} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: SOMOS HERALDOS DEL REY DE REYES

lunes, 1 de marzo de 2021

SOMOS HERALDOS DEL REY DE REYES

 

Mar 6:7  Después llamó a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos; y les dio autoridad sobre los espíritus inmundos.

Mar 6:8  Y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino solamente bordón; ni alforja, ni pan, ni dinero en el cinto,

Mar 6:9  sino que calzasen sandalias, y no vistiesen dos túnicas.

Mar 6:10  Y les dijo: Dondequiera que entréis en una casa, posad en ella hasta que salgáis de aquel lugar.

Mar 6:11  Y si en algún lugar no os recibieren ni os oyeren, salid de allí, y sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, para testimonio a ellos. De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para los de Sodoma y Gomorra, que para aquella ciudad.

Mar 6:12  Y saliendo, predicaban que los hombres se arrepintiesen.

Mar 6:13  Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban.          

 

       Estos versículos nos describen la manera con que fueron enviados la primera vez los apóstoles a predicar.

Entenderemos mejor todas las referencias que se hacen en este pasaje si sabemos cómo era la ropa de un judío de Palestina en tiempos de Jesús. Se componía de cinco artículos.

(i) La ropa interior era el jitón o sinddn, túnica. Era muy simple. No era más que una pieza larga de tela enrollada y cosida por un lado. Era lo suficientemente larga como para llegarle casi hasta los pies. Tenía agujeros por arriba para la cabeza y los brazos. Esa pieza se vendía corrientemente sin esos agujeros, como prueba de que no lo había usado nadie antes, y para que el comprador se hiciera el escote a su gusto. Por ejemplo: El escote era diferente para hombres y para mujeres. Llegaba más abajo en el caso de las mujeres para que pudieran darle el pecho a sus bebés. En su forma más sencilla era poco más que un saco con agujeros arriba y en las esquinas. Una forma más desarrollada se hacía con mangas, y algunas veces estaba abierto por delante y se podía abrochar.

(ii) La túnica exterior se llamaba himation. Se usaba como capa de día y como manta de noche. Estaba formado por un trozo de tela de dos metros de izquierda a derecha por uno y medio de arriba abajo. Medio metro a cada lado estaba remetido, y en el extremo superior de los dobleces se hacían los cortes para pasar los brazos. Así es que era casi cuadrado. Generalmente se hacía con dos tiras de tela, cada una de dos metros por menos de uno cosidas entre sí. La costura se ponía a la espalda. Pero un himation se podía tejer de una sola pieza, como la túnica de Jesús (Jn_19:23 ). Esta era la pieza principal de la ropa.

(iii) Estaba el cinturón. Se llevaba encima de las dos piezas ya descritas. Las faldas de la túnica se podían recoger hacia arriba del cinturón para trabajar o para correr, o para llevar cosas en el hueco de la ropa. El cinturón era corrientemente doble hacia la mitad de su longitud. La parte doblada formaba un bolsillo en el que se llevaba el dinero.

(iv) Estaba lo que cubría la cabeza. Era una pieza de algodón o de lino de un metro cuadrado. Podía ser blanco, o azul, o negro. Algunas veces se hacía de seda de colores. Se doblaba diagonalmente, y luego se colocaba en la cabeza de forma que protegiera la parte posterior del cuello, los pómulos y los ojos del calor y del deslumbramiento del sol. Se mantenía en posición con una rueda de una lana semielástica que se ponía alrededor de la cabeza.

(v) Estaban las sandalias. Eran simplemente unas suelas de cuero, madera o esparto. Tenían unas correas con las que se sujetaban a los pies.

La bolsa podía ser de dos clases.

(a) Podía ser un morral corriente de viaje. Se hacía muchas veces de piel de cabrito. Corrientemente se le quitaba la piel al animal entera, conservando toda su forma: ¡patas, rabo, cabeza y todo! Tenía una correa a cada lado, y se colgaba de los hombros. Allí llevaba el pastor, o el peregrino, o el viajero, pan y pasas y aceitunas y queso suficiente para dos días.

