} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JEHOVÁ ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN

sábado, 21 de marzo de 2015

JEHOVÁ ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN


Salmos 27:1  Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?
 Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?

  El temor es una sombra negra que nos envuelve de mil maneras y finalmente nos aprisiona dentro de nosotros mismos. Cada uno de nosotros hemos sido prisioneros del temor en un momento dado: temor al rechazo, a ser mal interpretados, a la inseguridad, a la enfermedad e incluso a la muerte. Pero se puede vencer el temor por medio de la luz libertadora del Señor que nos da salvación. Si queremos disipar la oscuridad del temor en nuestra vida, recordemos junto con el salmista que el Señor es nuestra luz y nuestra salvación.
El Señor, que es la luz del creyente, es la fortaleza de su vida; no sólo por Él quien vive, sino en el cual vive y se mueve. Fortalezcámonos en Dios. La graciosa presencia de Dios, su poder, su promesa, su disposición para oír oraciones, el testimonio de su Espíritu en los corazones de su pueblo; estos son el secreto de su Tabernáculo y en estos los santos encuentran la causa de esa santa seguridad y paz mental en que habitan cómodamente.
Debemos orar por la comunión constante con Dios en las santas ordenanzas.
Todos los hijos de Dios desean habitar en la casa de su Padre, no de forma pasajera allí, como pasajero que se queda por una noche; ni habitar allí solo por un tiempo, como el siervo que no permanece en la casa para siempre; sino habitar allí todos los días de su vida, como hijos con su padre.  
Sea lo que fuere el cristiano en esta vida, considera que el favor y el servicio de Dios es la única cosa necesaria. Esto desea, ora y procura, y en ello se regocija.
 Donde estuviere el creyente, puede hallar el camino al trono de gracia por la oración. Dios nos llama por su Espíritu, por su palabra, por su adoración y por providencias especiales, misericordiosas que nos afligen. Cuando estamos neciamente coqueteando con las vanidades mentirosas, Dios está, por amor a nosotros, llamándonos a buscar nuestras misericordias en Él. La llamada es general “buscad mi rostro”, pero debemos aplicarlo a nosotros mismos, “tu rostro buscaré”. La palabra no sirve cuando no aceptamos la exhortación: el corazón bondadoso responde rápidamente a la llamada del Dios bondadoso, siendo voluntario en el día de su poder.
  El tiempo de Dios para ayudar a los que confían en Él llega cuando toda otra ayuda falla. Él es un Amigo más seguro y mejor de lo que son o pueden ser los padres terrenales.   Nada hay como la esperanza de fe en la vida eterna, los vistazos anticipados de esa gloria y el sabor previo de sus placeres para impedir que desfallezcamos mientras estamos sometidos a todas las calamidades. Mientras tanto debemos ser fortalecidos para soportar el peso de nuestras cargas. Miremos al Salvador sufriente y oremos en fe que no seamos entregados a las manos de nuestros enemigos. Animémonos unos a otros a esperar en el Señor con paciente esperanza y oración ferviente.