Mar 6:45 En seguida
hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a Betsaida, en la
otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud.
Mar 6:46 Y después
que los hubo despedido, se fue al monte a orar;
Mar 6:47 y al venir
la noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra.
Mar 6:48 Y viéndoles
remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia
de la noche vino a ellos andando sobre el mar, y quería adelantárseles.
Mar 6:49 Viéndole
ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma, y gritaron;
Mar 6:50 porque todos
le veían, y se turbaron. Pero en seguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened
ánimo; yo soy, no temáis!
Mar 6:51 Y subió a
ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera,
y se maravillaban.
Mar 6:52 Porque aún
no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.
Mar 6:53 Terminada la
travesía, vinieron a tierra de Genesaret, y arribaron a la orilla.
Mar 6:54 Y saliendo
ellos de la barca, en seguida la gente le conoció.
Mar 6:55 Y
recorriendo toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de todas partes
enfermos en lechos, a donde oían que estaba.
Mar 6:56 Y
dondequiera que entraba, en aldeas, ciudades o campos, ponían en las calles a
los que estaban enfermos, y le rogaban que les dejase tocar siquiera el borde
de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sanos.
El primer acontecimiento que se relata en
estos versículos, es un bello emblema de la condición en que nos encontraremos
todos los creyentes, antes de la segunda venida de Jesucristo. Como los
discípulos, somos juguete de las borrascas y no gozamos de la presencia visible
de nuestro Señor; y como los discípulos,
veremos otra vez cara a cara a nuestro. Señor. Como los discípulos,
veremos tiempos mejores, cuando nuestro Maestro venga a nosotros; no seremos azotados por las tormentas y gozaremos de calma
perfecta.
Nada
hay de fantástico en la aplicación del pasaje. No debemos dudar que hay una
profunda significación en todos los pasos de su vida, y que era "Dios manifiesto en la carne". Por ahora, sin
embargo, limitémonos a presentar las enseñanzas claras y prácticas que
contienen estos versículos.
Notemos, el primer lugar, como
nuestro Señor fija sus miradas en las angustias de su pueblo creyente, y los
socorre en debido tiempo. Leemos, que cuando "la barca estaba en medio del mar, y El solo
estaba en la tierra, vio a sus discípulos afanados remando" se dirigió a
ellos caminando sobre el mar, y los animó
con estas graciosas palabras, "Soy Yo, no temáis", cambiando
la tempestad a bonanza.
¡Cuántos
motivos de consuelo no hay en estas palabras para todos los verdaderos
creyentes! En donde quiera que nos encontremos, y cualesquiera que sean
las circunstancias que nos rodean, el
Señor Jesús nos ve. Solos o acompañados, en salud o enfermedad, por tierra o
por mar, expuestos a peligros en las ciudades o
en los desiertos, los mismos ojos que vieron a los discípulos sacudidos
por las olas en el lago, nos están de continuo contemplando. Nunca estamos
fuera del alcance de su cuidado,
nuestros pasos no se le ocultan, sabe el sendero que tomamos y aún puede
socorrernos. Quizás no venga a nuestra ayuda en el momento que más deseamos, pero no permitirá
que sucumbamos por completo. El que marchó sobre las olas no cambia nunca;
llegará siempre en el tiempo oportuno
para sostener a su pueblo. Aunque se demore, esperemos con paciencia. Jesús nos ve y no nos abandonará.
Notemos, en segundo lugar, los
terrores de los discípulos, al ver por primera vez a NuestroSeñor caminar sobre
el mar. Se nos dice que "suponían
que era un espíritu, y comenzaron a gritar; pues todos ellos lo vieron y
se amedrentaron.
En
cuanto Jesús vio a Sus amigos en dificultad, puso a un lado Sus propios
problemas; el momento de la oración había pasado; había llegado el momento de
la acción; Jesús Se olvidó de Sí mismo, y acudió a ayudar a Sus amigos. Así
era, y es, Jesús. Para Él, el clamor de la necesidad humana tenía prioridad
sobre todos los otros compromisos. Sus amigos Le necesitaban, y tenía que
acudir.
