Mar 8:11 Vinieron
entonces los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole señal del
cielo, para tentarle.
Mar 8:12 Y gimiendo
en su espíritu, dijo: ¿Por qué pide señal esta generación? De cierto os digo
que no se dará señal a esta generación.
Mar 8:13 Y
dejándolos, volvió a entrar en la barca, y se fue a la otra ribera.
Mar 8:14 Habían
olvidado de traer pan, y no tenían sino un pan consigo en la barca.
Mar 8:15 Y él les
mandó, diciendo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos, y de la
levadura de Herodes.
Mar 8:16 Y discutían
entre sí, diciendo: Es porque no trajimos pan.
Mar 8:17 Y
entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Qué discutís, porque no tenéis pan? ¿No
entendéis ni comprendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón?
Mar 8:18 ¿Teniendo
ojos no veis, y teniendo oídos no oís? ¿Y no recordáis?
Mar 8:19 Cuando partí
los cinco panes entre cinco mil, ¿cuántas cestas llenas de los pedazos
recogisteis? Y ellos dijeron: Doce.
Mar 8:20 Y cuando los
siete panes entre cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas de los pedazos
recogisteis? Y ellos dijeron: Siete.
Mar 8:21 Y les dijo:
¿Cómo aún no entendéis?
Este pasaje arroja un haz de luz muy intensa
sobre las mentes de los discípulos. Estaban pasando al otro lado del mar de
Galilea, y se habían olvidado de llevar suficiente pan. Obtendremos mejor el
sentido de este pasaje si lo relacionamos estrechamente con lo precedente.
Jesús estaba pensando en la demanda que los fariseos Le habían hecho de una
señal, y también en la reacción aterrada de Herodes hacia Sí mismo. «¡Cuidado
-les dijo, traduciéndolo literalmente- con la levadura de los fariseos y la de
Herodes!» Para los judíos, la levadura era un símbolo de la corrupción. La
levadura era una pizquita de masa fermentada de la hornada anterior que se
había guardado. Para los judíos, la fermentación era lo mismo que la
putrefacción, y de ahí que la levadura representara el mal, sobre todo el mal
moral.
Algunas veces los judíos usaban la palabra levadura
en el sentido del pecado original, o de la maldad de la naturaleza humana. Rabí
Alejandro decía: «Está claro para Ti que nuestra voluntad es hacer Tu voluntad.
¿Y qué lo impide? La levadura que está en la masa, y la esclavitud a los reinos
de este mundo. Sea Tu voluntad librarnos de sus manos.» Representaba, por así
decirlo, la mancha de la naturaleza humana, el pecado original, la levadura
corruptora que impedía al hombre hacer la voluntad de Dios. Así que, cuando
Jesús dijo esto, lo que quería decir era: «Manteneos en guardia frente a la
mala influencia de los fariseos y de Herodes. No sigáis el camino por el que
ellos van.»
¿Qué relación existía entre los fariseos y
Herodes? Los fariseos acababan de pedir una señal. Para un judío -veremos esto
más claramente dentro de poco- lo más fácil del mundo era pensar en el Mesías
en términos de maravillas y conquistas y sucesos milagrosos y triunfos
nacionalistas y supremacía política. Herodes había tratado de edificar la
felicidad adquiriendo poder y riqueza e influencia y prestigio. En un sentido,
el Reino de Dios era un reino terrenal tanto para los fariseos como para
Herodes; se basaba en poder y grandeza terrenales, y en las victorias que podía
obtener la fuerza. Era como si Jesús, con Su sugerencia, estuviera preparando a
Sus discípulos para algo que había de suceder muy pronto. Era como si les
dijera: «Puede que pronto os amanezca el hecho de que Yo soy el Ungido de Dios,
el Mesías. Cuando lleguéis a esa convicción, no penséis en términos de poder y
gloria terrenales, como hacen los fariseos y Herodes.» Del verdadero sentido no
les dijo nada de momento. Aquella sombría Revelación habría de esperar su
momento.
De hecho, esta insinuación de Jesús les pasó
por encima de la cabeza a los discípulos. No podían pensar en nada más que en
el hecho de que se habían olvidado de llevar pan, y que pasarían hambre. Jesús
vio que estaban preocupados por el pan material. Bien puede ser que les hiciera
estas preguntas, no enfadado, sino con una sonrisa, como el que trata de
conducir a un torpe chiquillo a descubrir una verdad evidente. Les recordó que
por dos veces había satisfecho el hambre de grandes multitudes con comida
suficiente y de sobra. Es como si les dijera: " ¿Por qué os preocupáis?
¿No os acordáis de lo que ha sucedido antes? ¿No habéis aprendido por propia
experiencia que no tenéis que preocuparos por esas cosas cuando estáis conmigo?»
Notemos
el solemne apercibimiento que nuestro Señor dirige a sus discípulos al
principio de este pasaje. Dice, "Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes...
No
tenemos que ponernos a conjeturar la significación de ese apercibimiento, pues
nos lo aclara el pasaje paralelo en el Evangelio de S. Mateo. Allí leemos que Jesucristo no se refería a levadura
"de pan," sino a levadura de "doctrina." El formalismo y la justificación propia de
los fariseos, la mundanalidad y el
escepticismo de los cortesanos de Herodes, eran los objetos de las
precauciones de nuestro Señor. Encarga a sus discípulos que se pongan en
guardia contra esos defectos.
