} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL SERMÓN DEL MONTE 20

martes, 28 de febrero de 2017

EL SERMÓN DEL MONTE 20


Mateo 5:43-48  Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
   Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os calumnian y os persiguen;
   para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos.
   Porque si amareis a los que os aman, ¿qué salario tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?
   Y si abrazareis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los publicanos?
   Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.
(La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)

Es indudablemente cierto que no hay ningún otro pasaje en el Nuevo Testamento que contenga una expresión tan concentrada de la ética cristiana de las relaciones personales. Para cualquier persona normal, este pasaje describe el Cristianismo esencial en acción, y hasta la persona que no pisa jamás una iglesia o congregación sabe que Jesús dijo estas cosas, y muy a menudo condena a los cristianos profesantes por quedarse muy cortos en el cumplimiento de sus demandas.
Cuando estudiamos este pasaje, debemos en primer lugar tratar de descubrir lo que Jesús estaba realmente diciendo, y lo que demandaba de Sus seguidores. 
     Uno de los supremos mandamientos del Antiguo Testamento es que se debe amar al prójimo. El prójimo siempre es el miembro del pueblo escogido. Se tiene que considerar como un progreso que el extranjero que vive en el país, pero por cuyas venas no corre la misma sangre, fuera incluido en este mandamiento en muchos respectos. A los extranjeros residentes en el país han de poderse aplicar remotamente los mismos mandamientos y prerrogativas que a los israelitas. Así pues, ya en el Antiguo Testamento se amplió bastante la extensión del concepto de prójimo. Se trata de un amor sincero de la inclinación que excede el derecho, y desea y hace el bien a otra persona. Pero nunca se sobrepasó una frontera: la delimitación frente al enemigo. Con la palabra enemigo se hace alusión al enemigo de la patria, al adversario armado de la nación. En ninguna parte del Antiguo Testamento se lee que se deba odiar al enemigo como tal -este odio en el tiempo anterior a Cristo sólo lo exige de una forma tan explícita la secta extendida en las cercanías del mar Muerto. Pero en el Antiguo Testamento la actitud también es natural, ya que se veía al país y al pueblo juntamente con Dios. Un ataque contra el país y el pueblo siempre era un ataque contra Dios, y fue contestado con una dureza irreconciliable. Así lo muestran las expediciones de conquista en el libro de Josué, las guerras del tiempo de los reyes, también las figuras femeninas de Judit y Ester, y el combate enconado contra los gobernantes paganos en el tiempo de los Seléucidas en las luchas de los Macabeos. Así se pudo completar el mandamiento de amar al prójimo: odiarás a tu enemigo.

 La gente ya sabía y usaba la palabra, "amar", pero su concepto del amor era muy limitado. Jesús da un significado nuevo a la palabra.
  Sin duda el pueblo quedó asombrado por esta enseñanza, tan distinta de lo que los escribas y fariseos enseñaban (Mateo_5:20).
             
  La ley de Moisés dijo, "Amarás a tu prójimo" (Levítico_19:18), pero no dijo, "Aborrecerás a tu enemigo".

¿Por qué, pues, tenían tanto odio los judíos?
Había varios factores significantes que contribuyeron a la actitud de los israelitas hacia otras naciones:
(1). Los israelitas fueron mandados a destruir sin misericordia a los cananeos y todo objeto de culto de ellos, Éxodo 23:24-31  Deuteronomio 7:2-16.

(2). Se les prohibió formar alianzas con ellos (Éxodo_34:12-16). Esto indica claramente que nunca podía haber paz entre Israel y las naciones paganas. Era necesario esto para separarlos y evitar que Israel fuera contaminada por sus abominaciones.

 (3). Los ejércitos de Israel fueron usados como instrumentos de la ira de Dios para castigar a otras naciones (Éxodo_31:1-18).

(4). Aun los hombres más piadosos hablaban continuamente de estas cosas. Hay muchos textos, por ejemplo, en los Salmos  que hablan de aborrecer a los enemigos y, desde luego, los Salmos eran inspirados por el Espíritu Santo.   Salmo_18:37; Salmo_55:8-15; Salmo_59:1-17; Salmo_69:22-28; Salmo_139:21-22.

