Mar 8:27 Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?
Mar
8:28 Ellos respondieron: Unos, Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.(E)
Mar
8:29 Entonces él les dijo: Y vosotros,
¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo.(F)
Mar
8:30 Pero él les mandó que no dijesen
esto de él a ninguno.
Cesarea de Filipo estaba totalmente fuera
de Galilea. No estaba en el territorio de Herodes, sino en el de Felipe. Era un
pueblo con una historia sorprendente. Anteriormente se había llamado Badinas,
porque había sido un gran centro del culto de Baal. Hasta nuestros días se
llama Bániyás, que es una forma de Paneas. Este nombre se inspiraba en el hecho
de que hay una caverna en la ladera de la montaña que se decía que era el lugar
de nacimiento del dios griego Pan, el dios de la naturaleza, donde nace el río
Jordán. Más arriba en la misma ladera se erguía un templo de mármol blanco
reluciente que había mandado construir Felipe a la divinidad del César, el
emperador romano, el soberano del mundo, al que se consideraba un dios.
Es sorprendente que
fuera precisamente allí donde Pedro descubrió en el Carpintero ambulante
galileo al Hijo de Dios. La religión antigua de Palestina estaba en el aire, y
la memoria de Baal se cernía a su alrededor. Los dioses de la Grecia clásica
también se invocaban en todo aquel lugar, y sin duda se creían oír las flautas
de Pan y se podían vislumbrar las ninfas de la foresta. El Jordán les traería a
la memoria episodio tras episodio de la historia de Israel y de la conquista de
aquella tierra. Y al sol naciente relucía y deslumbraba el mármol del lugar
santo que recordaba a todo el mundo que César era un dios. Precisamente en
aquel lugar, como si hubiera sido contra el trasfondo de todas las religiones y
de toda la Historia, Pedro descubrió que un Maestro ambulante de Nazaret, Que
iba de camino hacia una cruz, era el Hijo de Dios. No hay casi nada en toda la
historia evangélica que muestre tan claramente como este incidente la fuerza
absoluta de la personalidad de Jesús. La encontramos en el mismo centro del
Evangelio de Marcos, y esto a propósito, porque representa la cima del
Evangelio. En un sentido por lo menos este fue el momento crítico de la vida de
Jesús. Pensaran Sus discípulos lo que pensaran, Él estaba seguro de que Le
esperaba inevitablemente una cruz. Las cosas no podían prolongarse mucho. La
oposición se estaba concentrando para asestar el golpe mortal. El problema que
se Le presentaba a Jesús era este: ¿Había producido algún efecto Su vida?
¿Había logrado algo? O, para decirlo de otra manera, ¿había descubierto alguien
Quién era Él de veras? Si hubiera vivido y enseñado y actuado entre los hombres
sin que nadie hubiera vislumbrado a Dios en Él, entonces toda Su Obra habría
sido inútil. No había más que una manera de dejar un mensaje a la humanidad, y
era escribirlo en el corazón de alguna persona.
Viajes dichosos
aquellos en que el tiempo no se pierde en fruslerías, sino que se aprovecha en
cuanto es posible meditando y discutiendo cuestiones graves.
Observemos la
variedad de opiniones respecto a Cristo que prevalecía entre los judíos. Unos
decían que era Juan Bautista, otros Elías, y algunos que era uno de los profetas. En una palabra parece que
circulaban mil diferentes opiniones, excepto la verdadera.
El mismo espectáculo
se nos presenta hoy día. Cristo y su Evangelio son tan poco comprendidos en
realidad, y son asunto de tantas opiniones diferentes como hace dos mil años. Muchos saben el nombre de
Cristo, lo reconocen como un Ser que vino al mundo a salvar a los pecadores, y
que es adorado en unos edificios que han
sido separados y dedicados a su servicio. Pocos son los que están íntimamente
convencidos de que es Dios, el único Mediador, el único Gran Sacerdote, la única fuente de vida y
paz, su propio Pastor y su propio Amigo. Es muy común oír expresar ideas vagas
respecto a Cristo; aun es muy raro un
conocimiento de Cristo razonado y experimental. No descansemos hasta que no
podamos decir de Cristo, "Mi Amado es mío y yo soy Suyo." Cant. 2:16.
