En la Biblia podemos leer en 2 Corintios 1:3-5, dice así:
2 Cori 1:3 Alabado sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación,
4 quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo
consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.
5 Pues así como participamos
abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así también por medio de él
tenemos abundante consuelo.
Parakaleo (παρακαλέω) se
traduce como consolar, consuelo, alentaos, consolaos y los verbos AMONESTAR, ANIMAR, CONFORTAR
(RECIBIR), CONSOLAR, EXHORTAR, LLAMAR, ORAR, RECIBIR
(CONSOLACIÓN), ROGAR.
Paramutheomai (παραμυθέομαι)
aliviar, consolar, alentar
REFLEXIÓN:
Se nos exhorta a ir directamente al trono de la gracia para obtener
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro en tiempo de necesidad. Es necesario pasar por momentos de aflicción,
de angustia, de sufrimiento, hasta el punto que nos rendimos al Señor porque no
entendemos lo que está pasando; pero sabemos que Dios es Soberano y tiene todo
bajo su control. El Señor es capaz de dar paz a la conciencia turbada y de
calmar las pasiones rugientes del alma. Estas bendiciones son dadas por Él como
Padre de su familia redimida. Nuestro Salvador es quien dice: No se turbe
vuestro corazón. Él cicatriza nuestras heridas, para que no vuelvan más a
nuestra memoria para atormentarnos.
Toda consolación viene de Dios y nuestras consolaciones más dulces
están en Él. Da paz a las almas otorgando remisión gratuita de pecados, las
consuela por la influencia vivificante del Espíritu Santo y por las ricas
misericordias de su gracia. Él es capaz de vendar el corazón roto, de sanar las
heridas más dolorosas, y de dar esperanza y gozo en las aflicciones más
pesadas. Los favores que Dios nos otorga no son sólo para alegrarnos, sino
también para que podamos ser útiles al prójimo. Él envía consuelos suficientes
para sostener a los que simplemente confían en Él y le sirven. Si fuéramos
llevados tan bajo como para desesperar hasta de vivir, aun entonces podemos
confiar en Dios para que nos libere de esa situación si está en Su Voluntad. Nuestro
deber es no sólo ayudarnos unos a otros con oración, sino en la alabanza y la
acción de gracias y por ellas, dar
retorno adecuado a los beneficios recibidos. De esta manera, las pruebas y las
misericordias terminarán bien para nosotros y el prójimo.
Muchos piensan que cuando Dios nos consuela, nuestras aflicciones
desaparecen, si así fuera siempre, mucha gente buscaría a Dios sólo para ser
librada de las privaciones y no buscaría mostrar su amor por El. Debemos
entender que consolar puede también significar recibir fortaleza, ánimo y
esperanza para hacer frente a las aflicciones. Cuanto más sufrimos, más somos
consolados por Dios. Si estamos siendo abrumados, permitamos que Dios nos
consuele tanto como El puede. Recordemos que cada problema que enfrentemos,
luego se convertirá en una oportunidad para ayudar a otras personas que lleguen
a padecer aflicciones similares, sobre llevando unos las cargas de los otros.
Las "aflicciones de Cristo" son
aquellas que experimentamos cuando nos convertimos en seguidores y siervos
suyos. Al mismo tiempo, Cristo sufre con su pueblo, con nosotros, desde que nos
unimos a Él.
La “aflicción” de los creyentes no es
inconsecuente con la misericordia de Dios, y no engendra en nosotros una
sospecha respecto de su misericordia, más bien palpamos al fin que Él es “el Dios de TODA
consolación”, quien imparte la única
consolación verdadera y perfecta en
cada situación para que podamos
también nosotros consolar a los que están en cualquier angustia, de modo que todas las gracias que Dios nos
confiere las consideramos concedidas no para nosotros solo, sino para que tengamos
mayor capacidad para ayudar a otros. Así
de esta manera, entendemos que la participación en todas las aflicciones del
hombre le capacitó a Jesús para que
fuera el consolador del hombre en sus diferentes aflicciones. Los sufrimientos soportados, sea por uno
mismo o por los demás hermanos, con los cuales nos sentimos identificado, ponen
de manifiesto realmente nuestro amor en Cristo por los suyos. Debido a la
simpatía y la unión mística entre él y nosotros. Porque son soportados por amor
a él. Porque tienden a su gloria. “Así por medio de
Cristo abunda también nuestra consolación”. Los sufrimientos son muchos;
pero la consolación los traga a
todos.
El cristianismo no prohíbe nuestros afectos naturales y la gracia no
los elimina. Pero no debemos exagerar nuestros pesares, esto es demasiado
parecido a los que no tienen esperanza de una vida mejor. Llorar es un
sentimiento humano, que cumple una función, así lo ha diseñado Dios. Con las lágrimas
aliviamos nuestro dolor, actúan como una válvula de escape por la cual se va
esfumando nuestro pesar. Lo que sería inhumano y contrario a nuestra fe, es estar dando vueltas a lo
ocurrido, y tener nuestra alma en vilo por lo ocurrido. De esta forma estamos
permitiendo que nuestro corazón se endurezca, buscando causas e imaginando culpables.
Dependamos totalmente del Señor. Descansemos y confiemos en Dios Padre
como lo hicimos con nuestros padres terrenales cuando éramos niños. Seamos esos
niños, sin doblez ni maldad en el corazón, para poder caminar confiados en pos
de Nuestros Salvador y Señor Jesucristo.
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