 (5). Por lo tanto, la actitud nacional era una de aborrecimiento hacia los enemigos. Esta dispensación (la ley de Moisés) tenía un propósito muy especial en el plan de Dios, pero era provisional. Estaba acabándose ese período, y Jesús estaba corrigiendo el problema de aborrecer a sus enemigos. Al momento de oír esta enseñanza, los discípulos debían cambiar su actitud hacia todos los enemigos, no obstante lo que hubiera sido su relación con ellos en el pasado.

 (6). Una consecuencia innecesaria del separatismo de los judíos era un concepto vanidoso de ser mucho más piadosos que otros hombres (Lucas_18:9-14), concepto que les hizo despreciar y aborrecer a otros.

Los samaritanos.

"Judíos y samaritanos no se tratan entre sí" (Juan_4:9), porque éstos no eran verdaderos judíos, sino una raza mezclada. Cuando Jeroboam se rebeló contra Roboam, llevó a diez tribus en la división, y formaron el reino del norte, llamado Israel. La ciudad de Samaria llegó a ser la capital de esta nación rebelde que se apartó de la ley de Moisés. El pueblo de Israel se mezclaba (se casaba) con los gentiles. Por eso, los judíos los despreciaban y no tenían nada que ver con ellos. El espíritu vengativo de Jacobo y de Juan (Lucas_9:51-56) era típico de la actitud de los judíos hacia los samaritanos.

  Los romanos.
Los judíos aborrecían a los romanos porque estos eran conquistadores de su tierra y exigían impuestos.

 Los publicanos eran cobradores de los impuestos romanos, y por esta causa eran despreciados y odiados por el pueblo. Se consideraban traidores.
Por lo tanto, si en la actualidad se cree que es difícil amar a los enemigos, recuérdese el problema de los judíos.
El griego es una lengua rica en sinónimos; sus palabras tienen a menudo matices que no posee el español. En griego hay cuatro palabras diferentes para amor:
  Está el nombre storgué, con el verbo correspondiente storguein. Estas palabras son las más características de la familia amor. Son las que describen el amor de los padres a los hijos, y de los hijos a los padres.  Estas palabras describen el afecto familiar.

  Está el nombre erós, con el verbo correspondiente eran. Estas palabras describen el amor entre un hombre y una mujer; siempre conlleva pasión y es siempre amor sexual.  En estas palabras no hay nada esencialmente malo; simplemente describen la pasión del amor humano; pero, con el paso del tiempo empezaron a ensuciarse con la idea de la concupiscencia, y no aparecen nunca en el Nuevo Testamento.

  Está filía, con el verbo correspondiente filein. Éstas son las palabras griegas más cálidas y mejores para el amor. Describen el amor verdadero, el verdadero afecto. Es la palabra que describe a los amigos más auténticos e íntimos de una persona.  Es la palabra que indica la clase más sublime de amor, el afecto cálido y tierno.

  Está agapé, con el verbo correspondiente agapan. Estas palabras indican una benevolencia inconquistable, una buena voluntad invencible. Si miramos a una persona con agapé, esto quiere decir que no importa lo que esa persona nos haga, o cómo nos trate; no importa que nos insulte o injurie u ofenda: No dejaremos que nos invada el corazón ninguna amargura contra ella, sino la seguiremos mirando con esa benevolencia inconquistable y esa buena voluntad que no procurará sino su bien supremo. De aquí surgen algunas cosas.

