ellas, pero no han aprendido a contar sus propios días. Solamente
Dios puede dar la sabiduría para contar,
o evaluar, o juzgar, nuestros días;
sólo Dios puede hacernos entender la realidad. Percatarnos de que la vida es
corta nos ayuda a utilizar el poco tiempo que tenemos de una manera sabia. Nos
ayuda a centrarnos en usar la vida para un bien eterno. Dedique tiempo para
contar sus días al preguntar: "¿Qué quiero que suceda en mi vida antes de
morir? ¿Qué pequeño paso puedo dar hoy hacia ese propósito?"
El tiempo pasa sin que lo notemos, como los
hombres dormidos; cuando es pasado, ya es como nada. Es una vida corta y
velozmente pasajera como las aguas de la inundación. El hombre solo florece
como la hierba, que se marchita cuando llega el invierno de la vejez, pero
puede ser cortado por la enfermedad o el desastre.
la mañana es tradicionalmente el tiempo para
buscar a Dios. El salmista dice que si Dios, al principio del día, nos inunda
con su misericordia, podemos cantar y alegrarnos, pues sólo Dios puede dar una
base para gozo verdadero.
Quienes aprenden la sabiduría divina deben orar
por la instrucción divina, deben implorar que el Espíritu Santo les enseñe; y
por el consuelo y el gozo en las retribuciones del favor de Dios. Oran por la
misericordia de Dios, porque no pretenden alegar méritos propios. Su favor será
una fuente plena de goces futuros. Será una compensación suficiente por las
penas anteriores. La gracia de Dios en nosotros produzca la luz de las buenas
obras. Las consolaciones divinas pongan alegría en nuestros corazones y
resplandor en nuestro semblante. La obra de nuestras manos confirma; y para
eso, confírmanos en ella. En lugar de desperdiciar nuestros preciosos días
pasajeros persiguiendo fantasías, que dejan a los poseedores por siempre
pobres, busquemos el perdón de pecados y una herencia en el cielo. Oremos que
la obra del Espíritu Santo pueda manifestarse en la conversión de nuestro
corazón y se vea en nuestra conducta la belleza de la santidad.
El salmista no apela a ninguna justicia propia,
reconoce que necesita la misericordia de Dios. Pero sabe que cuando se
manifieste la obra de Dios en tus
siervos el resultado será gozo, firmeza y el establecimiento de la obra de nuestras manos.
Aunque mucho del Salmo tiene tono triste, empieza
y termina con confianza en Dios. Se destaca el contraste entre la eternidad de
Dios y lo pasajero del hombre.
El propósito es que Dios tenga misericordia, que
no olvide que el hombre es tan pasajero, que actúe ahora. Porque nuestros días
están contados, queremos que nuestro trabajo cuente. Queremos ser eficaces y
productivos. Deseamos ver revelado ahora el plan eterno de Dios y que nuestra
obra refleje su permanencia. Si nos sentimos insatisfechos con esta vida y
todas sus imperfecciones, recuerda que nuestro deseo de ver nuestra obra
establecida está delante de Dios. Pero nuestro deseo puede satisfacerse
únicamente en la eternidad. Hasta entonces debemos seguir amando y sirviendo a
Dios.
El Salmo finaliza como comenzara refiriéndose al Señor,
“el Soberano” y a las generaciones que
van pasando. Empezó afirmando que podemos encontrar permanencia refugiándonos
en Él; termina orando que visite a nuestros hijos en su esplendor y a
nosotros en su “hermosura”. No sólo se brinda Él a nosotros; se da a sí mismo a
nosotros. Nosotros que estamos atrapados en el pasar de las generaciones, en lo
transitorio de la vida, en los sombríos vaivenes de la ira divina, somos hechos
partícipes de la naturaleza divina (2 Pedro 1:2–4)
en toda su gloria y hermosura.