} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: REFLEXIONES Y MEDITACIONES II

domingo, 28 de junio de 2015

REFLEXIONES Y MEDITACIONES II


La obra de la redención hace volver al hombre a la obediencia que debe a Dios como su Hacedor. Cristo es la luz del mundo. Por su gracia abre el entendimiento que Satanás ha cegado, y pone al hombre en libertad de la esclavitud del pecado, destruyendo así la atracción fatal, entre otras cosas al culto irracional a las obras realizadas en madera, piedra u otros materiales. El Señor ha sostenido su Iglesia por el Espíritu Santo . Ahora hace nuevas promesas que ciertamente serán cumplidas como lo fueron las antiguas. Cuando los incrédulos entran a la Iglesia, Él es glorificado en ellos y por ellos. Demos a Dios lo que es suyo, cuidando de no servir a la criatura más que al Hacedor.
Cuando nos sintamos heridos y quebrantados, o consumidos en nuestra vida espiritual, Dios no nos aplastará ni nos echará a un lado como algo inútil, sino que con amor nos levantará. La humanidad actual necesita con desesperación los atributos amorosos de Dios. Podemos mostrar dicha sensibilidad mediante su Espíritu a la gente que nos rodea, reflejando la bondad y la sinceridad de Dios hacia ellos.
Parte de la misión de Cristo en la tierra era demostrar la justicia de Dios y ser luz para todas las naciones. A través de Cristo, toda la gente tiene la oportunidad de abrazar su misión. Dios nos llama a ser siervos de su Hijo, demostrando la justicia de Dios y llevando su luz. ¡Qué privilegio tan extraordinario ayudar al Mesías a cumplir su misión! Sin embargo, debemos buscar su justicia antes de demostrarla a los demás y permitir que su luz brille en nosotros antes de que podamos ser luz.Nuestra vida de obediencia, sujetos a su Palabra es condición indispensable para poder trasmitir ese reflejo a quienes nos rodean. Nuestra vida interior se refleja en nuestra actitud externa, de tal modo que nuestro pensamiento es puesto de manifiesto por el modo en que vivimos.
Miremos todo lo que el Señor hará para nosotros y a través de nosotros. Obras majestuosas provocan respuestas majestuosas. ¿Agradecemos en verdad el bien que Dios hace en medio de nosotros y por medio de nosotros? Si es así, dejemos que nuestra alabanza a El refleje lo que realmente sentimos.
El creyente es la lámpara, su conciencia iluminada por el Espíritu Santo es la mecha: que arde débilmente humeando, por no haberse extinguido enteramente la llama. Esto expresa el lado positivo de la fe del penitente. El de corazón quebrantado no deja de poseer alguna chispa o lucecita, que proviene literalmente de lo alto. Cristo le suplirá al tal la gracia como aceite. Puede significar asimismo la luz de la naturaleza humeando en los incrédulos en medio del nocivo humo de sus errores. Cristo no sólo no la apagó, sino que le quitó ese humo y le añadió la nueva claridad de la revelación
Dios no toleraría que su pueblo fuera tentado si su gracia no fuera suficiente, no sólo para salvarnos del daño, sino para hacernos vencedores. Esta tentación, obra de la envidia y del descontentto, es muy dolorosa. Reflexionando en ello, reconocemos que fue nuestra necedad e ignorancia lo que así lo hicieron sufrir. Si en cualquier momento por medio de la sorpresa y el poder de la tentación los hombres buenos pensaran, hablaran o actuaran mal, reflexionarían sobre eso dolorido y avergonzado. Debemos atribuir nuestra seguridad en la tentación, y nuestra victoria, no a nuestra sabiduría, sino a la presencia de Dios por gracia junto a nosotros, y a la intercesión de Cristo por nosotros. Y por esto somos vivificados para aferrarnos más fuerte a Dios.
El mismo cielo no podría hacernos dichosos sin la presencia y el amor de nuestro Dios. El mundo y toda su gloria se desvanece. El cuerpo fallará por enfermedad, edad y muerte; cuando falla la carne, fallan la conducta, el valor y el consuelo. Pero nuestro Señor Jesucristo ofrece ser el Todo en todo a cada pobre pecador que renuncie a todas las otras porciones y confianzas.