 ¿Debemos amar a los enemigos como amamos a los seres queridos?
Jesús no nos ha pedido nunca que amemos a nuestros enemigos de la misma manera que amamos a nuestros íntimos y próximos. La misma palabra es ya diferente; amar a nuestros enemigos de la misma manera que amamos a nuestra familia no sería posible ni justo. Ésta es una clase de amor diferente.
Si vamos a tratar de vivirlo de veras, obviamente debemos antes de nada estar completamente seguros de lo que se nos pide. ¿Qué quiere decir Jesús con amar a nuestros enemigos?
 A muchos les parece difícil amar a los enemigos, por no entender la palabra "amar". ¿Dónde está la diferencia? En el caso de nuestros familiares, no podemos evitar amarlos. Hablamos de enamorarnos; es algo que nos sucede sin buscarlo; es algo que nace de las emociones del corazón. Pero en el caso de nuestros enemigos, el amor no es algo solamente del corazón; es también algo de la voluntad. No es algo que no podemos evitar; es algo que tenemos que estimularnos a hacer. Es, de hecho, una victoria sobre lo que le sucede instintivamente al hombre natural.
Agapé no quiere decir un sentimiento del corazón, que no podemos evitar, y que nos sucede sin quererlo ni buscarlo; quiere decir una decisión de la mente mediante la cual conseguimos esta inconquistable buena voluntad aun para los que nos hacen daño u ofenden. Agapé, ha dicho alguien, es el poder para amar a los que no nos gustan y a los que no gustamos. De hecho, sólo podemos tener agapé cuando Jesucristo nos permite conquistar nuestra tendencia natural a la ira y al resentimiento, y lograr esta buena voluntad invencible para con todo el mundo.
El amor por los seres queridos es un amor emocional, un afecto fuerte. El amor mandado por Jesús es de la mente y de la voluntad, y no es como el amor entre novios, un amor que "nace" en ellos por la mucha atracción que existe. Se enamoran y se aman porque se agradan el uno al otro. El hombre se enamora de una mujer que le gusta, le agrada. Pero el amor mandado por Jesús, amor de la mente y de la voluntad, busca el bienestar de la persona amada.

Este amor significa "buena voluntad".   

Es pura bondad y benevolencia hacia otros, una bondad que no termina, no se acaba; es decir, no hay nada que los hombres puedan hacer para destruirlo. ¡Es invencible! Con esta actitud, esta buena voluntad invencible, no es difícil obedecer los mandamientos de Jesús, que para los hombres carnales parecen imposibles y absurdos.
Es totalmente obvio que lo que no quiere decir agapé, el amor cristiano, es que dejemos a la gente hacer absolutamente lo que les dé la gana, sin nuestra más mínima intervención. Nadie diría que un padre ama de veras a su hijo si le deja hacer y vivir como le dé la gana. Si miramos a una persona con una invencible buena voluntad, a menudo esto querrá decir que tenemos que castigarla, reprimirla, disciplinarla y protegerla contra sí misma. Pero también querrá decir que no la castigaremos para satisfacer nuestro deseo de venganza, sino para que se realice como persona. Querrá decir que toda disciplina y todo castigo cristiano debe proponerse, no la venganza, sino la cura. El castigo no debe ser nunca meramente retributivo; tiene que ser curativo.

Amar lo no amable.

 Consideremos el amor de Dios (Lucas_6:35; Romanos_5:8). Así debe ser nuestro amor para con todos, aun para los enemigos. Debemos amar a los que no merecen nuestro amor. Debemos amar a los que no son amables, porque es lo que Dios hace. No es amor de sentimiento sino de acción, de conducta, como expresión de un espíritu bueno y compasivo. Lucas_6:35, "Él es benigno para con los ingratos y malos".
Aquí Jesús tampoco elimina el mandamiento del Antiguo Testamento. Pero se descubre la manera de pensar que se oculta tras la práctica transmitida por tradición. En el desquite privado se debía quebrar la manera jurídica de pensar: Como tú hiciste conmigo, así haré yo contigo. Ahora también se elimina simplemente la división en la vida pública nacional entre amigos y enemigos. Ya no hay enemigos para la manera de pensar del discípulo. El amor del discípulo debe extenderse a todos los hombres; para él un prójimo debe ser una persona cualquiera: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. No podemos dejar de pensar en el antagonista personal, el envidioso e infamador, en el vecino mal intencionado o el malévolo competidor en el negocio. Ya durante la vida mortal de Jesús los discípulos también fueron objeto de la enemistad y difamación juntamente con Jesús. Esta participación en la suerte del Señor fue mucho mayor cuando la misión estaba en pleno curso y los misioneros y las comunidades de cristianos fueron duramente oprimidos. ¡Con qué actualidad se debió experimentar la orden de Jesús: orad por los que os persiguen, amad a vuestros enemigos! No deben contestar con aversión y odio ni consolidar los muros de la enemistad. Su tarea siempre es la misma: vencer el odio con el amor. Especialmente la oración no debe hacerse solamente por los que están animados por los mismos sentimientos, por los hermanos de la propia comunidad, sino que debe ser amplia y generosa, y debe también abarcar a todos los adversarios de Cristo. Este camino condujo efectivamente a la victoria, una victoria sin violencia, obtenida con humildad y amor gozoso. También hoy día la oración es el mandamiento regio de los discípulos, el fruto más maduro de los verdaderos sentimientos cristianos. ¿Qué tendría que ocurrir, si procediéramos con inalterable confianza en el fruto de tal amor?
Hay que notar que Jesús estableció este amor como la base para las relaciones personales. La gente usa este pasaje como una base para el pacifismo y como un texto en relación con las relaciones internacionales. Por supuesto que lo incluye todo, pero lo primero y principal es que se refiere a nuestras relaciones personales con nuestra familia y con nuestros vecinos y con las personas que encontramos en nuestra vida diaria. Es mucho más fácil ir por ahí declarando que no debería haber tal cosa como guerra entre las naciones, que vivir una vida en la que nunca permitamos que las desavenencias invadan nuestras relaciones con los que tratamos a diario. En primer lugar y principalmente, este mandamiento de Jesús se refiere a nuestras relaciones personales. Es un mandamiento del que tenemos que decir en primer lugar y principalmente: «Esto va por mí.»

