Nos
beneficiamos de la Palabra cuando nos enseña el gran valor del gozo. El gozo
es para e alma lo que las alas para el pájaro, que le permiten volar por encima
de la superficie de la tierra. Esto lo pone claro Nehemías 8:
10: "El gozo del Señor es mi fortaleza". Los días de Nehemías marcaron un
cambio de rumbo en la historia de Israel. Había sido liberado un remanente del
pueblo, cautivo en Babilonia, y había regresado a Palestina. La Ley, que había
sido prácticamente desconocida por los exiliados, ahora volvía a ser
establecida como la regla de la comunidad recientemente formada. Había un
recuerdo vivo de los muchos pecados del pasado, y las lágrimas, como es
natural, se mezclaban con el agradecimiento de que volvieran a ser una nación,
teniendo un cultivo divino y una Ley divina en medio de ellos. Su caudillo,
conociendo muy bien que si el espíritu del pueblo empezaba a flaquear no podían
hacer frente a las dificultades de su posición y vencerlas, les
dijo: "Este es un día santo a Jehová nuestro Dios; no os
entristezcáis ni lloréis; (porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de
la Ley). Comed... bebed..., porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza."
La confesión del pecado y el
lamentarse por el mismo tienen su lugar, y la comunión con Dios no puede ser
mantenida sin ellos. Sin embargo, cuando ha tenido lugar el verdadero
arrepentimiento, y las cosas han sido puestas en orden con Dios, hemos de olvidar "las cosas que
fueron antes" (Filipenses 3:13). Y hemos de seguir adelante con alegría
y gozo en nuestro corazón. ¡Cuán pesados son los pasos de aquel que se acerca
al lugar en que se encuentra un amado que yace en la fría muerte! ¡Cuán
enérgicos son los movimientos del que se apresura al encuentro de la esposa!
Las lamentaciones nos hacen poco aptos para las batallas de la vida. Donde hay
falta de esperanza ya no hay pronto poder para la obediencia. Si no hay gozo no
puede haber adoración.
Para todos nosotros, hay tareas que
deben ser ejecutadas, servicios que hay que rendir, tentaciones a vencer,
batallas que ganar; y nosotros nos hallamos en forma para atacar esta tarea
sólo si nuestros corazones se regocijan en el Señor. Si nuestras almas
descansan en Cristo, si nuestros corazones están llenos de alegría sosegada,
nuestro trabajo será fácil, los deberes agradables, la pena tolerable, la
resistencia posible. Ni los recuerdos contritos de los errores pasados, ni las
resoluciones vehementes bastarán a llevarnos a la victoria. Si el brazo ha de
dar golpes vigorosos, debe darlos impulsado por un corazón alegre. Del Señor
mismo se dice: "El cual por el gozo puesto delante de él
soportó la cruz, menospreciando el oprobio" (Hebreos 12:2).