Mar 6:7 Después llamó a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos; y les dio autoridad sobre los espíritus inmundos.
Mar 6:8 Y les mandó que no llevasen nada para el
camino, sino solamente bordón; ni alforja, ni pan, ni dinero en el cinto,
Mar 6:9 sino que calzasen sandalias, y no vistiesen
dos túnicas.
Mar 6:10 Y les dijo: Dondequiera que entréis en una
casa, posad en ella hasta que salgáis de aquel lugar.
Mar 6:11 Y si en algún lugar no os recibieren ni os
oyeren, salid de allí, y sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies,
para testimonio a ellos. De cierto os digo que en el día del juicio, será más
tolerable el castigo para los de Sodoma y Gomorra, que para aquella ciudad.
Mar 6:12 Y saliendo, predicaban que los hombres se
arrepintiesen.
Mar 6:13 Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con
aceite a muchos enfermos, y los sanaban.
Estos versículos nos describen la manera
con que fueron enviados la primera vez los apóstoles a predicar.
Entenderemos
mejor todas las referencias que se hacen en este pasaje si sabemos cómo era la
ropa de un judío de Palestina en tiempos de Jesús. Se componía de cinco
artículos.
(i)
La ropa interior era el jitón o
sinddn, túnica. Era muy simple. No era más que una pieza larga de tela
enrollada y cosida por un lado. Era lo suficientemente larga como para llegarle
casi hasta los pies. Tenía agujeros por arriba para la cabeza y los brazos. Esa
pieza se vendía corrientemente sin esos agujeros, como prueba de que no lo
había usado nadie antes, y para que el comprador se hiciera el escote a su
gusto. Por ejemplo: El escote era diferente para hombres y para mujeres.
Llegaba más abajo en el caso de las mujeres para que pudieran darle el pecho a
sus bebés. En su forma más sencilla era poco más que un saco con agujeros
arriba y en las esquinas. Una forma más desarrollada se hacía con mangas, y
algunas veces estaba abierto por delante y se podía abrochar.
(ii)
La túnica exterior se llamaba
himation. Se usaba como capa de día y como manta de noche. Estaba
formado por un trozo de tela de dos metros de izquierda a derecha por uno y
medio de arriba abajo. Medio metro a cada lado estaba remetido, y en el extremo
superior de los dobleces se hacían los cortes para pasar los brazos. Así es que
era casi cuadrado. Generalmente se hacía con dos tiras de tela, cada una de dos
metros por menos de uno cosidas entre sí. La costura se ponía a la espalda.
Pero un himation se podía tejer de una sola pieza, como la túnica de Jesús (Jn_19:23
). Esta era la pieza principal de la ropa.
(iii)
Estaba el cinturón. Se
llevaba encima de las dos piezas ya descritas. Las faldas de la túnica se
podían recoger hacia arriba del cinturón para trabajar o para correr, o para
llevar cosas en el hueco de la ropa. El cinturón era corrientemente doble hacia
la mitad de su longitud. La parte doblada formaba un bolsillo en el que se
llevaba el dinero.
(iv)
Estaba lo que cubría la cabeza.
Era una pieza de algodón o de lino de un metro cuadrado. Podía ser blanco, o
azul, o negro. Algunas veces se hacía de seda de colores. Se doblaba
diagonalmente, y luego se colocaba en la cabeza de forma que protegiera la
parte posterior del cuello, los pómulos y los ojos del calor y del
deslumbramiento del sol. Se mantenía en posición con una rueda de una lana
semielástica que se ponía alrededor de la cabeza.
(v)
Estaban las sandalias. Eran
simplemente unas suelas de cuero, madera o esparto. Tenían unas correas con las
que se sujetaban a los pies.
La
bolsa podía ser de dos clases.
(a)
Podía ser un morral corriente de
viaje. Se hacía muchas veces de piel de cabrito. Corrientemente se le
quitaba la piel al animal entera, conservando toda su forma: ¡patas, rabo,
cabeza y todo! Tenía una correa a cada lado, y se colgaba de los hombros. Allí
llevaba el pastor, o el peregrino, o el viajero, pan y pasas y aceitunas y
queso suficiente para dos días.
