“Y fue a él palabra de Jehová, diciendo:
Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y allí morarás; he aquí Yo he mandado allí
a una mujer viuda que se sustente” (I Reyes 17:8,9).
Notemos con cuidado la relación entre estos
dos versículos. La significancia espiritual de la misma será aparente para el
lector al decir lo siguiente: nuestras acciones han de estar reguladas por la
Palabra de Dios para que nuestras almas puedan ser alimentadas y fortalecidas.
Esta fue una de las lecciones más importantes enseñadas a Israel en el
desierto: su comida y su bebida sólo podían obtenerse siguiendo el sendero de
la obediencia (Números 9:18-23 18 Al mandato de Jehová los hijos de Israel
partían, y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba
sobre el tabernáculo, permanecían acampados. 19
Cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los
hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. 20 Y cuando la nube estaba sobre el tabernáculo
pocos días, al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían. 21 Y cuando la nube se detenía desde la tarde
hasta la mañana, o cuando a la mañana la nube se levantaba, ellos partían; o si
había estado un día, y a la noche la nube se levantaba, entonces partían. 22 O si dos días, o un mes, o un año, mientras
la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo sobre él, los hijos de
Israel seguían acampados, y no se movían; mas cuando ella se alzaba, ellos
partían. 23 Al mandato de Jehová
acampaban, y al mandato de Jehová partían, guardando la ordenanza de Jehová
como Jehová lo había dicho por medio de Moisés.; obsérvese las veces que se cita “el mandato”, “la ordenanza” y
"el dicho de Jehová” en este pasaje).
Al
pueblo de Dios de la antigüedad no le estaba permitido tener sus propios
planes; el Señor lo disponía todo, tanto cuando habían de viajar, como cuando
habían de acampar. Si se hubieran negado a seguir la nube, no habría habido
para ellos maná. Lo mismo sucedía a Elías, ya que Dios ha fijado la misma regla
para sus ministros y para aquellos a los cuales ministran: han de hacer lo que
predican, o ¡ay de ellos! El profeta no podía tener voluntad propia ni decir
cuánto tiempo iba a estar en Querit ni adonde iría después. La Palabra de
Jehová lo disponía todo, y obedeciéndola obtenía su sustento. Qué verdad más
escrutadora e importante hay en esto para todo cristiano: la senda de la
obediencia es la única que contiene bendición y riqueza. ¿No descubrimos en
este punto la causa de nuestra flaqueza y la explicación de nuestra falta de
fruto? ¿No es debido a nuestra propia voluntad indomable el que nuestra alma
perezca y nuestra fe sea débil? ¿No es debido a nuestra poca abnegación, a que
no hemos tomado la cruz, a que no seguimos a Cristo, que seamos tan débiles e
infelices? Nada contribuye tanto a la salud y al gozo de nuestras almas como la
sujeción a la voluntad de Aquél a quien hemos de dar cuentas. Y el predicador,
lo mismo que el cristiano corriente, ha de atenerse a este principio. El
predicador ha de andar por el sendero de la obediencia si quiere ser usado por
el que es Santo.
