"El que creyere, no se apresure"
(Isaías 28:16).
Seguir esta regla en todos los múltiples
detalles de nuestra vida es sabiduría y bienestar, nunca más necesario al
pueblo de Dios que en esta loca generación de velocidad y prisas. Podemos
aplicarla con el mayor provecho a nuestra lectura y estudio de la Palabra de
Dios. No es tanto la cantidad de tiempo que pasamos con las Escrituras, como la
medida en que, con oración, meditamos sobre lo que está ante nosotros para
aplicarlo en nuestra vida, lo que determina mayormente el grado en que el alma
se beneficia de la misma. Nos perdemos mucho al pasar demasiado deprisa de un
versículo al siguiente, al dejar de imaginarnos vividamente los detalles que
tenemos ante nosotros, y al no esforzarnos en descubrir las lecciones prácticas
que pueden sacarse de los hechos históricos. Es poniéndonos en el caso de aquel
del cual estamos leyendo, y pensando qué hubiésemos hecho probablemente en
tales circunstancias, que recibimos la máxima ayuda. Se nos ofrece una
ilustración de lo que decimos en el párrafo anterior, en la etapa de la vida de
Elías a la que hemos llegado. Al acabar el capitulo precedente llegamos al
punto en que sucedió que "pasados algunos días, secóse el arroyo”; no
tengamos demasiada prisa en dirigir nuestra atención a lo que sigue, antes por
el contrario, deberíamos esforzarnos en imaginar la situación del profeta, y
meditar sobre la prueba con la que se enfrentaba. Imaginemos al tisbita en su
humilde retiro. El agua del arroyo disminuía día a día; ¿decrecían también las
esperanzas? ¿Se hicieron más débiles y menos frecuentes sus cantos de alabanza
a medida que el arroyuelo se deslizaba con menos ruido sobre su lecho rocoso?
¿Dejó el arpa colgada de los sauces al sumirse en pensamientos ansiosos y al
caminar de un lado a otro? No hay nada en la Escritura que nos haga pensar tal
cosa. Dios conserva en perfecta paz a aquel cuya mente descansa en Él. Sí, pero
para eso el corazón debe confiar firmemente en Él. Éste es el punto importante:
¿confiamos en el Señor en circunstancias difíciles, o sólo cuando son
favorables? Es de temer que, si hubiésemos estado allí, junto al arroyo seco,
nuestras mentes se habrían llenado de confusión, y, en lugar de esperar
pacientemente en el Señor, nos habríamos impacientado, y habríamos discurrido y
preguntado a nosotros mismos qué hacer. Y una mañana, Elías despertó y comprobó
que el arroyo se había secado del todo, y que el suministro para su sustento
estaba completamente cortado. ¿Qué había de hacer, entonces? ¿Había de
permanecer allí y perecer?; porque no podía esperar vivir por mucho tiempo sin
nada que beber. ¿No sería mejor tomar las cosas por su mano y hacer lo que
pudiera? ¿No sería mejor desandar lo andado y arriesgarse a sufrir la venganza
de Acab y Jezabel que permanecer donde estaba y morir de sed? ¿Podemos dudar de
que Satanás le acosara con tales tentaciones en la hora de la prueba? El Señor
le había ordenado: “Escóndete en el arroyo de Querit”, añadiendo: “Yo he
mandado a los cuervos que te den allí de comer”; y es notorio y bendito
observar que permaneció allí incluso después de que el suministro de agua
hubiera cesado. El profeta no movió su morada hasta que recibió instrucciones
definidas del Señor en este sentido. Así fue con Israel en la antigüedad en el
desierto, cuando se dirigían a la tierra prometida: “Al mandato de Jehová los
hijos de Israel se partían; y al mandato de Jehová asentaban el campo; todos
los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, ellos estaban quedos. Y
cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos
de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando sucedía que
la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al dicho de Jehová alojaban, y
al dicho de Jehová partían. Y cuando era que la nube se detenía desde la tarde
hasta la mañana, cuando a la mañana la nube se levantaba, ellos partían; o si
había estado el día, y la noche la nube se levantaba, entonces partían. 0 si dos
días, o un mes, o un año... los hijos de Israel se estaban acampados, y no
movían" (Números 9:18-22). Y esto está escrito expresamente para nuestra
instrucción y consuelo; así pues, debemos recordarlo si queremos ser sabios y
felices.
