Romanos 7:13-25
13
¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera;
sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de
lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser
sobremanera pecaminoso.
14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas
yo soy carnal, vendido al pecado.
15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no
hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.
16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que
la ley es buena.
17 De manera que ya no soy yo quien hace
aquello, sino el pecado que mora en mí.
18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no
mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
19 Porque no hago el bien que quiero, sino el
mal que no quiero, eso hago.
20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo,
sino el pecado que mora en mí.
21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo
esta ley: que el mal está en mí.
22 Porque según el hombre interior, me deleito
en la ley de Dios;
23 pero veo otra ley en mis miembros, que se
rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado
que está en mis miembros.
24 ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este
cuerpo de muerte?
25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor
nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la
carne a la ley del pecado.
Pablo
nos presenta su alma al desnudo; y nos habla de una experiencia que es de la
misma esencia de la situación humana. Sabía lo que estaba bien, y quería
hacerlo; y sin embargo, por alguna razón, no podía hacerlo. Sabía lo que estaba
mal, y lo último que querría sería hacerlo; y, sin embargo, lo hacía. Se daba
cuenta de que tenía una personalidad dividida, como si hubiera dos personas
diferentes dentro de su piel, tirando cada una en un sentido diferente. Le
perseguía este sentimiento de frustración; su capacidad para ver lo que estaba
bien, y su incapacidad para hacerlo; su capacidad para reconocer lo que estaba
mal, y su incapacidad para resistirse a hacerlo.
Los contemporáneos de Pablo conocían muy bien
este sentimiento, lo mismo que lo conocemos nosotros. Séneca lo llamaba
«nuestra indefensión en las cosas necesarias», y decía que los hombres odian
sus pecados y los aman al mismo tiempo. Ovidio, el gran poeta latino, había
escrito la famosa sentencia: «Veo las cosas mejores y las apruebo; pero sigo
las peores.»
Nadie conocía este problema mejor que los
judíos. Lo planteaban diciendo que, en toda persona, hay dos naturalezas, a las
que llamaban yétser hatob y yétser hará -tendencia al bien y tendencia al mal-.
Los judíos estaban convencidos de que Dios había hecho al hombre con un buen
impulso y con un mal impulso.
Había rabinos que creían que el mal impulso
estaba en el embrión antes del nacimiento. Era una «segunda personalidad
malévola.» Era "el implacable enemigo del hombre.» Estaba acechando toda
la vida para destruir al hombre. Pero los judíos veían con la misma claridad,
en teoría, que nadie tiene por qué sucumbir a ese mal impulso.
Cuando atacaba el mal impulso, los judíos
creían que la sabiduría y la razón lo podían derrotar; el estar ocupado en el
estudio de la Palabra de Dios era su seguridad; la Ley era un profiláctico; en
tales momentos se podía pedir la ayuda del buen impulso.
Pablo sabía todo eso; y también sabía que, si
bien todo era cierto en teoría, no lo era en la práctica. Había cosas en la
naturaleza humana -eso era lo que él quería decir con este cuerpo fatal- que
respondían a la seducción del pecado. Es parte de la situación humana que
conocemos el bien pero hacemos el mal, que nunca somos tan buenos como sabemos
que debemos ser. Al mismo tiempo y a la vez nos atraen la bondad y la maldad.
Desde cierto punto de vista este pasaje se
podría llamar el de las incapacidades.
Pablo
menciona tres lecciones que aprendió al enfrentar sus antiguos deseos
pecaminosos. (1) El conocimiento no es
la respuesta. Pablo se sentía bien mientras no entendía lo que la Ley
demandaba. Cuando aprendió la verdad, supo que estaba condenado.
(2) La
autodeterminación (luchar con nuestras fuerzas) no da resultado (7.15). Pablo descubrió que pecaba en formas que ni
aun le eran atractivas.
(3) Con
ser cristiano no se logra desarraigar todos los pecados en la vida de creyente
(7.22-25).
Nacer de nuevo requiere un momento de fe, pero
llegar a ser como Cristo es un proceso de toda la vida. Pablo compara el
crecimiento cristiano a una buena carrera o pelea (1Corintios_9:24-27; 2Timoteo
4:7). Tal como Pablo viene enfatizando desde el comienzo de su carta a los
Romanos, nadie en el mundo es inocente, nadie merece ser salvo, ni el pagano
que desconoce las leyes de Dios, ni el cristiano ni el judío que sí las conoce
y procura guardarlas. Todos debemos
depender por completo de la obra de Cristo en cuanto a nuestra salvación.