 Debemos bendecir al enemigo, como lo hizo Jesús, 1Pedro_2:23. No debemos usar lenguaje abusivo, sino más bien palabras de cortesía, amistad y amabilidad. El habla nuestra no debe ser controlada por las malas circunstancias causadas por el enemigo, sino por Dios 1Corintios_13:4-7 dice que "el amor es sufrido, es benigno, el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta".

 El amor hace bien.
Debemos notar que este mandamiento es sólo posible para un cristiano. Sólo la gracia de Jesucristo puede capacitar a una persona para tener esta inconquistable benevolencia y esta buena voluntad invencible en sus relaciones personales con otros. Sólo cuando Cristo vive en nuestros corazones llega a morir la amargura y brota este amor a la vida. Se dice a menudo que este mundo sería perfecto con que sólo la gente viviera según los principios del Sermón del Monte; pero el hecho escueto es que nadie puede ni empezar a vivir según estos principios sin la ayuda de Jesucristo. Necesitamos a Cristo para que nos capacite para obedecer el mandamiento de Cristo.
También -y esto puede que sea lo más importante de todo- debemos notar que este mandamiento no solamente no implica dejar que la gente haga lo que quiera con nosotros; también implica que nosotros debemos hacer algo por ellos. Se nos manda orar por ellos. Nadie puede orar por otra persona y seguir odiándola. Cuando se presenta ante Dios con la otra persona que tiene la tentación de odiar, algo sucede. No podemos seguir odiando a nadie en la presencia de Dios. La manera más eficaz de acabar con la amargura es orar por la persona que estamos tentados a odiar.

En esto se ve la definición de la palabra "amar". El verdadero amor no se ve en palabras, sino en hechos (Santiago_2:16; 1Juan_3:18). Como Jesús dice (Lucas_6:27; Lucas_6:35), "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen". Esta es la expresión de buena voluntad que sinceramente desea el bienestar de otros, aun el de los enemigos.  David era ejemplo de volver bien por mal (1Samuel_24:10; 1Samuel_26:9). El buen samaritano es un ejemplo hermoso de esto, y es el héroe de la parábola de Jesús (Lucas_10:25-37).

 No podemos seguir odiando a otros si oramos por ellos.

 Al orar por otros los llevamos delante del trono de Dios, y seguramente no nos atrevemos a odiar a nadie en la presencia de Dios. Es el medio seguro de acabar con la amargura y los resentimientos. Nuestro Señor Jesucristo oró por sus enemigos aun cuando moría por ellos en la cruz (Lucas_23:34). Esteban lo imitó (Hechos_7:60). Pablo demostró el mismo espíritu (2Timoteo_4:16).
             
  Es obvio que la expresión "para que seáis" expresa condición o requisito; es decir, para ser hijos de Dios tenemos que hacer algo. Tenemos que hacer lo que Jesús enseña en el versículo 44: bendecir al enemigo, hacerle bien y orar por él. Si no hacemos esto, no podemos ser hijos de Dios. En estos versos vemos, pues, otro aspecto importante del "Plan de Salvación". Si omitimos esta enseñanza, este requisito, no predicamos todo el consejo de Dios. Lamentablemente este requisito no recibe la atención que merece.