Por el pecado todos nos alejamos de Dios. Profesar ser de Cristo aumentará nuestra condenación si seguimos en pecado. Acerquémonos y mantengámonos cerca de nuestro Dios, por fe y oración, y encontremos que es bueno hacerlo así. Los que con corazón recto depositamos nuestra confianza en Dios, nunca tendremos falta de motivos para agradecerle y alabarle. Bendito Señor que nos has prometido tan graciosamente ser nuestra porción en el mundo venidero, impídenos elegir cualquier otra en éste.
Si nuestro deleite es alabar al Señor mientras vivimos, ciertamente le alabaremos toda la eternidad. Teniendo ante nosotros esta gloriosa perspectiva, ¡cuán bajas parecen las empresas terrenales! Hay un Hijo del hombre en quien hay ayuda, que es también el Hijo de Dios, que no le fallará a los que confían en Él. Pero todos los demás hijos de los hombres son como el hombre del cual salieron que, teniendo honra, no permaneció en ella.
Dios ha dado la tierra a los hijos de los hombres, pero hay mucha inquietud al respecto. Sin embargo, después de poco de tiempo, ninguna parte de la tierra será de ellos, excepto la que contiene sus cuerpos muertos. Cuando el hombre vuelve a la tierra, en ese mismo día todos sus planes e intenciones se desvanecen y se van: entonces, ¿en qué quedan sus expectativas?
Nos muestran dónde, por qué y cómo alabar a Dios. ¿Qué hace la alabanza?:
Saca de nuestra mente los problemas y reveses y la enfoca en Dios. 
Nos lleva de una meditación individual a una adoración colectiva del Señor. 
Nos permite considerar y apreciar el carácter de Dios. 
Encauza nuestra perspectiva de lo terrenal a lo celestial.
Jesús afirmó su interés por el pobre y el afligido. El no separa las necesidades sociales y espirituales de las personas, sino que atiende a las dos. Mientras Dios, no el gobierno, es la esperanza de los necesitados, nosotros somos sus instrumentos para ayudar aquí en la tierra.
Los planes de Dios trastornan "el camino de los impíos" porque sus valores son opuestos al de la sociedad. Jesús lo demostró cuando proclamó que "muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros" y que "el que pierda su vida por causa de mí, la hallará". No nos sorprendamos cuando otros no comprendan nuestros valores cristianos, pero no nos rindamos a los de ellos.
La mayoría de los salmos son oraciones y la mayoría de estas incluyen alabanzas a Dios. La alabanza expresa admiración, reconocimiento y gratitud. La alabanza a Dios en el libro de los Salmos se expresa individual y colectivamente. Considerando todo lo que Dios ha hecho y hace por nosotros, ¿qué puede ser más natural que un arranque de alabanza sincero?
Cuando realicemos la alabanza a Dios, no solo por lo que hace (creación, bendiciones, perdón), sino también por lo que El es (amoroso, justo, fiel, perdonador, paciente)
.¿De qué manera he alabado a Dios en los últimos tiempos o le he dicho a otros todo lo que El ha hecho por mi?Pues no me cansaré una y otra vez de repetir que por su gracia soy lo que soy; Dios Padre ha comenzado una obra en mi vida y se tomará el tiempo que sea necesario para moldarme y pulirme, sufriendo o bajo presión para por su gracia ser valorado al soportar la prueba, para ver realmente si soy fiel e integro a lo que mis palabras confiesan. ¿Es fiel mi testimonio? ¿Soy capaz de soportar la presión anticristiana de esta sociedad, sin alterame?
Vea cada uno la respuesta en su alma, dejando para siempre la guia al Espíritu Santo quién nos guíe en obediencia a la Palabra de Dios en la Biblia.
Con el arrepentimiento, un nuevo orden de vida se abre al creyente en Cristo. Jesús usó la figura del «nuevo nacimiento» para indicar dramáticamente tres cosas: 
Sin el «nuevo nacimiento» no hay vida ni hay relación con Dios
Con el «nuevo nacimiento» surge una nueva perspectiva; «vemos el reino de Dios». La Palabra de Dios se hace clara, y se experimenta el obrar y las maravillas del Espíritu Santo: La fe está viva. 
Por medio del «nuevo nacimiento somos introducidos literalmente «entramos a una nueva esfera, donde el orden del nuevo reino de Dios se hace realidad. 
El nuevo nacimiento es más que simplemente ser «salvo». Es una experiencia, personal con Cristo recalificadora, la cual nos abre a la dimensión sobrenatural de la vida, y nos prepara para entrar en el nuevo orden del reino de Dios.
