Romanos 8; 12-17
12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la
carne, para que vivamos conforme a la carne;
13 porque si vivís conforme a la carne,
moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
14 Porque todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud
para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción,
por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu, de que somos hijos de Dios.
17 Y si hijos, también herederos; herederos de
Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que
juntamente con él seamos glorificados.
Pablo nos presenta
otra gran alegoría de las suyas, con las que nos describe la nueva relación que
tenemos los cristianos con Dios. Dice que el cristiano es adoptado como hijo en
la familia de Dios. Para entender la profundidad del sentido de este pasaje
tenemos que saber algo de lo seria y complicada que era la adopción entre los
Romanos.
Lo que hacía de la adopción un asunto tan complicado y difícil era la patria potestas romana; es decir, la
autoridad del padre sobre toda la familia. El padre tenía poder para disponer
absolutamente de la familia; y, en los primeros tiempos, hasta de vida o
muerte. En relación con su padre, un hijo nunca alcanzaba la mayoría de edad;
siempre estaba bajo la patria potestas, y era propiedad absoluta de su padre,
que podía disponer de él como quisiera. Ya se comprende que esto convertía la
adopción por otra familia en un paso difícil y serio. Por la adopción, una
persona pasaba de estar bajo una patria potestas a estar bajo otra.
Tenía dos etapas. La primera se llamaba mancipatio, y se llevaba a cabo mediante una venta simulada en la
que se usaban simbólicamente unas monedas y una balanza. El simbolismo de la
venta se llevaba a cabo tres veces: el padre hacía como que vendía a su hijo
dos veces, y otras dos volvía a comprarlo; pero la tercera vez ya no le
compraba, por lo cual se consideraba que quedaba rota la patria potestas. Luego
seguía la ceremonia de vindicatio.
El padre adoptante se dirigía al praetor, uno de los magistrados Romanos, y
presentaba el caso legal para la transferencia a su patria potestas de la
persona que iba a adoptar. Cuando todo esto se completaba, quedaba consumada la
adopción. No cabe duda de que era un proceso sumamente serio e impresionante.
Pero aún nos interesan más para comprender la alegoría de Pablo las
consecuencias de la adopción. Las principales eran cuatro:
(i) La persona adoptada perdía todos los derechos que le hubieran
correspondido en su vieja familia, y adquiría todos los de un hijo legítimo de
la nueva familia. En el sentido legal más estricto, adquiría un nuevo padre.
(ii) Automáticamente quedaba
constituido heredero de las propiedades de su nuevo padre. Aunque después le
nacieran a éste otros hijos, eso no afectaba a sus derechos. Sería
inalienablemente coheredero con ellos.
(iii) Para la ley, la vida
anterior de la persona adoptada se borraba completamente. Por ejemplo: si tenía
deudas, quedaban canceladas. Se le consideraba una nueva persona que empezaba
una vida nueva sin la menor vinculación con el pasado.
(iv) Para la ley era hijo de su nuevo padre en todos los sentidos. La
historia de Roma contaba un caso que dejaba bien claro hasta qué punto esto era
verdad. El emperador Claudio adoptó a Nerón para que le sucediera en el trono.
No eran parientes antes. Claudio ya tenía una hija, Octavia. Para consolidar la
alianza Nerón se quería casar con ella; no había entre ellos ningún lazo de consanguinidad;
sin embargo, para la ley eran hermanos, así es que no se podían casar a menos
que el senado romano dictara una ley especial.
Eso es lo que está pensando Pablo aquí. Y usa además otra figura de la
adopción romana: dice que el Espíritu de
Dios da testimonio a nuestro espíritu de que somos de veras hijos de Dios. La
ceremonia de adopción se llevaba a cabo en presencia de siete testigos.
Supongamos que el padre adoptante muriera, y se pusiera en duda el derecho a la
herencia del hijo adoptivo; uno o más de los siete testigos se personaría y
juraría que la adopción había sido genuina. Así quedaba garantizado el derecho
de la persona adoptada. En nuestro caso, dice Pablo, es el mismo Espíritu Santo
el que da testimonio de que Dios nos ha adoptado como sus hijos.
Vemos que todos los pasos de la adopción romana tenían un significado
concreto para Pablo como ejemplo de nuestra adopción en la familia de Dios. Hubo un tiempo en el que estábamos bajo el
control absoluto de nuestra naturaleza humana pecadora; pero Dios, en su
misericordia, nos ha tomado como su exclusiva posesión. El pasado ya no
tiene ningún derecho sobre nosotros; Dios es el único que tiene derecho
absoluto. El pasado está cancelado, y las deudas borradas; empezamos una vida
nueva con Dios, y somos herederos de todo lo que es suyo. Ahora somos
coherederos con Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios. Lo que Cristo hereda,
nosotros lo heredamos también. Si Cristo tuvo que sufrir, nosotros también
heredamos ese sufrimiento; pero como Cristo resucitó a la vida y a la gloria,
nosotros también heredamos esa vida y gloria.
En esta alegoría de Pablo, cuando una persona llega a ser cristiana
entra en la familia de Dios. No había hecho nada para merecerlo; Dios, el gran
Padre, en su maravilloso amor, ha tomado al perdido, indigente, desahuciado y
endeudado pecador, y le ha adoptado en su familia, de forma que sus deudas han
quedado canceladas, y hereda la gloria.
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