Mateo 5:43-48
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os
maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os calumnian y
os persiguen;
para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; que hace
que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos.
Porque si amareis a los que os aman, ¿qué salario tendréis? ¿No hacen
también lo mismo los publicanos?
Y si abrazareis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No
hacen también así los publicanos?
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos
es perfecto.
(La Biblia de
Casiodoro de Reina 1569)
Es
indudablemente cierto que no hay ningún otro pasaje en el Nuevo Testamento que
contenga una expresión tan concentrada de la ética cristiana de las relaciones
personales. Para cualquier persona normal, este pasaje describe el Cristianismo
esencial en acción, y hasta la persona que no pisa jamás una iglesia o
congregación sabe que Jesús dijo estas cosas, y muy a menudo condena a los
cristianos profesantes por quedarse muy cortos en el cumplimiento de sus
demandas.
Cuando estudiamos
este pasaje, debemos en primer lugar tratar de descubrir lo que Jesús estaba
realmente diciendo, y lo que demandaba de Sus seguidores.
Uno de los supremos mandamientos del Antiguo
Testamento es que se debe amar al prójimo. El prójimo siempre es el miembro del
pueblo escogido. Se tiene que considerar como un progreso que el extranjero que
vive en el país, pero por cuyas venas no corre la misma sangre, fuera incluido
en este mandamiento en muchos respectos. A los extranjeros residentes en el
país han de poderse aplicar remotamente los mismos mandamientos y prerrogativas
que a los israelitas. Así pues, ya en el Antiguo Testamento se amplió bastante
la extensión del concepto de prójimo. Se trata de un amor sincero de la inclinación
que excede el derecho, y desea y hace el bien a otra persona. Pero nunca se
sobrepasó una frontera: la delimitación frente al enemigo. Con la palabra
enemigo se hace alusión al enemigo de la patria, al adversario armado de la
nación. En ninguna parte del Antiguo Testamento se lee que se deba odiar al
enemigo como tal -este odio en el tiempo anterior a Cristo sólo lo exige de una
forma tan explícita la secta extendida en las cercanías del mar Muerto. Pero en
el Antiguo Testamento la actitud también es natural, ya que se veía al país y
al pueblo juntamente con Dios. Un ataque contra el país y el pueblo siempre era
un ataque contra Dios, y fue contestado con una dureza irreconciliable. Así lo
muestran las expediciones de conquista en el libro de Josué, las guerras del
tiempo de los reyes, también las figuras femeninas de Judit y Ester, y el
combate enconado contra los gobernantes paganos en el tiempo de los Seléucidas
en las luchas de los Macabeos. Así se pudo completar el mandamiento de amar al
prójimo: odiarás a tu enemigo.
La gente ya sabía
y usaba la palabra, "amar", pero su concepto del amor era muy
limitado. Jesús da un significado nuevo a la palabra.
Sin duda el pueblo quedó asombrado por esta
enseñanza, tan distinta de lo que los escribas y fariseos enseñaban (Mateo_5:20).
La ley de Moisés dijo, "Amarás a tu
prójimo" (Levítico_19:18), pero no dijo,
"Aborrecerás a tu enemigo".
¿Por qué, pues, tenían tanto
odio los judíos?
Había varios factores significantes que contribuyeron a
la actitud de los israelitas hacia otras naciones:
(1). Los israelitas fueron mandados a destruir sin
misericordia a los cananeos y todo objeto de culto de ellos, Éxodo 23:24-31 Deuteronomio 7:2-16.
(2). Se les prohibió formar alianzas con ellos (Éxodo_34:12-16). Esto indica claramente que nunca
podía haber paz entre Israel y las naciones paganas. Era necesario esto para
separarlos y evitar que Israel fuera contaminada por sus abominaciones.
(3). Los ejércitos
de Israel fueron usados como instrumentos de la ira de Dios para castigar a
otras naciones (Éxodo_31:1-18).
(4). Aun los hombres más piadosos hablaban continuamente
de estas cosas. Hay muchos textos, por ejemplo, en los Salmos que hablan de aborrecer a los enemigos y,
desde luego, los Salmos eran inspirados por el Espíritu Santo. Salmo_18:37; Salmo_55:8-15;
Salmo_59:1-17; Salmo_69:22-28; Salmo_139:21-22.
