Proverbios 4:23
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.
Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón
12. El tiempo de una enfermedad mortal
El último tiempo que mencionaremos en el que es necesario guardar el corazón con toda diligencia, es cuando la enfermedad nos advierte que nuestra hora está cerca.
Cuando un hijo de Dios se acerca a la eternidad, el adversario realiza su último esfuerzo, y, como no puede ganar el alma que está en Dios porque no puede destruir la ligadura que une el alma a Cristo, su gran plan es despertar el temor a la muerte, llenar la mente con aversión y horror ante el pensamiento de ser separados del cuerpo.
Es por eso que en el pueblo de Dios se puede observar que hay mucho temor a tomar la mano fría de la muerte, una falta de disposición a marcharse. Pero de la misma manera en que hemos de vivir como santos, así hemos de morir.
Ofreceremos varias consideraciones pensadas para ayudar al pueblo de Dios en el tiempo de enfermedad, para mantener sus corazones libres de todos los objetos terrenales, y dispuestos a morir con contentamiento.
En primer lugar, la muerte es algo inocuo para el pueblo de Dios. Sus flechas no dejan la punta clavada. ¿Por qué tener temor de que nuestra enfermedad pueda ser para muerte? Si fuésemos a morir en nuestros pecados, si la muerte fuese a reinar sobre nosotros como un tirano, si fuese a alimentarse de nosotros como un león de su presa, si la muerte fuese un precursor del infierno, entonces podríamos asustarnos con razón y encogernos ante ella desmayando con terror. Pero si nuestros pecados han sido borrados y Cristo ha vencido a la muerte en nuestro favor, de forma que lo único con lo que nos encontraremos es con dolor corporal, y posiblemente ni siquiera eso, si la muerte es la que nos trae el cielo ¿por qué habríamos de preocuparnos? ¿Por qué no darle la bienvenida? No nos puede hacer daño, es liviana e inocua. Es como quitarnos la ropa o irnos a descansar.
En segundo lugar, puede que sirva de ayuda para que nuestro corazón no se atemorice el considerar que la muerte es necesaria para prepararnos para el pleno disfrute de Dios.
Ya sea que estemos dispuestos a morir o no, ciertamente no hay otro modo de completar la felicidad de nuestra alma. La muerte debe hacernos el oficio de quitarnos este velo de carne, esta vida animal que nos separa de Dios, antes de que lo podamos ver y disfrutar plenamente.
"Entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor" (2 Corintios 5:6) ¿Quién no estaría dispuesto a morir por el disfrute perfecto de Dios? Deberíamos gemir como un prisionero a través de los barrotes de esta mortalidad: "¡Oh, si tuviese alas como una paloma, entonces volaría y descansaría".
Cierto es que la mayoría de los hombres necesitan paciencia para morir, pero un santo, que entiende a qué lo introducirá la muerte, más bien necesita paciencia para vivir. En su lecho de muerte debería mira afuera y escuchar la venida de su Señor, y cuando percibe que su partida está cerca debería decir: "¡La voz de mi amado! He aquí él viene Saltando sobre los montes, Brincando sobre los collados" (Cantares 2:8)
En tercer lugar, consideremos que la felicidad del cielo comienza inmediatamente después de la muerte.
Esa felicidad no será pospuesta hasta la resurrección, sino que tan pronto como la muerte haya pasado sobre nosotros, nuestra alma será sorbida por la vida. Cuando hayamos soltado amarras de esta costa, seremos rápidamente impulsados hasta las orillas de una eternidad gloriosa.
¿No podremos decir entonces: "Deseo partir y estar con Cristo"? Si el alma y el cuerpo muriesen juntos, o durmiesen hasta la resurrección como algunos han imaginado, hubiese sido una necedad por parte de Pablo desear partir para disfrutar de Cristo, porque habría disfrutado más en el cuerpo de lo que hubiese podido hacerlo fuera de él.
