} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA VIDA DE ELIAS VII

miércoles, 29 de junio de 2022

LA VIDA DE ELIAS VII

 

 

  “Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y allí morarás; he aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que se sustente” (I Reyes 17:8,9).

    Notemos con cuidado la relación entre estos dos versículos. La significancia espiritual de la misma será aparente para el lector al decir lo siguiente: nuestras acciones han de estar reguladas por la Palabra de Dios para que nuestras almas puedan ser alimentadas y fortalecidas. Esta fue una de las lecciones más importantes enseñadas a Israel en el desierto: su comida y su bebida sólo podían obtenerse siguiendo el sendero de la obediencia (Números 9:18-23 18  Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados. 19  Cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. 20  Y cuando la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían. 21  Y cuando la nube se detenía desde la tarde hasta la mañana, o cuando a la mañana la nube se levantaba, ellos partían; o si había estado un día, y a la noche la nube se levantaba, entonces partían. 22  O si dos días, o un mes, o un año, mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo sobre él, los hijos de Israel seguían acampados, y no se movían; mas cuando ella se alzaba, ellos partían. 23  Al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían, guardando la ordenanza de Jehová como Jehová lo había dicho por medio de Moisés.; obsérvese las veces que se cita “el mandato”, “la ordenanza” y "el dicho de Jehová” en este pasaje).

Al pueblo de Dios de la antigüedad no le estaba permitido tener sus propios planes; el Señor lo disponía todo, tanto cuando habían de viajar, como cuando habían de acampar. Si se hubieran negado a seguir la nube, no habría habido para ellos maná. Lo mismo sucedía a Elías, ya que Dios ha fijado la misma regla para sus ministros y para aquellos a los cuales ministran: han de hacer lo que predican, o ¡ay de ellos! El profeta no podía tener voluntad propia ni decir cuánto tiempo iba a estar en Querit ni adonde iría después. La Palabra de Jehová lo disponía todo, y obedeciéndola obtenía su sustento. Qué verdad más escrutadora e importante hay en esto para todo cristiano: la senda de la obediencia es la única que contiene bendición y riqueza. ¿No descubrimos en este punto la causa de nuestra flaqueza y la explicación de nuestra falta de fruto? ¿No es debido a nuestra propia voluntad indomable el que nuestra alma perezca y nuestra fe sea débil? ¿No es debido a nuestra poca abnegación, a que no hemos tomado la cruz, a que no seguimos a Cristo, que seamos tan débiles e infelices? Nada contribuye tanto a la salud y al gozo de nuestras almas como la sujeción a la voluntad de Aquél a quien hemos de dar cuentas. Y el predicador, lo mismo que el cristiano corriente, ha de atenerse a este principio. El predicador ha de andar por el sendero de la obediencia si quiere ser usado por el que es Santo.

Si Elías hubiera observado una conducta insubordinada, y hubiera tratado de agradarse a sí mismo, ¿cómo podría haber dicho después con tanta certeza en el monte Carmelo: “Si Jehová es Dios, seguidle”? Como observábamos en el capítulo anterior, la correlación del “servicio” es la obediencia. Las dos cosas están unidas indisolublemente; en el momento en que dejo de obedecer a mi Maestro, dejo de ser su “siervo”. A propósito de ello, no olvidemos que uno de los títulos más nobles de nuestro Rey era el de “Siervo de Jehová". Ninguno de nosotros puede aspirar a alcanzar un fin más noble que el que inspiraba su corazón: "Vengo a hacer tu voluntad, Dios mío". Digamos, empero, con toda franqueza, que la senda de la obediencia a Dios está lejos de ser fácil para nuestra naturaleza; exige la diaria negación del yo, y por lo tanto sólo puede seguirse con los ojos fijos constantemente en el Señor, y con la conciencia sujeta a su Palabra. Es verdad que en guardar sus mandamientos '“Tu siervo es además amonestado con ellos; En guardarlos hay grande galardón.” (Salmo 19:11), por cuanto el Señor no será deudor al hombre; no obstante, requiere dejar a un lado la razón carnal, e ir a Querit para ser alimentado por los cuervos; ¿cómo puede entender esto el intelecto orgulloso? Y, ahora, se le mandaba viajar a una ciudad lejana y pagana, y -ser sostenido por una viuda solitaria -y a punto de morir de hambre. Sí, tu que lees esto, la senda de la fe es totalmente contraria a lo que llamamos “sentido común”, Y si tú sufres la misma dolencia espiritual que el que esto escribe, a menudo encuentras más difícil crucificar la razón que repudiar los trapos inmundos de la justicia propia.

"Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta. Y como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí cogiendo serojas” (I Reyes 17;10).

Era tan pobre que no tenía leña ni servidor que se la fuera a buscar. ¿Qué estímulo debía encontrar Elías en tales apariencias? Ninguno, por cierto; más bien parecía todo calculado para llenarle de dudas y temores, si es que se fijaba en las circunstancias externas.

Y él la llamó, y dijole: Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso, para que beba. Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y díjole: Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano. Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mí, y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” (I Reyes 17:10-12); ¡eso era lo que esperaba al profeta al llegar al destino divinamente designado!

Ponte en su lugar, querido lector; ¿no hubieras pensado que era una perspectiva sombría e inquietante? Empero, Elías “no confería con carne y sangre", y, por tanto, no se desanimó por lo que parecía una situación poco prometedora. Por el contrario, su corazón se sostenía en la Palabra inmutable del que no puede mentir. La confianza de Elías descansaba, no en las circunstancias favorables, ni en el “hermoso parecer”, sino en la fidelidad del Dios vivo; por lo tanto, su fe no necesitaba la ayuda de las cosas que le rodeaban. Las apariencias podían ser oscuras y funestas, pero el ojo de la fe atravesaba las negras nubes y vela, más allá, la faz sonriente de su provisor. El Dios de Elías era el Todopoderoso, para el que todo es posible. “He mandado allí a una mujer viuda que te sustente; eso era lo que sostenía su corazón. ¿En qué se sostiene el tuyo.? ¿Estás en paz en este mundo mudable? ¿Has hecho tuyas Sus promesas ciertas? “Espera en Jehová, y haz bien; vivirás en la tierra, y en verdad serás alimentado” (Salmo 37:3). “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto no temeremos aunque la tierra sea removida” (Salmo 46:1,2). Mas, volvamos a las circunstancias externas que se presentaban ante Elías al acercarse a Sarepta. “Como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí cogiendo serojas”. Dios había dicho a su siervo que fuera allí, y le había prometido que una viuda le sustentaría; pero no le había informado del nombre de la mujer, de donde se hallaba su casa, ni del modo de reconocerla. Confió en que Dios le daría más luz al llegar allí; y no sufrió ninguna decepción al respecto. Toda incertidumbre acerca de la identidad de la persona que había de ampararle desapareció al instante. Aparentemente este encuentro fue casual por cuanto no existía cita alguna entre ellos. “He aquí (considera y admira) una mujer viuda que estaba allí”; ve cómo el Señor en su providencia rige todas las circunstancias para que esta mujer en particular pueda estar a la puerta de la ciudad en el mismo momento que llegue el profeta. ¡He aquí que Elías acude como con el propósito de encontrarla; con todo, no la conocía, ni ella a él. Tenía toda la apariencia de ser casual, empero estaba decretado y preparado por Dios para cumplir la palabra que había dado al profeta.

