En la
Epístola de San Judas en sus
veinticinco versículos, encontramos como este discípulo del Señor nos
advierte, desde aquel entonces, sobre falsas doctrinas y falsos maestros, y a
pesar del tiempo transcurrido es tan actual como lo fue entonces. Los
cristianos somos llamados del mundo, de su mal espíritu y temperamento; somos
llamados a ponernos por sobre el mundo, para cosas más elevadas y mejores, para
el cielo, para las cosas invisibles y eternas; llamados del pecado a Cristo, de
la vanidad a la seriedad, de la inmundicia a la santidad; y esto conforme al
propósito y la gracia divina. Si somos santificados y glorificados, todo el
honor y la gloria deben atribuirse a Dios y a Él solo. Como es Dios quien
empieza la obra de gracia en las almas de los hombres, así es Él quien la
ejecuta y la perfecciona. No confiemos en nosotros ni en nuestra cuota de
gracia ya recibida, sino en Él y sólo en Él. La misericordia de Dios es el
manantial y la fuente de todo lo bueno que tenemos o esperamos; la misericordia,
no sólo para el miserable, sino para el culpable. Luego de la misericordia está
la paz, que recibimos del sentido de haber obtenido misericordia. De la paz
brota el amor; el amor de Cristo a nosotros, nuestro amor a Él, y nuestro amor
fraternal de los unos a los otros. El apóstol ruega no que los cristianos se
contenten con poco, sino que su alma pueda estar llena de estas cosas. Nadie es excluido de la oferta
e invitación del evangelio, sino los que obstinada y malvadamente se excluyen a
sí mismos. Pero la aplicación es para todos los creyentes y sólo para ellos. Es
para el débil y para el fuerte.
Los
que hemos recibido la doctrina de esta salvación común debemos contender por
ella, eficazmente no furiosamente. Mentir en favor de la
verdad es malo; castigar en nombre de la verdad, no es mejor. Los que hemos
recibido la verdad debemos pugnar por ella como hicieron los apóstoles;
sufriendo con paciencia y valor por ella, no haciendo sufrir a los demás, si
ellos no aceptan cada noción de lo que llamamos fe o juzgamos importante.
Debemos batallar eficazmente por la fe oponiéndonos a los que la corrompen o
depravan; los que se infiltran sin ser notados; los que reptan como la
serpiente antigua. Ellos son los peores impíos, los que toman tan atrevidamente
la exhortación a pecar porque la gracia de Dios abundó y aún abunda tan
maravillosamente, y los que están endurecidos por la magnitud y plenitud de la
gracia del evangelio, cuyo designio es librar al hombre del pecado y llevarlo a
Dios. Son mentes carnales que viven por y para su carnalidad.
Los privilegios externos, la profesión y la
conversión aparente no pueden guardar de la venganza de Dios contra los que se
desvían volviéndose a la incredulidad y a la desobediencia. La destrucción de
los israelitas incrédulos en el desierto demuestra que nadie debe presumir de
sus privilegios. Ellos tuvieron milagros como su pan diario, pero aún así,
perecieron en la incredulidad. Un gran número de ángeles no se agradó con los
puestos que Dios les asignó; el orgullo fue la causa principal y directa de su
caída. Los ángeles caídos están reservados para el juicio del gran día; ¿y los
hombres caídos quieren escapar de este? Con toda seguridad que no. Considérese
esto en el momento debido. La destrucción de Sodoma es una advertencia a toda
voz para todos, para que le prestemos atención, y huyamos de las
concupiscencias carnales que batallan contra el alma, 1
Pedro 2;11 Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que
os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma. Dios
es el mismo Ser puro, justo y santo ahora que entonces. Por lo tanto,” temblad y no pequéis, Meditad
en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad” Salmo 4, 4.
No descansemos en nada que no someta al alma a la obediencia de Cristo, porque
nada sino la renovación de nuestra alma conforme a la imagen divina, que obra
el Espíritu Santo, puede impedir que seamos destruidos entre los enemigos de
Dios. Miremos el caso de los ángeles y veamos que ninguna dignidad ni valor de
criatura sirve. ¡Entonces, cómo debe temblar el
hombre que bebe la iniquidad como si fuese agua! Job 15; 16.
Los falsos maestros son soñadores; mancillan
grandemente y hieren penosamente el alma. Estos maestros son de mente
perturbada y espíritu sedicioso; olvidan que las
potestades que hay han sido ordenadas por Dios, Romanos
13, 1.
En
cuanto a la disputa por el cuerpo de Moisés, parece que Satanás deseaba dar a
conocer el lugar de su sepulcro a los israelitas para tentarlos a adorarle,
pero se le impidió y descargó su furor con blasfemias desesperadas. Esto debe
recordar a todos los que discuten, que nunca se hagan acusaciones con lenguaje
ofensivo. Además, de aquí aprendamos que debemos defender a los que Dios
reconoce. Difícil, si no imposible, es hallar enemigos de la fe cristiana que
no vivan, ni hayan vivido, en abierta o secreta oposición a los principios de
la religión natural. Aquí son comparados con las bestias aunque a menudo se
jactan de ser los más sabios de la humanidad. Ellos se corrompen en las cosas
más sencillas y abiertas. La falta reside, no en sus entendimientos sino en sus
voluntades depravadas y en sus apetitos y afectos desordenados.
Gran reproche es para la fe cristiana, aunque
injusto, que los que la confiesen, se opongan a ella de corazón y vida. El
Señor remediará esto a su tiempo y a su modo, no a la manera ciega de los
hombres que arrancan las espigas de trigo junto con la cizaña. Triste es que
los hombres que empezaron en el Espíritu terminen en la carne. Dos veces
muertos: ellos estuvieron muertos en su estado natural caído, pero ahora están
muertos de nuevo por las pruebas evidentes de su hipocresía. Árboles muertos,
¡por qué cargan al suelo! ¡Fuera con ellos, al fuego! Las olas rugientes son el
terror de los pasajeros que navegan, pero cuando llegan a puerto, el ruido y el
terror terminan. Los falsos maestros tienen que esperar el peor castigo en este
mundo y en el venidero. Brillan como meteoros al cruzar el firmamento, pero no
poseen luz; o estrellas errantes que caen, y luego, se hunden en la negrura de
las tinieblas para siempre.
No
hay mención de la profecía de Enoc en otra parte de la Escritura; sin embargo,
un texto claro de la Escritura prueba cualquier punto que tengamos que creer.
De este descubrimos que la venida de Cristo a juzgar fue profetizada tan al
principio como fueron los tiempos anteriores al diluvio. El Señor viene: ¡qué
tiempo glorioso será! Fijaos cuán a
menudo se repite la palabra “impío”. Ahora, muchos no se refieren a los
vocablos pío o impío a menos que sea para burlarse aun de las palabras; pero no
es así en el lenguaje que nos enseña el Espíritu Santo. Las palabras duras de
unos a otros, especialmente si están mal fundamentadas, ciertamente serán
tomadas en cuenta en el día del juicio.