(b) Se ha hecho una sugerencia muy interesante. La palabra griega, péra, quiere decir la bolsa de la colecta. A veces en el mundo griego, los sacerdotes y los piadosos salían con estas cestas para recoger ofrendas de la gente para su templo o para sus dioses. Se los describía como «ladrones piadosos cuyo botín iba creciendo de pueblo en pueblo.» Hay una inscripción en la que un hombre que se llamaba a sí mismo esclavo de una diosa siria dice que «traía setenta bolsas llenas en cada viaje que hacía para su señora.»

Si tomamos el primer significado, Jesús quería decir que Sus discípulos no debían llevar provisiones para el camino, sino confiar en Dios para todo. Si se toma en el segundo sentido, quiere decir que no tenían que ser rapaces como los sacerdotes paganos. Tenían que ir a todas partes dando, y no recibiendo.

Jesús, la gran Cabeza de la iglesia quiso probar a sus  ministros, antes de dejarlos solos en el mundo. Los enseñó a e ensayar el poder que tenían para comunicar su doctrina a los demás hombres y descubrir sus  deficiencias, mientras que Él estaba aun con ellos. Así podía, por una parte, corregir sus equivocaciones y por otra disciplinarlos para la obra que un día  tendrían que hacer, para que no estuvieran bisoños cuando tuvieran al fin que dejarlos. Sería un gran bien para la iglesia, que todos los ministros del Evangelio  se prepararan de la misma manera para cumplir con su deber, y no entraran en él, como tantas veces sucede, sin pruebas, sin ensayos y sin experiencia.

Notemos en estos versículos que nuestro Señor Jesucristo envía a sus discípulos de "dos en dos". S. Marcos es el único evangelista que menciona este hecho,  y merece especial atención.

No hay duda que este hecho tuvo por objeto enseñarnos las ventajas de la asociación cristiana entre todos los que trabajan por Cristo. El sabio tuvo mucha  razón en decir, "Mejor es ser dos que uno" Ecl.4.9. Dos hombres unidos hacen más trabajo que dos hombres aislados; se ayudan mutuamente con sus  observaciones y comenten menos errores. Se sostienen en las dificultades y no es tan fácil que fracasen en sus propósitos. Se excitan mutuamente cuando la  pereza se apodera de ellos y con menos frecuencia la indolencia o la indiferencia los domina. Se consuelan en las adversidades y así no se dejan abatir.

"Desgraciado del que está solo cuando cae; porque no tiene quien le ayude" Ecles.4.10 Probable es que en el día de hoy este principio no se recuerda, como fuera debido, en la iglesia de Cristo. No hay duda que la mies es abundante, tanto en la patria  como en países extraños, y que los labradores son pocos; que el nombre de hombres fieles es mucho menor que la demanda que de ellos existe. Es innegable  que las razones para enviar misiones uno a uno en las circunstancias presentes son fuertes y de mucho peso; pero, a pesar de todo, la conducta de nuestro  Señor en este caso es un hecho notable. Apenas hay un solo ejemplo en el libro de los Hechos, en que veamos a Pablo o a cualquier otro apóstol trabajando  enteramente solo, y esta es otra circunstancia muy digna también de consideración. Es casi imposible dejar de concluir que si la regla de viajar de "dos en dos"  hubiera sido observada más estrictamente, el campo de las misiones hubiera producido resultados más pingues que los que ha dado.

Una cosa, al menos es cierta, el deber de todos los que trabajan por Cristo de cooperar al mismo fin y ayudarse mutuamente siempre que puedan. "Como el  hierro afila el hierro, así el rostro de un hombre anima a su amigo". Los ministros, los misioneros, los visitadores de distritos rurales o urbanos, los maestros  de las escuelas dominicales deberían aprovechar todas las oportunidades que se les presentaran para reunirse y consultar entre sí. Las palabras siguientes de S.Pablo encierran una verdad que se olvida con demasiada frecuencia: "Y considerémonos los unos a los otros, para provocarnos a amor y a buenas obras; no  dejando nuestra congregación". Heb.10.24-25

Observemos, en segundo lugar, que palabras tan solemnes emplea nuestro Señor cuando se refiere a los que no reciben ni oyen a sus ministros. Dice: "más  tolerable será el castigo de Sodoma o de Gomorra en el día del juicio, que el de aquella ciudad.