“Y fue
a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta” (I Reyes 17:8,9).
Si el profeta se hubiera permitido trazar esquemas carnales, ¿no hubiera
mostrado esto claramente la inutilidad y lo innecesario de los tales? Dios no
había “olvidado tener misericordia”, ni dejarla a su siervo sin la dirección y
guía necesarias cuando había llegado la hora de concederlas. De qué modo tan
claro debería esto hablar a nuestros corazones, llenos como están de nuestros
propios planes y designios. En vez de atender al precepto: "Alma mía, en
Dios solamente reposa”, ingeniamos algún medio de salirnos de las dificultades,
y entonces pedimos al Señor que lo prospere. Si Samuel no llega cuando le
esperamos, tratamos de forzar las cosas (I Samuel 13:12). Notemos debidamente,
sin embargo, que antes de que la palabra de Dios llegara de nuevo a Elías, su
fe y su paciencia habían sido puestas a prueba. Al ir a Querit, el profeta
había actuado bajo las órdenes divinas, y por lo tanto, estaba bajo el cuidado
especial de Dios. Así pues, ¿podía venirle mal alguno teniendo tal guardián?
Había de permanecer, pues, donde estaba hasta que Dios le dirigiera a dejar
aquel lugar, por desagradables que se volvieran las condiciones. Así es en lo
que se refiere a nosotros. Cuando está claro que Dios nos ha puesto donde
estamos, allí debemos “quedarnos” (I Corintios 7:20), aun cuando nuestra
permanencia se vea llena de dificultades y peligros aparentes. Si, por otra
parte, Elías hubiera dejado Querit por su propia voluntad, ¿cómo hubiera podido
esperar que el Señor estuviera con él proveyéndole en sus necesidades y
librándole de sus enemigos? Esta verdad tiene la misma vigencia para nosotros
en nuestros días.
Vamos a
considerar ahora la otra provisión de gracia que el Señor hizo para su siervo
en su retiro. “Y fue a él palabra de Jehová”.
Cuán a menudo ha llegado hasta nosotros su
Palabra -a veces directamente, a veces por alguno de sus siervos-, y nos hemos
negado impíamente a obedecerla. Si no en palabras, nuestros caminos han sido
como los de los judíos rebeldes, quienes respondieron a la amonestación
afectuosa de jeremías: "La palabra que nos has hablado en nombre de
Jehová, no oímos de ti” (44:16). En otras ocasiones hemos sido como aquellos de
los que se nos habla en Ezequiel 33:31,32: "Se estarán delante de ti como
mi pueblo, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos
con sus bocas, y el corazón dé ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que
tú eres a ellos como cantor de amores, gracioso de voz y que canta bien; y
oirán tus palabras, mas no las pondrán por obra”. ¿Por qué? Porque la Palabra
de Dios choca con nuestra voluntad perversa y requiere lo que es contrario a
nuestras inclinaciones naturales. "Y fue a él palabra de Jehová, diciendo:
Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y allí morarás” (ys. 8,9). Eso significa
que Elías había de ser disciplinado con más pruebas y humillaciones.