(5). Por lo tanto,
la actitud nacional era una de aborrecimiento hacia los enemigos. Esta
dispensación (la ley de Moisés) tenía un propósito muy especial en el plan de
Dios, pero era provisional. Estaba acabándose ese período, y Jesús estaba
corrigiendo el problema de aborrecer a sus enemigos. Al momento de oír esta enseñanza,
los discípulos debían cambiar su actitud hacia todos los enemigos, no obstante
lo que hubiera sido su relación con ellos en el pasado.
(6). Una
consecuencia innecesaria del separatismo de los judíos era un concepto vanidoso
de ser mucho más piadosos que otros hombres (Lucas_18:9-14),
concepto que les hizo despreciar y aborrecer a otros.
Los samaritanos.
"Judíos y samaritanos no se tratan entre sí" (Juan_4:9), porque éstos no eran verdaderos judíos,
sino una raza mezclada. Cuando Jeroboam se rebeló contra Roboam, llevó a diez
tribus en la división, y formaron el reino del norte, llamado Israel. La ciudad
de Samaria llegó a ser la capital de esta nación rebelde que se apartó de la
ley de Moisés. El pueblo de Israel se mezclaba (se casaba) con los gentiles.
Por eso, los judíos los despreciaban y no tenían nada que ver con ellos. El
espíritu vengativo de Jacobo y de Juan (Lucas_9:51-56)
era típico de la actitud de los judíos hacia los samaritanos.
Los romanos.
Los judíos aborrecían a los romanos porque estos eran
conquistadores de su tierra y exigían impuestos.
Los
publicanos eran cobradores de los impuestos romanos, y por esta causa
eran despreciados y odiados por el pueblo. Se consideraban traidores.
Por lo tanto, si en la actualidad se cree que es difícil
amar a los enemigos, recuérdese el problema de los judíos.
El griego es una lengua rica en
sinónimos; sus palabras tienen a menudo matices que no posee el español. En
griego hay cuatro palabras diferentes para amor:
Está el nombre storgué, con el verbo
correspondiente storguein. Estas palabras son las más características de
la familia amor. Son las que describen el amor de los padres a los
hijos, y de los hijos a los padres. Estas
palabras describen el afecto familiar.
Está el nombre erós, con el verbo
correspondiente eran. Estas palabras describen el amor entre un hombre y
una mujer; siempre conlleva pasión y es siempre amor sexual. En estas palabras no hay nada esencialmente
malo; simplemente describen la pasión del amor humano; pero, con el paso del
tiempo empezaron a ensuciarse con la idea de la concupiscencia, y no aparecen
nunca en el Nuevo Testamento.
Está filía, con el verbo
correspondiente filein. Éstas son las palabras griegas más cálidas y
mejores para el amor. Describen el amor verdadero, el verdadero afecto. Es la
palabra que describe a los amigos más auténticos e íntimos de una persona. Es la palabra que indica la clase más sublime
de amor, el afecto cálido y tierno.
Está agapé, con el verbo
correspondiente agapan. Estas palabras indican una benevolencia
inconquistable, una buena voluntad invencible. Si miramos a una persona con
agapé, esto quiere decir que no importa lo que esa persona nos haga, o
cómo nos trate; no importa que nos insulte o injurie u ofenda: No dejaremos que
nos invada el corazón ninguna amargura contra ella, sino la seguiremos mirando
con esa benevolencia inconquistable y esa buena voluntad que no procurará sino
su bien supremo. De aquí surgen algunas cosas.
¿Debemos
amar a los enemigos como amamos a los seres queridos?
Jesús no nos ha pedido nunca que amemos
a nuestros enemigos de la misma manera que amamos a nuestros íntimos y
próximos. La misma palabra es ya diferente; amar a nuestros enemigos de la
misma manera que amamos a nuestra familia no sería posible ni justo. Ésta es
una clase de amor diferente.
Si vamos a tratar de
vivirlo de veras, obviamente debemos antes de nada estar completamente seguros
de lo que se nos pide. ¿Qué quiere decir Jesús con amar a nuestros enemigos?
A muchos les parece difícil amar a los
enemigos, por no entender la palabra "amar". ¿Dónde
está la diferencia? En el caso de nuestros familiares, no podemos evitar
amarlos. Hablamos de enamorarnos; es algo que nos sucede sin buscarlo;
es algo que nace de las emociones del corazón. Pero en el caso de nuestros
enemigos, el amor no es algo solamente del corazón; es también algo de
la voluntad. No es algo que no podemos evitar; es algo que tenemos que
estimularnos a hacer. Es, de hecho, una victoria sobre lo que le sucede
instintivamente al hombre natural.