Así que, en este
momento, Jesús lo puso todo a prueba. Preguntó a Sus discípulos qué se estaba
diciendo acerca de Él, y Le comunicaron los rumores y los comentarios
populares. Entonces se produjo un silencio sobrecogedor, y Jesús les hizo a Sus
discípulos la pregunta clave: " ¿Quién decís vosotros que soy?" Y
Pedro se dio cuenta en aquel instante de lo que siempre había sabido en lo más
íntimo de su corazón: Era el Mesías, el Cristo, el Ungido, el Hijo de Dios. Y
por esa respuesta supo Jesús que no había fracasado.
Esta fue una
respuesta muy noble, citando se toman debidamente en consideración las
circunstancias en que se dio. Se dio cuando estaba Jesús en una condición pobre, sin honores, sin majestad,
ni riquezas, ni poder; cuando los principales de la nación judía, tanto en la
iglesia como en el estado, rehusaban
reconocer a Jesús como el Mesías. Y, sin embargo, Simón Pedro dice,
"Tú eres el Cristo." La fuerza de su fe no flaqueó ante la pobreza y
la baja condición en que se encontraba
nuestro Señor. Su confianza no sufrió quebranto alguno al ver la oposición de
los escribas y fariseos, y el desprecio de los gobernadores y sacerdotes. Ninguna de esas consideraciones
influyó en Simón Pedro. Creía que Aquel a quien seguía, Jesús de Nazaret, era
el Salvador prometido, el verdadero
Profeta más grande que Moisés, el Mesías predicho por tanto tiempo. Así lo
declaró valiente y decididamente; el credo de él y de sus compañeros era "Tú eres el Cristo...
Mucho podemos
aprender con provecho de la conducta de Pedro en esta ocasión. Aunque algunas
veces era mudable y cometía sus errores, la fe que mostró en el pasaje que ahora meditamos, es digna de
ser imitada. Una confesión tan franca como la suya es la prueba más evidente de
una fe viva, y es un requisito
indispensable en todos tiempos en los que quieren ser verdaderos
discípulos de Cristo. Debemos estar prontos a confesar a Cristo, como lo hizo
Pedro.
Descubriremos que nuestro Maestro y su doctrina no son nunca muy populares. Preparémonos a confesarlo con la seguridad de que pocos estarán de nuestro lado y sí muchos en contra nuestra. Pero cobremos ánimo y sigamos las huellas de Pedro, que no dejaremos da recibir la recompensa de Pedro. Jesús recuerda a los que lo confiesan delante de los hombres, y un día los reconocerá siervos suyos ante la humanidad congregada.
Ahora llegamos a la
cuestión que se ha planteado y contestado a medias más de una vez hasta ahora,
pero que debemos contestar ahora en detalle, o toda la historia evangélica será
totalmente ininteligible. Tan pronto como Pedro hizo este descubrimiento, Jesús
le dijo que no se lo dijera a nadie. ¿Por qué? Porque, en primer lugar y por
encima de todo, Jesús tenía que enseñarles a Pedro y a los demás lo que quería
decir en realidad el mesiazgo. Para comprender la Obra que Jesús había de
realizar y el verdadero sentido de esta necesidad, tenemos que preguntarnos en
detalle cuáles eran las ideas acerca del Mesías que había en tiempos de Jesús. Muy
importantes son las circunstancias que aquí se consignan. Tuvieron lugar en un
viaje, y se suscitaron a consecuencia de una conversación "durante el camino...
Recordemos el contexto histórico:
A lo largo de toda
su historia, los judíos no se olvidaron nunca que eran, en un sentido muy
especial, el pueblo escogido de Dios, Por esa causa, pensaban que les
correspondía un puesto muy importante en el mundo. En los días antiguos
esperaban lograr esa posición por lo que podríamos llamar medios naturales.