Primeramente, el nombre del lugar al cual Dios
le ordenaba ir es profundamente sugestivo, por cuanto “Sarepta” significa
“refinar”, y procede de una raíz que significa “crisol”, es decir, el lugar
donde se funden los metales. Allí aguardaba a Elías, no sólo una nueva prueba
para su fe, sino el refinamiento de la misma, porque la misión del crisol es
separar la escoria del oro puro. La experiencia que aguardaba al profeta era
dura y desagradable para la carne y la sangre, por cuanto ir de Querit a
Sarepta requería un viaje de ciento veinte kilometros a través del desierto. Al
lugar de la purificación no se llega fácilmente, e implica todo lo que naturalmente
rehuimos. Debe observarse, también, que Sarepta estaba en “Sidón”, es decir, en
el territorio de los gentiles, fuera de Palestina. El Señor hizo énfasis en
este detalle (en el primer sermón que se conoce de Él) como una de las primeras
señales del favor que Dios se proponía extender a los gentiles, diciendo:
“Muchas viudas habla en Israel” en aquellos días (Lucas 4:25,26), que podían (o
no) haber recibido y socorrido al profeta; pero a ninguna de ellas fue enviado.
¡Qué reproche más severo para la nación escogida! Pero lo que es todavía más
notable es el hecho de que “Sidón” fuera el lugar de donde procedía Jezabel, la
mujer impla que había corrompido a Israel (I Reyes 16: 31). ¡Los caminos de
Dios son sobremanera extraños; sin embargo, son ordenados con sabiduría
infinita! Como decía Matthew Henry: "Para mostrar a Jezabel la impotencia
de su maldad, Dios encontró un escondite para su siervo en su mismísima
tierra”. Es igualmente notable observar la singular persona que Dios seleccionó
para cobijar a Elías. No era un rico mercader, ni uno de los hombres
principales de Sidón, sino una pobre -viuda -sola y necesitada quien fue
predispuesta y capacitada para atenderle. Éste es, generalmente, el modo de
obrar de Dios; Él usa y honra a "lo necio y lo flaco del mundo” para su
gloria. Al comentar acerca de los “cuervos” que llevaban pan y carne al profeta
mientras permanecía junto al arroyo, hicimos notar la soberanía de Dios y lo
extraño de los instrumentos que le plugo usar. La misma verdad se ilustra aquí:
una pobre viuda! ¡Una gentil! ¡Viviendo en Sidón, la tierra de Jezabel! No es
extraño, pues, tú que lees esto, que el proceder de Dios para contigo haya sido
totalmente opuesto a lo que tú habías esperado. El Señor es ley en sí mismo, y
lo que pide de nosotros es confianza implícita y sumisión sin reserva. "He
aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente” (v. 9). La necesidad
del hombre es la oportunidad de Dios: cuando Querit se seque se abrirá Sarepta.
Cómo debería enseñarnos esto a abstenernos de abrigar cuidados e inquietudes
acerca del futuro. Recuerda, que el día
de mañana traerá consigo el Dios de mañana. “No temas, que Yo soy contigo; no
desmayes, que Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te
sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10); haz de estas promesas
seguras y ciertas el sostén de tu alma, ya que son la Palabra del que no puede
mentir; haz de ellas la respuesta a toda pregunta incrédula y a toda difamación
perniciosa del diablo. Fíjate que una vez más, Dios envió a Elías, no a un río,
sino a un arroyo”; no a alguna persona rica y de grandes recursos, sino a una
pobre viuda de escasos medios. El Señor quería que su siervo siguiera
dependiendo de É1 y de Su poder y bondad como hasta entonces. Ésta era, en verdad, una prueba severa para
Elías, no sólo al tener que emprender un largo viaje por el desierto, sino,
también al tener que hacer frente a una experiencia totalmente contraria a sus
sentimientos, su educación religiosa y sus inclinaciones espirituales: tener
que depender de una mujer gentil en una ciudad pagana. Se requería de él que
dejara la tierra de sus padres y morara en el cuartel general del culto a Baal.