Las Escrituras hablan solo de dos maneras en las que el alma puede vivir: Por fe y por vista. Estas dos formas comprenden la existencia presente y la futura.
Ahora bien, si cuando la fe falta, la vista no continúa inmediatamente, ¿qué sería del alma?
Pero la verdad sobre este asunto está claramente revelada en las Escrituras.
Miremos en Lucas 24:3 y Juan 14:3. ¡Qué bendito cambio hará la muerte en nuestra condición! ¡Levántate, santo moribundo, y regocíjate! Deja que la muerte haga su trabajo, que los ángeles conduzcan tu alma al mundo de la luz.
En cuarto lugar, reflexionar en el hecho de que mediante la muerte Dios evita a su pueblo grandes problemas y tentaciones puede mejorar nuestra disposición a morir.
Cuando una calamidad extraordinaria viene sobre el mundo, Dios a veces quita a sus santos del camino del mal. Así murió Matusalén en el año antes del diluvio, Agustín un poco antes del saqueo de Hipona, Pareus justo antes de la toma de Heidelberg. Lutero observa que todos los apóstoles murieron antes de la destrucción de Jerusalén, y Lutero mismo murió antes de que las guerras estallasen en Alemania.
Puede ser por tanto que la muerte nos haga escapar de una dura prueba, que no podríamos ni necesitamos soportar. Pero si no hay ningún problema extraordinario que fuese a venir en caso de que nuestra vida fuese prolongada, puede que aun así Dios quiera librarnos de los innumerables males y cargas que son inseparables de nuestro estado actual.
Seríamos librados del pecado que aún queda en nuestro interior, que es el mayor problema. Seríamos librados de todas las tentaciones de cualquier tipo, de los problemas y vergüenzas corporales, y de todas las aflicciones y tristezas de esta vida. Los días de nuestro lamentar terminarían, y Dios enjugaría todas las lágrimas de nuestros ojos ¿Por qué entonces no tendríamos prisa por marcharnos?
En quinto lugar, si todavía nos resistimos a marchar, como Lot en Sodoma ¿cuál es nuestro ruego y preferencia por una vida más larga? ¿Por qué estamos poco dispuestos a morir?
Puede que estemos preocupados por el bienestar de las personas cercanas a nosotros. Si es así, y estamos preocupados por su sustento temporal, permitamos que la Palabra de Dios nos satisfaga: "Deja tus huérfanos, yo los criaré; y en mí confiarán tus viudas" (Jeremías 49:11). Lutero decía en su última voluntad: "Señor, tú me has dado una esposa e hijos, no tengo nada que dejarles, pero te los encomiendo a ti. Oh, padre de los huérfanos y defensor de viudas, susténtalos, guárdalos, y enséñalos".
Pero ¿estamos preocupados por el bienestar espiritual de nuestras personas cercanas? Recordemos que no podemos convertirlas ni aun si siguiésemos viviendo; y Dios puede hacer que nuestras oraciones y consejos sean efectivas después de muertos.
Quizás es que deseamos servir a Dios durante más tiempo en este mundo.
Pero si Él no tiene nada más para que hagamos aquí, ¿Por qué no decir junto con David "aquí estoy, haga de mí lo que bien le pareciere" (2 Samuel 15:26)?
Él nos está llamando a lo alto, a servir en el cielo, y puede cumplir con otras manos lo que deseamos hacer aquí.
¿Es que nos sentimos demasiado imperfectos para ir al cielo? Pensemos que hemos de ser imperfectos hasta la muerte, nuestra santificación no puede completarse hasta que lleguemos al cielo.
"Pero", se podría decir, "quiero estar seguro; si pudiera tener seguridad podría morir con facilidad". Consideremos entonces que, una disposición del corazón por dejarlo todo en el mundo y ser libres del pecado y estar con Dios, es la forma directa de la seguridad que se desea; ninguna persona carnal estaría dispuesta a morir en base a eso.
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