Muchos
que detestan dejar a Cristo, sin embargo, lo dejan. Después de larga lucha con
sus convicciones y sus corrupciones, ganan sus corrupciones. Se lamentan mucho
de no poder servir a ambos, pero si deben dejar a uno, dejarán a su Dios, no a
su ganancia mundanal. La obediencia de que se jactan resulta ser puro
espectáculo; el amor al mundo está, de una u otra forma, en la raíz de esto.
Los
hombres son dados a hablar demasiado de lo que dejaron y perdieron, de lo que
hicieron y sufrieron por Cristo, como hizo Pedro. Más bien, debemos
avergonzarnos que haya alguna dificultad para hacerlo.
Vemos
un ejemplo en:
Lucas 18:18
Un hombre principal le preguntó,
diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
La riqueza de este hombre trajo cierta clase
de paz a su vida y le dio poder y prestigio. Cuando Jesús le dijo que vendiera
todo lo que poseía, tocaba su seguridad e identidad. El hombre no entendió que
estaría mucho más seguro si seguía a Jesús, más que la estabilidad que le daba
sus riquezas. Jesús no pide a todos los creyentes que vendan las cosas que
tienen, más bien esta puede ser su voluntad para algunos. Sin embargo, nos pide
todo para que no nos atrape algo que quizás consideremos más importante que
Dios. Si la base de su seguridad ha cambiado de Dios a lo que poseemos, sería
mejor deshacerse de esas posesiones.
Debido a que el dinero representa poder,
autoridad y éxito, a menudo es difícil para la gente adinerada concienciarse de su necesidad y de su incapacidad para salvarse. Los ricos en talento o inteligencia sufren la misma dificultad. A menos que Dios penetre en sus vidas,
estas por sí solas no irán a El. Jesús sorprendió a algunos de sus oyentes al
ofrecer salvación al pobre. Hoy en día quizás sorprenda a algunos ofrecérsela a
los ricos. Es difícil para una persona autosuficiente aceptar su necesidad e ir
a Jesús, pero "lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios
Este caso presenta ciertos aspectos notables. El
hombre fué de un carácter moral irreprochable; y esto en medio de todas las
tentaciones de la juventud, pues era un “mancebo” (Mateo_19:22), y rico, pues tenía muchas
posesiones” ( Marcos_10:22). Pero inquieto, porque su corazón anhelaba la vida
eterna. Diferente de los “príncipes”, a
cuya clase pertenecía, él creyó en Jesús
hasta el punto de pensar que él podía dirigirlo autorizadamente en este asunto
vital. Tan fervoroso es que viene “corriendo” e “hincando la rodilla delante de
él” y eso, cuando Jesús había salido al camino público (Marcos_10:17), el camino público en aquel tiempo lleno de
viajantes que iban a la Pascua; no asustado por la oposición virulenta de la
clase a la cual pertenecía como “príncipe” ni por la vergüenza que se creería
que sentiría al proponer tal cuestión a oídos de una multitud y en la calle pública.
Quería decir nuestro Señor que sólo se debe
llamar “bueno” a Dios? Imposible; pues eso sería contradecir toda la enseñanza
de la Escritura y la de él también. (Salmos_112:5; Mateo_25:21;
Tito_1:8). Si no hemos de atribuir a nuestro Señor un espíritu de
cavilosidad, él no podría tener sino un objeto, el de elevar las ideas del
joven en cuanto a su persona, como que él, Jesús, no había de clasificarse
meramente con otros “buenos maestros”, y que él se negaba a aceptar este título
aparte de aquel “Uno”, quien es esencial y solamente “bueno”. Esto en efecto es
sólo lejanamente insinuado; pero si no se ve esto en el fondo de las palabras
de nuestro Señor, no se puede sacar de ellas nada digno de él.
Mateo es más completo: “Y si quieres andar en la
vida, guarda los mandamientos. Nuestro Señor adrede se limita a la segunda
tabla, que consideraría fácil de guardar, enumerando todos ellos, porque en
Marcos “No defraudes” está en lugar del décimo
(si no, el octavo es repetido dos veces). En Mateo la suma de esta
segunda tabla de la ley es agregada: “Amarás a su prójimo como a ti mismo”,
como para ver si el hombre se atrevería a decir que había guardado aquél.
Sin duda era perfectamente sincero; pero algo
dentro de su corazón le susurraba que el guardar los mandamientos era una
manera demasiado fácil de llegar al cielo. Sentía que algo además de
esto sería necesario; después de guardar los mandamientos, estaba perplejo por
saber qué seria aquel algo; y vino a Jesús precisamente por aquel algo.
“Entonces,” dice Marcos “Jesús
mirándole, amóle,” o “le miraba de manera cariñosa”. Su sinceridad, franqueza y
cercanía al reino de Dios, en sí cualidades encantadoras, conquistaron la
estima de nuestro Señor, aunque el hombre le dió la espalda: una lección para
aquellos que no pueden ver nada amable sino en los regenerados.
Ah! mas aquélla una falta fundamental, fatal. Como las riquezas eran su ídolo, nuestro
Señor, sabiéndolo desde el principio, pone su sello autorizado en ello,
diciendo: “Abandona esto por mí, y todo estará bien.” Aquí, pues, no se da una
dirección general para la disposición de las riquezas, sino que debemos
apreciarlas poco, y ponerlas a los pies de aquel que las dió. El que hace esto
con todo lo que tiene, sea rico, sea pobre, es heredero verdadero del reino de
los cielos.
Mateo más completo: “se fue triste”;
Marcos más completo todavía: “entristecido por esta palabra, se fue triste”.
Triste era el separarse de Cristo; pero el separarse de su dinero le habría
costado más dolor todavía. Cuando las riquezas o el cielo, bajo las condiciones
establecidas por Cristo, eran las alternativas, el resultado manifestó a qué
lado se inclinaba la balanza. Así se demostró que a ese hombre le faltaba el
solo requisito que comprendía toda la ley, la absoluta sujeción del corazón a
Dios, y esta falta invalidaba todas las otras obediencias suyas.
Marcos dice: “Entonces Jesús mirando
alrededor”—como si siguiera con sus ojos al joven que se iba, “dice a sus
discípulos “¡Cuán difícil es entrar en
el reino de Dios los que confían en las riquezas”, etc., con qué dificultad es
vencida esta confianza idólatra, sin lo cual ellos no pueden entrar y esto se
introduce por la palabra “hijos”, lindo diminutivo de cariño y misericordia.