Esta es una verdad que encontramos muy repetida en los Evangelios, y es doloroso ver como muchos la pasan por alto. Por lo que se ve, millares de personas  suponen, que si van a la iglesia, y no matan, ni roban, ni defraudan, ni violan abiertamente ninguno de los mandamientos de Dios, no están en gran peligro. Se  olvidan que se necesita algo más que abstenerse de esas irregularidades visibles para salvar su alma. No comprenden que uno de los más grandes pecados que  un hombre puede cometer a los ojos de Dios es oír el Evangelio de Cristo y no creer en Él, ser invitado a arrepentirse y a creer y permanecer sin embargo,  indiferente e incrédulo. En una palabra, rechazar el Evangelio es lo que hunde al alma en lo más profundo del infierno.

No concluyamos las lectura de un pasaje como este sin preguntarnos, ¿Qué es lo que hacemos con el Evangelio? Vivimos en un país cristiano, en nuestras  casas se ve la Biblia, durante el año oímos predicar con frecuencia la salvación que encontramos en el Evangelio. Pero ¿lo hemos recibido en nuestros  corazones? En una palabra ¿hemos abrazado la esperanza que así se nos ofrece cargando con la cruz y seguido las huellas de Cristo? Si así no obramos, somos  peores que los paganos que se prosternan ante leños y piedras; somos más criminales que los habitantes de Sodoma y Gomorra. Estos nunca oyeron predicar  el Evangelio, por tanto no lo rechazaron; pero nosotros lo oímos predicar, y sin embargo, no queremos creer en él. Examinemos nuestros corazones y tratemos  de no condenar nuestras almas.

Observemos, por último, cuál era la doctrina que los apóstoles de nuestro Señor predicaban: Leemos que "salieron y predicaron que los hombres debían  arrepentirse”.

La necesidad del arrepentimiento podrá parecer a primera vista una verdad muy simple y muy elemental; y, sin embargo, podrían escribirse volúmenes para  probar lo fundado de la doctrina y en adaptabilidad a todas las edades y épocas, y a todos los rangos y las clases de la sociedad. Está indisolublemente  enlazada con las nociones verdaderas respecto a Dios, la naturaleza humana, el pecado, Cristo, la santidad y el cielo. Todos han pecado y se han apartado de la  Gloria de Dios, todos necesitan que en ellos se despierte la convicción íntima de sus pecados, el dolor de haberlos cometido, el deseo y la voluntad de  renunciar a ellos, y hambre y sed de perdón. Todos, en una palabra, necesitan volver a nacer y acudir a Cristo. Este es el arrepentimiento que engendra la vida;  todo eso se requiera para la salvación de cualquier hombre; nada menos debe exigir de los hombres todo aquel que profese enseñar la fe de la Biblia.

Debemos apremiar a los hombres para que se arrepientan, si pretendemos seguir las huellas de los apóstoles y cuando se hayan arrepentido, debemos insistir  en que continúen arrepintiéndose hasta sus últimos momentos.

¿Nos hemos arrepentido? Esto es lo que más nos importa. Bueno es saber lo que los apóstoles enseñaron, muy bueno familiarizarse con todo el sistema de la  doctrina cristiana; pero es mucho mejor saber por experiencia propia lo que es el arrepentimiento y sentirlo en lo más profundo de nuestros corazones. No  descansemos hasta que sepamos y sintamos que nos hemos arrepentido. En el reino del cielo no entran los impenitentes; todos los que allí están, han sentido el  dolor del pecado, lo han lamentado, ha desistido de él y han pedido perdón. Así debemos obrar nosotros si queremos salvarnos.

¡Maranatha!


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