Siempre consideraron que los días más grandes de su historia habían sido los
del rey David; y soñaban con un día en el que surgiera otro rey de la dinastía
de David, un rey que los hiciera grandes en justicia y en poder (Isa_9:7 ;
Isa_11:1 ; Jer_22:4 ; Jer_23:5 ; Jer_30:9 ).
Pero, conforme fue
pasando el tiempo, se fueron convenciendo a su pesar de que esa grandeza soñada
no se lograría nunca por medios naturales. Las diez tribus fueron deportadas a
Asiria, y se perdieron para siempre. Los babilonios conquistaron Jerusalén, y
se llevaron cautivos a los judíos. Luego vinieron los persas como sus amos;
después los griegos, y por último los Romanos. Lejos de llegar a nada que
pareciera dominio universal, los judíos pasaron siglos sin conocer lo que era
ser completamente libres e independientes.
Entonces surgió otra
línea de pensamiento. Es verdad que la idea de un gran rey de la dinastía de
David nunca se desvaneció del todo y estuvo siempre entretejida de alguna
manera en su pensamiento; pero más y más empezaron a soñar con el día en que
Dios interviniera en la Historia y lograra por medios sobrenaturales lo que no
se podría lograr jamás por medios naturales. Esperaban que el poder divino
hiciera lo que le era absolutamente imposible hacer al poder humano.
Entre el Antiguo y
el Nuevo Testamento hubo una verdadera floración de libros acerca de los sueños
y pronósticos acerca de esta nueva edad y de la intervención de Dios. Se llama
en general a estos libros apocalipsis, que quiere decir revelaciones. Estos
libros se presentaban como revelaciones acerca del futuro. Es a ellos adonde
debemos acudir para descubrir lo que creían los judíos de tiempos de Jesús
acerca del Mesías y de la nueva edad. Es sobre el trasfondo de sus sueños donde
debemos colocar el sueño de Jesús.
En estos libros
aparecen ciertas ideas básicas. Seguimos aquí la clasificación de esas ideas
que hace Schürer en su Historia del pueblo judío en tiempos de Jesucristo.
(i) Antes que
viniera el Mesías habría un tiempo de terrible tribulación. Sería el
alumbramiento mesiánico, los dolores de parto de una nueva era. Todos los
horrores imaginables explotarían sobre el mundo; todos los baremos de honor y
de decencia serían arruinados; el mundo se convertiría en un caos físico y
moral.
Y el honor se
volverá vergüenza, y la fuerza será humillada despectivamente, y la probidad
será destruida, y la belleza se convertirá en fealdad... Y la envidia se
erguirá en los que nunca se consideraron de ningún valor y la violencia se
apoderará de los pacíficos, y a muchos impulsará la ira a dañar a muchos, y
levantarán ejércitos para derramar sangre, y todos acabarán por perecer
juntamente. (2 Baruc 27)
Habría «en el mundo
temblor de tierra, y alboroto de pueblos» ( Ezr_9:3 ; cp. Mat_24:7; Mat_24:29
).
De los cielos caerán
a la tierra objetos ardientes. Se producirán luces, grandes y deslumbrantes,
reluciendo en medio de las gentes; y la Tierra, la madre universal, se sacudirá
en esos días a la mano del Eterno. Y los peces de la mar y las bestias de la
tierra y las innumerables greyes de las aves y todas las personas humanas y
todos los mares tendrán sacudidas en la presencia del Eterno, y habrá pánico. Y
los excelsos picos de las montañas y las gigantescas colinas rasgará, y los
lóbregos abismos se harán visibles a todos. Y los altos torrentes de las
excelsas montañas se llenarán de cadáveres y las rocas fluirán con sangre y
todos los torrentes inundarán las llanuras... Y Dios juzgará a todos con guerra
y con espada, y caerá de los cielos azufre, y piedras y lluvia y granizo
continuo y dañino. Y la muerte cabalgará sobre los cuadrúpedos . ... Sí: la
tierra misma beberá la sangre de los que vayan pereciendo, y las fieras se
hartarán de su sangre.
(Oráculos Sibilinos
3:363ss)
La Misná enumera
como señales de la proximidad de la venida del Mesías:
La arrogancia
aumenta, la ambición se dispara, la vid produce fruto pero el vino está caro.
