Salmos 27:1 Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?
Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién
he de atemorizarme?
El temor
es una sombra negra que nos envuelve de mil maneras y finalmente nos aprisiona
dentro de nosotros mismos. Cada uno de nosotros hemos sido prisioneros del
temor en un momento dado: temor al rechazo, a ser mal interpretados, a la
inseguridad, a la enfermedad e incluso a la muerte. Pero se puede vencer el
temor por medio de la luz libertadora del Señor que nos da salvación. Si queremos
disipar la oscuridad del temor en nuestra vida, recordemos junto con el
salmista que el Señor es nuestra luz y nuestra salvación.
El
Señor, que es la luz del creyente, es la fortaleza de su vida; no sólo por Él
quien vive, sino en el cual vive y se mueve. Fortalezcámonos en Dios. La
graciosa presencia de Dios, su poder, su promesa, su disposición para oír
oraciones, el testimonio de su Espíritu en los corazones de su pueblo; estos
son el secreto de su Tabernáculo y en estos los santos encuentran la causa de
esa santa seguridad y paz mental en que habitan cómodamente.
Debemos
orar por la comunión constante con Dios en las santas ordenanzas.
Todos
los hijos de Dios desean habitar en la casa de su Padre, no de forma pasajera allí,
como pasajero que se queda por una noche; ni habitar allí solo por un tiempo,
como el siervo que no permanece en la casa para siempre; sino habitar allí
todos los días de su vida, como hijos con su padre.
Sea
lo que fuere el cristiano en esta vida, considera que el favor y el servicio de
Dios es la única cosa necesaria. Esto desea, ora y procura, y en ello se
regocija.
Donde estuviere el creyente, puede hallar el
camino al trono de gracia por la oración. Dios nos llama por su Espíritu, por
su palabra, por su adoración y por providencias especiales, misericordiosas que
nos afligen. Cuando estamos neciamente coqueteando con las vanidades
mentirosas, Dios está, por amor a nosotros, llamándonos a buscar nuestras
misericordias en Él. La llamada es general “buscad mi rostro”, pero
debemos aplicarlo a nosotros mismos, “tu rostro buscaré”. La palabra no
sirve cuando no aceptamos la exhortación: el corazón bondadoso responde
rápidamente a la llamada del Dios bondadoso, siendo voluntario en el día de su
poder.
El
tiempo de Dios para ayudar a los que confían en Él llega cuando toda otra ayuda
falla. Él es un Amigo más seguro y mejor de lo que son o pueden ser los padres
terrenales. Nada hay como la esperanza
de fe en la vida eterna, los vistazos anticipados de esa gloria y el sabor
previo de sus placeres para impedir que desfallezcamos mientras estamos
sometidos a todas las calamidades. Mientras tanto debemos ser fortalecidos para
soportar el peso de nuestras cargas. Miremos al Salvador sufriente y oremos en
fe que no seamos entregados a las manos de nuestros enemigos. Animémonos unos a
otros a esperar en el Señor con paciente esperanza y oración ferviente.