 ¿Somos hijos de Dios?

Ya hemos visto lo que quería decir Jesús cuando nos mandó tener este amor cristiano; y ahora debemos pasar a ver por qué nos demandó que debíamos tenerlo. ¿Por qué, entonces, demanda Jesús que una persona tenga este amor, esta benevolencia inconquistable y esta buena voluntad invencible? La razón es muy sencilla y tremenda: Es que ese amor hace que la persona se parezca a Dios.
Jesús señalaba la acción de Dios en el mundo, que es la de la benevolencia inconquistable. Dios hace que Su sol salga sobre los buenos y sobre los malos; envía Su lluvia sobre los justos y los injustos.   Nehemías solía decir: «¿Te has fijado que la lluvia caiga en el campo de A, que es justo, y no en el campo de B, que es injusto? ¿O que el sol salga y brille sobre Israel, que justo, y no sobre los gentiles, que son malvados? Dios, hace que Su sol brille tanto sobre Israel como sobre las naciones, porque el Señor es bueno con todos.» Hasta a este rabino judío le conmovía e impresionaba la prístina benevolencia de Dios, lo mismo con los santos que con los pecadores.
El amor de Dios es tal que no puede complacerse nunca por la destrucción de ninguna de las criaturas que han formado Sus manos. El salmista decía: «Los ojos de todos esperan en Ti, y Tú les das su comida a su tiempo. Abres Tu mano y colmas de bendición a todo ser viviente» (Salmo_145:15). En Dios hay esta benevolencia universal hasta para con los que han quebrantado Sus leyes y Su corazón.

El objetivo es llegar a ser hijos del Padre. No es un humanismo dentro del mundo, la aspiración a una naturaleza humana tan pura como sea posible, la perfección de la personalidad. Dios es el modelo. Procede de tal forma, dice el Señor, que prodiga su bondad sin reserva: hace salir el sol y regala la lluvia sin prestar atención a la dignidad o gratitud de los hombres. Así como todos ellos participan de los dones naturales de Dios, así también son obsequiados con las riquezas de su gracia. Nuestra manera de pensar debe corresponder a la suya, y nuestros actos deben proceder del mismo amor gozoso, que no puede defraudar. Tomar a Dios por modelo, hacernos semejantes a él, para que al fin él nos reconozca y acepte como sus verdaderos hijos.
Es fácil suponer que habiendo sido bautizados en Cristo, llegamos a ser hijos de Dios, y que ocupamos una relación más o menos segura con Dios (con tal que asistamos fielmente a los servicios, y evitemos los vicios), pero la palabra "hijos" se usa para "aquellos que manifiestan ciertas cualidades de carácter", y el carácter se indica por la palabra que acompaña la palabra "hijos". Por ejemplo, Marcos_3:17, "hijos del trueno" (hombres como trueno, tempestuosos); Lucas_10:6 "hijos de paz" (hombres pacíficos, receptivos); Hechosch_4:36, "hijo de consolación" o de exhortación, con talento para animar); etc. "Hijos de Dios" significa, pues, personas que tienen el carácter de Dios, que son imitadores de Dios. ¿Qué hace Dios? El bendice tanto a los malos como a los buenos. ¿Queremos ser hijos de Dios? Que hagamos lo mismo.

 Dios hace que el sol salga sobre todos; envía la lluvia a todos. Salmo_145:15-16;  Hechos_17:25-28. ¿Se niega Dios a proveer para aquellos que le aborrecen? Claro que no. Por lo tanto, si queremos ser "hijos de Dios" (imitadores de Dios), debemos hablar bien y hacer bien a los que nos maltratan, y orar por ellos. Con esta gran bondad Dios derrite los corazones fríos de hombres perversos para llevarlos al arrepentimiento (Romanos_2:4). ¡Qué hagamos lo mismo!
Jesús dice que debemos tener este amor para llegar a ser «hijos de nuestro Padre que está en el cielo.» El hebreo no es rico en adjetivos; por esa razón usa muchas veces hijo de... con un nombre abstracto donde nosotros usaríamos un adjetivo. Por ejemplo: un hijo de paz es una persona pacífica; un hijo de consolación es un hombre consolador. Así que un hijo de Dios es un hombre que se parece a Dios. La razón por la que debemos tener esta benevolencia y buena voluntad inconquistable es que Dios las tiene; y, si las tenemos llegamos a ser nada menos que hijos de Dios, personas que se parecen a Dios.

