A raíz de una predicación escuchada a un siervo de
Dios, me impactó sobremanera cuando después habló de Simón el mago y preguntó a
los asistentes si éste era convertido o convencido. Con la ayuda del Señor me
propuse estudiar Hechos 8; 9-24 para discernir su enseñanza también a la luz
de:
Mateo 7:15 Guardaos de
los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por
dentro son lobos rapaces. 16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen
uvas de los espinos, o higos de los abrojos? 17
Así, todo buen árbol da buenos
frutos, pero el árbol malo da frutos
malos. 18 No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar
frutos buenos. 19 Todo árbol que no da
buen fruto, es cortado y echado en el fuego.20
Así que, por sus frutos los
conoceréis. 21 No todo el que me
dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22
Muchos me dirán en aquel día:
Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera
demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y
entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.
Había falsos profetas en los tiempos antiguos, pero
también en los del Nuevo Testamento. Mateo se escribió hacia el año 85 d.C., y
en aquel tiempo los profetas eran todavía una institución en la Iglesia. No
tenían residencia fija, porque lo habían dejado todo para asumir un ministerio
ambulante llevando a las iglesias el mensaje que habían recibido directamente
de Dios.
En el mejor de los casos, los profetas eran la inspiración de la Iglesia, porque eran personas que lo habían dejado todo para servir a Dios y a la Iglesia de Dios; pero el oficio de profeta se prestaba a abusos. Había quienes lo usaban para ganar prestigio y para abusar de la generosidad de las congregaciones locales, y darse así una vida confortable, y hasta de regalada pereza.
La Didajé fue el primer libro de orden eclesiástico;
data de alrededor del año 100 d.C.; y sus disposiciones acerca de estos
profetas itinerantes son muy iluminadoras. A un verdadero profeta había que
mostrarle respeto; se le debía recibir de buena gana; no había que menospreciar
nunca su palabra, ni limitar su libertad nunca; pero "se quedará un día,
o, si es necesario, también otro; pero si se queda tres días, es un falso
profeta.» No debe pedir nunca nada más que pan. «Si pide dinero, es un falso
profeta.» Todos los que se presentaban como profetas pretendían hablar en el Espíritu;
pero había una prueba ácida: "Se distinguirán los verdaderos profetas de
los falsos por su carácter.» «Todo profeta que enseña la verdad, si no hace lo
que enseña, es un falso profeta.» Si un profeta, pretendiendo hablar en el
Espíritu, manda que le pongan la mesa y le presenten una comida, es un falso
profeta. «A quienquiera que diga en el Espíritu: "Dadme dinero o cualquier
otra cosa," no le hagáis caso; pero si os dice que deis a otros que tienen
necesidad, que nadie le juzgue.» Si un forastero llega a una congregación y
quiere quedarse allí, si tiene un oficio, «que trabaje y coma.» Si no tiene
oficio, «considerad con sabiduría cómo puede vivir entre vosotros como
cristiano, pero no inactivo... Y si no quiere hacerlo así, está comerciando con
Cristo. Cuidado con los tales» (Didajé, capítulos 11 y 12).
La historia antigua y los acontecimientos
contemporáneos hacían que las palabras de Jesús tuvieran mucho sentido para los
que las oyeron por primera vez, y para aquellos a los que Mateo se las
transmitió.
Los judíos, los griegos y los Romanos, todos usaban la idea de que a un árbol se le juzga por sus frutos. Un proverbio decía: «Como la raíz, así el fruto.» Epicteto había de decir más adelante: "¿Cómo podrá una cepa no crecer como tal sino como un olivo; o, cómo podrá un olivo no crecer como tal sino como una vid?» (Epicteto, Discursos 2:20). Séneca declaraba que el bien no puede crecer del mal como tampoco puede salir una higuera de una aceituna.
Pero todavía hay aquí más de lo que parece a simple
vista. «Seguro que no se cosechan uvas en los espinos,» decía Jesús. Hay una
clase de espino, el espino cerval, que produce unas bayas pequeñas y negras que
parecen uvas pequeñas. «Ni higos en los cardos.» Hay una especie de cardo que
tiene una flor que por lo menos a cierta distancia, se podría tomar por un higo
chumbo.