Agapé no quiere decir un
sentimiento del corazón, que no podemos evitar, y que nos sucede sin quererlo
ni buscarlo; quiere decir una decisión de la mente mediante la cual conseguimos
esta inconquistable buena voluntad aun para los que nos hacen daño u ofenden. Agapé,
ha dicho alguien, es el poder para amar a los que no nos gustan y a los que
no gustamos. De hecho, sólo podemos tener agapé cuando Jesucristo nos
permite conquistar nuestra tendencia natural a la ira y al resentimiento, y
lograr esta buena voluntad invencible para con todo el mundo.
El amor por los seres queridos es un amor emocional, un
afecto fuerte. El amor mandado por Jesús es de la mente y de la voluntad, y no
es como el amor entre novios, un amor que "nace" en ellos por la
mucha atracción que existe. Se enamoran y se aman porque se agradan el uno al
otro. El hombre se enamora de una mujer que le gusta, le agrada. Pero el
amor mandado por Jesús, amor de la mente y de la voluntad, busca el
bienestar de la persona amada.
Este amor significa
"buena voluntad".
Es pura bondad y benevolencia hacia otros, una bondad que
no termina, no se acaba; es decir, no hay nada que los hombres puedan hacer
para destruirlo. ¡Es invencible! Con esta actitud, esta buena voluntad
invencible, no es difícil obedecer los mandamientos de Jesús, que para los
hombres carnales parecen imposibles y absurdos.
Es totalmente obvio que lo que no quiere
decir agapé, el amor cristiano, es que dejemos a la gente hacer
absolutamente lo que les dé la gana, sin nuestra más mínima intervención. Nadie
diría que un padre ama de veras a su hijo si le deja hacer y vivir como le dé
la gana. Si miramos a una persona con una invencible buena voluntad, a menudo
esto querrá decir que tenemos que castigarla, reprimirla, disciplinarla y
protegerla contra sí misma. Pero también querrá decir que no la castigaremos
para satisfacer nuestro deseo de venganza, sino para que se realice como
persona. Querrá decir que toda disciplina y todo castigo cristiano debe
proponerse, no la venganza, sino la cura. El castigo no debe ser nunca
meramente retributivo; tiene que ser curativo.
Amar lo no amable.
Consideremos el
amor de Dios (Lucas_6:35; Romanos_5:8). Así debe
ser nuestro amor para con todos, aun para los enemigos. Debemos amar a los que
no merecen nuestro amor. Debemos amar a los que no son amables, porque es lo
que Dios hace. No es amor de sentimiento sino de acción, de conducta, como
expresión de un espíritu bueno y compasivo. Lucas_6:35,
"Él es benigno para con los ingratos y malos".
Aquí Jesús tampoco elimina el mandamiento del Antiguo
Testamento. Pero se descubre la manera de pensar que se oculta tras la práctica
transmitida por tradición. En el desquite privado se debía quebrar la manera
jurídica de pensar: Como tú hiciste conmigo, así haré yo contigo. Ahora también
se elimina simplemente la división en la vida pública nacional entre amigos y
enemigos. Ya no hay enemigos para la manera de pensar del discípulo. El amor
del discípulo debe extenderse a todos los hombres; para él un prójimo debe ser
una persona cualquiera: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os
persiguen. No podemos dejar de pensar en el antagonista personal, el envidioso
e infamador, en el vecino mal intencionado o el malévolo competidor en el
negocio. Ya durante la vida mortal de Jesús los discípulos también fueron
objeto de la enemistad y difamación juntamente con Jesús. Esta participación en
la suerte del Señor fue mucho mayor cuando la misión estaba en pleno curso y
los misioneros y las comunidades de cristianos fueron duramente oprimidos. ¡Con
qué actualidad se debió experimentar la orden de Jesús: orad por los que os
persiguen, amad a vuestros enemigos! No deben contestar con aversión y odio ni
consolidar los muros de la enemistad. Su tarea siempre es la misma: vencer el
odio con el amor. Especialmente la oración no debe hacerse solamente por los
que están animados por los mismos sentimientos, por los hermanos de la propia
comunidad, sino que debe ser amplia y generosa, y debe también abarcar a todos
los adversarios de Cristo. Este camino condujo efectivamente a la victoria, una
victoria sin violencia, obtenida con humildad y amor gozoso. También hoy día la
oración es el mandamiento regio de los discípulos, el fruto más maduro de los
verdaderos sentimientos cristianos. ¿Qué tendría que ocurrir, si procediéramos
con inalterable confianza en el fruto de tal amor?