Según Lucas_6:32-33, Jesús dice "pecadores" en lugar de "publicanos" y "gentiles". Es obvio que se refiere a los pecadores en general, pero Mateo escribe para los judíos y especifica los dos grupos más aborrecidos por los judíos. Despreciaban en gran manera a los publicanos porque éstos recaudaban los impuestos para los romanos. Los peores de los hombres (los criminales más perversos) se saludan el uno al otro. "¿Qué hacéis de más?"

  Jesús condena el espíritu de exclusivismo, el espíritu que causa partidos aun entre hermanos.

Este espíritu se denuncia en las cartas de Pablo (1Corintios_3:1-3; Gálatas_5:20). El que solamente saluda a los suyos es carnal y egoísta. Saluda para ser saludado. Alaba para ser alabado. Cristo denuncia este espíritu y nos enseña a buscar y saludar a los que necesitan nuestra compasión y ayuda, en lugar de buscar a los que nos agradan y complacen.
   
 ¿Qué hacéis de más?

El amor debe exceder en mucho lo que dicen y ejercitan los escribas y fariseos. Asimismo debe exceder en lo que se puede observar en publicanos y gentiles. Los publicanos también aman a los que son como ellos, no se pierden mutuamente de vista. Los recaudadores de impuestos eran despreciados y pertenecían a las ínfimas clases en la valoración oficial. Lo que hacen es cosa natural: no es preciso decir nada sobre ello. Ser corteses y amistosos en las relaciones mutuas, saludarse recíprocamente es usual en todas partes, incluso entre los gentiles, que no conocen al verdadero Dios, pero conocen las reglas humanas del trato y la conducta deferente. No debéis permitir que solamente reine entre vosotros tal atención amistosa, sino que debéis extenderla a todos los demás. El saludo entre los cristianos será siempre especialmente cordial y sincero, porque es comunicación e intercambio de la vida de la gracia, como el Apóstol a menudo amonesta: «Saludad a todos los hermanos con el ósculo santo» (1Tesalonicenses_5:26). El intercambio de amor cordial no puede quedar limitado al propio ambiente, a los hermanos confidenciales en la fe, a los miembros de la propia congregación, sino que todos deben participar en este intercambio: los que conviven en la misma casa, los compañeros de trabajo y muchos desconocidos, con quienes diariamente nos ponemos en contacto. Jesús se comunica a otros en nuestro amor, en el saludo amistoso...

Jesús pregunta: ¿Qué recompensa tendréis?

La palabra recompensa ya se usó antes, cuando se prometió una «recompensa grande en los cielos» por toda pena causada por la persecución y el insulto. Aquí también se habla con naturalidad de la recompensa que aguarda al discípulo. El acicate interior para nuestra acción no es la recompensa, sino solamente la actitud que Dios toma con nosotros, en último término el mismo Dios. Pero quien vive con este amor, y obedece la orden del Señor, también recibirá la recompensa, es decir, la misma recompensa que nos ha sido presentada en las bienaventuranzas con algunas imágenes: la filiación divina, toda la plenitud y felicidad del reino de Dios, el mismo Dios. No es preciso que temamos hacer algo por la aspiración de la recompensa. Cuanto más profundamente se vive en Dios, tanto más se hace todo por amor a Él...
Dios ha hecho más por nosotros que por otros, porque nos ha salvado, y nos ha bendecido con toda bendición en Cristo (Efesios_1:3). Nos da todas las cosas (Romanos_8:32). Por lo tanto, El espera más de nosotros. ¿Por qué esperamos la recompensa de Dios si tenemos la actitud de gente mundana al saludar solamente a los nuestros?
El "saludar" de aquel entonces no era simplemente decir, "Buenos días" y tal vez estrechar manos hipócritamente, sino que se abrazaban, se besaban en cada mejilla, preguntaban por la familia, etc. Era expresión de amistad y cariño. Por ejemplo, Lucas_10:4, "y a nadie saludéis por el camino", porque su misión era urgente y el saludar a la gente requería mucho tiempo. Para nosotros la palabra "saludar" debe indicar una expresión cordial, según las costumbres de la gente, de amistad y de buena voluntad.
             
