} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA VIDA DE ELÍAS VI

domingo, 26 de junio de 2022

LA VIDA DE ELÍAS VI


 

 "El que creyere, no se apresure" (Isaías 28:16).

Seguir esta regla en todos los múltiples detalles de nuestra vida es sabiduría y bienestar, nunca más necesario al pueblo de Dios que en esta loca generación de velocidad y prisas. Podemos aplicarla con el mayor provecho a nuestra lectura y estudio de la Palabra de Dios. No es tanto la cantidad de tiempo que pasamos con las Escrituras, como la medida en que, con oración, meditamos sobre lo que está ante nosotros para aplicarlo en nuestra vida, lo que determina mayormente el grado en que el alma se beneficia de la misma. Nos perdemos mucho al pasar demasiado deprisa de un versículo al siguiente, al dejar de imaginarnos vividamente los detalles que tenemos ante nosotros, y al no esforzarnos en descubrir las lecciones prácticas que pueden sacarse de los hechos históricos. Es poniéndonos en el caso de aquel del cual estamos leyendo, y pensando qué hubiésemos hecho probablemente en tales circunstancias, que recibimos la máxima ayuda. Se nos ofrece una ilustración de lo que decimos en el párrafo anterior, en la etapa de la vida de Elías a la que hemos llegado. Al acabar el capitulo precedente llegamos al punto en que sucedió que "pasados algunos días, secóse el arroyo”; no tengamos demasiada prisa en dirigir nuestra atención a lo que sigue, antes por el contrario, deberíamos esforzarnos en imaginar la situación del profeta, y meditar sobre la prueba con la que se enfrentaba. Imaginemos al tisbita en su humilde retiro. El agua del arroyo disminuía día a día; ¿decrecían también las esperanzas? ¿Se hicieron más débiles y menos frecuentes sus cantos de alabanza a medida que el arroyuelo se deslizaba con menos ruido sobre su lecho rocoso? ¿Dejó el arpa colgada de los sauces al sumirse en pensamientos ansiosos y al caminar de un lado a otro? No hay nada en la Escritura que nos haga pensar tal cosa. Dios conserva en perfecta paz a aquel cuya mente descansa en Él. Sí, pero para eso el corazón debe confiar firmemente en Él. Éste es el punto importante: ¿confiamos en el Señor en circunstancias difíciles, o sólo cuando son favorables? Es de temer que, si hubiésemos estado allí, junto al arroyo seco, nuestras mentes se habrían llenado de confusión, y, en lugar de esperar pacientemente en el Señor, nos habríamos impacientado, y habríamos discurrido y preguntado a nosotros mismos qué hacer. Y una mañana, Elías despertó y comprobó que el arroyo se había secado del todo, y que el suministro para su sustento estaba completamente cortado. ¿Qué había de hacer, entonces? ¿Había de permanecer allí y perecer?; porque no podía esperar vivir por mucho tiempo sin nada que beber. ¿No sería mejor tomar las cosas por su mano y hacer lo que pudiera? ¿No sería mejor desandar lo andado y arriesgarse a sufrir la venganza de Acab y Jezabel que permanecer donde estaba y morir de sed? ¿Podemos dudar de que Satanás le acosara con tales tentaciones en la hora de la prueba? El Señor le había ordenado: “Escóndete en el arroyo de Querit”, añadiendo: “Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer”; y es notorio y bendito observar que permaneció allí incluso después de que el suministro de agua hubiera cesado. El profeta no movió su morada hasta que recibió instrucciones definidas del Señor en este sentido. Así fue con Israel en la antigüedad en el desierto, cuando se dirigían a la tierra prometida: “Al mandato de Jehová los hijos de Israel se partían; y al mandato de Jehová asentaban el campo; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, ellos estaban quedos. Y cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando sucedía que la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al dicho de Jehová alojaban, y al dicho de Jehová partían. Y cuando era que la nube se detenía desde la tarde hasta la mañana, cuando a la mañana la nube se levantaba, ellos partían; o si había estado el día, y la noche la nube se levantaba, entonces partían. 0 si dos días, o un mes, o un año... los hijos de Israel se estaban acampados, y no movían" (Números 9:18-22). Y esto está escrito expresamente para nuestra instrucción y consuelo; así pues, debemos recordarlo si queremos ser sabios y felices.

