Efesios 6:17 Y tomad el yelmo de
la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; 18 orando en todo tiempo con toda oración y
súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por
todos los santos;
La fuerza y el valor espiritual son necesarios para nuestra guerra y
sufrimiento espiritual. Los que deseamos demostrar que tenemos la gracia
verdadera con nosotros, debemos esperar a toda gracia; y ponernos toda la
armadura de Dios, que Él prepara y da. La armadura cristiana está hecha para
usarse y no es posible dejar la armadura hasta que hayamos terminado nuestra
guerra y finalizado nuestra carrera. El combate no es tan sólo contra enemigos
humanos, ni contra nuestra naturaleza corrupta; tenemos que vérnosla con un
enemigo que tiene miles de maneras para engañar a las almas inestables. Los
diablos nos asaltan en las cosas que corresponden a nuestras almas y se
esfuerzan por borrar la imagen celestial de nuestros corazones.
Debemos resolver, por la gracia de Dios, no rendirnos a Satanás. Resístidle, y de vosotros huirá. Si cedemos, él se
apoderará del terreno. Si desconfiamos de nuestra causa o de nuestro Líder o de
nuestra armadura, le damos ventaja.
Las diferentes partes de la armadura de los soldados bien
pertrechados, tienen que resistir los
asaltos más feroces del enemigo. No hay nada para la espalda; nada que defienda
a los que se retiran de la guerra cristiana.
La verdad o la sinceridad es el cinto. Esto rodea todas las otras
partes de la armadura y se menciona en primer lugar. No puede haber fe sin
sinceridad.
La justicia de Cristo, imputada a nosotros, es una coraza contra los
dardos de la ira divina. La justicia de Cristo, implantada en nosotros,
fortifica el corazón contra los ataques de Satanás.
La resolución debe ser como las piezas de la armadura para resguardar
las partes delanteras de las piernas, y para afirmarse en el terreno o caminar
por sendas escarpadas, los pies deben estar protegidos con el Evangelio de Jesús.
Los motivos para obedecer en medio de las pruebas deben extraerse del claro
conocimiento del evangelio.
La fe es todo en todo en la hora de la tentación. La fe en Jesucristo,
tener la certeza de lo que no se ve, como recibir a Cristo y los beneficios de
la redención, y de ese modo, derivar gracia de Él, es como un escudo, una
defensa en toda forma. El diablo es el malo. Las tentaciones violentas, por las
cuales el alma se enciende con fuego del infierno, son dardos que Satanás nos
arroja los malos pensamientos de Dios y de nosotros mismos. La fe que aplica la
palabra de Dios y a la gracia de Cristo, es la que apaga los dardos de la
tentación.
La salvación debe ser nuestro yelmo. La buena esperanza de salvación,
la expectativa bíblica de la victoria, purifican el alma e impiden que sea
contaminada por Satanás.
El apóstol recomienda al cristiano armado para la defensa en la
batalla, una sola arma de ataque, la cual es suficiente, la espada del
Espíritu, que es la palabra de Dios. Somete y mortifica los malos deseos y los
pensamientos blasfemos a medida que surgen adentro; y responde a la
incredulidad y al error a medida que asaltan desde afuera. Un solo texto bien
entendido y rectamente aplicado, destruye de una sola vez la tentación o la
objeción y somete al adversario más formidable.
La oración debe asegurar todas
las demás partes de nuestra armadura cristiana. Hay otros deberes de la fe y de
nuestra posición en el mundo, pero debemos mantener el tiempo de orar. Aunque
la oración solemne y estable pueda no ser factible cuando hay otros deberes que
cumplir, de todos modos las oraciones piadosas cortas que se lancen son siempre
poderosas al ser escuchadas por Dios.
Debemos usar pensamientos santos en nuestra vida corriente. El corazón
vano también será vano para orar. Debemos orar con toda clase de oración,
pública, privada y secreta; social y solitaria; solemne y súbita; con todas las
partes de la oración: confesión de pecado, petición de misericordia y acción de
gracias por los favores recibidos. Y debemos hacerlo por la gracia de Dios
Espíritu Santo, dependiendo de su enseñanza y conforme a ella. Debemos
perseverar en pedidos particulares a pesar del desánimo. Debemos orar no sólo
por nosotros sino por todos los santos. Nuestros enemigos son fuertes y
nosotros no tenemos fuerza, pero nuestro Redentor es todopoderoso, y en el
poder de su fuerza, podemos vencer. Por eso debemos animarnos a nosotros
mismos. ¿No hemos dejado de responder a menudo cuando Dios ha llamado? Pensemos
en esas cosas y sigamos orando con paciencia.