Creo
que debo una disculpa a todos los lectores de este blog, por la siguiente
razón: Cuando escribo sobre algún tema de la Palabra de Dios en la Biblia, doy
por entendido que todos comprenderán lo que dicto. Con el paso del tiempo he
ido profundizando y extendiendo más los artículos escritos, sin darme cuenta
que con ello, quizás muchas personas no comprendan lo que leen. Por eso debo
volver, como al principio, a la sencillez, a explicar mejor, con un lenguaje
más comprensible y una menor extensión en los textos. Les pido disculpas y ruego
a Dios que me ayude en esta labor, que Su gracia me capacite para llegar con
meridiana claridad a mis semejantes. Dicho esto, quisiera destacar que ocurre
cuando nacemos de nuevo.
En
1 de Pedro 1;
15-16 podemos leer lo que el Apóstol nos exhorta: 15 sino, como aquel
que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de
vivir; 16 porque escrito
está: Sed santos, porque yo soy santo.
Después
que hemos nacido de nuevo y dedicamos nuestra vida a Cristo, aun sentimos cierta atracción por nuestras
costumbres pasadas. Pero se nos dice que
debemos ser como nuestro Padre celestial, santos en cada cosa que hacemos.
Santidad significa mantenerse totalmente devotos o dedicados a Dios, separados
para su uso especial, y apartados del pecado y de su influencia. Debemos
mantenernos apartados y ser diferentes, no mezclándonos con la multitud del
mundo que no conoce a Dios. No debemos ser diferentes solo por el hecho de
serlo. Lo que nos hace diferentes son las virtudes de Dios aplicadas a nuestra
vida. Nuestras prioridades deben ser las que por gracia el Señor nos da a
conocer por medio de su Palabra en la Biblia. Para ello debemos dedicar el
tiempo de vida que Dios nos ha dado para estudiar su sana doctrina, profundizar
en ella para descubrir la Voluntad del Señor para cada uno de nosotros. Todo
eso va en contraste directo con nuestras costumbres anteriores. No podemos
llegar a ser santos por nuestros propios esfuerzos, por lo que Dios nos da su
Espíritu Santo para ayudarnos a ser obedientes y nos da poder para vencer el
pecado. No usemos la excusa de que no podemos evitar cometer pecado, eso son disculpas carnales. Pidamos a Dios que nos ayude a ser librados de las garras
del pecado, no caer en tentación.
Como
el viajero, el atleta, el guerrero y el trabajador, recogen sus vestiduras
largas y sueltas, para estar preparados para sus actividades, así hagamos los
cristianos con nuestras mentes y afectos. Seamos sobrios, velando contra todos
los peligros y enemigos espirituales y seamos templados en toda conducta. Seamos
sobrios en la opinión y en la conducta y humildes en nuestros juicios sobre nosotros
mismos. Una confianza firme y perfecta en la gracia de Dios armoniza con los
mejores esfuerzos en nuestro deber.
La
santidad es el deseo y el deber de todo cristiano. Debe estar en todos los
asuntos, en cada condición, y para toda la gente. Debemos velar y orar
especialmente en contra de los pecados a que nos inclinamos. La palabra escrita
de Dios es la regla más segura de la vida del cristiano y por esta regla se nos
manda ser santos en todo. Dios es
esencialmente santo; la criatura es santa en cuanto sea santificado por Dios.
Dios, quien da el mandamiento de ser santo, está dispuesto a dar también el poder
de obedecer, es decir, por medio de la santificación del Espíritu.