No la podemos ganar con buena conducta.
Describe la experiencia de cualquier cristiano
que lucha contra el pecado o trata de agradar a Dios guardando reglas y leyes
sin la ayuda del Espíritu Santo. Nunca debemos subestimar el poder del pecado.
Nunca debemos intentar luchar con nuestras fuerzas. Satanás es un tentador
astuto y nosotros tenemos una gran capacidad de excusa. En lugar de enfrentar
el pecado con el poder humano, debemos
apropiarnos del poder enorme de Cristo que está a nuestra disposición. Esta es
la provisión de Dios para vencer el pecado. Él envía al Espíritu Santo para vivir en nosotros y darnos poder. Y
cuando caemos, amorosamente nos ayuda a levantarnos.
El hijo de Dios tiene “la naturaleza divina”
(2 Pedro 1:4), pero también la naturaleza pecadora (Génesis 5:17).
Potencialmente el pecado esta hecho inoperable (Romanos 6:6), pero la
experiencia humana sigue mostrando nuestra debilidad y poder de atracción hacia
él. Los judíos dicen que en el corazón de cada hombre hay un perro negro y uno
blanco. El que uno alimente más es el que crecerá más.
Mientras leo este pasaje yo en la experiencia
siento el dolor de Pablo al describir el conflicto diario de nuestras dos
naturalezas. Los creyentes hemos sido liberados de la naturaleza caída, pero
continuamos siendo atraídos como un imán. Es sorprendente como la guerra
espiritual comienza después de la salvación. La madurez, entonces, se compone de tener compañerismo con el Dios
Trino y de luchar con el pecado diariamente.
Vivimos bajo la influencia de propensiones
pecaminosas e inclinaciones y deseos carnales. Esto representa la fuerte
propensión nativa al pecado; e incluso el poder de la propensión corrupta bajo
la influencia restrictiva del evangelio. Podemos observar:
(1) Que la propensión predominante; la inclinación fija habitual de la mente
del cristiano es hacer lo correcto. El camino malo es odiado, el camino
correcto es amado. Esta es la característica de una mente piadosa. Distingue a
un hombre santo de un pecador.
(2) El mal que se hace es desaprobado; es una
fuente de dolor; y el deseo habitual de
la mente es evitarlo y ser puro. Esto también distingue al cristiano del
pecador.
(3) No hay necesidad de avergonzarse aquí con
dificultades metafísicas o preguntas sobre cómo puede ser esto; por.
(a) es,
de hecho, la experiencia de todos los cristianos. La inclinación habitual y
fija y el deseo de nuestras mentes es servir a Dios. Tenemos un aborrecimiento
fijo del pecado; y, sin embargo, somos conscientes de la imperfección, el error
y el pecado, que es la fuente de inquietud y problemas. La fuerza de la pasión
natural puede vencernos en un momento de descuido. El poder de los largos
hábitos de pensamientos anteriores puede molestarnos. Un hombre que era un
incrédulo antes de su conversión, y cuya mente estaba llena de escepticismo,
cavilaciones y blasfemias, encontrará que el efecto de sus antiguos hábitos de
pensamiento persiste en su mente y perturba su paz durante años. Estos
pensamientos se iniciarán con la rapidez del relámpago. Así ocurre con todos
los vicios y todas las opiniones. Es uno de los efectos del hábito. “El mismo
paso de un pensamiento impuro a través de la mente deja contaminación tras de
sí,” y donde el pecado ha sido consentido por mucho tiempo, deja su efecto
fulminante y desolador en el alma mucho tiempo después de la conversión, y
produce ese estado de conflicto con el cual todo cristiano está familiar.
(b) Todas
las personas sienten un efecto algo similar. Todos están conscientes de
hacer eso, bajo la excitación de la pasión y el prejuicio, que su conciencia y
mejor juicio desaprueban. Por lo tanto, existe
un conflicto que se presenta con tanta dificultad metafísica como la lucha en
la mente del cristiano a la que se hace referencia aquí.
No es ese yo el que constituye la razón y la conciencia, sino las inclinaciones sensuales y corrompidas por el pecado que moran en mí y que tienen todo el dominio sobre mi razón, oscureciendo mi entendimiento y pervirtiendo mi juicio; para lo cual hay condenación en la ley, pero no cura. Así encontramos aquí que hay un principio en el hombre no regenerado más fuerte que la razón misma; un principio que, propiamente hablando, no es de la esencia del alma, sino que actúa en ella, como su señor, o como un tirano. Este es un pecado innato y que mora en nosotros: la simiente de la serpiente; por lo cual toda el alma se oscurece, confunde, pervierte y excita a la rebelión contra Dios.