La lección es real, relevante, y salutífera. Puede que
haya una semejanza superficial entre un verdadero y un falso profeta. El falso
profeta puede que lleve la vestimenta correcta y use el lenguaje
característico; pero no se puede sustentar la vida con las bayas del espino
cerval o las flores del cardo; y la vida del alma nunca se puede sustentar con
el alimento que ofrece un falso profeta. La verdadera prueba de cualquier
enseñanza es: ¿Fortalece a una persona para sobrellevar las cargas de la vida,
y para recorrer el camino del deber?
Fijémonos, pues, en los falsos profetas y veamos sus
características. Si el camino es difícil y la puerta es tan estrecha que es
difícil encontrarla, entonces debemos tener cuidado de obtener maestros que nos
ayuden a encontrarla, y no que nos seduzcan para que entremos por otra.
El defecto básico del falso profeta es el propio
interés. El verdadero pastor tiene más cuidado del rebaño que de su propia
vida; el lobo no se cuida más que de satisfacer su propia codicia y glotonería.
El falso profeta está en el negocio de la enseñanza, no por lo que pueda
aportar a otros, sino por lo que pueda sacar para sí mismo.
Los judíos eran sensibles a este peligro. Los rabinos
eran los maestros judíos; pero era un principio cardinal de la Ley judía que un
rabino debía tener un oficio con el que ganarse la vida, y no podía recibir un
sueldo por enseñar en ningunas circunstancias.
Rabí Sadok decía: "No hagas del conocimiento de
la Ley, ni una corona para presumir, ni una azada para cavar.» Hillel decía:
"El que usa la corona de la Ley con fines externos, se desvanece.» Los
judíos conocían muy bien al maestro que usaba su enseñanza en beneficio propio
y para obtener provecho para sí mismo. Hay tres maneras en las que un maestro
puede estar dominado por el interés propio.
(i) Puede que enseñe solamente por la ganancia. Se
dice que había problemas en la iglesia de Ecclefechan, donde el padre de
Carlyle era anciano. Hubo una disputa entre la congregación y el pastor por el
asunto del dinero y el sueldo. Cuando ya se había dicho casi todo por ambas
partes, el padre de Carlyle se levantó y lanzó una sentencia devastadora:
«Dadle al asalariado su salario, y que se vaya.» No se puede vivir del aire, y
pocas personas pueden cumplir perfectamente con su trabajo cuando la presión de
las cosas materiales las abruma; pero el gran privilegio de la enseñanza no
está en el sueldo que proporciona, sino en el encanto de abrir las mentes de
chicos y chicas y de hombres y mujeres a la verdad.
(ii) Puede que enseñe solamente por prestigio. Puede
que uno enseñe principalmente para ayudar a otros, pero también que enseñe para
hacer gala de lo listo que es. Denney dijo una vez algo salvaje: «Nadie puede
demostrar al mismo tiempo que es muy listo y que Cristo es poderoso para
salvar.» El prestigio es lo último que desean los grandes maestros. J. P. Ruthers era un santo de Dios. Pasó toda su vida al servicio de una pequeña
iglesia reformada presbiteriana, cuando podría haber ocupado cualquier púlpito
famoso del país. La gente le adoraba, y tanto más cuanto más le conocía. Dos
hombres estaban hablando acerca de él. Uno sabía todo lo que Ruthers había
hecho, pero no le conocía personalmente. Recordando el santo ministerio de
StRuthers, dijo: «Ruthers tendrá un asiento en primera línea en el Reino del
Cielo.» El otro, que había conocido a Ruthers personalmente le contestó:
«Ruthers se sentiría muy incómodo en un asiento de primera fila en cualquier
sitio.» Hay cierta clase de maestro y de predicador que usará su mensaje para
encumbrarse. El falso profeta está interesado en hacer alarde de sí mismo; el
verdadero profeta desea desaparecer tras el mensaje.
(iii) Puede que enseñe solamente para transmitir sus
propias ideas. El falso profeta no quiere más que diseminar su versión de la
verdad; el verdadero profeta no quiere más que proclamar la verdad de Dios. La
verdad es que todos debemos pensarnos las cosas por nosotros mismos; pero se
decía de John Brown de Haddington -el antepasado escocés de la querida familia
evangélica española Fliedner- que, cuando predicaba, de vez en cuando hacía una
pausa «como si estuviera escuchando una voz.» El verdadero profeta escucha a
Dios antes de hablar a los hombres. Nunca olvida que él no es nada más que una
voz que habla de parte de Dios y un canal por el que puede fluir hacia los
hombres la gracia de Dios. La obligación de un maestro y de un predicador es
llevar a los hombres, no su idea privada y personal de la verdad, sino la
verdad tal como se encuentra en Jesucristo.