Lector mío, no hay evento en este mundo, por grande o pequeño que sea, que suceda por casualidad. “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23). Qué bendito es tener la seguridad de qué “por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino. ” (Salmo 37:23). Es incredulidad total desasociar de Dios los hechos ordinarios de la vida. Todas las circunstancias y experiencias que nos rodean están dirigidas por el Señor, por cuanto “de Él y por É1, y en É1, son todas las cosas. A Él sea gloria por siglos. Amén” (Romanos 11:36). Cultiva el hábito santo de ver la mano de Dios en todo lo que te sucede. “Como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí”. Cómo ilustra esto una vez más un principio acerca del cual hemos llamado la atención del lector con frecuencia, esto es, que cuando Dios obra, siempre lo hace de manera doble. Si Jacob envía a sus hijos a Egipto en busca de comida en el tiempo de escasez, José es movido a dársela. Si los espías de Israel penetran en Jericó, hay una Rahab esperándoles para cobijarles. Si Mardoqueo pide al Señor que libre a su pueblo amenazado, Asuero es vencido por el insomnio, obligado a buscar en los libros de las memorias, y a favorecer a Mardoqueo y sus compatriotas. Si el eunuco etíope desea entender la Palabra de Dios, Felipe es enviado a interpretársela. Si Cornelio ora pidiendo conocimiento del Evangelio, Pedro es enviado a predicarle. Elías no había recibido insinuación alguna acerca del lugar donde vivía esa viuda, pero la providencia divina ordenó sus pasos para que la encontrara a la entrada de la ciudad. ¡Qué estímulo hay para nuestra fe en estos ejemplos! Así pues, ahí estaba la viuda; mas, ¿cómo había de conocer Elías que era la que Dios había aparejado para recibirle? Había de probarla, como el siervo de Abraham hizo con Rebeca cuando fue enviado a buscar esposa para Isaac; Eliezer oró: “Sea, pues, que la moza a quien yo dijere: Baja tu cántaro... y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que Tú has destinado para tu siervo Isaac” (Génesis 24:14). Rebeca apareció y cumplió estas condiciones. Lo mismo en este caso; Elías prueba a esa mujer para ver si es amable y benévola: "Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso, para que beba. Así como Eliezer consideró que sólo alguien lleno de bondad estaría capacitado para ser la compañera del hijo de su amo, asi también Elías estaba convencido que sólo una persona liberal estaría dispuesta a sostenerle en tiempo de hambre y sequía. “La llamó, y díjole: Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso, para que beba”. Obsérvese el porte cortés y respetuoso de Elías. El ser un profeta de Jehová no le autorizaba a tratar a esa pobre viuda de manera altanera y despótica. En vez de mandar, dijo: “Ruégote”. Qué reproche se contiene aquí para los que son orgullosos y entremetidos. Todo el mundo merece cortesía; “sed amigables” (I Pedro 3:8) es uno de los preceptos divinos dados a los creyentes. Y, qué prueba más severa a la que Elías sometió a esta pobre mujer: ¡traerle agua para beber! Con todo, no puso objeciones ni le pidió precio por lo que había venido a ser un lujo costoso; no, ni siquiera a pesar de que Elías era un extraño para ella, perteneciente a otra raza. Admiremos el poder persuasivo de Dios, quien puede producir actos bondadosos en el corazón humano en beneficio de sus siervos. “Y yendo ella para traérsela.” Sí, dejó de coger serojas para sí y, ante la petición de este extraño, se encaminó a buscar el agua. Aprendamos a imitarla en esto, y estemos siempre preparados a hacer favores a nuestros semejantes. Si no tenemos con qué dar al necesitado, deberíamos estar dispuestos a trabajar por ellos (Efesios 4:28). Un vaso de agua fría, aunque no nos cueste más que el trabajo de ir a buscarlo, no quedará sin recompensa. “Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y dijole: Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano” (I Reyes 17; 11). El profeta lo pidió con el propósito de probarla aún más -y qué prueba: compartir con él su última comida-, y para preparar el camino para la conversación que Seguirla. “Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano.” ¡Qué petición más egoísta debía parecer! Qué probable era que la naturaleza humana reprochara tal demanda hecha a una mujer de tan escasos recursos. Empero en realidad era Dios quien le salía al encuentro a la hora de su necesidad más aguda. “Empero Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto será ensalzado teniendo de vosotros misericordia: porque Jehová es Dios de juicio; bienaventurados todos los que le esperan” (Isaías 30:18). Pero esa viuda había de ser probada primeramente, como después otra mujer gentil fue probada por el Señor encarnado (Mateo 15). El Señor supliría en verdad todas sus necesidades; mas, ¿confiaría ella en Él? A menudo, Él permite que las cosas lleguen a lo peor, antes de que haya una mejora. “Espera para tener piedad”. ¿Por qué? Para hacernos llegar al fin de nosotros mismos y de nuestros recursos, hasta que todo parezca perdido y nos desesperemos, a fin de que podamos discernir más claramente su mano liberadora. “Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mi y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” (I Reyes 17;12). Los efectos de la terrible hambre y sequía de Palestina se hicieron sentir también en los países adyacentes. En relación con el hecho de que se encontrara “aceite” en poder de esa viuda de Sarepta en Sidón, J.J. Blunt, en su obra admirable "Las