Lo que
sucedió físicamente no lo sabemos, ni tal vez lo sepamos nunca. La historia
está revestida de un misterio que excluye toda explicación. Lo que sí sabemos
es que Jesús se acercó adonde ellos estaban, y su tormenta se convirtió en
calma. Con Él a su lado nada podía angustiarlos.
Cuando
Agustín estaba escribiendo acerca de este incidente dijo: " Vino hollando
las olas; y así pone bajo Sus pies todos los tumultos de las marejadas de la
vida.
¡Qué
pintura tan fiel de la naturaleza humana nos presentan estas palabras! ¡Cuántos
millares de personas, si vieran al presente lo que vieron los discípulos,
se manejarían de la misma manera! ¡Cuán
pocos se mantendrían tranquilos, y libres de temor, si estando a bordo de un
buque vieran de repente en una noche
tempestuosa a una persona marchando sobre las aguas y acercándose al bajel!
Dejad que algunos se rían, si así les place, de los temores supersticiosos de
sus discípulos ignorantes. Encarezcan,
si ese es su deseo, la marcha de la inteligencia y los progresos de los
conocimientos de nuestros días. Pocos hay, lo
aseguramos con toda confianza, que colocados en la misma situación de
los apóstoles, hubieran manifestado más valor que ellos. Los escépticos más
audaces han resultado ser los más
grandes cobardes, al ver de noche objetos que no podían explicarse.
La
verdad es, que hay un sentimiento instintivo en el hombre que lo hace apartarse
con disgusto de todo lo que al parecer pertenece a otro mundo. Tenemos la conciencia, que muchos se empeñan en vano
ocultar con afectada indiferencia, de que hay seres invisibles así como visibles,
y que la vida que ahora vivimos en la
carne no es la única existencia que tiene el hombre. Las historias vulgares de
apariciones y duendes son, a no dudarlo, necias y supersticiosas; podemos casi siempre encontrar su origen en las
ilusiones y los terrores de personas débiles e ignorantes. Sin embargo, es un
hecho que merece estudiarse la aceptación
y circulación que tales cuentos obtienen en todo el mundo. Es una prueba
indirecta de la creencia latente en lo invisible, de la misma manera que la moneda falsa es una evidencia que la hay buena.
Forma un testimonio muy peculiar que el incrédulo encontrará difícil refutar,
porque prueba que hay algo en el hombre,
que testifica que hay un mundo más allá de la tumba, y que lo aterra cuando lo
siente.
Deber
es del cristiano proveerse de un antídoto que lo preserve de los terrores de
ese gran mundo invisible. Ese antídoto
es la fe en un Salvador invisible y
estar en comunión constante con El. Armados con ese antídoto, y
mirando al que invisible, no tenemos por qué temer. Estamos en viaje dirigiéndonos
al mundo de los espíritus, y aun ahora
nos vemos rodeados de muchos peligros, pero teniendo a Jesús por nuestro
Pastor, no hay por qué alarmarnos; estamos
seguros si Él es nuestro Escudo.
Notemos,
al concluir con este capítulo, que brillante ejemplo tenemos de nuestros
deberes mutuos. Se nos dice que cuando nuestro Señor llegó a tierra de Genesaret, el pueblo "recorrió toda
aquella región" y le llevó en lechos "a los que estaban enfermos"
Leemos que "en dondequiera que entraba, en aldeas, o ciudades o heredades, ponían a los enfermos
en las calles, y le suplicaban que les permitiera tocar aunque fuera la orla de
su vestido.
Que en
esto veamos un ejemplo para nosotros. Hagamos lo mismo; tratemos de llevar a
Jesús, el gran Médico, para que cure a todos
los que en torno nuestro necesitan medicina espiritual. Almas hay que mueren de continuo, y las
oportunidades pasan rápidamente, y la noche viene cuando nadie puede
trabajar. No perdonemos esfuerzos en despertar en todos los conocimientos de
Jesucristo, para que puedan salvarse. Es una idea consoladora saber que
"todos los que lo tocan quedan
sanos.
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