La autoridad se convierte en herejía. No hay instrucción, la sinagoga se dedica
a la obscenidad. Galilea es destruida, Gablán queda desierto. Los habitantes de
un distrito van de ciudad en ciudad sin encontrar compasión. Se aborrece la
sabiduría de los entendidos, los buenos son despreciados, la verdad se ausenta.
Los muchachos insultan a los ancianos, los viejos se exponen a los niños. El
hijo desprecia al padre, la hija se rebela contra la madre, la nuera contra la
suegra. Los enemigos del hombre serán los de su propia casa.
El tiempo que
precediera a la venida del Mesías sería un tiempo cuando el mundo se
desintegraría y se relajarían todos los vínculos. El orden físico y moral se
colapsaría.
(ii) En ese caos
aparecería Elías como precursor y heraldo del Mesías. Él sanaría las grietas y
traería orden al caos para preparar el camino del Mesías. Especialmente,
resolvería las disputas. De hecho, la ley oral judía establecía que el dinero y
las haciendas cuya propiedad se discutiera, y todo lo que se encontrara y no se
supiera de quién era, podría esperar " hasta que viniera Elías.» Cuando
viniera Elías, ya faltaría poco para que le siguiera el Mesías.
(iii) Y entonces
vendría el Mesías. La palabra hebrea Mashíaj y la palabra griega Jristós
quieren decir lo mismo: El Ungido. A los reyes se los coronaba ungiéndolos, y
el Mesías era el Rey Ungido de Dios. Es importante tener presente que Cristo no
es un nombre, sino un título. De ahí que en algunas versiones del Nuevo
Testamento y libros sobre él se ponga " Jesús el Mesías» en lugar de
Jesucristo; pero ya la palabra mashíaj se había traducido al griego por jristós
en la Septuaginta. Algunas veces se pensaba en el Mesías como un rey de la
dinastía de David, pero más corrientemente como una gran figura sobrehumana que
irrumpiría en la Historia para rehacer el mundo y vindicar al pueblo de Dios.
(iv) Las naciones
paganas se aliarían y unirían contra el Campeón de Dios.
Los reyes de las
naciones paganas se lanzarán contra esta tierra acarreándose justa retribución.
Tratarán de desmantelar el altar del Dios todopoderoso y de los hombres más
nobles cuando quiera que vengan a la tierra. En un círculo alrededor de la
ciudad colocarán los malditos reyes cada uno su trono rodeados de sus infieles
pueblos. Y entonces Dios hablará con voz potente a todos los pueblos
indisciplinados e insensatos, y vendrá el juicio sobre ellos del Dios
todopoderoso, y todos perecerán a manos del Eterno.
(Oráculos Sibilinos
3:363-372).
El resultado será la
total destrucción de esos poderes hostiles. Filón decía que el Mesías "
tomaría el campo, y haría guerra y destruiría naciones grandes y populosas.»
Este es el viento
que el Altísimo ha reservado a la fin contra ellos, y sus impías fraudes; el
cual los argüirá, y echará sobre ellos sus robos. Porque Él los hará venir
vivos a juicio, y des que los haya convencido, los castigará.
(4 Ezr_12:32 s, B O.).
'Ocurrirá en esos
días que no se salvará nadie con oro ni plata, ni podrá escapar. "No habrá
hierro para la guerra, ni nada que ponerse como peto, ni servirá el bronce, ni
el estaño valdrá ni contará, ni se querrá el plomo. 'Todas estas cosas serán
desechadas y habrán de desaparecer de la faz de la tierra, cuando aparezca el
Elegido ante la faz del Señor de los espíritus.
(1 Henoc 52,7-9, D
M.).
El Mesías será el
conquistador más destructivo de la Historia, derrotando a Sus enemigos hasta la
extinción total.