coincidencias involuntarias del Antiguo y del Nuevo Testamento”, tiene un capitulo provechoso. Pone de relieve que, en la distribuci6n de la tierra de Canaán, Sidón tocó en suerte a Aser (Josué 19: 28). Seguidamente menciona Deuteronomio 33, y recuerda al lector que, cuando Moisés bendijo las doce tribus, dijo: "Bendito Aser en hijos; agradable será a sus hermanos, y mojará en aceite su pie” (v. 24), indicando la fertilidad de aquella región y la naturaleza de su principal producto. Así, después de un largo periodo de escasez, podía encontrarse allí aceite. De ahí que, al comparar las diferentes partes de la Escritura, veamos su armonía perfecta. “Y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mí y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos.” ¡Pobre mujer; reducida al último extremo, sin nada más que la muerte dolorosa ante ella. El suyo era el lenguaje, de la razón camal, y no el de la fe; de la incredulidad, y no de la confianza en el Dios vivo; si, lo más natural en aquellas circunstancias- Todavía no sabía nada de aquellas palabras dirigidas a Elías: “Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”? (v. 9). No, ella creía que había llegado el fin. Oh, lector, cuánto mejor es Dios que nuestros temores. Los hebreos incrédulos imaginaban que morirían de hambre en el desierto, pero no fue así. David dijo en una ocasión en su corazón: "Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl(I Samuel 27:1), pero no fue así. Los apóstoles creían que se hundirían en el mar tormentoso, pero no fue así. “Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mi y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” ( I Reyes 17. 12). Para la vista natural, para la razón humana, parecía imposible que pudiera socorrer a nadie. En la miseria más abyecta, el fin de sus provisiones estaba a la vista. Y sus ojos no estaban puestos en Dios (¡como tampoco los nuestros lo están hasta que el Espíritu obra en nosotros!), sino en la tinaja, y ésta ahora le faltaba; en consecuencia, no había nada ante ella sino la muerte. La incredulidad y la muerte están unidas inseparablemente. La confianza de esa mujer estaba puesta en la tinaja y la botija, y aparte de éstas no tenla esperanza. Su alma no conocía nada de la bendición de la comunión con Dios, el único que puede librar de la muerte (Salmo 68:20). Todavía no podía creer “en esperanza contra esperanza” (Romanos 4:18). Vacilante cosa es la esperanza que no descansa en nada mejor que en una tinaja de harina. ¡Cuán dados somos todos nosotros a apoyarnos en algo tan despreciable como una tinaja de harina! Y mientras así lo hacemos, nuestras esperanzas sólo pueden ser limitadas y evanescentes. Con todo, recordemos por otro lado que la medida más pequeña de harina en las manos de Dios es, por la fe, tan suficiente y eficaz como “los millares de animales en los collados”. Pero, cuan raramente está la fe en práctica saludable, Demasiado a menudo somos como los discípulos cuando, en la presencia de la multitud hambrienta, exclamaron: “Un muchacho está aquí que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas, ¿qué es esto entre tantos?” (Juan 6:9); éste es el lenguaje de la incredulidad. La fe no se ocupa de las dificultades, sino de Aquél para quien todo es posible. La fe no se ocupa de las circunstancias, sino del Dios de las circunstancias. Así era para con Elías, como veremos cuando consideremos la secuela inmediata. Y qué prueba para la fe de Elías eran las palabras lastimeras de la pobre viuda. Considera la situación que se presentaba ante sus ojos. Una viuda y su hijo muriendo de hambre; unas pocas serojas, un puñado de harina y un poco de aceite, era todo lo que existía entre ellos y la muerte. A pesar de esto, Dios le habla dicho: "Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”. Cuántos exclamarán: ¡Qué profundamente misterioso, qué experiencia más dura para el profeta! Si tenía que ayudarla, en lugar de convertirse en una carga para ella. Ah, pero, como Abraham antes de él, "tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza; antes fue esforzado en fe”. Sabía que el Señor de cielos y tierra habla decretado que ella tenía que sustentarle, y aunque no hubiera habido harina ni aceite, ello no habría desalentado su espíritu ni le habría disuadido. Oh, lector querido, si conoces algo experimentalmente de la bondad, el poder y la fidelidad de Dios, no dejes que tu confianza en Él vacile, no importa cuáles sean las apariencias. “Ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para, mí y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos.” Notemos bien que esa mujer no dejó de hacer lo que era su responsabilidad. Fue activa hasta el fin, haciendo uso de los medios a su alcance. En vez de dejarse llevar por la desesperación, y de sentarse retorciéndose las manos, estaba ocupada recogiendo serojas para la que creía plenamente sería su última comida. Este detalle no carece de importancia, sino que merece que lo consideremos detenidamente. La ociosidad nunca está justificada, y en la necesidad urgente menos que nunca; no, cuanto más desesperada es la situación, mayor es la necesidad de afanarnos. Dejarse llevar del desaliento nunca produce bien alguno. Cumple con tu obligación hasta el fin, aunque sea preparando tu última comida. La viuda fue recompensada abundantemente por su laboriosidad. Fue mientras andaba por el sendero del deber (¡el deber casero!) que Dios, por su siervo, le salió al encuentro y la bendijo.

 

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