Si
Elías hubiera observado una conducta insubordinada, y hubiera tratado de
agradarse a sí mismo, ¿cómo podría haber dicho después con tanta certeza en el
monte Carmelo: “Si Jehová es Dios, seguidle”? Como observábamos en el capítulo
anterior, la correlación del “servicio” es la obediencia. Las dos cosas están
unidas indisolublemente; en el momento en que dejo de obedecer a mi Maestro,
dejo de ser su “siervo”. A propósito de ello, no olvidemos que uno de los
títulos más nobles de nuestro Rey era el de “Siervo de Jehová". Ninguno de
nosotros puede aspirar a alcanzar un fin más noble que el que inspiraba su
corazón: "Vengo a hacer tu voluntad, Dios mío". Digamos, empero, con
toda franqueza, que la senda de la obediencia a Dios está lejos de ser fácil
para nuestra naturaleza; exige la diaria negación del yo, y por lo tanto sólo
puede seguirse con los ojos fijos constantemente en el Señor, y con la
conciencia sujeta a su Palabra. Es verdad que en guardar sus mandamientos '“Tu siervo es además amonestado con ellos; En guardarlos hay
grande galardón.” (Salmo 19:11), por
cuanto el Señor no será deudor al hombre; no obstante, requiere dejar a un lado
la razón carnal, e ir a Querit para ser alimentado por los cuervos; ¿cómo puede
entender esto el intelecto orgulloso? Y, ahora, se le mandaba viajar a una
ciudad lejana y pagana, y -ser sostenido por una viuda solitaria -y a punto de
morir de hambre. Sí, tu que lees esto, la senda de la fe es totalmente
contraria a lo que llamamos “sentido común”, Y si tú sufres la misma dolencia
espiritual que el que esto escribe, a menudo encuentras más difícil crucificar
la razón que repudiar los trapos inmundos de la justicia propia.
"Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta. Y como llegó a la
puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí cogiendo serojas”
(I Reyes 17;10).
Era
tan pobre que no tenía leña ni servidor que se la fuera a buscar. ¿Qué estímulo
debía encontrar Elías en tales apariencias? Ninguno, por cierto; más bien
parecía todo calculado para llenarle de dudas y temores, si es que se fijaba en
las circunstancias externas.
“Y él la llamó, y dijole: Ruégote que me traigas una poca de
agua en un vaso, para que beba. Y yendo ella para traérsela, él la volvió a
llamar, y díjole: Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano. Y
ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo que no tengo pan cocido; que solamente un
puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora
cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mí, y para mi hijo, y que lo
comamos, y nos muramos” (I Reyes 17:10-12);
¡eso era lo que esperaba al profeta al llegar al destino divinamente designado!
Ponte
en su lugar, querido lector; ¿no hubieras pensado que era una perspectiva
sombría e inquietante? Empero, Elías “no confería con carne y sangre", y,
por tanto, no se desanimó por lo que parecía una situación poco prometedora.
Por el contrario, su corazón se sostenía en la Palabra inmutable del que no
puede mentir. La confianza de Elías descansaba, no en las circunstancias
favorables, ni en el “hermoso parecer”, sino en la fidelidad del Dios vivo;
por lo tanto, su fe no necesitaba la ayuda de las cosas que le rodeaban. Las
apariencias podían ser oscuras y funestas, pero el ojo de la fe atravesaba las
negras nubes y vela, más allá, la faz sonriente de su provisor. El Dios de
Elías era el Todopoderoso, para el que todo es posible. “He mandado allí a una
mujer viuda que te sustente; eso era lo que sostenía su corazón. ¿En qué se
sostiene el tuyo.? ¿Estás en paz en este mundo mudable? ¿Has hecho tuyas Sus
promesas ciertas? “Espera en Jehová, y haz bien;
vivirás en la tierra, y en verdad serás alimentado” (Salmo 37:3). “Dios es
nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por
tanto no temeremos aunque la tierra sea removida” (Salmo 46:1,2). Mas, volvamos a las circunstancias
externas que se presentaban ante Elías al acercarse a Sarepta. “Como llegó a la
puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí cogiendo serojas”.
Dios había dicho a su siervo que fuera allí, y le había prometido que una viuda
le sustentaría; pero no le había informado del nombre de la mujer, de donde se
hallaba su casa, ni del modo de reconocerla. Confió en que Dios le daría más
luz al llegar allí; y no sufrió ninguna decepción al respecto. Toda
incertidumbre acerca de la identidad de la persona que había de ampararle
desapareció al instante. Aparentemente este encuentro fue casual por cuanto no
existía cita alguna entre ellos. “He aquí (considera y admira) una mujer viuda
que estaba allí”; ve cómo el Señor en su providencia rige todas las
circunstancias para que esta mujer en particular pueda estar a la puerta de la
ciudad en el mismo momento que llegue el profeta. ¡He aquí que Elías acude como
con el propósito de encontrarla; con todo, no la conocía, ni ella a él. Tenía
toda la apariencia de ser casual, empero estaba decretado y preparado por Dios
para cumplir la palabra que había dado al profeta.
