Romanos 8:12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne;
13 porque si vivís
conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de
la carne, viviréis.
Si el Espíritu está en nosotros, Cristo está en
nosotros. Él habita en el corazón por fe. La gracia en el alma es su nueva
naturaleza; el alma está viva para Dios y ha comenzado su santa felicidad que
durará para siempre. La justicia imputada de Cristo asegura al alma, la mejor
parte, de la muerte. De esto vemos cuán grande es nuestro deber de andar, no en
busca de la carne, sino en pos del Espíritu. Si alguien vive habitualmente
conforme a las lujurias corruptas, ciertamente perecerá en sus pecados, profese
lo que profese. ¿Y puede una vida mundana presente, digna por un momento, ser
comparada con el premio noble de nuestro supremo llamamiento? Entonces, por el
Espíritu esforcémonos más y más en mortificar la carne.
La
regeneración por el Espíritu Santo trae al alma una vida nueva y divina, aunque
su estado sea débil. Los hijos de Dios tienen al Espíritu para que obre en
ellos la disposición de hijos; no tienen el espíritu de servidumbre, bajo el
cual estaba la Iglesia del Antiguo Testamento, por la oscuridad de esa
dispensación. El Espíritu de adopción no estaba, entonces, plenamente
derramado. Y, se refiere al espíritu de servidumbre, al cual estaban sujetos
muchos santos en su conversión.
Muchos
se jactan de tener paz en sí mismos, a quienes Dios no les ha dado paz; pero
los santificados, tienen el Espíritu de Dios que da testimonio a sus espíritus
que les da paz a su alma.
Aunque
ahora podemos parecer perdedores por Cristo, al final no seremos, no podemos
ser, perdedores para Él.
Así que, hermanos,
deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne, es decir, “En un tiempo estábamos vendidos a
sujeción bajo el Pecado, pero ya que
hemos sido libertados de aquel duro amo, y llegado a ser siervos de la Justicia nada
debemos a la carne, desconocemos sus injustas pretensiones y hacemos caso omiso
de sus imperiosas demandas. Porque si
viviereis conforme a la carne, moriréis, mas si por el espíritu mortificáis las obras “del cuerpo” viviréis .El apóstol no se contenta sólo con asegurarnos que no
estemos bajo obligaciones algunas hacia la carne para escuchar sus
sugestiones, sino que también nos recuerda el resultado de ello si lo hacemos;
y emplea la palabra “mortificar” (matar) para hacer una especie de juego de
palabras con el término “moriréis” que antecede: “Si vosotros no matáis al
pecado, el pecado os matará a vosotros.” Pero esto lo templa con una
alternativa halagüeña: “Si por el Espíritu mortificáis las obras del cuerpo,
tal curso infaliblemente resultará en ‘vida’ eterna”. Y esto guía al apóstol a
una línea nueva de pensamiento, que introduce su tema final: la “gloria” que
espera al creyente justificado. “No puede haber seguridad, santidad o
felicidad alguna, para los que no están en Cristo: ninguna seguridad,
porque los tales están bajo la condenación de la ley, ninguna santidad, porque sólo aquellos
que están unidos a Cristo tienen el Espíritu de Cristo; ninguna felicidad,
porque la “mentalidad carnal es muerte”.
La
santificación de los creyentes, por cuanto tiene toda su base en la muerte
expiatoria, así también tiene su fuente viviente en la inmanencia del Espíritu
de Cristo. “La inclinación de los pensamientos, afectos, y ocupaciones es la
única prueba decisiva del carácter. Ningún refinamiento de la mente carnal la
hará espiritual, ni compensa por la falta de la espiritualidad. “La carne” y
“el espíritu” son esencial e inmutablemente contrarios; así pues la mente
carnal, como tal, no puede sujetarse a la ley de Dios. Por tanto, el
alejamiento de Dios y del pecador es mutuo, porque la condición de la mente del
pecador es “enemistad contra Dios”, y así esta condición “no puede agradar a
Dios”. Puesto que el Espíritu Santo se llama indistintamente, a la vez, “el
Espíritu de Dios,” “el Espíritu de Cristo,” y “Cristo” mismo, la unidad
esencial y, con todo, la distinción personal del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, en una sola adorable Divinidad, debe ser creída, como la
única explicación consecuente de tal lenguaje. La conciencia de la vida
espiritual en nuestra alma renovada es una gloriosa garantía de la vida resurrección del cuerpo también, en
virtud del mismo Espíritu vivificador que ya mora en nosotros. Sea cual fuere
la profesión de vida religiosa que los hombres hagan, consta eternamente que
“si vivimos conforme a la carne, moriremos,” y solamente “si por el Espíritu
mortificamos las obras del cuerpo, viviremos”
Pablo señala dos direcciones posibles en la
vida, y muestra sus últimas consecuencias. Dice que los cristianos tenemos la capacidad para escoger hacer algo que no es
característico de nosotros, esto es, andar «conforme a la carne»; y nos
advierte que no lo hagamos. Debemos trabajar activamente para crecer en
santidad y «dar muerte» a cualquier pecado en nuestras mentes, tanto en
palabras como en obras. Pero, a pesar de que hagamos todo nuestro esfuerzo,
Pablo nos recuerda que solamente alcanzaremos la victoria «por el Espíritu»,
esto es, por el poder del Espíritu Santo.