 “Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta” (I Reyes 17:8,9). Si el profeta se hubiera permitido trazar esquemas carnales, ¿no hubiera mostrado esto claramente la inutilidad y lo innecesario de los tales? Dios no había “olvidado tener misericordia”, ni dejarla a su siervo sin la dirección y guía necesarias cuando había llegado la hora de concederlas. De qué modo tan claro debería esto hablar a nuestros corazones, llenos como están de nuestros propios planes y designios. En vez de atender al precepto: "Alma mía, en Dios solamente reposa”, ingeniamos algún medio de salirnos de las dificultades, y entonces pedimos al Señor que lo prospere. Si Samuel no llega cuando le esperamos, tratamos de forzar las cosas (I Samuel 13:12). Notemos debidamente, sin embargo, que antes de que la palabra de Dios llegara de nuevo a Elías, su fe y su paciencia habían sido puestas a prueba. Al ir a Querit, el profeta había actuado bajo las órdenes divinas, y por lo tanto, estaba bajo el cuidado especial de Dios. Así pues, ¿podía venirle mal alguno teniendo tal guardián? Había de permanecer, pues, donde estaba hasta que Dios le dirigiera a dejar aquel lugar, por desagradables que se volvieran las condiciones. Así es en lo que se refiere a nosotros. Cuando está claro que Dios nos ha puesto donde estamos, allí debemos “quedarnos” (I Corintios 7:20), aun cuando nuestra permanencia se vea llena de dificultades y peligros aparentes. Si, por otra parte, Elías hubiera dejado Querit por su propia voluntad, ¿cómo hubiera podido esperar que el Señor estuviera con él proveyéndole en sus necesidades y librándole de sus enemigos? Esta verdad tiene la misma vigencia para nosotros en nuestros días.

 Vamos a considerar ahora la otra provisión de gracia que el Señor hizo para su siervo en su retiro. “Y fue a él palabra de Jehová”.

Cuán a menudo ha llegado hasta nosotros su Palabra -a veces directamente, a veces por alguno de sus siervos-, y nos hemos negado impíamente a obedecerla. Si no en palabras, nuestros caminos han sido como los de los judíos rebeldes, quienes respondieron a la amonestación afectuosa de jeremías: "La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no oímos de ti” (44:16). En otras ocasiones hemos sido como aquellos de los que se nos habla en Ezequiel 33:31,32: "Se estarán delante de ti como mi pueblo, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón dé ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, gracioso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, mas no las pondrán por obra”. ¿Por qué? Porque la Palabra de Dios choca con nuestra voluntad perversa y requiere lo que es contrario a nuestras inclinaciones naturales. "Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y allí morarás” (ys. 8,9). Eso significa que Elías había de ser disciplinado con más pruebas y humillaciones.