(vi) Seguiría la
renovación de Jerusalén. A veces se concebía como la purificación de la ciudad
existente. Más a menudo, como el descenso del Cielo de la nueva Jerusalén. «`Me
levanté para ver hasta que él enrolló la vieja casa. Sacaron todas las
columnas, vigas y ornamentos de la casa, enrollados junto con ella; los sacaron
y echaron en un lugar al sur de la tierra. 29Vi que trajo el dueño de las
ovejas una casa nueva, más grande y alta que la primera, y la puso en el lugar
de la que había sido recogida. Todas sus columnas y ornamentos eran nuevos y
mayores que los de la antigua que había quitado, y el dueño de las ovejas
estaba dentro» (Henoc 90,28s, D M.).
(vii) Los judíos que
estaban dispersos por todo el mundo serían recogidos en la nueva Jerusalén.
Hasta el día de hoy el libro judío de oraciones diarias incluye la petición:
"¡Izad la bandera para reunir a los dispersos y congregarlos de los cuatro
puntos cardinales de la Tierra!» El capítulo 11 de los Salmos de Salomón
contiene un doble cuadro de ese retorno:
¡Tocad la trompeta
en Sión para reunir a los santos, haced que se oiga en Jerusalén la voz del que
trae alegres nuevas; porque Dios ha tenido piedad de Israel al visitarlos!
¡Colócate en la cumbre, Jerusalén, y mira a tus hijos, del Oriente y del
Poniente, reunidos por el Señor! ¡Vienen del Norte con el gozo de su Dios, de
las islas lejanas Dios los ha reunido! Ha abatido montañas altas allanándolas
para ellos; las colinas huyeron cuando entraron. Los bosques les dieron cobijo
cuando pasaban; todos los árboles aromáticos hizo Dios que brotaran para ellos,
para que Israel pasara adelante en la visitación de la gloria de su Dios.
¡Ponte, Jerusalén, tus ropas de fiesta; prepara tu túnica santa; por cuanto
Dios ha decretado el bien para Israel para siempre jamás, haga el Señor lo que
ha hablado referente a Israel y Jerusalén; levante el Señor a Israel por Su
glorioso nombre. ¡Sea la misericordia del Señor sobre Israel por siempre y
siempre!
Se puede ver
fácilmente lo judío que había de ser este nuevo mundo. El elemento nacionalista
domina por todas partes.
(viii) Palestina
sería el centro del mundo, y el resto del mundo le sería sometido. Todas las
demás naciones serían subyugadas.
A veces se concebía
como un dominio pacífico:
Y todas las islas y las ciudades dirán: «¡Cómo ama el Eterno a estas personas!» Porque todas las cosas obran en armonía con ellas y las ayudan... ¡Venid, postrémonos en tierra y supliquemos al eterno Rey, el Todopoderoso, el Dios perdurable! Vayamos en procesión a Su Templo, porque Él es el único Potentado.
(Oráculos Sibilinos
3,690ss).
Más corrientemente se presentaba el fin de los gentiles como una destrucción total, ante la que se regocijaría Israel. y Él aparecerá para castigar a los gentiles, y destruirá todos sus ídolos.
Entonces tú, Israel, serás feliz.Te montarás sobre los cuellos y las alas de las águilas (es decir, Roma, el águila, será destruida) y ellos terminarán, y Dios te exaltará.
Y tu mirarás desde las alturas y verás a tus enemigos en la gehena, y los reconocerás y te regocijarás.
(Asunción de Moisés
10,8-10).
Era una descripción
sombría. Israel se regocijaría al ver a sus enemigos quebrantados y en el
infierno. En cuanto a los israelitas que hubieren muerto, resucitarían para
participar en el nuevo mundo.
(ix) Finalmente
vendría una nueva edad de paz y de bondad que permanecería para siempre.
Estas eran las ideas mesiánicas que había en las mentes cuando vino
Jesús: violentas, nacionalistas, destructivas, vengativas. Cierto que
terminaban en el perfecto Reino de Dios; pero llegaban a él a través de un baño
de sangre y una carrera de conquista. Figuraos a Jesús en un trasfondo así. No
es extraño que tuviera que reciclar a Sus discípulos en el nuevo sentido del
mesiazgo; ni tampoco que Le crucificaran al final como hereje. No había lugar
en un panorama así para una Cruz, ni para el amor doliente.
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