  La expresión, "Sed, pues", indica una conclusión a los versículos anteriores.
  “Perfectos".

En este texto la palabra "perfectos" no significa "sin pecado", sino que debemos ser perfectos en amor, como Dios es perfecto en amor. El amor de Dios es perfecto o completo, porque es universal. No es deficiente porque no es parcial. El no ama solamente a los que le aman, sino que El "hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos". El amor nuestro debe ser completo, como lo es el amor de Dios.
La palabra perfecto aquí por primera vez se refiere a la acción humana. San Mateo es el único evangelista que la emplea con este sentido. ¿Qué quiere decir perfecto? Es una palabra muy rica en significado. Nos resulta comprensible por el Antiguo Testamento, donde se usa a menudo, y donde se corresponden mutuamente la perfección y la justicia. En el lenguaje de los sacrificios esta palabra expresa un concepto fijo que designa la incolumidad y pureza de la ofrenda sacrificial, la víctima. Si se habla del hombre, es «perfecto» el que sin titubeos y con sincera entrega ha dirigido a Dios su corazón y cumple la ley. Se dice de Noé que «era varón justo y perfecto» (Genesis_6:9). Es perfecto el hombre que ha dado a su vida integridad y armonía, después de superar todo lo fragmentario y mediocre, orientándose solamente hacia Dios y a servirle sin reservas. De Dios nunca se dice que sea perfecto. En cambio Jesús lo dice. El discípulo debe ser tan perfecto como Dios. Aquí tenemos la clave de una de las frases más difíciles del Nuevo Testamento: La frase con que termina este pasaje. Jesús dijo: «Por tanto, tenéis que ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.» A primera vista, esto suena como un mandamiento que no es posible que se refiera a nosotros. No hay nadie que considere que podemos ni acercarnos a la perfección de Dios.
La palabra griega para perfecto es teleios. Esta palabra se usa a menudo en griego en un sentido muy especial. No tiene nada que ver con lo que podríamos llamar perfección abstracta o metafísica. Una víctima que es apta para el sacrificio a Dios, que no tiene defecto, es teleios. Un hombre que ha alcanzado su plena estatura es teleios en contraposición a un chico que está creciendo. Un estudiante que ha alcanzado un conocimiento maduro de su asignatura es teleios en oposición a otro que no ha hecho más que empezar y que todavía no ha captado suficientemente las ideas.
Para decirlo de otra manera: La idea griega de la perfección es funcional. Una cosa es perfecta si cumple plenamente el propósito para el que fue pensada, diseñada, y hecha. De hecho, ese sentido se implica en los derivados de esta palabra. Teleios es el adjetivo que se forma del nombre telos. Telos quiere decir fin, propósito, objetivo, meta. Una cosa es teleios, si cumple el propósito para el que fue planificada; una persona es perfecta si cumple el propósito para el cual fue creada.
Tomemos una analogía muy sencilla. Supongamos que tenemos un tornillo suelto en casa y queremos ajustarlo. Echamos mano de un destornillador, y vemos que se ajusta perfectamente a la mano y a la cabeza del tornillo. No es ni demasiado grande ni demasiado pequeño, ni demasiado áspero ni demasiado suave. Lo ajustamos a la muesca del tornillo, y nos damos cuenta de que encaja perfectamente. Le damos las vueltas necesarias y el tornillo queda fijo. En el sentido griego, y especialmente en el del Nuevo Testamento, ese destornillador es teleios, porque cumple perfectamente el propósito para el que lo necesitábamos.
Así pues, una persona es teleios si cumple el propósito para el que fue creada.
¿Con qué propósito fue creada la persona humana? La Biblia no nos deja en la menor duda en esto. En la antigua historia de la creación hallamos a Dios diciendo:
«Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza» (Génesis_1:26). El hombre fue creado para parecerse a Dios. La característica de Dios es esta benevolencia universal, esta inconquistable buena voluntad, este constante buscar el bien supremo de cada criatura. La gran característica de Dios es Su amor al santo y al pecador por igual. No importa lo que los hombre Le hagan: Dios no busca nada más que su bien supremo. Eso es lo que ve en Jesús.
Cuando se reproduce en la vida de una persona la benevolencia incansable, perdonadora, sacrificial de Dios, esa persona se parece a Dios, y es por tanto perfecta en el sentido de la palabra en el Nuevo Testamento. Para decirlo de una manera todavía más sencilla: La persona que se interese más por los demás será la persona más perfecta.
La enseñanza de la Biblia es unánime en decir que realizamos nuestra humanidad solamente pareciéndonos a Dios. Lo único que nos hace semejantes a Dios es el amor que nunca deja de preocuparse por los hombres, le hagan lo que le hagan. Realizamos nuestra humanidad, alcanzamos la perfección cristiana, cuando aprendemos a perdonar como Dios perdona, y a amar como Dios ama.
 Así pues, el discípulo debe imitar a Dios, debe reproducir y grabar en el propio esfuerzo la conducta de Dios. Para estos pensamientos hay un modelo en la norma del libro del Levítico: «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo» (Levítico_19:2). Allí se exigía sobre todo la santidad (pureza) del culto sagrado, con la cual Israel debía llegar a ser digno del servicio prestado ante Jehová. Aquí se hace alusión a otra cosa. El hombre debe reproducir la manera de ser y existir propia de Dios, su manera de pensar y sentir, sobre todo su amor divino. Uno podría espantarse ante estos pensamientos...