¡Cuán grande es el pecado de los incrédulos! Dios envió a Uno que era el más amado por Él, para salvarnos; ¿y no será el más amado para nosotros? ¡Cuán grande es la miseria de los incrédulos! Ya han sido condenados, lo que habla de una condenación cierta; una condenación presente . La ira de Dios ahora se desata sobre ellos; y los condenan sus propios corazones. También hay una condenación basada en su culpa anterior; ellos están expuestos a la ley por todos sus pecados; porque no están interesados por fe en el perdón del evangelio. La incredulidad es un pecado contra el remedio. Brota de la enemistad del corazón del hombre hacia Dios, del amor al pecado en alguna forma. Léase también la condenación de los que no quieren conocer a Cristo. Las obras pecadoras son las obras de las tinieblas. El mundo impío se mantiene tan lejos de esta luz como puede, no sea que sus obras sean reprobadas. Cristo es odiado porque aman el pecado. Si no odiaran el conocimiento de la salvación, no se quedarían contentos en la ignorancia condenadora.
Por otro lado, los corazones renovados dan la bienvenida a la luz. Un hombre bueno actúa verdadera y sinceramente en todo lo que hace. Desea saber cuál es la voluntad de Dios, y hacerla, aunque sea contra su propio interés mundanal. Ha tenido lugar un cambio en todo su carácter y conducta. El amor a Dios es derramado en su corazón por el Espíritu Santo, y llega a ser el principio rector de sus acciones. En la medida que siga bajo una carga de culpa no perdonada, solo puede tener un temor servil a Dios, pero cuando sus dudas se disipan, cuando ve la base justa sobre la cual se edifica su perdón, lo asume como si fuera propio, y se une con Dios por un amor sin fingimiento. Nuestras obras son buenas cuando la voluntad de Dios es la regla de ellas, y la gloria de Dios, su finalidad; cuando se hacen en su poder y por amor a Él; a Él, y no a los hombres.
La regeneración, o el nuevo nacimiento, es un tema al cual el mundo tiene aversión; sin embargo, es el gran ganancia en comparación con la cual todo lo demás no es sino fruslería. ¿Qué significa que tengamos comida para comer con abundancia, y una variedad de ropa para ponernos, si no hemos nacido de nuevo? ¿Si después de unas cuantas mañanas y tardes pasadas en alegría irracional, placer carnal y desorden, morimos en nuestros pecados y yacemos en el dolor? ¿De que vale que seamos capaces de desempeñar nuestra parte en la vida, en todo otro aspecto, si al final oímos de parte del Juez Supremo: “Apartaos de mí, no os conozco, obradores de maldad"
Cada día la Palabra de Dios en la Biblia me muestra todo aquello que debo desterrar para ir madurando en frutos del Espíritu. Al principio, cuando has nacido de nuevo, todo es novedad y necesitas ser guiado por la sana doctrina para afirmar los principios básicos de la salvación por fe en Jesucristo.
Los que procedemos de la religión romana, podemos decir que el Señor nos sacó de la oscuridad religiosa permitiendo llegara la luz de la Esperanza a nuestras mentes cegadas por lidolatría. Es una constante en la vida religiosa, que cuanta mayor veneración por las imágenes, más anulados son los sentidos espirituales; como si ellas se adueñasen de ellos y nos volvieran ciegos, mudos, sordos a la Verdad del Evangelio de Jesús. Es cierto que también te hablan de Dios, pero "a su manera" y sólo ellos se creen en posesión de la verdad.
Sé de dónde he salido por la gracia de Dios; sé del poder de transformación de la Palabra de Dios en la Biblia cuando se obedece sin rechistar y cuando ves lo que eres y reconoces que sin Cristo estás perdido; cuando te das cuenta que no eres nada y todo lo que mi mente, alma y espíritu necesitan es sujetarse con los clavos de la fe a Jesucristo. Es entonces cuando la nueva criatura guiada por el Espíritu Santo, va ganando terreno, va de victoria en victoria dominando "el viejo hombre interior". Este proceso de madurez, santificación, conversión, como quiera que lo llamemos, se inicia desde el momento que aceptamos a Cristo como Salvador y Señor. Durará tanto como nuestra vida aquí en la tierra y seremos perfeccionados tras abandonar nuestro cascarón ya muerto o cuando seamos arrebatados al encuentro con Cristo.
