En el primer siglo referirse a la sangre de Jesús
era una forma importante de hablar sobre la muerte de Cristo. Su muerte señala
dos verdades maravillosas: redención y perdón. Redención era el precio
pagado para obtener la libertad de un esclavo. A través de su muerte, Jesús pagó el precio
para liberarnos de nuestra esclavitud al pecado. El perdón se
garantizaba en los tiempos del Antiguo Testamento en base a la sangre vertida
de animales (Levítico 17:11 Porque la vida de toda
criatura está en la sangre. Yo mismo se la he dado a ustedes sobre el altar,
para que hagan propiciación por ustedes mismos, ya que la propiciación se hace
por medio de la sangre). Ahora recibimos perdón en base al derramamiento
de la sangre de Jesús, porque murió y fue el sacrificio perfecto y verdadero. Podemos leer en 1Pedro 1:18-19 18 Como bien saben, ustedes fueron
rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su
rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata,
19 sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin
mancha y sin defecto.
La gracia
es el favor voluntario y amoroso que da Dios a los que salva. No lo podemos
ganar, no lo merecemos. Ningún esfuerzo moral ni religioso lo puede ganar,
viene solo por la misericordia y el amor de Dios. Sin la gracia de Dios, nadie
puede salvarse. Para recibirlo debemos reconocer que no podemos salvarnos a
nosotros mismos, que solo Dios puede hacerlo y que solo hay un camino, el
amoroso favor es a través de la fe en Cristo. Dios no escondía a propósito un
secreto "el misterio de su
voluntad", pero su plan para el mundo no se comprendería por completo
hasta que Cristo resucitara. El misterio de su propósito para enviar a Cristo
fue unir a judíos y a gentiles en un solo cuerpo, teniendo a Cristo como
cabeza. Mucha gente aún no entiende el plan de Dios, pero en el momento
oportuno "la dispensación del
cumplimiento de los tiempos”, permitirá que estemos con Él para siempre y
entonces todos lo entenderán. En ese día, todos se inclinarán ante Jesús como
Señor, sea porque lo aman o porque temen su poder (Filipenses 2:10-11 10 para
que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y
debajo de la tierra, 11
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre.).
El
propósito de Dios es ofrecer la salvación al mundo, tal como lo planeó mucho
tiempo atrás. Dios es soberano, El tiene el control. Cuando nuestra vida
parezca caótica, descansemos en esta verdad: Jesucristo es el Señor y Dios
tiene el control. Su propósito para salvarnos no puede frustrarse, no importa
lo que Satanás pretenda hacer. El Espíritu Santo es el sello de Dios de que le
pertenecemos y su depósito o arras nos garantizan que El hará lo prometido. El
Espíritu Santo es un anticipo, un depósito, una firma válida en un contrato. Su
presencia en nuestras vidas ratifica que tenemos una fe genuina y prueba que
somos hijos de Dios. Ahora su poder obra en nosotros la transformación de
nuestras vidas y es un adelanto del cambio total que experimentaremos en la
eternidad.
Pablo oró para que los efesios conocieran mejor a
Cristo. Él es nuestro modelo y cuanto más lo conozcamos, más seremos como Él.
Estudiemos la vida de Jesús en los Evangelios que muestran cómo era cuando
estuvo en la tierra hace dos mil años y conozcámosle en oración ahora. ¡El
conocimiento personal de Cristo cambiará nuestra vida! Nuestra esperanza no es un vago sentimiento de
que el futuro será positivo, sino una total seguridad de victoria a través de
Dios que nos viene por el Espíritu Santo que obra en nosotros.
El mundo
teme el poder del átomo, pero nosotros pertenecemos al Dios del universo, el
que no solo creó el poder atómico, sino que también resucitó a Jesucristo de la
muerte. El poder incomparable de Dios está a nuestro alcance para ayudarnos. No
hay nada demasiado difícil ni imposible para Él.
Después
que resucitó de la muerte, Cristo es ahora la cabeza suprema de la Iglesia, la
verdadera autoridad sobre el mundo. Jesús es el Mesías, el Ungido de Dios, el
esperado de Israel, el que enderezará al mundo quebrantado. Como cristianos
debemos tener la certeza de que Dios ha ganado la victoria final y tiene el
control de todo. No necesitamos temer a ningún dictador, nación, muerte ni al mismo
Satanás. El contrato está firmado y sellado, nuestra espera para obtener la
total libertad será por poco tiempo. Pablo dice en Romanos 8:37-39 37 Sin embargo, en todo
esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Pues estoy convencido
de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente
ni lo por venir, ni los poderes, 39 ni lo alto ni lo
profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que
Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor, que nada puede
separarnos de Dios y su amor.
La Iglesia
debe ser la plena expresión de Cristo, quien lo llena todo. Al leer Efesios, es importante recordar que se
escribió a la Iglesia, no a una persona en particular. Cristo es la cabeza y
nosotros somos el cuerpo de su Iglesia. La imagen del cuerpo muestra la unidad
de la Iglesia. Cada miembro se involucra con los demás a medida que van
cumpliendo con la obra de Cristo en la tierra. No debemos intentar trabajar,
servir ni adorar simplemente nosotros. Necesitamos todo el Cuerpo.
La ascensión de Cristo es el medio de introducirnos en los lugares
celestiales, los cuales a causa de nuestros pecados nos estaban cerrados. Mientras Cristo estaba en la carne en la forma
de siervo, los hijos de
Dios no podían darse cuenta de sus privilegios celestiales como hijos. Ahora, “nuestra ciudadanía está en los cielos”, donde
nuestro Sumo Sacerdote “nos está bendiciendo” constantemente. Nuestros
“tesoros” están allí, nuestras miras y
afectos, nuestra esperanza, nuestra
herencia. El mismo don del Espíritu, la fuente de la “bendición espiritual”, se
debe al hecho de que Jesús ha ascendido allá.
Así como un sello impreso en algún documento da
una validez cierta al contrato asentado en él así el “amor de Dios derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo” y la adopción otorgada por el Espíritu en la
regeneración, nos asegura a los
creyentes la buena voluntad de Dios para con nosotros. El Espíritu, como un
sello, imprime en el alma, en el acto de la regeneración, la imagen de nuestro
Padre. El acto de haber sido sellados por el Espíritu Santo se menciona como un
hecho que ya ha pasado.
El testimonio a nuestro corazón de que somos hijos de Dios y sus herederos es
el testimonio presente del
Espíritu, “las arras de la herencia venidera. “La palabra de verdad” prometió el Espíritu Santo. Aquellos
que “creyeron la palabra de verdad” fueron sellados por el Espíritu según la
promesa.
Entonces la criatura será librada de la servidumbre de la corrupción,
y del príncipe usurpador de este mundo, y gozará de la libertad gloriosa de los
hijos de Dios como suyo propio por la sangre de Cristo.
Si viviéramos liberados de esas ataduras temporales que tantas veces
estorban nuestra vida espiritual, percibiríamos
esos dones abundantes que Dios nos brinda en el momento presente. Dejemos que sean nuestros sentidos
espirituales quienes nos guíen a la luz de la Palabra de Dios en la Biblia,
conociendo, comprendiendo y obedeciendo para vivir conforme a la Voluntad del
Señor.
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