Este pasaje tiene mucho que decir acerca de los malos
frutos de los falsos profetas. ¿Cuáles son los efectos negativos, los malos
frutos, que puede producir un falso profeta?
(i) La enseñanza es falsa si produce una religión que
consiste exclusiva o principalmente en la observancia de cosas externas. Eso
era lo malo de los escribas y fariseos. Para ellos la religión consistía en la
observancia de la ley ceremonial. Si uno cumplía el ceremonial correcto del lavamiento
de manos, si nunca llevaba en sábado un peso superior a dos higos secos, si
nunca andaba el sábado más de la distancia prescrita, si era meticuloso en dar
los diezmos de todo, hasta de las especias de su huerto, entonces era una buena
persona.
Es fácil confundir la religión con las prácticas
religiosas. Es posible -y desgraciadamente no infrecuente- enseñar que la
religión consiste en ir a la iglesia, observar el Día del Señor, cumplir las
obligaciones económicas personales con la iglesia y leer la Biblia. Puede que
uno haga todas esas cosas y esté muy lejos de ser cristiano, porque el
Cristianismo es una actitud del corazón hacia Dios y hacia nuestros semejantes.
(ii) La enseñanza es falsa si produce una religión que
consiste en prohibiciones. Cualquier religión que se basa en una serie de «no
harás» es una religión falsa. Hay un tipo de maestro que le dice a la persona
que ha emprendido el camino cristiano: «Desde ahora en adelante, no irás más al
cine, ni al baile; desde ahora en adelante no fumarás ni te pintarás; desde
ahora en adelante no leerás ninguna novela ni ningún periódico del domingo;
desde ahora en adelante no entrarás en ningún teatro.» Si se pudiera ser
cristiano simplemente absteniéndose de hacer ciertas cosas, el Cristianismo
sería una religión más fácil de lo que es. Pero toda la esencia del
Cristianismo es que no consiste en no hacer cosas, sino en hacer cosas. Un
Cristianismo negativo por nuestra parte no puede nunca ser la respuesta al amor
positivo de Dios. .
(iii) Una enseñanza es falsa si produce una religión
fácit: Había falsos maestros en-los días de Pablo, un eco de cuya enseñanza
podemos percibir en Romanos 6. Le decían a Pablo: «¿Tú crees que la gracia de
Dios es la cosa más grande del universo?» "Sí.» "¿Tú crees que la
gracia de Dios es suficientemente amplia para cubrir cualquier pecado?»
"Sí.» «Bueno; pues entonces, si así están las cosas, sigamos pecando a
gusto: Dios nos perdonará. Y, después de todo, nuestro pecado no está más que
dándole a la maravillosa gracia de Dios una oportunidad de operar.» Una
religión así es una parodia de la religión, porque insulta el amor de Dios.
Cualquier enseñanza que le quita a la religión la
firmeza de la roca, cualquier enseñanza que excluye la Cruz del Cristo y Su
Resurrección, cualquier enseñanza que elimina la amenaza de la voz de Cristo,
cualquier enseñanza que pone el juicio fuera de la perspectiva y que hace que
la gente piense con ligereza en el pecado es una enseñanza falsa.
(iv) Una enseñanza es falsa cuando divorcia la
religión y la vida. Cualquier enseñanza que aparta al cristiano de la vida y de
la actividad del mundo es falsa. Ese fue el error que hicieron los monjes y los
ermitaños. Creían que para vivir la vida cristiana tenían que retirarse a un
desierto o a un monasterio, que tenían que escindirse de la vida absorbente y
tentadora del mundo, que no podían ser verdaderos cristianos si no dejaban de
vivir en el mundo. Jesús dijo, y pidió al Padre para sus discípulos: "No
Te pido que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno» (Juan 17:15). Hemos sabido, por ejemplo, de un periodista que tenía dificultad en
mantener sus principios cristianos en el trabajo de un diario, y que lo dejó
para entrar en un periódico exclusivamente religioso.