Hay que notar que Jesús estableció este
amor como la base para las relaciones personales. La gente usa este
pasaje como una base para el pacifismo y como un texto en relación con las
relaciones internacionales. Por supuesto que lo incluye todo, pero lo primero y
principal es que se refiere a nuestras relaciones personales con nuestra
familia y con nuestros vecinos y con las personas que encontramos en nuestra vida
diaria. Es mucho más fácil ir por ahí declarando que no debería haber tal cosa
como guerra entre las naciones, que vivir una vida en la que nunca permitamos
que las desavenencias invadan nuestras relaciones con los que tratamos a
diario. En primer lugar y principalmente, este mandamiento de Jesús se refiere
a nuestras relaciones personales. Es un mandamiento del que tenemos que decir
en primer lugar y principalmente: «Esto va por mí.»
Debemos
bendecir al enemigo, como lo hizo Jesús, 1Pedro_2:23. No debemos usar lenguaje abusivo, sino más bien
palabras de cortesía, amistad y amabilidad. El habla nuestra no debe ser
controlada por las malas circunstancias causadas por el enemigo, sino por Dios 1Corintios_13:4-7 dice que "el amor es sufrido,
es benigno, el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se
envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda
rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta".
El amor hace bien.
Debemos notar que este mandamiento es
sólo posible para un cristiano. Sólo la gracia de Jesucristo puede capacitar a
una persona para tener esta inconquistable benevolencia y esta buena voluntad
invencible en sus relaciones personales con otros. Sólo cuando Cristo vive en
nuestros corazones llega a morir la amargura y brota este amor a la vida. Se
dice a menudo que este mundo sería perfecto con que sólo la gente viviera según
los principios del Sermón del Monte; pero el hecho escueto es que nadie puede
ni empezar a vivir según estos principios sin la ayuda de Jesucristo. Necesitamos
a Cristo para que nos capacite para obedecer el mandamiento de Cristo.
También -y esto puede que sea lo más
importante de todo- debemos notar que este mandamiento no solamente no implica
dejar que la gente haga lo que quiera con nosotros; también implica que
nosotros debemos hacer algo por ellos. Se nos manda orar por ellos. Nadie
puede orar por otra persona y seguir odiándola. Cuando se presenta ante Dios
con la otra persona que tiene la tentación de odiar, algo sucede. No podemos
seguir odiando a nadie en la presencia de Dios. La manera más eficaz de acabar
con la amargura es orar por la persona que estamos tentados a odiar.
En esto se ve la definición de la palabra
"amar". El verdadero amor no se ve en palabras, sino en hechos (Santiago_2:16; 1Juan_3:18). Como Jesús dice (Lucas_6:27; Lucas_6:35), "Amad a vuestros
enemigos, haced bien a los que os aborrecen". Esta es la expresión de
buena voluntad que sinceramente desea el bienestar de otros, aun el de los
enemigos. David era ejemplo de volver bien
por mal (1Samuel_24:10; 1Samuel_26:9). El buen
samaritano es un ejemplo hermoso de esto, y es el héroe de la parábola de Jesús
(Lucas_10:25-37).
No podemos seguir odiando a otros si oramos
por ellos.
Al orar por otros
los llevamos delante del trono de Dios, y seguramente no nos atrevemos a odiar
a nadie en la presencia de Dios. Es el medio seguro de acabar con la amargura y
los resentimientos. Nuestro Señor Jesucristo oró por sus enemigos aun cuando
moría por ellos en la cruz (Lucas_23:34).
Esteban lo imitó (Hechos_7:60). Pablo
demostró el mismo espíritu (2Timoteo_4:16).
Es obvio que la expresión "para que
seáis" expresa condición o requisito; es decir, para ser hijos de
Dios tenemos que hacer algo. Tenemos que hacer lo que Jesús enseña en el
versículo 44: bendecir al enemigo, hacerle bien y orar por él. Si no hacemos
esto, no podemos ser hijos de Dios. En estos versos vemos, pues, otro aspecto
importante del "Plan de Salvación". Si omitimos esta enseñanza, este
requisito, no predicamos todo el consejo de Dios. Lamentablemente este
requisito no recibe la atención que merece.