Ya no soy yo quien lo hace - Este es evidentemente un lenguaje figurado, porque es realmente el
hombre el que peca cuando se comete el mal. Pero el apóstol hace una distinción
entre el pecado y lo que quiere decir con el pronombre “yo”. Por lo primero
evidentemente se refiere a su naturaleza corrupta. Con esto último se refiere a
su naturaleza renovada, a sus principios cristianos. Quiere decir que no lo
aprueba ni lo ama en su estado actual, sino que es el resultado de sus
propensiones y pasiones innatas. En su corazón, conciencia y sentimiento
habitual, no eligió cometer pecado, sino que lo aborreció. Así, todo cristiano puede decir que no elige hacer el mal, sino que
desearía ser perfecto; que odia el pecado y, sin embargo, sus pasiones
corruptas lo desvían.
Mis pasiones corruptas y propensiones nativas.
Morando en mí como su hogar. Esta es una expresión fuerte, que denota que el pecado se había instalado en la mente
y moraba allí. Todavía no se había desalojado por completo. Esta
expresión contrasta con otra que ocurre, donde se dice que “el Espíritu de Dios mora” en el cristiano,
Romanos_8:9; 1Corintios_3:16. El sentido es que está fuertemente influenciado
por el pecado por un lado, y por el Espíritu por el otro. De esta expresión ha
surgido la frase tan común entre los cristianos, el pecado que habita en
nosotros.
He aprendido por experiencia que en un hombre
no regenerado no hay bien. No hay principio por el cual el alma pueda ser
llevada a la luz; ningún principio por el cual pueda ser restaurado a la
pureza: solo prevalecen los apetitos carnales; y el bruto huye con el hombre.
Aunque toda el alma ha sufrido
indescriptiblemente por la Caída, hay algunas facultades que parecen haber
sufrido menos que otras; o más bien han recibido mayores medidas de la luz
sobrenatural, porque su concurrencia con el principio Divino es tan necesaria
para la salvación del alma. Incluso los más despreocupados por las cosas
espirituales tienen entendimiento, juicio, razón y voluntad. Y por
medio de estos hemos visto incluso a los que se burlan de la revelación divina
llegar a ser muy eminentes en las artes y las ciencias; algunos de nuestros
mejores metafísicos, médicos, matemáticos, astrónomos, químicos, etc., han sido
conocidos -para su reproche sea dicho y publicado- sin religión; es más, algunos
de ellos la han blasfemado, dejando a Dios fuera de su propia obra, y
atribuyendo a un ídolo propio, al que llaman naturaleza, las operaciones de la
sabiduría, poder y bondad del Altísimo. Es cierto que muchos de los más
eminentes en todas las ramas del conocimiento antes mencionadas han sido
creyentes concienzudos en la revelación divina; pero el caso de los demás
prueba que, caído como está el hombre, posee poderes extraordinarios, que son
capaces de cultivar y mejorar muy alto. En resumen, el alma parece capaz de cualquier cosa menos de conocer, temer, amar y
servir a Dios. Y no sólo es incapaz, por sí mismo, de ningún acto
verdaderamente religioso; pero lo que muestra su caída de la manera más
indiscutible es su enemistad con las cosas sagradas. Que un hombre no
regenerado finja lo que le plazca, su conciencia sabe que odia la religión; su
alma se rebela contra ella; su mente carnal no está sujeta a la ley de Dios, ni
tampoco puede estarlo. No se puede reducir este principio inicuo a la sujeción;
es Pecado, y pecado es rebelión contra Dios; por tanto, el pecado debe ser
destruido, no sujeto; si se sometiera, dejaría de ser pecado, porque el pecado
está en oposición a Dios: por eso el apóstol dice, de manera más concluyente,
que no puede ser sometido, es decir, debe ser destruido, o destruirá el alma
para siempre.
Cuando el apóstol dice que el querer está
presente en mí, muestra que la voluntad está del lado de Dios y de la verdad,
en cuanto que consiente en la conveniencia y necesidad de la obediencia. Se ha
levantado un extraño clamor contra esta facultad del alma, como si en ella
habitara la esencia misma del mal; mientras que el apóstol muestra, a lo largo
de este capítulo, que la voluntad estaba regularmente del lado de Dios,
mientras que todas las demás facultades parecen haber estado en contra de él. La verdad es que los hombres han confundido
la voluntad con las pasiones, y han puesto a cargo de la primera lo que
pertenece propiamente a la segunda. La
voluntad es correcta, pero las pasiones están equivocadas. Discierne y
aprueba, pero no tiene capacidad para realizar: no tiene poder sobre los
apetitos sensuales; en estos mora el principio de la rebelión: anula el mal,
quiere el bien, pero sólo puede mandar por el poder de la gracia divina: pero esto
la persona en cuestión, el hombre no regenerado, no lo ha recibido.