Lector
mío, no hay evento en este mundo, por grande o pequeño que sea, que suceda por
casualidad. “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es
señor de su camino, ni del hombre que camina es ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23). Qué bendito es tener la seguridad
de qué “por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino.
” (Salmo 37:23). Es incredulidad total
desasociar de Dios los hechos ordinarios de la vida. Todas las circunstancias y
experiencias que nos rodean están dirigidas por el Señor, por cuanto “de Él y por É1, y en É1, son todas las cosas. A Él sea gloria
por siglos. Amén” (Romanos 11:36).
Cultiva el hábito santo de ver la mano de Dios en todo lo que te sucede. “Como
llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí”. Cómo
ilustra esto una vez más un principio acerca del cual hemos llamado la atención
del lector con frecuencia, esto es, que cuando Dios obra, siempre lo hace de
manera doble. Si Jacob envía a sus hijos a Egipto en busca de comida en el
tiempo de escasez, José es movido a dársela. Si los espías de Israel penetran
en Jericó, hay una Rahab esperándoles para cobijarles. Si Mardoqueo pide al Señor
que libre a su pueblo amenazado, Asuero es vencido por el insomnio, obligado a
buscar en los libros de las memorias, y a favorecer a Mardoqueo y sus compatriotas.
Si el eunuco etíope desea entender la Palabra de Dios, Felipe es enviado a
interpretársela. Si Cornelio ora pidiendo conocimiento del Evangelio, Pedro es
enviado a predicarle. Elías no había recibido insinuación alguna acerca del
lugar donde vivía esa viuda, pero la providencia divina ordenó sus pasos para
que la encontrara a la entrada de la ciudad. ¡Qué estímulo hay para nuestra fe
en estos ejemplos! Así pues, ahí estaba la viuda; mas, ¿cómo había de conocer
Elías que era la que Dios había aparejado para recibirle? Había de probarla,
como el siervo de Abraham hizo con Rebeca cuando fue enviado a buscar esposa
para Isaac; Eliezer oró: “Sea, pues, que la moza a
quien yo dijere: Baja tu cántaro... y ella respondiere: Bebe, y también daré de
beber a tus camellos; que sea ésta la que Tú has destinado para tu siervo Isaac”
(Génesis 24:14). Rebeca apareció y cumplió
estas condiciones. Lo mismo en este caso; Elías prueba a esa mujer para ver si
es amable y benévola: "Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso,
para que beba. Así como Eliezer consideró que sólo alguien lleno de bondad estaría
capacitado para ser la compañera del hijo de su amo, asi también Elías estaba
convencido que sólo una persona liberal estaría dispuesta a sostenerle en
tiempo de hambre y sequía. “La llamó, y díjole: Ruégote que me traigas una poca
de agua en un vaso, para que beba”. Obsérvese el porte cortés y respetuoso de
Elías. El ser un profeta de Jehová no le autorizaba a tratar a esa pobre viuda
de manera altanera y despótica. En vez de mandar, dijo: “Ruégote”. Qué reproche
se contiene aquí para los que son orgullosos y entremetidos. Todo el mundo
merece cortesía; “sed amigables” (I Pedro 3:8) es uno de los preceptos divinos dados
a los creyentes. Y, qué prueba más severa a la que Elías sometió a esta pobre
mujer: ¡traerle agua para beber! Con todo, no puso objeciones ni le pidió
precio por lo que había venido a ser un lujo costoso; no, ni siquiera a pesar
de que Elías era un extraño para ella, perteneciente a otra raza. Admiremos el
poder persuasivo de Dios, quien puede producir actos bondadosos en el corazón
humano en beneficio de sus siervos. “Y yendo ella para traérsela.” Sí, dejó de
coger serojas para sí y, ante la petición de este extraño, se encaminó a buscar
el agua. Aprendamos a imitarla en esto, y estemos siempre preparados a hacer
favores a nuestros semejantes. Si no tenemos con qué dar al necesitado,
deberíamos estar dispuestos a trabajar por ellos (Efesios 4:28). Un vaso de
agua fría, aunque no nos cueste más que el trabajo de ir a buscarlo, no quedará
sin recompensa. “Y yendo ella para traérsela, él la
volvió a llamar, y dijole: Ruégote que me traigas también un bocado de pan en
tu mano” (I Reyes 17; 11). El profeta
lo pidió con el propósito de probarla aún más -y qué prueba: compartir con él
su última comida-, y para preparar el camino para la conversación que Seguirla.
“Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano.” ¡Qué petición más
egoísta debía parecer! Qué probable era que la naturaleza humana reprochara tal
demanda hecha a una mujer de tan escasos recursos. Empero en realidad era Dios
quien le salía al encuentro a la hora de su necesidad más aguda. “Empero Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por
tanto será ensalzado teniendo de vosotros misericordia: porque Jehová es Dios
de juicio; bienaventurados todos los que le esperan” (Isaías 30:18). Pero esa viuda había de ser probada
primeramente, como después otra mujer gentil fue probada por el Señor encarnado
(Mateo 15). El Señor supliría en verdad todas sus necesidades; mas, ¿confiaría
ella en Él? A menudo, Él permite que las cosas lleguen a lo peor, antes de que
haya una mejora. “Espera para tener piedad”. ¿Por qué? Para hacernos llegar al
fin de nosotros mismos y de nuestros recursos, hasta que todo parezca perdido y
nos desesperemos, a fin de que podamos discernir más claramente su mano liberadora.
“Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo
pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de
aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo
para mi y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” (I Reyes 17;12). Los efectos de la terrible hambre
y sequía de Palestina se hicieron sentir también en los países adyacentes. En
relación con el hecho de que se encontrara “aceite” en poder de esa viuda de
Sarepta en Sidón, J.J. Blunt, en su obra admirable "Las coincidencias
involuntarias del Antiguo y del Nuevo Testamento”, tiene un capitulo
provechoso. Pone de relieve que, en la distribuci6n de la tierra de Canaán,
Sidón tocó en suerte a Aser (Josué 19: 28). Seguidamente menciona Deuteronomio
33, y recuerda al lector que, cuando Moisés bendijo las doce tribus, dijo:
"Bendito Aser en hijos; agradable será a sus hermanos, y mojará en aceite
su pie” (v. 24), indicando la fertilidad de aquella región y la naturaleza de
su principal producto. Así, después de un largo periodo de escasez, podía
encontrarse allí aceite. De ahí que, al comparar las diferentes partes de la
Escritura, veamos su armonía perfecta. “Y ahora cogía dos serojas, para
entrarme y aderezarlo para mí y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos.”
