Los enemigos de la cruz de
Cristo solo piensan en esta vida terrenal, efímera y llena de maldades. Los que
somos fieles al Señor Jesús, miramos más allá del cielo, donde está nuestra
patria celestial.
Cuando andábamos alejados de
Cristo, aprisionados en las garras del pecado, la religión, los ritos y costumbres
paganas atenazaban aún más nuestra mente, sujetándola al oscurantismo de la ignorancia.
Sabéis, a veces me acuerdo del
viejo hombre que moraba en mí, y lo recuerdo como si perteneciera al género de
las gallináceas. Veréis porqué lo digo: Si observáis un gallinero, veréis que tanto el gallo como las gallinas se dedican a escarbar y observar lo que pueden
picotear del suelo, lo más bajo, cada
día de sus vidas. Así era el hombre viejo. Su mirada siempre fija en trabajar,
disfrutar, gozar; envejecer, enfermar y morir, sin pararse a mirar hacia el
Creador allí en lo alto. Cuando por gracia de Dios, por fe en Su Hijo
Jesucristo somos regenerados, nuestra naturaleza de polluelo o gallina es
transformada, dejamos de mirar hacia el suelo y miramos, al cielo. Vemos aves
que vuelan haciendo círculos y ascendiendo, como las águilas. Las águilas son
la única ave que puede seguir volando a pesar de las inclemencias del tiempo.
Así nosotros, ya regenerados, somos águilas, nuestra meta está en el cielo imitando
el vuelo majestuoso de nuestros congéneres.
Esta imagen del águila y su
vuelo imponente, vino a mi mente hoy mientras estaba cortando verde decorativo.
Escuché un chillido y miré al cielo; ví como sin apenas mover una pluma de sus alas
planeaba y ascendía a pesar de la nieve que caía y del viento.
Así nuestro espíritu regenerado
nos anima a mirar a nuestra morada eterna, más allá de las nubes en el Tercer Cielo.
Pero veamos lo que dice la
Palabra de Dios en la Biblia, que es lo que nos importa, en Filipenses 3; 20-21:
20 Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;
21 el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra,
para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual
puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.
Los cristianos que somos sinceros nos regocijamos,
con otros hermanos, en Cristo Jesús. Isaías
61; 10 En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se
alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de
manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus
joyas
El verdadero conocimiento de Cristo modifica y cambia a los hombres,
sus juicios y modales, y los hace como si fueran hechos de nuevo. El creyente
prefiere a Cristo sabiendo que es mejor para nosotros estar sin todas las
riquezas del mundo que sin Cristo y su palabra. Estamos perdidos, sin justicia
con la cual comparecer ante Dios, porque somos culpables. Hay una justicia
provista para nosotros en Jesucristo, la que es justicia completa y perfecta.
Nadie puede tener el beneficio de ella si confía en sí mismo. La fe es el medio
establecido para solicitar el beneficio de la salvación. Es por fe en la sangre
de Cristo. Somos hechos conformes a la muerte de Cristo cuando morimos al pecado como Él murió por el pecado; y el mundo nos es
crucificado como nosotros al mundo por la cruz de Cristo. Cuando estamos dispuestos
a hacer o sufrir cualquier cosa para alcanzar la gloriosa resurrección de los
santos es lo mínimo que podemos afrontar por amor a Cristo. No es que con ello
tratemos de pagar la gracia recibida. No confundamos la magnesia con la
gimnasia. Nuestro compromiso y consagración son una muestra de amor, son frutos
del amor a Jesucristo. Esta esperanza y
perspectiva nos hacen pasar por todas las dificultades de su obra. No esperamos
lograrlo por nuestro mérito ni justicia propia sino por el mérito y la justicia
de Jesucristo.
Esta sencilla dependencia y fervor de nuestra alma
hacia el mundo que nos abre la Palabra de Dios en la Biblia, es como haber alcanzado
el premio o ya fuéramos perfectos a semejanza del Salvador.
El que corre una carrera nunca debe detenerse antes de la meta; debe
seguir adelante tan rápido como pueda; de esta manera, los que tienen el cielo
en su mira, deben aún seguir adelante en santo deseo, esperanza y esfuerzo
constante. La vida eterna es la dádiva de Dios, pero está en Cristo Jesús; debe
venirnos por medio de su mano, de la manera que Él la logró para nosotros. No
hay forma de llegar al cielo como a nuestra casa, sino por medio de Cristo
nuestro Camino. Los creyentes verdaderos, al buscar esta seguridad y al
glorificarlo, buscamos más de cerca parecernos a Él en nuestros padecimientos y
muerte, muriendo al pecado y crucificando la carne con sus pasiones y
concupiscencias.
En estas cosas hay una gran diferencia entre los cristianos
verdaderos, pero todos conocemos algo de ellas. Los creyentes hacemos de Cristo
nuestro todo en todo y ponemos los corazones en el otro mundo. Si diferimos
unos de otros en cuanto a denominaciones y no tenemos el mismo juicio en
cuestiones menores, aún así, no debemos juzgarnos unos a otros, porque todos nos
reunimos ahora en Cristo y esperamos reunirnos en el cielo en breve.
A los enemigos de la cruz de Cristo no les importa nada, sino sus
apetitos sensuales. El pecado es la vergüenza del pecador, especialmente cuando
se glorían en eso. El camino de los que se ocupan de las cosas terrenales puede
parecer agradable, pero la muerte y el infierno están al final. Si elegimos el
camino de ellos, compartiremos su final.
La vida del cristiano está en el cielo donde está su Cabeza y su
hogar, y donde esperamos estar dentro de poco tiempo; ponemos los afectos en
las cosas de arriba y donde esté nuestro corazón, ahí estará nuestro tesoro.
Estemos siempre preparados para la llegada de
nuestro Juez; esperando tener nuestros cuerpos viles cambiados por su poder
todopoderoso, y recurriendo diariamente a Él para que haga una nueva creación
de nuestras almas para la piedad; para que nos libre de nuestros enemigos y que
emplee nuestros cuerpos y nuestras almas como instrumentos de justicia a su
servicio.