2 Corintios 4:11 Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a
muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestra carne mortal.
Como nacido de nuevo por gracia de Dios, cuando y cuanto hable acerca
de Jesús, debo recordar que me hallo en la presencia de Dios, El oye cada
palabra que pronuncio, y tendré que dar cuenta de ella. Todo queda grabado y
nadie podrá negar lo que haya dicho. Cuando le hable a la gente, por el medio
que sea, acerca de Cristo, debo tener cuidado en no distorsionar el mensaje
para complacer al personal, para quedar bien con nadie, o recibir la aprobación
de los hombres. Tengo que ser fiel al proclamar la verdad de la Palabra de
Dios. Cuando testifique de Jesús, tengo
que hablar a la gente lo que Cristo ha hecho, no en qué consisten mis habilidades
y logros. Las personas deben ser presentadas a Cristo no a nosotros. Y si oímos a alguien que predique acerca de sí mismo o trata de expresar sus propias ideas
antes que las de Cristo, tengamos cuidado: es un falso maestro.
El mensaje invalorable de salvación en Jesucristo
ha sido confiado por Dios a hombres frágiles y falibles ("vasos de
barro"). El tesoro de luz y gracia
del evangelio está puesto en vasos de barro. Los ministros del evangelio están
sometidos a las mismas pasiones y debilidades que los demás hombres. Dios
podría haber enviado a los ángeles para dar a conocer la doctrina gloriosa del
evangelio o podría haber enviado a los hijos de los hombres más admirados para
enseñar a las naciones, pero escogió vasos más humildes, más débiles, para que
su poder sea altamente glorificado al sostenerlos, y en el bendito cambio
obrado por el ministerio de ellos.
Aun siendo
débiles, Dios nos usa para difundir las buenas nuevas y nos da poder para
cumplir con la obra. Si sabemos que el poder es suyo, no nuestro, podemos
evitar que el orgullo se apodere de nosotros y esto nos motiva a mantener un
contacto diario con Dios, nuestra fuente de poder. Nuestra responsabilidad es
dejar que la gente vea a Dios por medio nuestro. Porque quien predica a Cristo,
no a sí mismo, es fiel; el vaso humano es débil para que Dios sea glorificado;
sin embargo, aunque débil, la fe y la esperanza de la gloria futura le
sostienen rodeado como está por la decadencia del hombre exterior. Para que no
diga alguien: ¿Cómo entonces es que continuamos gozándonos de gloria tan indecible en cuerpo
mortal? Este hecho es una de las pruebas más maravillosas del poder de Dios,
que un vaso de barro pudiera llevar semejante esplendor y guardar semejante tesoro”. El
tesoro, o “la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios”; el frágil
“vaso de barro” es el cuerpo,
el “hombre exterior” propenso a
aflicciones y muerte.
Así fue el tipo la luz en los cántaros de Gedeón.
Los antiguos solían tener sus tesoros en vasos de barro. “Hay vasos de barro
que todavía pueden ser limpios; mientras que el vaso de oro podrá ser sucio” para que el poder del Espíritu Santo ,
respecto de su “excelencia” abundante, manifestada en ganar almas y en sostenernos a nosotros, sea atribuida sólo a Dios, siendo nosotros débiles como vasos de barro. Dios a menudo permite
que el vaso sea picado o aun roto para que la excelencia del tesoro contenido y
del poder que tiene aquel tesoro, sea todo suyo, sea de Dios, sea vista y sea con gratitud reconocida como perteneciente a Dios , y no viniendo de
parte de nosotros. El poder no solamente viene de parte de Dios, sino que le pertenece continuamente, y ha de ser atribuido a él.
El Evangelio de Jesús lo recibimos de gracia por lo tanto, así debe
ser predicado para estar disponible, revelado a todos los que abren sus oidos,
su mente y su corazón, excepto a aquellos que se niegan a creer. Satanás es el
"dios de este siglo" su
trabajo es engañar y aquellos que no creen serán cegados por él. El atractivo
del dinero, el poder y el placer ciegan a la gente para poder ver la luz del
evangelio. Todos aquellos que rechazan a Cristo, prefiriendo una vida mundana,
convierten a Satanás en su dios. El es, en
efecto, “el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia” igual que los que se pierden. Cuando
están cubiertos los ojos del malhechor, no está lejana su ejecución. Los
incrédulos que perecen no sólo son velados,
sino cegados.
Quien desea ver la gloria de Dios,
la puede ver en la faz de Jesucristo. Cristo
es la imagen de Dios, en la cual misma imagen nosotros, mirándola en el espejo del
evangelio, somos cambiados por el Espíritu; pero esta imagen no es visible a
los que son cegados por Satanás.
Estudiar
la vida de los hombres de la Reforma, para hacer un resumen de su biografía en
la página web de la Iglesia Evangélica Bonhome, me ha permitido comprender
mejor la misericordia de Dios. Porque los mejores hombres llamados desmayarían si no recibieran misericordia de Dios. Podemos confiar nosotros también en esa
misericordia que nos ha socorrido sacándonos y llevándonos adelante, hasta
ahora, para que nos ayude hasta el fin.
Cristo por su evangelio hace
una revelación gloriosa a la mente de los hombres, pero el designio del diablo
es mantener a los hombres en la ignorancia; cuando no puede mantener fuera del
mundo la luz del evangelio de Cristo, no se ahorra esfuerzos para mantener a
los hombres fuera del evangelio o ponerlos en contra.