En mi naturaleza no renovada; en mis
propensiones e inclinaciones antes de la conversión. ¿No muestra esta expresión
calificativa que en esta discusión estaba hablando de sí mismo como un hombre
renovado? Por lo tanto, tiene cuidado de dar a entender que en ese momento
había en él algo que era correcto o aceptable ante Dios, pero que no le
pertenecía por naturaleza.
Su alma estaba totalmente ocupada por lo que
era malo. Se había apoderado por completo.
Nada bueno:
no podría haber una expresión más fuerte de creencia en la doctrina de la
depravación total. Es la propia representación de Pablo de sí mismo. Prueba que
su corazón era totalmente malo. Y si esto era verdad para él, es verdad para
todos los demás. Es una buena manera de examinarnos a nosotros mismos, de
averiguar si tenemos tal visión de nuestro propio carácter nativo como para
decir que sabemos que en nuestra carne no mora nada bueno. El sentido aquí es
que en lo que se refiere a la carne, es decir, con respecto a sus inclinaciones
y deseos naturales, no había nada bueno; todo estaba mal. Esto fue cierto en toda su conducta antes de la conversión, donde
los deseos de la carne reinaban y se amotinaban sin control; y era cierto después de la conversión,
en lo que respecta a las inclinaciones y propensiones naturales de la carne.
Todas esas operaciones en cada etapa fueron malas, y no menos malas porque se
experimentan bajo la luz y en medio de las influencias del evangelio.
El propósito uniforme, regular y habitual de
la mente del cristiano es hacer lo correcto. Los obstáculos no son naturales,
sino los que surgen de una larga indulgencia en el pecado; la fuerte propensión
nativa al mal.
No hay un hombre entre diez millones que
observe cuidadosamente las operaciones de esta facultad, que la encuentre
opuesta al bien y obstinadamente unida al mal, como generalmente se supone. Es
más, se encuentra casi uniformemente del lado de Dios, mientras que todo el
sistema sensual está en su contra. - No es la Voluntad la que extravía a los
hombres; sino las pasiones corruptas que se oponen y oprimen la voluntad. Es
verdaderamente asombroso en cuántos errores innumerables han caído los hombres
en este punto, y qué sistemas de divinidad se han construido sobre estos
errores. La voluntad, esa casi única
amiga de Dios en el alma humana, ha sido calumniada como la peor enemiga de
Dios, ¡y hasta por aquellos que tenían ante sus ojos el capítulo séptimo de los
Romanos! No, se ha considerado tan enemigo de Dios y de la bondad que
está atado con las cadenas diamantinas de una terrible necesidad de hacer
solamente el mal; y la doctrina de la voluntad (absurdamente llamada libre
albedrío, como si la voluntad no implicara esencialmente lo que es libre) ha
sido considerada una de las herejías más destructivas. Que tales personas se
pongan a la escuela con sus Biblias y con el sentido común.
El estado claro del caso es este: el alma está
tan completamente caída, que no tiene poder para hacer el bien hasta que recibe
ese poder de lo alto. Pero tiene poder para ver el bien, para distinguir entre
eso y el mal; reconocer la excelencia de este bien, y quererlo, desde la
convicción de esa excelencia; pero más lejos no puede ir. Sin embargo, en varios
casos, se solicita y consiente en pecar; y por ser voluntad, esto es, por ser
principio libre, debe poseer necesariamente esta potencia; y aunque no puede
hacer ningún bien a menos que reciba la gracia de Dios, es imposible forzarlo a
pecar. Incluso el mismo Satanás no puede hacer esto; y antes de que pueda
hacerlo pecar, debe obtener su consentimiento. Así Dios en su infinita
misericordia ha dotado a esta facultad de un poder en el cual, humanamente
hablando, reside la salvación del alma; y sin esto el alma debe haber
continuado eternamente bajo el poder del pecado, o haberse salvado como una
máquina inerte, absolutamente pasiva; cuya suposición iría casi a probar que
era tan incapaz del vicio como de la virtud.