Midamos debidamente el peso de la verdad de que el plan de Dios para Elías demandaba
de él obediencia incuestionable. Los que quieren andar con Dios, no sólo han de
confiar en Él de manera implícita sino que han de estar, también, dispuestos a
regirse enteramente por su Palabra. Nuestra fe, no sólo ha de ser educada por
medio de una gran variedad de providencias, sino que, además, nuestra
obediencia ha de serlo por los mandamientos divinos. Es en vano suponer que
podemos disfrutar de la sonrisa de
Jehová, a menos que nos sujetemos a sus preceptos. “Ciertamente, el
obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los
carneros” (1 Samuel 15:22). Así que somos desobedientes, nuestra comunión con
Dios queda rota, y el castigo viene a ser nuestra porción.
Elías debía ir y morar en Sarepta. Pero, ¿cómo
podía subsistir, si no conocía a nadie en aquel lugar? El mismo que le había
dado la orden, habla hecho los preparativos para su recepción y sustento. “He
aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”. Ello no quiere
decir necesariamente que el Señor hubiera hecho saber sus planes a ésta; lo que
siguió muestra claramente que no fue así. Más bien hemos de entender estas
palabras como significando que Dios, en su consejo, lo había designado y lo
efectuaría por su providencia; compárese con "Yo he mandado a los cuervos
que te den de comer” (v. 4). Cuando Dios llama a alguno de sus hijos a ir a un
lugar determinado, puede estar seguro de que
ha hecho provisión plena en su predeterminado propósito. Dios dispuso
secretamente que esta viuda recibiera y sustentara a Su siervo.
Todos los corazones están en las manos del
Señor, y Él los inclina hacia donde quiere. Puede inclinarlos a mostrar favor y
a obrar con benevolencia hacia nosotros, aunque les seamos completamente
desconocidos. Muchas veces, en diferentes partes del mundo, ésta ha sido la
experiencia del creyente genuino. El hecho de que Dios llamara a Elías a ir a
Sarepta constituía, no sólo una prueba para su fe y obediencia, sino también
para su humildad. Era llamado a recibir caridad de manos de una viuda
solitaria. Qué humillante para el amor propio depender de una de las más pobres
entre las pobres. ¡Qué vergonzoso para la confianza y la suficiencia propias
aceptar ayuda de una que parecía no tener con qué suplir sus más urgentes
necesidades! Para que nos inclinemos a lo que repugna a nuestras tendencias
naturales, las circunstancias han de ser en verdad apremiantes. Más de una vez
en el pasado sentimos tener que recibir favores y ayuda de los que tenían pocos
bienes de este mundo, pero fuimos consolados por las palabras: “Y algunas
mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades... y otras
muchas que servían de sus haciendas” (Lucas 8:2,3). La palabra “viuda” nos
habla de debilidad y soledad; Israel estaba viudo en aquel tiempo, y por,
tanto, Elías era compelido a sentirlo en su propia alma. “Entonces él se
levantó, y se fue a Sarepta” (v. 10). En esto, Elías dio prueba de ser
verdaderamente el siervo de Dios, porque el camino del siervo es la senda de la
obediencia; el que abandona ese camino deja de ser siervo. El siervo y la
obediencia están ligados de manera inseparable, como el obrero y su trabajo.
Hoy en día, hay creyentes en muchos púlpitos
que hablan de su servicio por Cristo como si Él necesitara su asistencia, como
si su causa no pudiera prosperar a menos que ellos la fomenten y promuevan,
como si el arca santa hubiera de caer inevitablemente al suelo si sus manos
impías no la sostuviesen. Esto es un error, un serio error; el producto del
orgullo que Satanás alimenta. Lo que necesitamos mucho es servir a Cristo,
someternos a su yugo, rendirnos a su voluntad, sujetarnos a sus mandamientos.
Todo “servicio” que no sea andar en sus preceptos es invención humana, espíritu
carnal, “fuego extraño”.