La perfección solamente puede entenderse bien desde el punto de vista del amor, que es la manera de ser de Dios. De lo contrario, resulta un ideal de virtud, que puede ser griego, estoico, budista o cualquier otra cosa, pero no es lo que Jesús dice. También podemos hablar del afán de perfección. En la Iglesia y en su tradición espiritual siempre hasta nuestros días ha habido este afán. Se puede pensar en algo erróneo si se concibe la perfección como suma de todas las virtudes; pero se puede acertar si se ve la perfección como el apogeo en el amor. Esta reivindicación sobrepasa todo lo que podríamos pensar o hacer. El mismo Dios tiene que suscitar en nosotros el estímulo que nos arrastre más lejos de lo que nosotros iríamos...

Así es como Jesús «da cumplimiento» a la ley, así lo debemos hacer nosotros (Levítico_5:17). La frase resume lo que hasta ahora hemos leído e incluso todas las instrucciones del Evangelio. Explica su elevada exigencia: ¿Cómo podría ésta ser menor, si se trata de una conducta divina? La constante disposición a reconciliarse, el dominio de los impulsos sensuales, la sincera veracidad, la renuncia a cualquier recompensa e incluso el amor al enemigo: todo eso es de índole divina. El más excelso objetivo que se nos puede mostrar, también corresponde a nuestro anhelo más íntimo: queremos la totalidad y lo más sublime, las medias tintas no nos bastan. Y sobre todo: éste no es un ideal ajeno al mundo, sino que hay que conseguirlo con la gracia de Dios. Porque el amor de que aquí se trata, Dios lo ha «derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo» (Romanos_5:5). Este amor tiende a la vida. La vida de los nacidos de nuevo manifiesta a todos este amor.

¿Cómo podemos ser perfectos?

(1) En carácter. En esta vida no podemos ser impecables, pero podemos aspirar a ser más semejantes a Cristo.
 (2) En santidad. Como los fariseos, debemos separarnos de los valores pecaminosos del mundo.

(3) En madurez. No podemos lograr tener el carácter de Cristo y vivir en santidad de golpe y porrazo, pero podemos luchar por la perfección. Así como esperamos una conducta diferente de un bebé, de un niño, de un adolescente y de un adulto, Dios espera actitudes diferentes de nosotros, según nuestro nivel de desarrollo espiritual.
 (4) En amor. Podemos buscar amar a los demás como Dios nos ama. Uno es si su conducta es apropiada para su nivel de madurez: perfectos, pero aún con mucho espacio para crecer. Nuestra tendencia a pecar nunca debe detenernos en el empeño de ser cada vez más semejantes a Cristo. El llama a todos sus discípulos a la excelencia, a superar el nivel de mediocridad y a madurar en todo, hasta llegar a ser como Él es. Los que se esfuerzan por llegar a la perfección un día lograrán ser perfectos como Él es perfecto (1Juan_3:2)

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