(b)
Se ha hecho una sugerencia muy interesante. La palabra griega, péra, quiere decir la bolsa de la
colecta. A veces en el mundo griego, los sacerdotes y los piadosos salían
con estas cestas para recoger ofrendas de la gente para su templo o para sus
dioses. Se los describía como «ladrones piadosos cuyo botín iba creciendo de
pueblo en pueblo.» Hay una inscripción en la que un hombre que se llamaba a sí
mismo esclavo de una diosa siria dice que «traía setenta bolsas llenas en cada
viaje que hacía para su señora.»
Si
tomamos el primer significado, Jesús quería decir que Sus discípulos no
debían llevar provisiones para el camino, sino confiar en Dios para todo.
Si se toma en el segundo sentido, quiere decir que no tenían que ser rapaces
como los sacerdotes paganos. Tenían que ir a todas partes dando, y no
recibiendo.
Jesús,
la gran Cabeza de la iglesia quiso probar a sus
ministros, antes de dejarlos solos en el mundo. Los enseñó a e ensayar
el poder que tenían para comunicar su doctrina a los demás hombres y descubrir
sus deficiencias, mientras que Él estaba
aun con ellos. Así podía, por una parte, corregir sus equivocaciones y por otra
disciplinarlos para la obra que un día tendrían
que hacer, para que no estuvieran bisoños cuando tuvieran al fin que dejarlos.
Sería un gran bien para la iglesia, que todos los ministros del Evangelio se prepararan de la misma manera para cumplir
con su deber, y no entraran en él, como tantas veces sucede, sin pruebas, sin
ensayos y sin experiencia.
Notemos
en estos versículos que nuestro Señor Jesucristo envía a sus discípulos de
"dos en dos". S. Marcos es el único evangelista que menciona este
hecho, y merece especial atención.
No
hay duda que este hecho tuvo por objeto enseñarnos las ventajas de la
asociación cristiana entre todos los que trabajan por Cristo. El sabio tuvo
mucha razón en decir, "Mejor es ser
dos que uno" Ecl.4.9. Dos hombres unidos hacen más trabajo que dos hombres
aislados; se ayudan mutuamente con sus
observaciones y comenten menos errores. Se sostienen en las dificultades
y no es tan fácil que fracasen en sus propósitos. Se excitan mutuamente cuando
la pereza se apodera de ellos y con
menos frecuencia la indolencia o la indiferencia los domina. Se consuelan en
las adversidades y así no se dejan abatir.
"Desgraciado
del que está solo cuando cae; porque no tiene quien le ayude" Ecles.4.10
Probable es que en el día de hoy este principio no se recuerda, como fuera
debido, en la iglesia de Cristo. No hay duda que la mies es abundante, tanto en
la patria como en países extraños, y que
los labradores son pocos; que el nombre de hombres fieles es mucho menor que la
demanda que de ellos existe. Es innegable
que las razones para enviar misiones uno a uno en las circunstancias
presentes son fuertes y de mucho peso; pero, a pesar de todo, la conducta de
nuestro Señor en este caso es un hecho
notable. Apenas hay un solo ejemplo en el libro de los Hechos, en que veamos a
Pablo o a cualquier otro apóstol trabajando
enteramente solo, y esta es otra circunstancia muy digna también de
consideración. Es casi imposible dejar de concluir que si la regla de viajar de
"dos en dos" hubiera sido
observada más estrictamente, el campo de las misiones hubiera producido
resultados más pingues que los que ha dado.
Una
cosa, al menos es cierta, el deber de todos los que trabajan por Cristo de
cooperar al mismo fin y ayudarse mutuamente siempre que puedan. "Como
el hierro afila el hierro, así el rostro
de un hombre anima a su amigo". Los ministros, los misioneros, los
visitadores de distritos rurales o urbanos, los maestros de las escuelas dominicales deberían
aprovechar todas las oportunidades que se les presentaran para reunirse y
consultar entre sí. Las palabras siguientes de S.Pablo encierran una verdad que
se olvida con demasiada frecuencia: "Y considerémonos los unos a los
otros, para provocarnos a amor y a buenas obras; no dejando nuestra congregación".