"Entonces él se levantó, y se fue a
Sarepta. ¿Cómo puedo ministrar las cosas santas de Dios si no ando por el
camino de la obediencia? Los judíos contemporáneos de Pablo se consideraban muy
importantes, empero no rendían gloria a Dios. “Confías que eres guía de los
ciegos, luz de los que están en tinieblas, enseñador de los que no saben”
(Romanos 2:19,20). Así pues, el apóstol le pone a prueba: “Tú pues, que enseñas
a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas que no se ha de hurtar,
hurtas? (v. 21).
El principio aquí enunciado es escrutador y de
amplia aplicación. Cada uno de los que predicamos el Evangelio deberíamos
medirnos diligentemente a nosotros mismos por él. Tú que predicas que Dios ama
la verdad en lo íntimo, ¿eres fiel a tus palabras? Tú que enseñas que debemos
procurar lo bueno delante de todos los hombres, ¿tienes deudas por pagar? Tú
que exhortas a los creyentes a orar sin cesar, ¿pasas mucho tiempo en el lugar
secreto? Si no es así, no te sorprendas si tus sermones tienen poco efecto. De
la paz pastoril de Galaad a la prueba exigente de confrontarse al rey; de la
presencia de Acab a la soledad de Querit; del, arroyo seco a Sarepta. Las
conmociones y desplazamientos de la Providencia son necesarios para que nuestra
vida espiritual prospere. “Quieto estuvo Moab desde su mocedad, y sobre sus
heces ha estado él reposado, y no fue trasegado de vaso en vaso” (Jeremías
48:11). La figura usada aquí es muy sugestiva. Moab se había aletargado y
vuelto blando porque había tenido paz por largo tiempo. Se habla estropeado
como el zumo de uva sin refinar. Dios estaba trasegando a Elías “de vaso en
vaso” para que la espuma flotara y pudiera ser quitada. El agitar nuestro nido,
el cambio constante de las circunstancias que nos rodean, no son experiencias
agradables, pero son indispensables para impedir que "reposemos sobre
nuestras heces”. Pero, lejos de reconocer los designios misericordiosos del
Purificador, cuán a menudo somos enojadizos, y murmuramos cuando nos trasiega
de vaso en vaso. “Entonces él se levantó y se fue a Sarepta”. No puso
inconvenientes, sino que hizo lo que se le mandaba. No puso dilaciones, sino
que emprendió su largo y desagradable camino en seguida. Estaba tan presto a ir
a pie como lo hubiera estado si Dios le hubiera proporcionado una carroza.
Estaba tan presto a cruzar un desierto como lo habría estado para dirigirse, si
Dios se lo hubiera ordenado, a un jardín exuberante y frondoso. Estaba tan
dispuesto a pedir socorro a una viuda gentil, como si Dios le hubiera dicho que
regresara entre sus amigos en Galaad. Para la razón carnal, puede parecer que
ponía la cabeza en la boca del león que
se encaminaba hacia un peligro cierto al ir a Sidón, donde los agentes de
Jezabel serían numerosos. Pero, porque Dios se lo había mandado, era justo que
obedeciera (y erróneo no hacerlo), y por tanto, podía contar con la protección
divina. Nótese bien que el Señor no dio a Elías más información acerca de su
futura residencia y sustento sino que sería en Sarepta y en casa de una viuda.
En tiempo de escasez deberíamos estar profundamente
agradecidos al Señor de que provea por nosotros, y contentarnos dejando en sus
manos el modo de hacerlo. Si el Señor se compromete a guiarnos en el viaje de
nuestra vida, debe bastarnos el que lo haga paso a paso. Es raro que nos revele
mucho por anticipado. En la mayoría de los casos sabemos poco o nada de
antemano. ¿Cómo puede ser de otro modo si andamos por fee? Debemos confiar en
Él implícitamente para el desarrollo pleno de su plan para nosotros. Pero, sí
andamos de verdad con Dios, ajustando nuestros caminos a su Palabra, Él hará
que las cosas sean gradualmente más claras. Su providencia aclarará nuestras
dificultades, y lo que ahora no sabemos lo sabremos más adelante. Éste fue el
caso de Elías.
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