“Pero, ¿no destruye este argumento la doctrina
de la gracia inmerecida?” ¡No! establece esa doctrina.
1. Es por la gracia, la bondad inmerecida de
Dios, que el alma tiene tal facultad, y que no ha sido extinguida por el
pecado.
2. Esta voluntad, aunque es un principio
libre, en lo que respecta a anular el mal y escoger el bien, sin embargo,
propiamente hablando, no tiene poder por el cual pueda subyugar el mal o
realizar el bien.
Sabemos que el ojo tiene el poder de discernir
los objetos, pero sin luz este poder es perfectamente inútil, y ningún objeto
puede ser discernido por él. Así, de la persona aquí representada por el
apóstol, se dice: El querer está presente en mí, το γαρ θελειν παρακειται μοι.
El querer está siempre listo, está siempre a mano, está constantemente ante mí;
pero cómo realizar lo que es bueno, no lo encuentro; es decir, el hombre no es
regenerado y busca la justificación y la santidad de la ley. La ley nunca fue
diseñada para dar estos - da el conocimiento, no la cura del pecado; por lo
tanto, aunque anule el mal y quiera el bien, no puede vencer el uno ni realizar el otro hasta que reciba la
gracia de Cristo, hasta que busque y encuentre la redención en su sangre.
Ya no
soy yo, mi voluntad está en contra; mi razón y mi conciencia lo condenan. Pero
el pecado que mora en mí, el principio del pecado, que se ha apoderado de todos
mis apetitos y pasiones carnales, y así somete mi razón y domina mi alma. Por
lo tanto, estoy en perpetua contradicción conmigo mismo. Dos principios luchan
continuamente en mí por el dominio: mi razón, sobre la cual resplandece la luz
de Dios, para mostrar lo que es malo; y mis pasiones, en las que obra el
principio del pecado, para dar fruto de muerte.
Hay una ley cuya operación experimento cada vez que intento hacer el
bien. Ha habido varias opiniones sobre el significado de la palabra “ley” en
este lugar. Es evidente que se usa aquí en un sentido algo inusual. Pero
conserva la noción que comúnmente se le atribuye de lo que ata o controla. Y
aunque esto a lo que se refiere difiere de una ley, en cuanto que no es
impuesta por un superior, que es la idea habitual de una ley, sin embargo,
tiene el sentido de ley en la medida en que obliga, controla, influye o es
aquello a lo que estaba sujeto. No puede haber duda de que se refiere aquí a su
naturaleza carnal y corrupta; a las malas propensiones y disposiciones que lo
estaban descarriando. El representar esto como una ley está de acuerdo con todo
lo que dice de él, que es servidumbre, que está sujeto a ella y que impide sus
esfuerzos por ser santo y puro. El significado es este: “Encuentro un hábito,
una propensión, una influencia de pasiones y deseos corruptos que, cuando
quiero hacer lo correcto, impiden mi progreso y me impiden lograr lo que
quiero”. Todo cristiano está tan familiarizado con esto como lo estaba el
apóstol Pablo.
Se pone en marcha espontáneo y no deseado.
Está en el camino, y nunca nos abandona, sino que siempre está lista para
impedir nuestro camino y apartarnos de nuestros buenos designios; compárese con
Salmo 65:3, “Las iniquidades prevalecen contra mí”. El sentido es que hacer el
mal es agradable a nuestras fuertes inclinaciones y pasiones naturales.
Porque me deleito - La palabra usada aquí
Συνήδομαι Sunēdomai, no aparece en ninguna otra parte del Nuevo Testamento.
Propiamente significa regocijarse con cualquiera; y expresa no sólo la
aprobación del entendimiento, como la expresión, “consiento en la ley,” en Romanos
7:16, sino más que eso, denota placer sensible en el corazón. Indica no sólo
asentimiento intelectual, sino emoción, una emoción de placer en la contemplación
de la Ley. Y esto muestra que el apóstol no está hablando de un hombre no
renovado. De tal hombre podría decirse que su conciencia aprobaba la Ley; que
su entendimiento estaba convencido de que la Ley era buena; pero nunca ocurrió
todavía que un pecador impenitente encontrara emociones de placer en la
contemplación de la Ley pura y espiritual de Dios. Si esta expresión puede
aplicarse a un hombre no renovado, tal vez no haya ni una sola marca de una
mente piadosa que no pueda aplicarse con igual propiedad. Es el modo natural,
obvio y habitual de denotar los sentimientos de piedad, un asentimiento a la
Ley divina seguido de emociones de sensible deleite en la contemplación. Salmo
119:97, “¡Oh, cuánto amo yo tu ley; Es mi meditación todo el día." Salmos 1:2,
“sino que en la ley de Jehová está su delicia.”