¿Somos hijos de Dios?
Ya hemos visto lo que quería decir Jesús
cuando nos mandó tener este amor cristiano; y ahora debemos pasar a ver por qué
nos demandó que debíamos tenerlo. ¿Por qué, entonces, demanda Jesús que una
persona tenga este amor, esta benevolencia inconquistable y esta buena voluntad
invencible? La razón es muy sencilla y tremenda: Es que ese amor hace que la
persona se parezca a Dios.
Jesús señalaba la acción de Dios en el
mundo, que es la de la benevolencia inconquistable. Dios hace que Su sol salga
sobre los buenos y sobre los malos; envía Su lluvia sobre los justos y los
injustos. Nehemías solía decir: «¿Te has fijado que la
lluvia caiga en el campo de A, que es justo, y no en el campo de B, que es
injusto? ¿O que el sol salga y brille sobre Israel, que justo, y no sobre los
gentiles, que son malvados? Dios, hace que Su sol brille tanto sobre Israel
como sobre las naciones, porque el Señor es bueno con todos.» Hasta a este
rabino judío le conmovía e impresionaba
la prístina benevolencia de Dios, lo mismo con los santos que con los
pecadores.
El amor de Dios es tal que no puede
complacerse nunca por la destrucción de ninguna de las criaturas que han
formado Sus manos. El salmista decía: «Los ojos de todos esperan en Ti, y Tú
les das su comida a su tiempo. Abres Tu mano y colmas de bendición a todo
ser viviente» (Salmo_145:15).
En Dios hay esta benevolencia universal hasta para con los que han
quebrantado Sus leyes y Su corazón.
El objetivo es llegar a ser hijos del Padre. No es un
humanismo dentro del mundo, la aspiración a una naturaleza humana tan pura como
sea posible, la perfección de la personalidad. Dios es el modelo. Procede de
tal forma, dice el Señor, que prodiga su bondad sin reserva: hace salir el sol
y regala la lluvia sin prestar atención a la dignidad o gratitud de los
hombres. Así como todos ellos participan de los dones naturales de Dios, así
también son obsequiados con las riquezas de su gracia. Nuestra manera de pensar
debe corresponder a la suya, y nuestros actos deben proceder del mismo amor
gozoso, que no puede defraudar. Tomar a Dios por modelo, hacernos semejantes a
él, para que al fin él nos reconozca y acepte como sus verdaderos hijos.
Es fácil suponer que habiendo sido bautizados en
Cristo, llegamos a ser hijos de Dios, y que ocupamos una relación más o menos
segura con Dios (con tal que asistamos fielmente a los servicios, y evitemos
los vicios), pero la palabra "hijos" se usa para "aquellos
que manifiestan ciertas cualidades de carácter", y el carácter se
indica por la palabra que acompaña la palabra "hijos". Por ejemplo, Marcos_3:17, "hijos del trueno" (hombres
como trueno, tempestuosos); Lucas_10:6 "hijos
de paz" (hombres pacíficos, receptivos); Hechosch_4:36,
"hijo de consolación" o de exhortación, con talento para animar);
etc. "Hijos de Dios" significa, pues, personas que tienen el carácter
de Dios, que son imitadores de Dios. ¿Qué hace Dios? El bendice tanto a los
malos como a los buenos. ¿Queremos ser hijos de Dios? Que hagamos lo mismo.
Dios hace que el sol salga sobre todos;
envía la lluvia a todos.
Salmo_145:15-16; Hechos_17:25-28. ¿Se niega Dios a
proveer para aquellos que le aborrecen? Claro que no. Por lo tanto, si queremos
ser "hijos de Dios" (imitadores de Dios), debemos hablar bien y hacer
bien a los que nos maltratan, y orar por ellos. Con esta gran bondad Dios
derrite los corazones fríos de hombres perversos para llevarlos al
arrepentimiento (Romanos_2:4). ¡Qué hagamos lo
mismo!
Jesús
dice que debemos tener este amor para llegar a ser «hijos de nuestro Padre que
está en el cielo.» El hebreo no es rico en adjetivos; por esa razón usa muchas
veces hijo de... con un nombre abstracto donde nosotros usaríamos un
adjetivo. Por ejemplo: un hijo de paz es una persona pacífica; un
hijo de consolación es un hombre consolador. Así que un hijo de
Dios es un hombre que se parece a Dios. La razón por la que debemos
tener esta benevolencia y buena voluntad inconquistable es que Dios las tiene;
y, si las tenemos llegamos a ser nada menos que hijos de Dios, personas que
se parecen a Dios.