Primeramente, el nombre del lugar al cual Dios le ordenaba ir es profundamente sugestivo, por cuanto “Sarepta” significa “refinar”, y procede de una raíz que significa “crisol”, es decir, el lugar donde se funden los metales. Allí aguardaba a Elías, no sólo una nueva prueba para su fe, sino el refinamiento de la misma, porque la misión del crisol es separar la escoria del oro puro. La experiencia que aguardaba al profeta era dura y desagradable para la carne y la sangre, por cuanto ir de Querit a Sarepta requería un viaje de ciento veinte kilometros a través del desierto. Al lugar de la purificación no se llega fácilmente, e implica todo lo que naturalmente rehuimos. Debe observarse, también, que Sarepta estaba en “Sidón”, es decir, en el territorio de los gentiles, fuera de Palestina. El Señor hizo énfasis en este detalle (en el primer sermón que se conoce de Él) como una de las primeras señales del favor que Dios se proponía extender a los gentiles, diciendo: “Muchas viudas habla en Israel” en aquellos días (Lucas 4:25,26), que podían (o no) haber recibido y socorrido al profeta; pero a ninguna de ellas fue enviado. ¡Qué reproche más severo para la nación escogida! Pero lo que es todavía más notable es el hecho de que “Sidón” fuera el lugar de donde procedía Jezabel, la mujer impla que había corrompido a Israel (I Reyes 16: 31). ¡Los caminos de Dios son sobremanera extraños; sin embargo, son ordenados con sabiduría infinita! Como decía Matthew Henry: "Para mostrar a Jezabel la impotencia de su maldad, Dios encontró un escondite para su siervo en su mismísima tierra”. Es igualmente notable observar la singular persona que Dios seleccionó para cobijar a Elías. No era un rico mercader, ni uno de los hombres principales de Sidón, sino una pobre -viuda -sola y necesitada quien fue predispuesta y capacitada para atenderle. Éste es, generalmente, el modo de obrar de Dios; Él usa y honra a "lo necio y lo flaco del mundo” para su gloria. Al comentar acerca de los “cuervos” que llevaban pan y carne al profeta mientras permanecía junto al arroyo, hicimos notar la soberanía de Dios y lo extraño de los instrumentos que le plugo usar. La misma verdad se ilustra aquí: una pobre viuda! ¡Una gentil! ¡Viviendo en Sidón, la tierra de Jezabel! No es extraño, pues, tú que lees esto, que el proceder de Dios para contigo haya sido totalmente opuesto a lo que tú habías esperado. El Señor es ley en sí mismo, y lo que pide de nosotros es confianza implícita y sumisión sin reserva. "He aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente” (v. 9). La necesidad del hombre es la oportunidad de Dios: cuando Querit se seque se abrirá Sarepta. Cómo debería enseñarnos esto a abstenernos de abrigar cuidados e inquietudes acerca del futuro. Recuerda,  que el día de mañana traerá consigo el Dios de mañana. “No temas, que Yo soy contigo; no desmayes, que Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10); haz de estas promesas seguras y ciertas el sostén de tu alma, ya que son la Palabra del que no puede mentir; haz de ellas la respuesta a toda pregunta incrédula y a toda difamación perniciosa del diablo. Fíjate que una vez más, Dios envió a Elías, no a un río, sino a un arroyo”; no a alguna persona rica y de grandes recursos, sino a una pobre viuda de escasos medios. El Señor quería que su siervo siguiera dependiendo de É1 y de Su poder y bondad como hasta entonces.  Ésta era, en verdad, una prueba severa para Elías, no sólo al tener que emprender un largo viaje por el desierto, sino, también al tener que hacer frente a una experiencia totalmente contraria a sus sentimientos, su educación religiosa y sus inclinaciones espirituales: tener que depender de una mujer gentil en una ciudad pagana. Se requería de él que dejara la tierra de sus padres y morara en el cuartel general del culto a Baal. Midamos debidamente el peso de la verdad de que el plan de Dios para Elías demandaba de él obediencia incuestionable. Los que quieren andar con Dios, no sólo han de confiar en Él de manera implícita sino que han de estar, también, dispuestos a regirse enteramente por su Palabra. Nuestra fe, no sólo ha de ser educada por medio de una gran variedad de providencias, sino que, además, nuestra obediencia ha de serlo por los mandamientos divinos. Es en vano suponer que podemos disfrutar de la sonrisa de  Jehová, a menos que nos sujetemos a sus preceptos. “Ciertamente, el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros” (1 Samuel 15:22). Así que somos desobedientes, nuestra comunión con Dios queda rota, y el castigo viene a ser nuestra porción.

Elías debía ir y morar en Sarepta. Pero, ¿cómo podía subsistir, si no conocía a nadie en aquel lugar? El mismo que le había dado la orden, habla hecho los preparativos para su recepción y sustento. “He aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”. Ello no quiere decir necesariamente que el Señor hubiera hecho saber sus planes a ésta; lo que siguió muestra claramente que no fue así. Más bien hemos de entender estas palabras como significando que Dios, en su consejo, lo había designado y lo efectuaría por su providencia; compárese con "Yo he mandado a los cuervos que te den de comer” (v. 4). Cuando Dios llama a alguno de sus hijos a ir a un lugar determinado, puede estar seguro de que  ha hecho provisión plena en su predeterminado propósito. Dios dispuso secretamente que esta viuda recibiera y sustentara a Su siervo.

Todos los corazones están en las manos del Señor, y Él los inclina hacia donde quiere. Puede inclinarlos a mostrar favor y a obrar con benevolencia hacia nosotros, aunque les seamos completamente desconocidos. Muchas veces, en diferentes partes del mundo, ésta ha sido la experiencia del creyente genuino. El hecho de que Dios llamara a Elías a ir a Sarepta constituía, no sólo una prueba para su fe y obediencia, sino también para su humildad. Era llamado a recibir caridad de manos de una viuda solitaria. Qué humillante para el amor propio depender de una de las más pobres entre las pobres. ¡Qué vergonzoso para la confianza y la suficiencia propias aceptar ayuda de una que parecía no tener con qué suplir sus más urgentes necesidades! Para que nos inclinemos a lo que repugna a nuestras tendencias naturales, las circunstancias han de ser en verdad apremiantes. Más de una vez en el pasado sentimos tener que recibir favores y ayuda de los que tenían pocos bienes de este mundo, pero fuimos consolados por las palabras: “Y algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades... y otras muchas que servían de sus haciendas” (Lucas 8:2,3). La palabra “viuda” nos habla de debilidad y soledad; Israel estaba viudo en aquel tiempo, y por, tanto, Elías era compelido a sentirlo en su propia alma. “Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta” (v. 10). En esto, Elías dio prueba de ser verdaderamente el siervo de Dios, porque el camino del siervo es la senda de la obediencia; el que abandona ese camino deja de ser siervo. El siervo y la obediencia están ligados de manera inseparable, como el obrero y su trabajo.