Ninguno puede ser un buen soldado si no hace más que
huir, y el cristiano es un soldado de Cristo. ¿Cómo podrá cumplir su misión la
levadura si se niega a introducirse en la masa? ¿Para qué sirve el testimonio a
menos que se dirija a los que no creen? Cualquier enseñanza que anima a las
personas a sentarse en lo que llamaba John Mackay, el autor de El otro Cristo
español, "un palco desde el que se ve la vida» es equivocada. El puesto
del cristiano no es el de un mero espectador sino en medio de la refriega de la
vida.
(v) Una enseñanza es falsa si produce una religión
arrogante y separatista. La misión de la religión no es erigir paredes
separatistas, sino derribarlas. El sueño de Jesucristo era que hubiera un solo
rebaño y un solo Pastor (Juan 10:16 ). El exclusivismo denominacional no es una
cualidad religiosa sino todo lo contrario .
La religión está diseñada para acercar a las personas,
no para separarlas. La religión debe servir para reunir a las personas en una
gran familia, no para dividirlas en grupos hostiles. Una enseñanza que proclame
que una iglesia o una secta determinada tiene el monopolio de la gracia de
Dios, es una enseñanza falsa; porque Cristo no es un Cristo que divide, sino el
Cristo que une.
Este pasaje contiene un detalle que parece
sorprendente. Jesús está totalmente dispuesto a conceder que es un hecho que
muchos de los falsos profetas dicen y hacen obras maravillosas e
impresionantes.
Debemos tener presente cómo era el mundo antiguo. Los
milagros eran acontecimientos corrientes. Esto tenía que ver con la idea que se
tenía entonces de la enfermedad. En el mundo antiguo se creía que todas las
enfermedades eran obra de los demonios. Si una persona estaba enferma era
porque algún demonio había conseguido ejercer una influencia maligna sobre
ella, o se habían introducido en alguna parte de su cuerpo. Las curaciones por
tanto se tenían que lograr por vía de exorcismo. La consecuencia de esto era
que muchas de las enfermedades eran lo que llamaríamos psicológicas, y había
muchas formas de curarlas. Si una persona conseguía convencerse -o
autosugestionarse- llegando a creer que tenía dentro un demonio o que un
demonio la tenía en su poder, esa persona estaría indudablemente enferma. Y si
otro conseguía convencerla de que el poder del demonio había sido quebrantado y
ella ya estaba libre, entonces esa persona se pondría buena muy probablemente.
Los líderes de la iglesia nunca negaron los milagros
paganos. Como respuesta a los milagros de Cristo, Celso citaba los atribuidos a
Esculapio y Apolo. Orígenes, que se opuso a sus argumentos, ni por un momento
negó la existencia de esos milagros. Sencillamente respondió: «Tal poder
curativo no es en sí mismo ni bueno ni malo, y está en principio al alcance de
gente piadosa e impía» (Orígenes Contra Celso 3:22). Hasta en el Nuevo Testamento
leemos acerca de exorcistas judíos que añadieron el nombre de Jesús a su
repertorio, y que echaban demonios por este medio (Hechos 19:13 Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. ; Marcos 9:38 Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. ).
Había muchos charlatanes que ofrecían a Jesús un reconocimiento de labios, y
que usaban su nombre para producir efectos maravillosos en personas poseídas de
demonios. Lo que Jesús está diciendo es que, si una persona usa su nombre con
pretensiones falsas, llegará el día en que tenga que rendir cuentas. Sus
motivos verdaderos serán expuestos, y él será desterrado de la presencia de
Dios.
Hay dos grandes verdades de valor permanente en este
pasaje en Mateo 7; 20-23. No hay más que una sola manera en que se puede
demostrar la sinceridad de una persona, y es su conducta. Las palabras bonitas
nunca pueden ocupar el lugar de las obras verdaderas. No hay más que una manera
de demostrar el amor y es mediante la obediencia. No tiene sentido el decir que
amamos a una persona, y luego hacer cosas que quebrantan su corazón.
Cuando éramos pequeños, tal vez solíamos decirle a
nuestra madre: «Mamá, te quiero mucho.» Y puede ser que nuestra madre nos
sonriera a veces y dijera: «Me gustaría que me lo demostraras un poquito más en
tu comportamiento.» También se puede confesar a Dios con los labios, negándole
en la vida. No es difícil recitar un credo, pero sí lo es vivir la vida
cristiana. La fe sin la práctica es una contradicción en términos y el amor sin
la obediencia es una imposibilidad.
Por detrás de este pasaje se encuentra la idea del
juicio. Por todo él fluye la seguridad de que el Día del Juicio está al llegar.