La palabra "ley" aquí se usa en un
sentido amplio, para denotar todas las comunicaciones que Dios había hecho para
controlar al hombre. El sentido es que el apóstol estaba complacido con el
todo. Una señal de piedad genuina es estar complacido con la totalidad de los
requisitos divinos.
La expresión “el hombre interior” se usa a
veces para denotar la parte racional del hombre en oposición a la sensual; a
veces la mente en oposición al cuerpo (2Corintios 4:16; 1Pedro 3:4). Por lo
tanto, es utilizado por los escritores clásicos griegos. Aquí se usa
evidentemente en oposición a una naturaleza carnal y corrupta; a las malas
pasiones y deseos del alma en un estado no renovado; a lo que en otra parte se
llama “el hombre viejo que se corrompe según las concupiscencias engañosas”.
Efesios 4:22. El “hombre interior” es llamado en otra parte “el nuevo hombre” Efesios_4:24;
y no denota el mero intelecto o la conciencia, sino que es una personificación
de los principios de acción por los cuales se gobierna un cristiano; la nueva
naturaleza; la santa disposición; la inclinación del corazón que se renueva.
Todo judío, y todo hombre no regenerado, que
recibe el Antiguo Testamento como una revelación de Dios, debe reconocer la
gran pureza, excelencia y utilidad de sus máximas, etc., aunque quiera
encuentre siempre que sin la gracia de nuestro Señor Jesús nunca podrá actuar
de acuerdo con esas máximas celestiales; y sin la misericordia de Dios, nunca
puede ser redimido de la maldición que pesa sobre él por sus transgresiones
pasadas. Decir que el hombre interior significa la parte regenerada del alma,
no es sustentable por ningún argumento. Ὁ εσω ανθρωπος, y ὁ εντος ανθρωπος,
especialmente la última, son expresiones de uso frecuente entre los escritores
de ética griegos más puros, para significar el alma o parte racional del
hombre, en oposición al cuerpo de carne.
Los
judíos tienen la misma forma de expresión; así en Yalcut Rubeni, fol. 10, 3, se
dice: La carne es la vestidura interior del hombre; pero el Espíritu es el hombre
Interior, cuya vestidura es el cuerpo; y San Pablo usa la frase precisamente en
el mismo sentido en 2 Corintios 4:16 y Efesios 3:16. Si se dice que es
imposible para un hombre no regenerado deleitarse en la ley de Dios, la
experiencia de millones contradice la afirmación. Todo verdadero penitente
admira la ley moral, anhela fervientemente una conformidad con ella y siente
que nunca podrá estar satisfecho hasta que despierte a esta semejanza divina; y
se odia a sí mismo, porque siente que lo ha quebrantado, y que sus malas
pasiones están todavía en un estado de hostilidad hacia él.
Las siguientes observaciones de un piadoso y
sensato escritor sobre este tema no pueden ser inaceptables: “El hombre
interior siempre significa la mente; que puede o no ser objeto de la gracia. Lo
que se afirma del hombre interior o del exterior, a menudo lo realiza un
miembro o poder, y no con el todo. Si algún miembro del cuerpo realiza una
acción, se dice que la hacemos con el cuerpo, aunque los demás miembros no
estén empleados. Del mismo modo, si se emplea algún poder o facultad de la
mente en alguna acción, se dice que el alma actúa. Esta expresión, por tanto,
me deleito en la ley de Dios según el hombre interior, no puede significar más
que esto, que hay algunas facultades internas en el alma que se deleitan en la
ley de Dios. Esta expresión se adapta particularmente a los principios de los
fariseos, de los cuales San Pablo era uno antes de su conversión. Recibieron la
ley como los oráculos de Dios, y confesaron que merecía la consideración más
seria. Su veneración estaba inspirada por un sentido de su original y una plena
convicción de que era verdadero. A algunas partes de él les prestaron la más
supersticiosa consideración. Lo tenían escrito en sus filacterias, que llevaban
consigo en todo momento. A menudo se leía y exponía en sus sinagogas: y se
deleitaban en estudiar sus preceptos. Por eso, tanto los profetas como nuestro
Señor concuerdan en decir que se deleitaron en la ley de Dios, aunque no
consideraron sus principales y más esenciales preceptos
Lejos, pues, de ser cierto que nadie sino un
hombre regenerado puede deleitarse en la ley de Dios, encontramos que incluso
un fariseo orgulloso y sin humildad puede hacerlo; y mucho más un pobre
pecador, que se humilla bajo el sentido de su pecado, y ve, a la luz de Dios,
no sólo la espiritualidad, sino la excelencia de la ley divina.
