Continuando con la reflexión sobre la Epístola
de Judas...
Los hombres malos y seductores se enojan con todo
lo que sucede, y nunca están contentos con su propio estado y condición. Su
voluntad y su fantasía son su única regla y ley. Los que complacen sus apetitos
pecaminosos tienden más a rendirse a las pasiones ingobernables. Los hombres de
Dios, desde el comienzo del mundo, han declarado la condena que se les
denunció. Evitemos a los tales. Tenemos que seguir a los hombres que sólo
siguen a Cristo.
Los
hombres sensuales se separan de Cristo y de su Iglesia, y se unen al diablo, al
mundo y a la carne, con prácticas impías y pecaminosas. Esto es infinitamente
peor que separarse de cualquier rama de la iglesia visible por cuestión de
opiniones o modos y circunstancias de gobierno externo o de la adoración. Los
hombres sensuales no tienen el espíritu de santidad, y quienquiera no lo tenga,
no pertenece a Cristo. La gracia de la fe es santa hasta lo sumo, porque obra
por amor, purifica el corazón y vence al mundo por lo cual se distingue de la
fe falsa y muerta. Muy probablemente prevalezcan nuestras oraciones cuando
oramos en el Espíritu Santo, bajo su dirección y poder, conforme a la regla de
su palabra, con fe, fervor y anhelo; esto es orar en el Espíritu Santo. La fe
en la expectativa de vida eterna nos armará contra las trampas del pecado: la
fe viva en esta bendita esperanza nos ayudará a mortificar nuestras
concupiscencias.
Debemos
vigilarnos los unos a los otros; fielmente, pero con prudencia para reprobarnos
los unos a los otros, y a dar buen ejemplo a todos los que nos rodean. Esto
debe hacerse con compasión, diferenciando entre el débil y el soberbio. Debemos
tratar a algunos con ternura. A otros, salvar con temor; enfatizando los
terrores del Señor. Todas los esfuerzos deben realizarse con aborrecimiento
decidido de los delitos, cuidándonos de evitar todo lo que lleve a la comunión
con ellos, o que haya estado conectado con ellos, en obras de tinieblas,
manteniéndonos lejos de lo que es malo o parece serlo.
Dios es poderoso, y tan dispuesto como poderoso,
para impedir que caigamos y para presentarnos sin defecto ante la presencia de
su gloria. No como quienes nunca hubiesen faltado, sino como quienes, por la
misericordia de Dios, y los sufrimientos y los méritos de un Salvador, hubieran
sido, en su gran mayoría, justamente condenados hace mucho tiempo. Todos los
creyentes sinceros le fueron dados por el Padre; y de todos los así dados, Él
no perdió a ninguno, ni perderá a ninguno. Ahora, nuestras faltas nos llenan de
temores, dudas y tristeza, pero el Redentor se ha propuesto que su pueblo sea
presentado sin defecto. Donde no hay pecado, no habrá pena; donde hay
perfección de santidad, habrá perfección de gozo. Miremos con más frecuencia a
Aquel que es capaz de impedir que caigamos, de mejorar y de mantener la obra
que ha empezado en nosotros hasta que seamos presentados sin culpa delante de
la presencia de su gloria. Entonces, nuestros corazones conocerán un gozo más
allá del que puede permitir la tierra; entonces Dios también se regocijará por
nosotros y se completará el gozo de nuestro compasivo Salvador. Al que ha
formado el plan tan sabiamente, y que lo cumplirá fiel y perfectamente, a Él
sea la gloria y la majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos.
Amén.