} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CRUCIFICANDO LAS OBRAS DE LA MENTE CARNAL

sábado, 14 de marzo de 2015

CRUCIFICANDO LAS OBRAS DE LA MENTE CARNAL

  
Romanos 8:12  Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;
 13  porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.


 Si el Espíritu está en nosotros, Cristo está en nosotros. Él habita en el corazón por fe. La gracia en el alma es su nueva naturaleza; el alma está viva para Dios y ha comenzado su santa felicidad que durará para siempre. La justicia imputada de Cristo asegura al alma, la mejor parte, de la muerte. De esto vemos cuán grande es nuestro deber de andar, no en busca de la carne, sino en pos del Espíritu. Si alguien vive habitualmente conforme a las lujurias corruptas, ciertamente perecerá en sus pecados, profese lo que profese. ¿Y puede una vida mundana presente, digna por un momento, ser comparada con el premio noble de nuestro supremo llamamiento? Entonces, por el Espíritu esforcémonos más y más en mortificar la carne.
La regeneración por el Espíritu Santo trae al alma una vida nueva y divina, aunque su estado sea débil. Los hijos de Dios tienen al Espíritu para que obre en ellos la disposición de hijos; no tienen el espíritu de servidumbre, bajo el cual estaba la Iglesia del Antiguo Testamento, por la oscuridad de esa dispensación. El Espíritu de adopción no estaba, entonces, plenamente derramado. Y, se refiere al espíritu de servidumbre, al cual estaban sujetos muchos santos en su conversión.
Muchos se jactan de tener paz en sí mismos, a quienes Dios no les ha dado paz; pero los santificados, tienen el Espíritu de Dios que da testimonio a sus espíritus que les da paz a su alma.
Aunque ahora podemos parecer perdedores por Cristo, al final no seremos, no podemos ser, perdedores para Él.

Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne, es decir, “En un tiempo estábamos vendidos a sujeción bajo el Pecado,  pero ya que hemos sido libertados de aquel duro amo, y llegado a ser siervos  de la Justicia   nada debemos a la carne, desconocemos sus injustas pretensiones y hacemos caso omiso de sus imperiosas demandas. Porque si viviereis conforme a la carne, moriréis,   mas si por el espíritu mortificáis las obras  “del cuerpo” viviréis .El apóstol no se contenta sólo con asegurarnos que no estemos bajo obligaciones algunas hacia la carne para escuchar sus sugestiones, sino que también nos recuerda el resultado de ello si lo hacemos; y emplea la palabra “mortificar” (matar) para hacer una especie de juego de palabras con el término “moriréis” que antecede: “Si vosotros no matáis al pecado, el pecado os matará a vosotros.” Pero esto lo templa con una alternativa halagüeña: “Si por el Espíritu mortificáis las obras del cuerpo, tal curso infaliblemente resultará en ‘vida’ eterna”. Y esto guía al apóstol a una línea nueva de pensamiento, que introduce su tema final: la “gloria” que espera al creyente justificado.   “No puede haber seguridad, santidad o felicidad alguna, para los que no están en Cristo: ninguna seguridad, porque los tales están bajo la condenación de la ley,  ninguna santidad, porque sólo aquellos que están unidos a Cristo tienen el Espíritu de Cristo; ninguna felicidad, porque la “mentalidad carnal es muerte”.
 La santificación de los creyentes, por cuanto tiene toda su base en la muerte expiatoria, así también tiene su fuente viviente en la inmanencia del Espíritu de Cristo. “La inclinación de los pensamientos, afectos, y ocupaciones es la única prueba decisiva del carácter. Ningún refinamiento de la mente carnal la hará espiritual, ni compensa por la falta de la espiritualidad. “La carne” y “el espíritu” son esencial e inmutablemente contrarios; así pues la mente carnal, como tal, no puede sujetarse a la ley de Dios. Por tanto, el alejamiento de Dios y del pecador es mutuo, porque la condición de la mente del pecador es “enemistad contra Dios”, y así esta condición “no puede agradar a Dios”. Puesto que el Espíritu Santo se llama indistintamente, a la vez, “el Espíritu de Dios,” “el Espíritu de Cristo,” y “Cristo” mismo, la unidad esencial y, con todo, la distinción personal del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en una sola adorable Divinidad, debe ser creída, como la única explicación consecuente de tal lenguaje. La conciencia de la vida espiritual en nuestra alma renovada es una gloriosa garantía de la vida resurrección  del cuerpo también, en virtud del mismo Espíritu vivificador que ya mora en nosotros. Sea cual fuere la profesión de vida religiosa que los hombres hagan, consta eternamente que “si vivimos conforme a la carne, moriremos,” y solamente “si por el Espíritu mortificamos las obras del cuerpo, viviremos”  


  Pablo señala dos direcciones posibles en la vida, y muestra sus últimas consecuencias. Dice que los cristianos tenemos  la capacidad para escoger hacer algo que no es característico de nosotros, esto es, andar «conforme a la carne»; y nos advierte que no lo hagamos.   Debemos trabajar activamente para crecer en santidad y «dar muerte» a cualquier pecado en nuestras mentes, tanto en palabras como en obras. Pero, a pesar de que hagamos todo nuestro esfuerzo, Pablo nos recuerda que solamente alcanzaremos la victoria «por el Espíritu», esto es, por el poder del Espíritu Santo.