Una persona puede conseguir mantener las pretensiones y los disfraces, pero
llega el día en que todo esto aparece tal como es, y los disfraces desaparecen.
Podemos engañar a los hombres con nuestros pensamientos, pero a Dios no. «Tú
disciernes mis pensamientos desde lejos,» decía el salmista (Salmo 139:2 ).
Ninguna persona puede engañar en última instancia a Dios que ve el corazón Y sí que -siguió diciendo Jesús-, cualquiera
que me oiga estas palabras y las haga, se parecerá a un hombre sensato que se
construyó la casa sobre la roca: cayó la lluvia, se desbordó el río y sopló el
viento contra aquella casa, y no se cayó, porque estaba cimentada en la roca; y
cualquiera que me oiga estas palabras pero no las haga, se parecerá a un hombre
insensato que se construyó la casa sobre la arena: cayó la lluvia, se desbordó
el río y sopló el viento contra aquella casa, y se cayó, y su ruina fue
irreparable.
Cuando Jesús acabó de hablar todo esto, la gente se
admiraba de Su enseñanza; porque les enseñaba como Quien tenía autoridad, y no
como sus escribas.
Jesús era un experto en un doble sentido. Era un
experto en la Escritura. El autor de Proverbios le dejó una sugerencia para Su
alegoría: «Cuando pasa el torbellino, el malo no permanece, pero el justo está
establecido para siempre» (Proverbios 10:25 ). Aquí tenemos el boceto del cuadro que
Jesús pintó de las dos casas y los dos constructores. Pero Jesús era también un
experto en la vida. Era un artesano que sabía todo lo que había que saber sobre
cómo construir casas, y cuando hablaba acerca de los cimientos de una casa
sabía de lo que estaba hablando. Esta no es una ilustración inventada por un
literato en su despacho; es la ilustración de un hombre práctico.
Esta tampoco era una ilustración traída por los pelos;
sino la historia de la clase de cosa que podía suceder muy fácilmente. En
Palestina el constructor tenía que tener previsión. Había muchos valles que en
verano parecían arenales agradables, pero que en invierno eran el lecho de
furiosos torrentes. Podía ser que alguien estuviera buscando dónde construirse
la casa; vería ese huequecito arenoso agradablemente protegido, y pensaría que
era. el lugar ideal. Pero, si no era hombre previsor, a lo mejor construía su
casa en el lecho seco de un torrente; y, cuando llegara el invierno, se le
desintegraría la casa. Hasta en un lugar ordinario sería tentador empezar a
construir en un terreno arenoso y nivelado, sin tener que preocuparse de
profundizar hasta encontrar la roca; pero de esa manera el desastre acechaba a
corto plazo.
Sólo una casa cuyo cimiento sea firme podrá resistir
la tormenta; y sólo una vida cuyos cimientos sean estables podrá superar la
prueba. Jesús demandaba dos cosas.
(i) Demandaba que se Le escuchara. Una de las grandes
dificultades que tenemos que arrostrar hoy en día es el simple hecho de que la
gente a menudo no sabe lo que Jesús dijo o lo que la Iglesia enseña. De hecho,
la cosa es peor todavía. A menudo se tiene una idea totalmente equivocada de lo
que dijo Jesús y de lo que la Iglesia enseña. No forma parte de la obligación
de ninguna persona respetable el condenar a una persona, o a una institución
que no se ha escuchado -y eso es hoy precisamente lo que hacen muchos. El
primer paso hacia la vida cristiana es sencillamente darle a Jesucristo una
oportunidad de que se Le escuche.
(ii) Demandaba que las personas hicieran. El
conocimiento sólo llega a ser pertinente cuando se traduce en acción. Es
perfectamente posible sacar sobresaliente en un examen de ética cristiana, y
sin embargo no ser cristiano. El conocimiento debe convertirse en acción; la
teoría debe materializarse en la práctica; la teología debe convertirse en
vida. No tiene mucho sentido ir al médico, a menos que se esté preparado a
hacer lo que nos diga. No tiene mucho sentido acudir a un experto, a
menos que se esté preparado a poner en práctica su consejo. Y sin embargo hay
miles de personas que escuchan la predicación de Jesucristo todos los domingos,
y que tienen suficiente conocimiento de lo que Jesús enseñó, y sin embargo se
esfuerzan poco o nada en ponerlo en práctica. Si queremos ser seguidores de
Jesús en algún sentido que merezca ese título, debemos oír y hacer.