Según Lucas_6:32-33, Jesús
dice "pecadores" en lugar de "publicanos" y
"gentiles". Es obvio que se refiere a los pecadores en general, pero
Mateo escribe para los judíos y especifica los dos grupos más aborrecidos por
los judíos. Despreciaban en gran manera a los publicanos porque éstos
recaudaban los impuestos para los romanos. Los peores de los hombres (los
criminales más perversos) se saludan el uno al otro. "¿Qué hacéis de
más?"
Jesús
condena el espíritu de exclusivismo, el espíritu que causa partidos aun entre
hermanos.
Este espíritu se denuncia en las cartas de Pablo (1Corintios_3:1-3; Gálatas_5:20). El que solamente
saluda a los suyos es carnal y egoísta. Saluda para ser saludado. Alaba para
ser alabado. Cristo denuncia este espíritu y nos enseña a buscar y saludar a
los que necesitan nuestra compasión y ayuda, en lugar de buscar a los que nos
agradan y complacen.
¿Qué hacéis de más?
El amor debe exceder en mucho lo que dicen y ejercitan
los escribas y fariseos. Asimismo debe exceder en lo que se puede observar en
publicanos y gentiles. Los publicanos también aman a los que son como ellos, no
se pierden mutuamente de vista. Los recaudadores de impuestos eran despreciados
y pertenecían a las ínfimas clases en la valoración oficial. Lo que hacen es
cosa natural: no es preciso decir nada sobre ello. Ser corteses y amistosos en
las relaciones mutuas, saludarse recíprocamente es usual en todas partes,
incluso entre los gentiles, que no conocen al verdadero Dios, pero conocen las
reglas humanas del trato y la conducta deferente. No debéis permitir que
solamente reine entre vosotros tal atención amistosa, sino que debéis
extenderla a todos los demás. El saludo entre los cristianos será siempre
especialmente cordial y sincero, porque es comunicación e intercambio de la
vida de la gracia, como el Apóstol a menudo amonesta: «Saludad a todos los
hermanos con el ósculo santo» (1Tesalonicenses_5:26).
El intercambio de amor cordial no puede quedar limitado al propio ambiente, a
los hermanos confidenciales en la fe, a los miembros de la propia congregación,
sino que todos deben participar en este intercambio: los que conviven en la
misma casa, los compañeros de trabajo y muchos desconocidos, con quienes
diariamente nos ponemos en contacto. Jesús se comunica a otros en nuestro amor,
en el saludo amistoso...
Jesús pregunta: ¿Qué recompensa tendréis?
La palabra recompensa ya se usó antes, cuando se prometió
una «recompensa grande en los cielos» por toda pena causada por la persecución
y el insulto. Aquí también se habla con naturalidad de la recompensa que
aguarda al discípulo. El acicate interior para nuestra acción no es la
recompensa, sino solamente la actitud que Dios toma con nosotros, en último
término el mismo Dios. Pero quien vive con este amor, y obedece la orden del
Señor, también recibirá la recompensa, es decir, la misma recompensa que nos ha
sido presentada en las bienaventuranzas con algunas imágenes: la filiación
divina, toda la plenitud y felicidad del reino de Dios, el mismo Dios. No es
preciso que temamos hacer algo por la aspiración de la recompensa. Cuanto más
profundamente se vive en Dios, tanto más se hace todo por amor a Él...
Dios ha hecho más por nosotros que por otros, porque nos
ha salvado, y nos ha bendecido con toda bendición en Cristo (Efesios_1:3). Nos da todas las cosas (Romanos_8:32). Por lo tanto, El espera más de
nosotros. ¿Por qué esperamos la recompensa de Dios si tenemos la actitud de
gente mundana al saludar solamente a los nuestros?
El "saludar" de aquel entonces no era
simplemente decir, "Buenos días" y tal vez estrechar manos hipócritamente,
sino que se abrazaban, se besaban en cada mejilla, preguntaban por la familia,
etc. Era expresión de amistad y cariño. Por ejemplo, Lucas_10:4,
"y a nadie saludéis por el camino", porque su misión era urgente y el
saludar a la gente requería mucho tiempo. Para nosotros la palabra
"saludar" debe indicar una expresión cordial, según las costumbres de
la gente, de amistad y de buena voluntad.