Cada día que pasa percibes como tu vida ha ido cambiando, y aquellos hábitos perniciosos que te tenían esclavizado fueron derrotados por Cristo en el momento que le dijiste: "Señor Jesús ayúdame a salir, que yo no puedo". ¡Y vaya si puede! Todo el mérito es del Señor y cada día Su victoria te enseña a seguirle en obediencia, mirando hacia arriba, puestos los ojos en el cielo, liberandote de tantas cargas inútiles que solo estorban tu camino. Poco a poco semeja que tuvieras como alas que te hacen vivir más gozoso y en paz, por muy difícil que sea la situación allí abajo. La vida ahora es la Verdadera Vida, la única que realmente tiene sentido: vivir en Cristo.
El camino aferrado a la Palabra de Dios en la Biblia es seguro, firme y llevadero; en el momento que demos paso a nuestra mente carnal a nuestros razonamientos, se vuelve tortuoso y lleno de dificultades, las mismas que nosotros nos ponemos para obedecer y entregarnos a la Voluntad de Dios.
El camino y los medios por los cuales los cristianos nacidos de nuevo disfrutamos de la salvación pasa por la sangre de Jesús, por el mérito de esa sangre que Él ofrendó como sacrificio expiatorio. La misericordia que perdona, no se entendió claramente hasta que la naturaleza humana de Cristo, el Hijo de Dios, fue herida y molida por nuestros pecados. Nuestro camino al cielo pasa por el Salvador crucificado; su muerte es para nosotros el camino de vida; Cristo es el salvo conducto por el cual somos declarados sin culpa. Debemos acercarnos a Dios por medio de su Hijo, sería despreciar a Cristo seguirle de lejos o mirar para otro lado.
El Lugar Santísimo del templo quedaba oculto de la vista por un velo. Sólo el sumo sacerdote podía entrar en esa habitación santa, y lo hacía una sola vez al año en el día de la expiación, cuando ofrecía sacrificios por los pecados de la nación. Pero la muerte de Jesucristo quitó el velo, y todos los creyentes podemos entrar a la presencia de Dios en todo momento, por la gracia del Señor.
La adoración que nace de un corazón sincero, con completa franqueza de propósito, debe estar basada en la seguridad del poder justificador de la sangre de Cristo y el poder santificador de la Palabra de Dios. La profesión de nuestra esperanza sobre la futura consumación de nuestra salvación, nunca vacilará mientras esté fundada en la fidelidad de aquel que prometió diciendo: Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida, nadie va al Padre si no por mi.
A través de la persona, el sacrificio y la mediación de Cristo, se nos permite a los pecadores acercarnos a Dios Padre y somos llevados con aceptación a su presencia, con nuestra adoración y nuestro servicio, bajo la enseñanza del Espíritu Santo, como uno con el Padre y el Hijo. Cristo compró el permiso para que nosotros vayamos a Dios; y el Espíritu da el corazón para ir, y la fuerza para ir y la gracia para servir aceptablemente a Dios.
Antes de la venida de Cristo, los gentiles y judíos se mantenían alejados entre sí. Los judíos consideraban que los gentiles estaban muy alejados del poder salvador de Dios y por lo tanto sin esperanza. Cristo revela la pecaminosidad total, tanto de judíos como de gentiles, y a continuación ofrece su salvación por igual para ambos. Solo Cristo derriba las paredes de los prejuicios, reconcilia a todos los creyentes con Dios y nos unifica en un cuerpo.
Cristo derribó las paredes que las personas levantaron entre ellas. Debido a que esas paredes se derribaron, podemos disfrutar de una verdadera unidad con personas que no son como nosotros. Esto es lo que llamamos verdadera reconciliación. Gracias a la muerte de Cristo, todos somos parte de una sola familia, nuestra hostilidad en contra de otros ha desaparecido, todos podemos tener acceso al Padre mediante el Espíritu Santo, hemos dejado de ser extraños para Dios y somos parte de un templo santo, con Cristo como piedra principal del ángulo.
Hay muchas barreras que pueden separarnos de otros cristianos: edad, apariencia, inteligencia, inclinación política, nivel económico, raza, perspectivas teológicas. Una de las mejores maneras de apagar el amor de Cristo es interesarnos solo por aquellos con los que tenemos afinidad natural. Por suerte, Cristo ha derribado las barreras y unificado a todos los creyentes en una sola familia. Su cruz debiera ser el centro de nuestra unidad. El Espíritu Santo nos ayuda a mirar más allá de las barreras, a la unidad para la que hemos sido llamados a disfrutar.