Pero
veo otra ley en mis miembros: aunque la persona en cuestión esté más o menos bajo la influencia
continua de la razón y la conciencia, que ofrecen un testimonio constante
contra el pecado, mientras que la ayuda se busca solo en la ley y la gracia de
Cristo en el Evangelio no es recibido, las amonestaciones de la razón y la
conciencia quedan sin efecto por el predominio de las pasiones pecaminosas; los
cuales, de repetidas gratificaciones, han adquirido toda la fuerza del hábito,
y ahora dan ley a todo el hombre carnal.
Luchando
contra la ley de mi mente -
Aquí hay una alusión al caso de una ciudad sitiada, finalmente tomada por
asalto, y sus habitantes llevados al cautiverio; αντιστρατευομενον, llevar a
cabo un sistema de guerra; poniendo sitio continuo al alma; repitiendo
incesantemente sus ataques; acosar, golpear y asaltar el espíritu; y, por todos
estos asaltos, reduciendo al hombre a la miseria extrema. Nunca hubo un cuadro
más impresionantemente dibujado y más eficazmente terminado; porque la
siguiente oración muestra que esta ciudad espiritual fue finalmente tomada por
asalto, y los habitantes que sobrevivieron al saqueo fueron llevados al
cautiverio más vergonzoso, doloroso y opresivo.
Llevándome
cautivo a la ley del pecado -
Él no habla aquí de una ventaja ocasional ganada por el pecado, fue una victoria
completa y final ganada por la corrupción; que, habiendo asaltado y reducido la
ciudad, llevó a los habitantes con fuerza irresistible, al cautiverio. Esta es
la consecuencia de ser vencido; ahora estaba en manos del enemigo como cautivo
legítimo del vencedor; y este es el significado de la palabra original,
αιχμαλωτιζοντα, y es el mismo término usado por nuestro Señor cuando habla de
la ruina final, la dispersión y el cautiverio de los judíos. Él dice,
αιχμαλωτισθησονται, serán llevados cautivos a todas las naciones, Lucas_21:24.
Considerando
todo lo leído, ¿Quién podrá aplicarlo al alma santa del apóstol de los
gentiles? ¿Hay algo en él que pueda pertenecer a su estado de gracia? Seguramente nada. El más vil esclavo del
pecado, al que le queden frenos de conciencia, no puede ser llevado a peor
estado que el descrito aquí por el apóstol. El pecado y la corrupción tienen un
triunfo final; y la conciencia y la razón son hechas prisioneras, encadenadas y
vendidas como esclavas.
En mis miembros - En mi cuerpo; en mi carne;
en mis propensiones corruptas y pecaminosas; El cuerpo está compuesto de muchos
miembros; y como la carne es considerada como la fuente del pecado Romanos 7:18,
se dice que la ley del pecado está en los miembros, es decir, en el cuerpo
mismo.
La
ley de mi mente - Esto se opone a las inclinaciones prevalecientes de una
naturaleza corrupta. Significa
lo mismo que fue expresado por la frase “el hombre interior”, y denota los
deseos y propósitos de un corazón renovado y llevándome en cautiverio,
haciéndome prisionero o cautivo. Esta es la finalización de la figura con
respecto a la guerra. Un cautivo tomado en la guerra estaba a disposición del
vencedor. De modo que el apóstol se presenta a sí mismo como comprometido en
una guerra; y como vencido, y hecho cautivo involuntario a las malas
inclinaciones del corazón. La expresión es fuerte; y denota fuertes propensiones
corruptas. Pero aunque fuerte, se cree que es un lenguaje que todos los
cristianos sinceros pueden adoptar por sí mismos, como expresión de ese
conflicto doloroso ya menudo desastroso en sus corazones cuando luchan contra
las propensiones innatas de sus corazones.
¡Miserable
de mí! - El sentimiento que implica este lamento es el resultado de este
doloroso conflicto; y esta sujeción frecuente a propensiones pecaminosas. El
efecto de este conflicto es,
(1) Para
producir dolor y angustia. A menudo es una lucha angustiosa entre el bien y
el mal; una lucha que perturba la paz y hace la vida miserable.