La expresión, "Sed, pues",
indica una conclusión a los versículos anteriores.
“Perfectos".
En este texto la palabra "perfectos" no
significa "sin pecado", sino que debemos ser perfectos en amor, como
Dios es perfecto en amor. El amor de Dios es perfecto o completo, porque es
universal. No es deficiente porque no es parcial. El no ama solamente a los que
le aman, sino que El "hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace
llover sobre justos e injustos". El amor nuestro debe ser completo, como
lo es el amor de Dios.
La
palabra perfecto aquí por primera vez se refiere a la acción humana. San Mateo
es el único evangelista que la emplea con este sentido. ¿Qué quiere decir
perfecto? Es una palabra muy rica en significado. Nos resulta comprensible por
el Antiguo Testamento, donde se usa a menudo, y donde se corresponden
mutuamente la perfección y la justicia. En el lenguaje de los sacrificios esta
palabra expresa un concepto fijo que designa la incolumidad y pureza de la
ofrenda sacrificial, la víctima. Si se habla del hombre, es «perfecto» el que
sin titubeos y con sincera entrega ha dirigido a Dios su corazón y cumple la
ley. Se dice de Noé que «era varón justo y perfecto» (Genesis_6:9).
Es perfecto el hombre que ha dado a su vida integridad y armonía, después de
superar todo lo fragmentario y mediocre, orientándose solamente hacia Dios y a
servirle sin reservas. De Dios nunca se dice que sea perfecto. En cambio Jesús
lo dice. El discípulo debe ser tan perfecto como Dios. Aquí tenemos la clave de
una de las frases más difíciles del Nuevo Testamento: La frase con que termina
este pasaje. Jesús dijo: «Por tanto, tenéis que ser perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto.» A primera vista, esto suena como un mandamiento
que no es posible que se refiera a nosotros. No hay nadie que considere que
podemos ni acercarnos a la perfección de Dios.
La
palabra griega para perfecto es teleios. Esta palabra se usa a
menudo en griego en un sentido muy especial. No tiene nada que ver con lo que
podríamos llamar perfección abstracta o metafísica. Una víctima que es apta
para el sacrificio a Dios, que no tiene defecto, es teleios. Un hombre
que ha alcanzado su plena estatura es teleios en contraposición a un
chico que está creciendo. Un estudiante que ha alcanzado un conocimiento maduro
de su asignatura es teleios en oposición a otro que no ha hecho más que
empezar y que todavía no ha captado suficientemente las ideas.
Para
decirlo de otra manera: La idea griega de la perfección es funcional. Una
cosa es perfecta si cumple plenamente el propósito para el que fue pensada,
diseñada, y hecha. De hecho, ese sentido se implica en los derivados de esta
palabra. Teleios es el adjetivo que se forma del nombre telos. Telos quiere
decir fin, propósito, objetivo, meta. Una cosa es teleios, si
cumple el propósito para el que fue planificada; una persona es perfecta si
cumple el propósito para el cual fue creada.
Tomemos
una analogía muy sencilla. Supongamos que tenemos un tornillo suelto en casa y
queremos ajustarlo. Echamos mano de un destornillador, y vemos que se ajusta
perfectamente a la mano y a la cabeza del tornillo. No es ni demasiado grande
ni demasiado pequeño, ni demasiado áspero ni demasiado suave. Lo ajustamos a la
muesca del tornillo, y nos damos cuenta de que encaja perfectamente. Le damos
las vueltas necesarias y el tornillo queda fijo. En el sentido griego, y
especialmente en el del Nuevo Testamento, ese destornillador es teleios, porque
cumple perfectamente el propósito para el que lo necesitábamos.
Así
pues, una persona es teleios si cumple el propósito para el que fue
creada.
¿Con
qué propósito fue creada la persona humana? La Biblia no nos deja en la menor
duda en esto. En la antigua historia de la creación hallamos a Dios diciendo:
«Hagamos al
hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza» (Génesis_1:26). El
hombre fue creado para parecerse a Dios. La característica de Dios es esta
benevolencia universal, esta inconquistable buena voluntad, este constante
buscar el bien supremo de cada criatura. La gran característica de Dios es Su
amor al santo y al pecador por igual. No importa lo que los hombre Le hagan:
Dios no busca nada más que su bien supremo. Eso es lo que ve en Jesús.