Hoy en día, hay creyentes en muchos púlpitos que hablan de su servicio por Cristo como si Él necesitara su asistencia, como si su causa no pudiera prosperar a menos que ellos la fomenten y promuevan, como si el arca santa hubiera de caer inevitablemente al suelo si sus manos impías no la sostuviesen. Esto es un error, un serio error; el producto del orgullo que Satanás alimenta. Lo que necesitamos mucho es servir a Cristo, someternos a su yugo, rendirnos a su voluntad, sujetarnos a sus mandamientos. Todo “servicio” que no sea andar en sus preceptos es invención humana, espíritu carnal, “fuego extraño”.

"Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta. ¿Cómo puedo ministrar las cosas santas de Dios si no ando por el camino de la obediencia? Los judíos contemporáneos de Pablo se consideraban muy importantes, empero no rendían gloria a Dios. “Confías que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, enseñador de los que no saben” (Romanos 2:19,20). Así pues, el apóstol le pone a prueba: “Tú pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas que no se ha de hurtar, hurtas? (v. 21).

El principio aquí enunciado es escrutador y de amplia aplicación. Cada uno de los que predicamos el Evangelio deberíamos medirnos diligentemente a nosotros mismos por él. Tú que predicas que Dios ama la verdad en lo íntimo, ¿eres fiel a tus palabras? Tú que enseñas que debemos procurar lo bueno delante de todos los hombres, ¿tienes deudas por pagar? Tú que exhortas a los creyentes a orar sin cesar, ¿pasas mucho tiempo en el lugar secreto? Si no es así, no te sorprendas si tus sermones tienen poco efecto. De la paz pastoril de Galaad a la prueba exigente de confrontarse al rey; de la presencia de Acab a la soledad de Querit; del, arroyo seco a Sarepta. Las conmociones y desplazamientos de la Providencia son necesarios para que nuestra vida espiritual prospere. “Quieto estuvo Moab desde su mocedad, y sobre sus heces ha estado él reposado, y no fue trasegado de vaso en vaso” (Jeremías 48:11). La figura usada aquí es muy sugestiva. Moab se había aletargado y vuelto blando porque había tenido paz por largo tiempo. Se habla estropeado como el zumo de uva sin refinar. Dios estaba trasegando a Elías “de vaso en vaso” para que la espuma flotara y pudiera ser quitada. El agitar nuestro nido, el cambio constante de las circunstancias que nos rodean, no son experiencias agradables, pero son indispensables para impedir que "reposemos sobre nuestras heces”. Pero, lejos de reconocer los designios misericordiosos del Purificador, cuán a menudo somos enojadizos, y murmuramos cuando nos trasiega de vaso en vaso. “Entonces él se levantó y se fue a Sarepta”. No puso inconvenientes, sino que hizo lo que se le mandaba. No puso dilaciones, sino que emprendió su largo y desagradable camino en seguida. Estaba tan presto a ir a pie como lo hubiera estado si Dios le hubiera proporcionado una carroza. Estaba tan presto a cruzar un desierto como lo habría estado para dirigirse, si Dios se lo hubiera ordenado, a un jardín exuberante y frondoso. Estaba tan dispuesto a pedir socorro a una viuda gentil, como si Dios le hubiera dicho que regresara entre sus amigos en Galaad. Para la razón carnal, puede parecer que ponía la cabeza en la boca del león  que se encaminaba hacia un peligro cierto al ir a Sidón, donde los agentes de Jezabel serían numerosos. Pero, porque Dios se lo había mandado, era justo que obedeciera (y erróneo no hacerlo), y por tanto, podía contar con la protección divina. Nótese bien que el Señor no dio a Elías más información acerca de su futura residencia y sustento sino que sería en Sarepta y en casa de una viuda.

En tiempo de escasez deberíamos estar profundamente agradecidos al Señor de que provea por nosotros, y contentarnos dejando en sus manos el modo de hacerlo. Si el Señor se compromete a guiarnos en el viaje de nuestra vida, debe bastarnos el que lo haga paso a paso. Es raro que nos revele mucho por anticipado. En la mayoría de los casos sabemos poco o nada de antemano. ¿Cómo puede ser de otro modo si andamos por fee? Debemos confiar en Él implícitamente para el desarrollo pleno de su plan para nosotros. Pero, sí andamos de verdad con Dios, ajustando nuestros caminos a su Palabra, Él hará que las cosas sean gradualmente más claras. Su providencia aclarará nuestras dificultades, y lo que ahora no sabemos lo sabremos más adelante. Éste fue el caso de Elías.

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