Porque primeramente os he
enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo fue muerto por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día,
conforme a las Escrituras.
1ª Corintios 15:3-4
La palabra resurrección
señala, habitualmente, nuestra existencia más allá de la tumba. La doctrina de la muerte y resurrección de
Cristo es el fundamento del cristianismo. Si se quita, se hunden de inmediato
todas nuestras esperanzas de eternidad. Por sostener con firmeza esta verdad
los cristianos soportamos el día de la tribulación, y nos mantenemos fieles a
Dios. Creemos en vano, a menos que nos mantengamos en la fe del evangelio. Esta
verdad es confirmada por las profecías del Antiguo Testamento; muchos vieron a
Cristo después que resucitó. Cuando los pecadores somos hechos santos por
la gracia divina, Dios hace que el recuerdo de los pecados anteriores nos haga
humildes, diligentes y fieles. Aunque no ignoramos lo que el Señor ha hecho
por nosotros, en nosotros y por medio de nosotros, cuando miramos toda nuestra
conducta y nuestras obligaciones, los creyentes verdaderos somos guiados a
sentir que nadie es tan indigno como nosotros. Todos los cristianos verdaderos
creemos que Jesucristo, y éste crucificado, y resucitado de entre los muertos,
es la suma y la sustancia del cristianismo. Todos los que nos antedecieron,
para ejemplo nuestro, concuerdan en este testimonio; por esta fe vivieron y en
esta fe murieron.
El hecho más terrible y
destructor del Universo es el pecado; es la causa de toda dificultad, el origen
de todo pesar, la angustia de todo hombre se resume en una sola palabra:
pecado.
Ha invertido la naturaleza
del hombre; ha destruido la armonía interior de la vida del hombre; le ha
privado de su nobleza; ha trastocado lo planes que Dios tenía para el hombre,
creado a su semejanza, para caer por el pecado en las redes del diablo.
Toda locura, toda enfermedad,
toda guerra y toda destrucción tienen su origen en el pecado. Éste ocasiona la
demencia y el envenenamiento del corazón. Se describe en la Biblia como una
enfermedad espantosa y agotadora que demanda un remedio radical. Es un huracán
desenfrenado; es un volcán en erupción; es un loco escapado del manicomio; es
un ladrón al acecho; es un león rugiente buscando su presa; es un cáncer mortal
carcomiendo el alma del hombre; es un torrente enfurecido que todo lo arrastra.
A causa del pecado, cada
arroyo está manchado con un crimen humano, cada brisa está corrompida
moralmente, la luz de cada día está oscurecida, la copa de la vida está colmada
de amargura, cada camino de la vida se halla lleno de trampas, cada jornada se
hace peligrosa por los traidores principios. El pecado, que destruye toda
felicidad, que entenebrece el entendimiento, que hace insensible la conciencia,
que todo lo marchita, que origina todo llanto y todo dolor, que promete
terciopelo y da andrajos, que promete libertad y esclaviza, que promete néctar
y da hiel.
Durante siglos los hombres se
encontraban perdidos en tinieblas espirituales, cegados por la enfermedad del
pecado, forzados a andar a tientas, buscando, palpando, tratando de encontrar
una vía de escape. El hombre necesitaba que alguien le condujese fuera de la
confusión mental y del laberinto moral, alguien que pudiese redimirle de la
cárcel satánica, alguien que pudiese abrir las puertas de la prisión. Hombres
con corazones hambrientos, mentes sedientas y espíritus acongojados que
permanecían sin esperanza, buscando, anhelando, deseando. Mientras tanto el
diablo se recreaba, con cruel satisfacción, de su victoria esplendida en el
Edén.
Desde el hombre primitivo en
la selva, hasta el de las poderosas civilizaciones de Egipto, Grecia y Roma
seres perplejos se preguntan: ¿Cómo saldré? ¿Cómo puedo reformarme? ¿Qué puedo
hacer? ¿A dónde iré? ¿Cómo puedo librarme de esta horrible enfermedad? ¿Cómo
puedo salir de la red en que me hallo. Si hay un camino ¿cómo podré
encontrarlo?
La Biblia nos habla de un
Dios que es amor, que el ha proveído al hombre cuando este cedió al pecado
cubriéndolo de su desnudez con pieles de un animal, no con hojas como el hombre
había elaborado su vestimenta. Nuevamente proveería un plan para redimir al
hombre del pecado. Jesús fue el sustituto, el Cordero degollado, cuya sangre
limpia una vez y para siempre. No ha sido por merito u obras del hombre, para
que nadie se gloríe; ha sido el Hijo de Dios Padre que en su infinita
obediencia, se entregó a una muerte en el madero dando su vida por todos
aquellos que creemos en ÉL, que a través de su muerte y resurrección nos da la
Vida Eterna de regalo.
¿TU, a que esperas? Acércate
a Jesús que a Él nada ni nadie se le resiste.