¡Pobre mujer; reducida al último extremo, sin nada más que la muerte dolorosa
ante ella. El suyo era el lenguaje, de la razón camal, y no el de la fe; de la
incredulidad, y no de la confianza en el Dios vivo; si, lo más natural en aquellas
circunstancias- Todavía no sabía nada de aquellas palabras dirigidas a Elías:
“Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”? (v. 9). No, ella creía
que había llegado el fin. Oh, lector, cuánto mejor es Dios que nuestros
temores. Los hebreos incrédulos imaginaban que morirían de hambre en el
desierto, pero no fue así. David dijo en una ocasión en su corazón: "Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl” (I Samuel 27:1), pero no fue así. Los apóstoles
creían que se hundirían en el mar tormentoso, pero no fue así. “Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan
cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de
aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo
para mi y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” ( I Reyes 17. 12). Para la vista natural, para la
razón humana, parecía imposible que pudiera socorrer a nadie. En la miseria más
abyecta, el fin de sus provisiones estaba a la vista. Y sus ojos no estaban
puestos en Dios (¡como tampoco los nuestros lo están hasta que el Espíritu obra
en nosotros!), sino en la tinaja, y ésta ahora le faltaba; en consecuencia, no
había nada ante ella sino la muerte. La incredulidad y la muerte están unidas
inseparablemente. La confianza de esa mujer estaba puesta en la tinaja y la
botija, y aparte de éstas no tenla esperanza. Su alma no conocía nada de la
bendición de la comunión con Dios, el único que puede librar de la muerte
(Salmo 68:20). Todavía no podía creer “en esperanza contra esperanza” (Romanos
4:18). Vacilante cosa es la esperanza que no descansa en nada mejor que en una
tinaja de harina. ¡Cuán dados somos todos nosotros a apoyarnos en algo tan
despreciable como una tinaja de harina! Y mientras así lo hacemos, nuestras
esperanzas sólo pueden ser limitadas y evanescentes. Con todo, recordemos por
otro lado que la medida más pequeña de harina en las manos de Dios es, por la
fe, tan suficiente y eficaz como “los millares de animales en los collados”.
Pero, cuan raramente está la fe en práctica saludable, Demasiado a menudo somos
como los discípulos cuando, en la presencia de la multitud hambrienta,
exclamaron: “Un muchacho está aquí que tiene cinco
panes de cebada y dos pececillos; mas, ¿qué es esto entre tantos?” (Juan 6:9); éste es el lenguaje de la incredulidad.
La fe no se ocupa de las dificultades, sino de Aquél para quien todo es
posible. La fe no se ocupa de las circunstancias, sino del Dios de las
circunstancias. Así era para con Elías, como veremos cuando consideremos la
secuela inmediata. Y qué prueba para la fe de Elías eran las palabras
lastimeras de la pobre viuda. Considera la situación que se presentaba ante sus
ojos. Una viuda y su hijo muriendo de hambre; unas pocas serojas, un puñado de
harina y un poco de aceite, era todo lo que existía entre ellos y la muerte. A
pesar de esto, Dios le habla dicho: "Yo he mandado allí a una mujer viuda
que te sustente”. Cuántos exclamarán: ¡Qué profundamente misterioso, qué
experiencia más dura para el profeta! Si tenía que ayudarla, en lugar de convertirse
en una carga para ella. Ah, pero, como Abraham antes de él, "tampoco en la
promesa de Dios dudó con desconfianza; antes fue esforzado en fe”. Sabía que el
Señor de cielos y tierra habla decretado que ella tenía que sustentarle, y
aunque no hubiera habido harina ni aceite, ello no habría desalentado su
espíritu ni le habría disuadido. Oh, lector querido, si conoces algo
experimentalmente de la bondad, el poder y la fidelidad de Dios, no dejes que
tu confianza en Él vacile, no importa cuáles sean las apariencias. “Ahora cogía
dos serojas, para entrarme y aderezarlo para, mí y para mi hijo, y que lo
comamos, y nos muramos.” Notemos bien que esa mujer no dejó de hacer lo que era
su responsabilidad. Fue activa hasta el fin, haciendo uso de los medios a su
alcance. En vez de dejarse llevar por la desesperación, y de sentarse
retorciéndose las manos, estaba ocupada recogiendo serojas para la que creía
plenamente sería su última comida. Este detalle no carece de importancia, sino
que merece que lo consideremos detenidamente. La ociosidad nunca está
justificada, y en la necesidad urgente menos que nunca; no, cuanto más
desesperada es la situación, mayor es la necesidad de afanarnos. Dejarse llevar
del desaliento nunca produce bien alguno. Cumple con tu obligación hasta el
fin, aunque sea preparando tu última comida. La viuda fue recompensada
abundantemente por su laboriosidad. Fue mientras andaba por el sendero del
deber (¡el deber casero!) que Dios, por su siervo, le salió al encuentro y la
bendijo.
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