Aquellos que habéis leído la tercera parte de esta serie ¿En qué clase viaja usted? recordareis que terminaba haciendo una invitación: “ Mi estimado lector: Te hago una pregunta ¿Cuál de estas dos familias, te parece, está más salva? Te agradecería una respuesta”. Esto se publicó el 25 de octubre de 2023 y a fecha de hoy 28, nadie ha sabido responder. Visto lo cual voy a ser yo quien conteste de forma razonada esa pregunta.
Muchos habréis pensado que la primera familia llena de
dudas y temores no sería salva; y que la segunda familia, cuyos individuos
gozaban de tan firme confianza, era la que está más salva. Pues, si así lo creéis, estáis en un error. Ambas familias están por igual en seguridad de
estar salvadas; porque en ambas la
salvación dependía de que Dios miraba a la sangre de afuera en el dintel, y
no los sentimientos de ellos dentro de casa. Y si tú también quieres estar
seguro de tú salvación, mi estimado lector, no escuches el testimonio
fluctuante de tus emociones interiores, como un péndulo llevando de un extremo a
otro tus sentimientos, sino en el testimonio infalible de la Palabra de Dios
en la Biblia.
“De cierto, de cierto os digo:
El que cree en mí, tiene vida eternal” Juan 6; 47.
A fin de aclarar este punto, me serviré de un sencillo
ejemplo tomado de la vida diaria en el mundo agrícola: “Cierto ganadero, no
teniendo pastos suficientes para alimentar su ganado, solicitó arrendar una
hermosa y extensa parcela próxima a su casa, a un vecino suyo. Pasa algún
tiempo sin recibir contestación del propietario. Entretanto otro vecino suyo le
visita y procura animarle, diciendo: Estoy seguro de que te arrendarán la
dehesa; ¿No te acuerdas que el año pasado con la terrible sequía, te permitió
abrevar tu ganado en la acequia de su propiedad? Estas palabras aumentaron las
esperanzas del ganadero”.
Al día siguiente se encuentra con otro de sus vecinos,
quien le dice: “Me temo que no te arrendarán esa dehesa. Otro ganadero la ha
solicitado también, y ya sabes tú cuánta amistad le une al otro propietario.
Esta noticia desvanece todas las esperanzas del pobre ganadero como si fuesen
pompas de jabón.
Por fin recibe una carta por correo, y al reconocer la
letra del propietario, la abre con viva ansiedad, pero a medida que avanza en
la lectura, la ansiedad va convirtiéndose en satisfacción que se retrata en su
rostro. ¡Está arreglado! Exclama dirigiéndose a su esposa; ¡acabaron las dudas
y temores! El propietario me arrienda la dehesa por todo el tiempo que la necesite,
y en condiciones muy ventajosas, y esto me basta. ¡Qué puede importarme lo que
digan los demás! La palabra del propietario escrita en esta carta me asegura
ese alquiler.
¡A cuantas almas le sucede lo del ganadero del relato,
que, escuchando las opiniones de otros, o los pensamientos del propio engañoso
corazón, son llevadas de acá para allá, perplejas y afligidas, bastaría recibir
la Palabra de Dios, como tal Palabra de Dios y la certeza alejaría todas las
dudas.!
La Palabra de Dios dice que el que cree está salvado,
y el que no cree está condenado. En los dos casos ha certeza, porque Dios lo
dice: Salmo 119; 89 “Para siempre, oh Jehová, Permanece tu palabra en los cielos”. Y
para el creyente de corazón sencillo, Su Palabra Lo Confirma Todo.
Números 23;19 Dios no es
hombre, para que mienta, Ni hijo de
hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo
ejecutará?
Más pruebas no hay que exigir
Ni más demostración
Pues sé que Cristo por morir
Cumplió mi salvación
Tal vez algún lector de este blog se pregunte: ¿Cómo
estoy seguro de que tengo la verdadera fe?
A esta pregunta solo cabe contestar: ¿Tienes confianza
en el verdadero Salvador, esto es, en Jesucristo, el bendito Hijo de Dios?
No es cuestión de saber si tu fe es mucha o poca, fuerte o débil, sino de la
valía de la Persona en quien has confiado. Hay quien se agarra de Cristo con la
fuerza del que está ahogándose; otro se atreve apenas a tocar el borde de su
túnica; con todo, los dos están igualmente salvados. Los dos han comprendido
que en si mismos no hay nada en que puedan confiar, y que solo Cristo es digno
de poseer toda su confianza; por esto se entregan a Él, descansando en la Obra
Perfecta y de Eterna eficacia que Jesucristo hizo en la Cruz del Calvario.
Esto es lo que se entiende por creer en Cristo; y suya
es la promesa que dice: De cierto, de cierto os digo:
El que cree en mí, tiene vida eternal. Juan 6; 47.
Mi estimado lector, guárdate bien de confiar, para la
salvación de tu alma, en el arrepentimiento, en tus propósitos de enmienda, en
tus buenas obras, en tus sentimientos religiosos, o en tu educación moral
practicada desde tu más tierna edad. Puedes confiar firmemente en algunas de
estas cosas o en todas juntas, y sin embargo, perderte para siempre. Déjame
recordarte el caso de Paz, una mujer que confiaba con testarudez en su buenas
obras a Ongs, necesitados, etc. Creía firmemente que de esa forma se ganaba el
favor de Dios y la salvación. Pero la Misericordia de Dios a través de Su Palabra
en la Biblia en Evangelio de Lucas 23:40-43(: 40
Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando
en la misma condenación? 41 Nosotros, a la
verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros
hechos; mas éste ningún mal hizo. 42 Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando
vengas en tu reino. 43 Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso) Convirtió, regeneró un corazón de piedra
en uno de carne para entender y descansar SOLO en la OBRA de Cristo en la cruz,
y pudo verse en las carnes de aquel ladrón en la cruz, depositando como una
niña su confianza en Jesucristo como su UNICO SUFICENTE SALVADOR Y SEÑOR.
Esta persona, pocos días más tarde, fue llamada a la
presencia de Dios. Mi querido lector, la fe en Cristo más débil, o más reciente
como la de esta mujer Paz, te salva del infierno por toda la eternidad. Sin
embargo, si ella hubiera permanecido firme en sus creencias anteriores habría
pasado al infierno por toda la eternidad. La fe más firme en cualquier otra
cosa que no sea Cristo, no es más que el fruto de un corazón engañado y
engañador: es el ramaje con el que el enemigo, Satanás, cubre la trampa de la
eternal perdición.
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