(2) Tiende
a producir humildad. Es humillante para el hombre estar así bajo la
influencia de malas pasiones. Es degradante para su naturaleza; una mancha en
su gloria; y tiende a hacerlo caer en el polvo, que está bajo el control de
tales propensiones, y tan a menudo les da indulgencia. En tales circunstancias,
la mente se siente abrumada por la miseria e instintivamente suspira de alivio.
¿Puede la Ley ayudar? ¿Puede el hombre ayudar? ¿Puede ayudar alguna fuerza
innata de la conciencia o de la razón? En vano se prueba todo esto, y luego el
cristiano consiente tranquila y agradecidamente en los consuelos del apóstol,
que la ayuda sólo puede obtenerse a
través de Jesucristo.
¿Quién me librará? ¿Quién me rescatará? la
condición de una mente en profunda angustia, y consciente de su propia
debilidad, y en busca de ayuda.
El cuerpo de esta muerte - La expresión “cuerpo de esta muerte” es un
hebraísmo, que denota un cuerpo mortal en su tendencia; y toda la expresión
puede significar los principios corruptos del hombre; los afectos carnales,
malos, que conducen a la muerte o a la condenación. La expresión es de gran
fuerza y fuertemente característica del apóstol Pablo. Esto indica,
(1)
Que estaba cerca de él, asistiéndolo, y era angustioso en su naturaleza.
(2)
Un deseo ferviente de ser librado de ella.
Algunos han supuesto que se refiere a una costumbre practicada por los antiguos tiranos, de
atar un cadáver a un cautivo como castigo, y obligarlo a arrastrar la pesada y
ofensiva carga consigo donde quiera que fuera. Pero tal hecho puede usarse como una
ilustración llamativa y tal vez no impropia del significado del apóstol aquí. Ninguna fuerza de palabras podría expresar
un sentimiento más profundo; ninguno indica con más sentimiento la necesidad de
la gracia de Dios para lograr aquello para lo cual los poderes humanos por sí
solos son incompetentes.
Naturalmente, podemos suponer que el grito de
tal persona sería: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cadáver? ¡Y qué
bien se aplica esto al caso de la persona a quien se refiere el apóstol! Un
cuerpo, toda una masa de pecado y corrupción, estaba atado a su alma con
cadenas que no podía romper; y el contagio mortal, transfundido por toda su
naturaleza, lo oprimía a las amargas penas de una muerte eterna. Ahora descubre
que la ley no puede proporcionarle ninguna liberación; y desespera de ayuda de
cualquier ser humano; pero mientras está
emitiendo su último, o casi expirando, gemido, se le anuncia la redención por
Cristo Jesús; y, si el apóstol se refiere a su propio caso, Ananías lo
aborda inesperadamente con: ¡Hermano Saulo! el Señor Jesús, que se te apareció
en el camino, me ha enviado a ti para que recobres la vista y seas lleno del
Espíritu Santo. Ve entonces una puerta
abierta de esperanza, e inmediatamente, aunque en la perspectiva de esta
liberación, da gracias a Dios por la esperanza bien fundada que tiene de la
salvación, por Jesucristo nuestro Señor.
Lo que la conciencia no pudo hacer, lo que la
Ley no pudo hacer, lo que la fuerza humana sola no pudo hacer, ha sido
realizado por el plan del evangelio; y se puede esperar la liberación completa
allí, y solo allí. Este es el punto al que había tendido todo su razonamiento;
y habiendo así demostrado que la Ley era insuficiente para efectuar esta
liberación ahora está preparado para pronunciar el lenguaje del agradecimiento
cristiano de que puede ser efectuado por el evangelio. La superioridad del
evangelio sobre la Ley para vencer todos los males bajo los cuales el hombre se
fatiga, queda así triunfalmente establecida;
Entonces, como resultado de toda la
investigación, hemos llegado a esta conclusión.
(1) Una visión del triste y doloroso conflicto
entre el pecado y Dios. Se oponen en todas las cosas.
(2) Vemos el efecto devastador del pecado en
el alma. En todas las circunstancias tiende a la muerte y al dolor.
(3) Vemos la debilidad de la Ley y de la
conciencia para vencer esto. La tendencia de ambos es producir conflicto y
aflicción.
(4) Vemos que sólo el evangelio de Jesucristo puede vencer el
pecado. Para nosotros debe ser un tema de gratitud cada vez mayor, que lo que
no pudo ser realizado por la Ley, puede ser realizado por el evangelio; y que
Dios ha ideado un plan de Redención que así efectúa la liberación completa, y
que da al cautivo en el pecado un triunfo eterno.
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