Heb.10.24-25
Observemos,
en segundo lugar, que palabras tan solemnes emplea nuestro Señor cuando se
refiere a los que no reciben ni oyen a sus ministros. Dice: "más tolerable será el castigo de Sodoma o de
Gomorra en el día del juicio, que el de aquella ciudad.
Esta
es una verdad que encontramos muy repetida en los Evangelios, y es doloroso ver
como muchos la pasan por alto. Por lo que se ve, millares de personas suponen, que si van a la iglesia, y no matan,
ni roban, ni defraudan, ni violan abiertamente ninguno de los mandamientos de
Dios, no están en gran peligro. Se olvidan que se necesita algo más que
abstenerse de esas irregularidades visibles para salvar su alma. No comprenden
que uno de los más grandes pecados que
un hombre puede cometer a los ojos de Dios es oír el Evangelio de Cristo
y no creer en Él, ser invitado a
arrepentirse y a creer y permanecer sin embargo, indiferente e incrédulo. En una palabra, rechazar el Evangelio es
lo que hunde al alma en lo más profundo del infierno.
No
concluyamos las lectura de un pasaje como este sin preguntarnos, ¿Qué es lo que
hacemos con el Evangelio? Vivimos en un país cristiano, en nuestras casas se ve la Biblia, durante el año oímos
predicar con frecuencia la salvación que encontramos en el Evangelio. Pero ¿lo
hemos recibido en nuestros corazones? En
una palabra ¿hemos abrazado la esperanza que así se nos ofrece cargando con la
cruz y seguido las huellas de Cristo? Si así no obramos, somos peores que los paganos que se prosternan ante
leños y piedras; somos más criminales que los habitantes de Sodoma y Gomorra.
Estos nunca oyeron predicar el
Evangelio, por tanto no lo rechazaron; pero nosotros lo oímos predicar, y sin
embargo, no queremos creer en él. Examinemos nuestros corazones y tratemos de no condenar nuestras almas.
Observemos,
por último, cuál era la doctrina que los apóstoles de nuestro Señor predicaban:
Leemos que "salieron y predicaron que los hombres debían arrepentirse”.
La
necesidad del arrepentimiento podrá parecer a primera vista una verdad muy
simple y muy elemental; y, sin embargo, podrían escribirse volúmenes para probar lo fundado de la doctrina y en
adaptabilidad a todas las edades y épocas, y a todos los rangos y las clases de
la sociedad. Está indisolublemente
enlazada con las nociones verdaderas respecto a Dios, la naturaleza
humana, el pecado, Cristo, la santidad y el cielo. Todos han pecado y se han
apartado de la Gloria de Dios, todos
necesitan que en ellos se despierte la convicción íntima de sus pecados, el
dolor de haberlos cometido, el deseo y la voluntad de renunciar a ellos, y hambre y sed de perdón. Todos, en una
palabra, necesitan volver a nacer y acudir a Cristo. Este es el arrepentimiento que engendra la
vida; todo eso se requiera para la salvación
de cualquier hombre; nada menos debe exigir de los hombres todo aquel que
profese enseñar la fe de la Biblia.
Debemos apremiar a los
hombres para que se arrepientan, si pretendemos seguir las huellas de los
apóstoles y cuando se hayan arrepentido, debemos insistir en que continúen arrepintiéndose hasta sus
últimos momentos.
¿Nos
hemos arrepentido? Esto es lo que más nos importa. Bueno es saber lo que los
apóstoles enseñaron, muy bueno familiarizarse con todo el sistema de la doctrina cristiana; pero es mucho mejor saber por experiencia propia lo que es el
arrepentimiento y sentirlo en lo más profundo de nuestros corazones.
No descansemos hasta que sepamos y
sintamos que nos hemos arrepentido. En el reino del cielo no entran los
impenitentes; todos los que allí están, han sentido el dolor del pecado, lo han lamentado, ha
desistido de él y han pedido perdón. Así debemos obrar nosotros si queremos
salvarnos.
¡Maranatha!
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