Los judíos estaban cerca de Dios porque tenían conocimiento previo acerca de El mediante las Sagradas Escrituras y lo adoraban en sus ceremonias religiosas. Los gentiles estabamos lejos ya que conocíamos poco o nada acerca de Dios. Debido a que ningún grupo puede salvarse por buenas obras, conocimiento ni sinceridad, tanto uno como otro necesitaron oír acerca de la salvación disponible a través de Jesucristo. Ambos, judíos y gentiles, ahora estamos en la libertad de venir a Dios a través de Cristo. Dios se ha acercado a nosotros por su Hijo.
Muchas veces, al edificio de una iglesia se le llama la casa de Dios. En realidad, la casa de Dios no es un edificio sino un grupo de personas. El vive en nosotros y a través de nosotros se da a conocer al mundo. La gente puede ver que Dios es amor y que Jesús es Señor cuando vivimos en armonía con otros y de acuerdo con lo que Dios dice en su Palabra. Somos ciudadanos del Reino de Dios y miembros de su familia.
Estos son algunos de los privilegios que acompañan a nuestra vida nueva en Cristo: tenemos acceso personal a Dios por medio de Cristo y podemos acercarnos a El sin un sistema complicado, como en el Antiguo Testamento; podemos crecer en la fe, vencer las dudas y los interrogantes y profundizar nuestra relación con Dios; podemos disfrutar del estímulo de los demás; podemos adorar y alabar juntos. 
El no asistir a las reuniones cristianas es perder el estímulo y la ayuda de otros cristianos. Nos reunimos para anunciar nuestra fe y fortalecernos los unos a los otros en el Señor. Al acercarnos al fin de los tiempos y al estar próximo el "día" en que Cristo volverá, afrontaremos problemas espirituales, tribulaciones e incluso persecución. 
Fuerzas anticristianas crecerán en intensidad. Las dificultades nunca debieran ser excusas para no congregarnos. En cambio, a medida que surgen las dificultades, debemos hacer un mayor esfuerzo por ser fieles en la asistencia.
El gran deseo de Jesús era que sus discípulos llegasemos a ser uno. Quería que nos uniesemos para ser un poderoso testimonio de la realidad del amor de Dios. ¿Ayuda a la unidad del cuerpo de Cristo la Iglesia actual? Nosotros podemos orar por otros cristianos, evitar el chisme, edificar a otros, trabajar juntos en humildad, dar de nuestro tiempo y dinero, exaltar a Cristo y rehusar desviarnos con discusiones sobre asuntos que provoquen división.
Jesús oró pidiendo unidad entre los creyentes basándose en la unidad de los creyentes con El y el Padre. Los cristianos podemos preservar y fortalecer la unidad entre nosotros si vivimos unidos a Dios. 
El Espíritu de Cristo, iluminando, transformando y reinando en los corazones de los discípulos genuinos de Cristo, acercándonos entre sí como miembros de una familia, e incitándonos a una cooperación afectuosa para el bien del mundo; esto es lo que, cuando suficientemente ardiente y extenso, impondrá al mundo el convencimiento de que el cristianismo es divino. 
Sin duda, cuanto más desaparezcan de entre los cristianos las diferencias, cuanto más podamos ponernos de acuerdo en asuntos de menor importancia, tanto mayor impresión en el mundo se podrá esperar. Pero la impresión no es absolutamente dependiente de esto; porque la unidad viviente y cariñosa a veces se ve más palpablemente aun en medio de diferencias menores, y a pesar de ellas que donde no hay tales diferencias que prueben el poder de su unidad más honda. 
Sin embargo, mientras esta fraternidad viva en Cristo no se manifieste de manera potente para destruir el sectarismo, el egoísmo, la carnalidad y apatía que corroen el corazón del cristianismo en todas las secciones visibles de él, en vano esperaremos que el mundo se impresione hondamente por él. Será cuando “el Espíritu sea derramado sobre nosotros desde lo alto”, como Espíritu de verdad y amor, y sobre todas partes del territorio cristiano por igual, disolviendo diferencias y animosidades, encendiendo asombro y vergüenza por la esterilidad pasada, provocando anhelos de afecto universal y ansias por un mundo sumido en maldad, incorporándose formas palpables y medidas activas: será entonces cuando podremos esperar que sea producido el efecto aquí anunciado.
¿No deberíamos meditar sobre estas cosas los cristianos?