Cuando
se reproduce en la vida de una persona la benevolencia incansable, perdonadora,
sacrificial de Dios, esa persona se parece a Dios, y es por tanto perfecta en
el sentido de la palabra en el Nuevo Testamento. Para decirlo de una manera
todavía más sencilla: La persona que se interese más por los demás será la
persona más perfecta.
La enseñanza de la Biblia es unánime en decir que
realizamos nuestra humanidad solamente pareciéndonos a Dios. Lo único que nos
hace semejantes a Dios es el amor que nunca deja de preocuparse por los
hombres, le hagan lo que le hagan. Realizamos nuestra humanidad, alcanzamos la
perfección cristiana, cuando aprendemos a perdonar como Dios perdona, y a amar
como Dios ama.
Así pues, el
discípulo debe imitar a Dios, debe reproducir y grabar en el propio esfuerzo la
conducta de Dios. Para estos pensamientos hay un modelo en la norma del libro
del Levítico: «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo» (Levítico_19:2). Allí se exigía sobre todo la santidad
(pureza) del culto sagrado, con la cual Israel debía llegar a ser digno del
servicio prestado ante Jehová. Aquí se hace alusión a otra cosa. El hombre debe
reproducir la manera de ser y existir propia de Dios, su manera de pensar y
sentir, sobre todo su amor divino. Uno podría espantarse ante estos
pensamientos...
La perfección solamente puede entenderse bien desde el
punto de vista del amor, que es la manera de ser de Dios. De lo contrario,
resulta un ideal de virtud, que puede ser griego, estoico, budista o cualquier
otra cosa, pero no es lo que Jesús dice. También podemos hablar del afán de
perfección. En la Iglesia y en su tradición espiritual siempre hasta nuestros
días ha habido este afán. Se puede pensar en algo erróneo si se concibe la
perfección como suma de todas las virtudes; pero se puede acertar si se ve la
perfección como el apogeo en el amor. Esta reivindicación sobrepasa todo lo que
podríamos pensar o hacer. El mismo Dios tiene que suscitar en nosotros el
estímulo que nos arrastre más lejos de lo que nosotros iríamos...
Así es como Jesús «da cumplimiento» a la ley, así lo
debemos hacer nosotros (Levítico_5:17). La frase
resume lo que hasta ahora hemos leído e incluso todas las instrucciones del
Evangelio. Explica su elevada exigencia: ¿Cómo podría ésta ser menor, si se
trata de una conducta divina? La constante disposición a reconciliarse, el
dominio de los impulsos sensuales, la sincera veracidad, la renuncia a
cualquier recompensa e incluso el amor al enemigo: todo eso es de índole
divina. El más excelso objetivo que se nos puede mostrar, también corresponde a
nuestro anhelo más íntimo: queremos la totalidad y lo más sublime, las medias
tintas no nos bastan. Y sobre todo: éste no es un ideal ajeno al mundo, sino
que hay que conseguirlo con la gracia de Dios. Porque el amor de que aquí se
trata, Dios lo ha «derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu
Santo» (Romanos_5:5). Este amor tiende a la
vida. La vida de los nacidos de nuevo manifiesta a todos este amor.
¿Cómo podemos ser perfectos?
(1) En carácter. En esta vida no podemos ser impecables,
pero podemos aspirar a ser más semejantes a Cristo.
(2) En santidad.
Como los fariseos, debemos separarnos de los valores pecaminosos del mundo.
(3) En madurez. No podemos lograr tener el
carácter de Cristo y vivir en santidad de golpe y porrazo, pero podemos luchar
por la perfección. Así como esperamos una conducta diferente de un bebé, de un
niño, de un adolescente y de un adulto, Dios espera actitudes diferentes de
nosotros, según nuestro nivel de desarrollo espiritual.
(4) En amor.
Podemos buscar amar a los demás como Dios nos ama. Uno es si su conducta es
apropiada para su nivel de madurez: perfectos, pero aún con mucho espacio para
crecer. Nuestra tendencia a pecar nunca debe detenernos en el empeño de ser
cada vez más semejantes a Cristo. El llama a todos sus discípulos a la
excelencia, a superar el nivel de mediocridad y a madurar en todo, hasta llegar
a ser como Él es. Los que se esfuerzan por llegar a la perfección un día
lograrán ser perfectos como Él es perfecto (1Juan_3:2)
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