El rechazo del evangelio debido a la ceguera voluntaria y a la maldad
del corazón humano son costra dura de limpiar porque se esconde en lo más
profundo del alma, donde sólo la Palabra de Dios guiada por el Espíritu puede
llegar y sacar a la luz, para su destrucción.
El yo no era el tema ni el fin de la predicación de los apóstoles;
ellos predicaban a Cristo como Jesús, el Salvador y Libertador, que salva hasta
lo sumo a todos los que vayan a Dios por su mediación.
Es agradable contemplar el sol en el firmamento, pero es más agradable
y provechoso que el evangelio brille en el corazón. Como la luz fue al
principio de la primera creación, así, también, en la nueva creación, la luz
del Espíritu es su primera obra en el alma.
Los apóstoles sufrieron enormemente, pero
hallaron un sustento maravilloso. Los creyentes podemos ser abandonados por los
amigos y ser perseguidos por los enemigos, pero Dios nunca nos dejará ni nos
desamparará. Puede que haya temores internos y luchas externas, pero no somos
destruidos.
La gracia de la fe es un remedio eficaz contra el
desaliento en tiempos de prueba. La
esperanza de esta resurrección animará en el día de sufrimiento y nos pondrá
por encima del temor a la muerte. Todos los sufrimientos son para el provecho
de la Iglesia y para la gloria de Dios. Los sufrimientos de los nacidos en Cristo,
y su predicación y conversación, son para el bien de la Iglesia y para la
gloria de Dios. La perspectiva de la vida y la dicha eternas son nuestra fortaleza
y consuelo. Lo que el sentido natural está dispuesto a considerar como pesado y
largo, como doloroso y tedioso, la fe lo percibe leve y corto y sólo momentáneo.
El peso de todas las aflicciones temporales es leve en sí, mientras la gloria
venidera es una sustancia de peso y duración más allá de toda descripción; va
más allá de lo que mi mente pueda lograr entender. La fe en
Cristo nos capacita para efectuar el recto juicio de las cosas. Hay cosas
invisibles y cosas que se ven, y entre ellas hay esta vasta diferencia: las
cosas invisibles son eternas, las cosas visibles son temporales o sólo
pasajeras. Entonces, no miremos las cosas que se ven; dejemos de buscar las
ventajas mundanales o de temer los trastornos presentes. Seamos y pongamos
diligencia en nuestra fidelidad a la Palabra de Dios en la Biblia, para en
nuestra futura felicidad recibir el galardón.
Recordemos que aunque podamos estar al final
de nuestra soga, nunca estaremos al final de la esperanza. Nuestros cuerpos
perecederos están sujetos al pecado y al sufrimiento pero Dios nunca nos
abandona. Como Cristo obtuvo la victoria sobre la muerte, tenemos vida eterna.
Todos nuestros riesgos, humillaciones y pruebas son oportunidades para
demostrar el poder y la presencia de Cristo en y a través de nosotros.
Cuando
enfrentamos dificultades, es más fácil enfocar el dolor antes que la meta
final. Así como los atletas se concentran, pensando en la línea de llegada, y
pasan por alto su incomodidad, nosotros también debemos concentrarnos en la
recompensa a nuestra fe y en el gozo que permanece para siempre. No importa qué
nos suceda en esta vida, tenemos la seguridad de la vida eterna en la que todo
sufrimiento terminará y las tristezas y el gemido huirán.
Es fácil
desmayar. Todos enfrentamos problemas, en nuestras relaciones o en el trabajo,
que nos inducen a pensar en echar a un lado las herramientas y abandonarlo
todo. Antes que rendirse cuando la persecución arreciaba, Pablo se concentró en
experimentar la fortaleza interior proveniente del Espíritu Santo. No permitamos
que la fatiga, el dolor o la crítica nos motiven a abandonar la tarea. Renovemos
nuestro compromiso diario de servir a Cristo. No renunciemos a su recompensa eterna
por causa de la intensidad del dolor actual. Nuestra debilidad permite que el
poder de la resurrección de Cristo nos fortalezca momento a momento.
Nuestros problemas no debieran desanimarnos o disminuir nuestra fe. En
cambio, debemos entender que hay un propósito en nuestro sufrimiento. Los
problemas y las limitaciones humanas tienen varios beneficios: nos
recuerdan los sufrimientos de Cristo por nosotros; nos alejan del orgullo; nos
ayudan a mirar más allá de esta corta vida; prueban
nuestra fe a otros; y le dan la oportunidad a Dios para demostrar su
gran poder. ¡Veamos nuestros problemas como oportunidades!
Nuestra esperanza suprema cuando experimentamos terrible enfermedad,
persecución o dolor es descubrir que esta vida no es todo lo que hay, ¡hay una
vida después de la muerte! Saber que viviremos por siempre con Dios en un lugar
sin pecado y sufrimiento puede ayudarnos a vivir sobre el dolor que enfrentamos
en esta vida. El mismo es nuestra
Luz y Sol, como también Creador de la luz. El mundo físico responde al mundo
espiritual .Cristo es la manifestación de la gloria de Dios, como su imagen. La
única manifestación verdadera y completa del resplandor y gloria de Dios es “en
la faz de Jesucristo”
La
“muerte” de Cristo manifestada en el continuo desgaste de nuestro hombre exterior, obra
peculiarmente en nosotros, y es el medio de obrar la vida espiritual en nosotros. La vida a la cual damos testimonio en
nuestro continuo morir
corporal, se extiende más allá de nosotros mismos, y es traída a nosotros por
nuestro morir.
Conforme a lo que está escrito, creí, y por lo
tanto hablé para serle fiel.