Tales
apercibimientos son muy importantes, y sería un gran bien para la iglesia de
Cristo que se recordasen con más frecuencia. Las persecuciones no le han hecho a la iglesia ni la mitad del daño que
le ha acarreado la aparición en su seno de falsas doctrinas. Falsos profetas y
falsos maestros en su campamento han
producido más daños en la cristiandad que todas las persecuciones tan
sangrientas de los emperadores romanos. La espada del enemigo no ha
perjudicado tanto la causa de la verdad
como la lengua y la media verdad.
Las
doctrinas que nuestro Señor especifica son precisamente las que más han dañado
la causa del Cristianismo. El formalismo
por una parte, y el escepticismo por
otro, han sido dolencias crónicas en la que profesa ser iglesia de Cristo.
En todas épocas muchos cristianos se han visto atacados por ellas y por eso se
ha necesitado en todo tiempo mucha
vigilancia y mucho cuidado para preservarse.
La
expresión que nuestro Señor usa al hablar de las falsas doctrinas es muy
significativa y apropiada; las llama "fermento." No hubiera podido
emplearse otra palabra más exacta: pinta
de una manera gráfica los comienzos humildes de la falsa doctrina, la manera
sutil y callada con que se difunde insensiblemente introduciendo en la religión del, creyente el
poder mortífero con que transforma todo el carácter del Cristianismo;
cualidades que constituyen el peligro más
grande de una doctrina falsa. Si se aproximase tremolando su verdadero
estandarte, poco daño haría; pero el secreto de sus triunfos es su sutileza y
su semejanza con la verdad. Se ha dicho
que todo error en religión es una verdad desfigurada.
"Examinémonos con frecuencia
para ver si estamos en la fe," y guardémonos de la "levadura.
"No miremos con indiferencia una doctrina falsa por insignificante que nos parezca, como no lo
hacemos con un acto inmoral o con una mentira por ligeros que sean a nuestro
entender. Admitida una vez en nuestros
corazones no sabemos cuán lejos nos podrá extraviar. El comenzar a desviarnos de la verdad pura es como dejar correr las
aguas, gotas al principio y después
torrentes. Un poco de levadura hace fermentar toda la masa. Gal_5:9.
Paremos
la atención en la obtusa inteligencia de los discípulos cuando el Señor les
dirigió el apercibimiento que encierra este pasaje. Creyeron que la "levadura " de que habla, debía ser
levadura de pan. No se les ocurrió por un momento que se refiriera a ninguna
doctrina, y así es que se atrajeron este duro
reproche " ¿No percibís aun, ni entendéis? ¿Tenéis aun el corazón
endurecido? ¿Cómo es que no comprendéis?" Aunque los discípulos eran
creyentes, y estaban convertidos y
renovados, comprendían aún con dificultad las cosas espirituales. Tenían aún
los ojos confusos, y su percepción era muy lenta en todo lo que se refería al reino de Dios.
Útil
nos será recordar lo que aquí se refiere de los discípulos; puede servirnos
para modificar la alta idea que estamos dispuestos a formarnos de nuestra sabiduría, y para mantenernos en la humildad
y en la sumisión espiritual. No debemos imaginarnos, que en cuanto nos
convertimos, lo sabemos todo. Nuestro
conocimiento, como todas nuestras gracias, es siempre imperfecto, y
nunca está más lejos de la perfección como cuando empezamos a dar los primeros
pasos en el servicio del Señor. Hay más
ignorancia en nosotros de la que podemos imaginarnos.
"Si alguno piensa que sabe algo, aún no sabe cosa alguna como le conviene saber." 1 Cor. 8.2.
Útil
nos será sobre todo recordar lo que en este pasaje se refiere a nuestras
relaciones con cristianos jóvenes. No podemos esperar que un recién convertido
sea perfecto. No podemos declararlo
destituido de gracia, sin conocimiento de Dios, y falso maestro, porque no
discierne al principio sino una parte de la verdad y comete muchos errores.
Posible es que a los ojos de Dios esté en el buen camino, y sea, sin embargo,
como los discípulos lento en comprender las cosas del Espíritu. Debemos ser tolerantes y pacientes
con él y no dejarlo a un lado como inútil. Démosle tiempo para que crezca en
gracia y conocimiento, y quizás en sus
últimos días lo veamos lleno de sabiduría, como Pedro y Juan. Que bendición es
pensar que Jesús, nuestro Maestro celestial, no desprecia a ningún miembro de su pueblo. Por extraordinaria y
digna de crítica que sea su torpeza para aprender, es indudable que Su
paciencia nunca se agota. Continúa
enseñándoles, "renglón tras renglón, y precepto tras
precepto." Hagamos lo mismo; sea nuestra regla invariable no mirar con
desprecio la debilidad y torpeza de los
cristianos jóvenes. Esperemos y seamos bondadosos, siempre que descubramos una
chispa de verdadera gracia por pálida que sea, y aunque esté mezclada con mucha debilidad. Hagamos lo que desearíamos que hicieran con
nosotros.
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