Proverbios 4:23
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.
Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón
10. El tiempo de duda y de oscuridad espiritual.
Estos son tiempos en los que es muy difícil guardar el corazón. Cuando la luz y el consuelo de la divina presencia se retiran, cuando el creyente, por la prevalencia del pecado dentro de él, se dispone en una u otra manera a renunciar a sus esperanzas, a inferir conclusiones desesperadas con respecto a sí mismo, a considerar el consuelo que tuvo como un engaño vacío y su profesión como hipocresía. En tales tiempos se necesita mucha diligencia para guardar el corazón del abatimiento.
La angustia del cristiano proviene de la comprensión de su estado espiritual, y en general argumenta contra sí mismo que no posee una verdadera fe, ya sea porque ha recaído en los mismos pecados de los que se había recuperado con vergüenza y pena, o porque siente que sus afectos por Dios están declinando, o porque se ha fortalecido su deseo hacia los deleites mundanos, o por su prosperidad en público a la vez que con frecuencia se ve confinado y desierto en sus devociones privadas, o por alguna sugerencia horrible de Satanás con la que su alma ha quedado enormemente confundida, o por último, debido al silencio de Dios y la aparente negación de sus largas oraciones.
Para conseguir establecer y apoyar el corazón bajo tales circunstancias, es necesario que estemos familiarizados con algunas verdades generales que tienen tendencia a calmar el alma dubitativa y temblorosa, y que seamos instruidos correctamente con respecto a las causas de inquietud anteriormente mencionadas.
En primer lugar, no toda demostración de hipocresía en una persona demuestra que sea un hipócrita.
Hemos de distinguir con cuidado entre las manifestaciones y una hipocresía predominante. Hay restos de engaño hasta en los mejores corazones.
Esto es algo que vemos en el ejemplo de David y Pedro, pero la disposición que prevalecía en sus corazones era la de ser rectos, y no fueron llamados hipócritas por su conducta.
En segundo lugar, hemos de considerar lo que puede decirse en nuestro favor así como lo que puede decirse en contra nuestra.
En ocasiones es un pecado de las personas rectas el ejercer una severidad irrazonable contra ellos mismos. No consideran de manera imparcial el estado de sus almas.
Hacer parecer que su estado es mejor de lo que es en realidad es ciertamente un pecado condenable de los hipócritas que se alaban a sí mismos, y hacer parecer su estado peor de lo que es realmente, es el pecado y necedad de algunas personas buenas. Pero ¿por qué habríamos de convertirnos en enemigos de nuestra propia paz? ¿Por qué leer de pasada las evidencias del amor de Dios en nuestra propia alma, como los hombres que leen superficialmente un libro que tratan de refutar? ¿Por qué habríamos de estudiar nuestras faltas y apagar aquellos consuelos que son legítimamente nuestros?
En tercer lugar, cada cosa que pueda ser motivo de tristeza para el pueblo de Dios, no es una base suficiente para cuestionar la realidad de su fe.
Hay muchas cosas que son tribulaciones, pero que no deben hacernos tropezar. Si en cada ocasión nos cuestionamos todo lo que se ha hecho a través de nosotros, nuestra vida estará formada de dudas y temores, y nunca podremos conseguir esa paz interior asentada en la que vivimos esa vida de alabanza y gratitud que el Evangelio requiere.
En cuarto lugar, el alma no está siempre en una disposición adecuada para hacer de sí misma un juicio correcto, y está particularmente poco calificada para hacerlo en tiempos de abandono o tentación. Estos tiempos deberían emplearse más bien para vigilar y resistir, y no para juzgar y determinar.
En quinto lugar, sea cual sea la raíz de nuestra angustia, nos debería llevar a Dios, no a alejarnos de Él. Supongamos que hemos pecado en cierta manera, o que hemos estado abatidos y tristes durante un largo tiempo. No tenemos derecho para concluir que debemos estar desanimados, como si no hubiese ayuda para nosotros en Dios.
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