Nos
beneficiamos de la Palabra cuando nos fijamos en la raíz del gozo. La fuente
del gozo es la fe: "Y el Dios de la esperanza os llene de todo
gozo y paz en el creer, para que abundéis en la esperanza por el poder del
Espíritu Santo". (Romanos 15:13). Hay una maravillosa provisión en el Evangelio tanto por lo que nos
proporciona a nosotros como por lo que quita de nosotros, en cuanto a calma y
ardor en el corazón del cristiano. Quita la carga de la culpa, al hablar
palabras de paz a la conciencia abatida. Quita el terror de Dios y de la muerte
que pesa en el alma que está bajo condenación. Nos da a Dios mismo como porción
del corazón, como objeto de nuestra comunión. El Evangelio obra gozo, porque el
alma está en paz con Dios. Pero, estas bendiciones pasan a ser nuestras sólo por
medio de una apropiación personal. La fe debe recibirlas y, cuando lo hace, el
corazón se llena de paz y gozo. Y el secreto de un gozo sostenido es mantener
abierto e cauce, para que continúe como empezó. Es incredulidad que atasca el
cauce. Si hay tan poco calor aplicado a la base del termómetro no es de
extrañar que el mercurio indique un grado baje de temperatura. Si hay una fe
débil, el gozo no puede ser fuerte. Debemos orar diariamente para obtener una
nueva comprensión de la maravilla que es el Evangelio, una nueva apropiación de
su bendito contenido; y entonces habrá una renovación de nuestro gozo.
Nos
beneficiamos de la Palabra cuando tenemos cuidado de mantener nuestro gozo. El "gozo
en el Espíritu Santo" es algo por complete distinto de la efervescencia
natural del espíritu Es el producto del Consolador morando en nuestros
corazones, revelándonos a Cristo, respondiendo a toda nuestra necesidad de
perdón y purificación, y poniéndonos en paz con Dios; y formando a Cristo en
nosotros, de modo que El reine en nuestras almas y nos sujete a su control. No
hay circunstancias de pruebas o tentaciones en las cuales tengamos que
abstenernos del gozo, porque la orden es: "Gozaos en el Señor
siempre". El que nos dio esta orden conoce a fondo el lado sombrío de
nuestras vidas, los pecados y aflicciones que nos acosan, la "mucha
tribulación", por la que hemos de pasar para entrar en el reino de Dios.
La alegría natural se desvanece cuando aparecen las pruebas y dificultades, los
sufrimientos de la vida no son compatibles con ella. Pronto muere cuando
perdemos los amigos o la salud. Pero el gozo al que se nos exhorta no está
limitado a ningún grupo de circunstancias o tipo de temperamento; ni fluctúa
con nuestro humor o nuestra fortuna.
La naturaleza puede hacer valer sus
derechos en todos sus súbditos. Incluso Jesús lloró ante la tumba de Lázaro.
Sin embargo, podemos exclamar con Pablo: "Como
entristecidos, mas siempre gozosos" (2ª Corintios
6: 10). El cristiano puede estar cargado con graves responsabilidades, su vida
puede tener fracasos y más fracasos, sus planes pueden ser hechos añicos y sus
esperanzas marchitarse, la tumba puede cerrarse sobre sus amados, amados que
eran su alegría y dulzura, y con todo, bajo todas estas penas y aflicciones, el
Señor todavía la manda que se goce. He ahí a los apóstoles en la prisión de
Filipos, en el calabozo más profundo, con los pies en el cepo, sus espaldas
sangrando de los azotes salvajes que habían recibido. ¿En qué se ocupaban? En
lamentarse y gemir. ¡No! A medianoche Pablo y Silas oraban y cantaban
alabanzas a Dios (Hechos 16:25). No había pecado en sus vidas, eran obedientes, y por ello el Espíritu
Santo tenía libertad para ofrecerles las riquezas de Cristo de las que su
corazón estaba rebosando. Si hemos de mantener el gozo, hemos de abstenernos de
agraviar al Espíritu Santo.
Cuando Cristo reina supremo en el
corazón, el gozo lo llena. Cuando El es el Señor de todo deseo, la Fuente de
todo motivo, el Subyugador de toda concupiscencia, entonces habrá gozo en el
corazón y alabanza en los labios. La posesión de esto implica el tomar la cruz
a cada hora del día; Dios ha ordenado las cosas de tal forma que no podemos
tener lo uno sin lo otro. El sacrificio personal, el "cortar la mano
derecha, o sacar el ojo derecho", según la figura de Cristo, son las
avenidas por las que el Espíritu entra en el alma trayendo con El los gozos de
Dios: su sonrisa de aprobación y la seguridad de su amor y presencia
permanente. Mucho depende también del espíritu con que hacemos frente al mundo
cada día. Si esperamos que se nos acaricie, la decepción no tardará en llegar.
Si deseamos que ministren a nuestro orgullo, pronto nos sentiremos abatidos. El
secreto de la felicidad es el olvidarnos de nosotros mismos y el ministrar a la
felicidad de los otros. "Más bienaventurada cosa es dar que
recibir." De modo que hay más felicidad en ministrar a los otros que
en ser servido por ellos.