Siempre ha habido falsos profetas que desvían a las
multitudes del camino angosto y las conducen por caminos espaciosos. Los había
en el tiempo de Jesús, y los hay en nuestro siglo. Por eso, la necesidad de una
advertencia del peligro de caer bajo su influencia perniciosa. Parece que en
nuestro siglo con el potencial casi ilimitado de los medios masivos
(periódicos, revistas, radio, T.V., videos, internet, satélites) y el lucro
financiero que estos medios representan, proliferan más que nunca los falsos
profetas. Cada uno proclama que sólo él tiene la última palabra de Dios, o el
remedio absoluto para todos los males económicos, políticos, físicos (salud) y
espirituales. No sólo confunden la manera de entrar en el camino angosto, sino
también hacen difícil mantenerse en él.
El peligro mayor de los falsos profetas consiste en el
hecho de que normalmente sus enseñanzas tienen algunos elementos de verdad y
suenan convincentes y atrayentes. Las multitudes, que en su mayoría no tienen
suficiente discernimiento (capacidad de juicio) espiritual, caen presas. Los
falsos profetas parecen como “ovejas” a primera vista; tienen la apariencia de
inofensivos, inocentes, humildes. Pero su naturaleza y su intención son todo lo
contrario, son descritos como lobos rapaces, engañan deliberadamente con el fin
de aprovecharse de las ovejas. Con estas dos figuras de animales, Jesús
describe gráficamente la naturaleza y la intención de algunos maestros y
predicadores de su día. Iba a enviar a sus discípulos como ovejas en medio de
lobos. Se describe a sí mismo como el buen pastor que protege a sus ovejas del
ataque de los lobos. Pablo usa el término “lobos rapaces” para describir a los
falsos maestros que lo seguían con la intención de confundir y desviar a los
nuevos creyentes (Hechos 20:29 Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de
vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño). Probablemente el
término falsos profetas no se refiere a los fariseos y saduceos, pues ellos
nunca pretendieron ser profetas. Es mejor entender que el término se refiere a
líderes y maestros dentro de la comunidad cristiana, como por ejemplo, los
judaizantes que aparecieron luego.
Jesús, deseando proteger las ovejas de los lobos
rapaces, vestidos en “piel de oveja”, hace dos cosas. Llama la atención a un
peligro inminente, un llamado de alerta, con guardaos. Luego, provee una prueba
de fuego, infalible, para distinguir entre maestros buenos y malos. La manera
de distinguir entre buenos y malos es observar sus frutos. El verbo
“conoceréis” es la traducción de un verbo compuesto en griego que significa
“observar con cuidado y reconocer”, o “conocer plenamente”. El término “fruto”
(karpós) se refiere más bien en el NT a fruto espiritual en el carácter del
creyente.
La pregunta se traduce mejor: No se recogen uvas de
los espinos o higos de los abrojos, ¿verdad? Anticipa una contestación
negativa: “Por supuesto que no.” Jesús está enseñando que para evitar caer en
la trampa de los lobos rapaces, el creyente debe observar con cuidado la
naturaleza de su carácter cristiano para reconocer si es bueno o malo, auténtico
o falso.
Así también introduce una conclusión de lo antedicho en
forma de ilustración de las leyes de la naturaleza, del huerto frutal, donde
sólo el árbol sano es capaz de producir fruto bueno. El árbol marchito,
enfermizo, atacado por insectos y hongos, no puede producir sino fruto malo. El
término “malo” admite dos aplicaciones: fruto podrido o fruto de una clase que
no sirve. No especifica qué es el fruto: sus obras, sus enseñanzas, o su vida.
Pero probablemente es fruto en el carácter personal del maestro o profeta
(Gálatas 5:22-23), aunque no debemos excluir sus enseñanzas (Lucas 6:43-45) y
obras, siendo que éstas pueden engañarnos por un tiempo. En realidad, no se
puede separar el carácter de una persona de sus obras y enseñanzas. Jesús
destaca la relación estrecha, esencial, directa e incambiable entre la clase de
árbol y el fruto que éste produce. Es imposible, por naturaleza, que un árbol
malo produzca buen fruto, y viceversa.
Finalmente, Jesús advierte del destino de todo árbol
que no lleva buen fruto. El dueño del huerto no permite que árboles
infructíferos ni árboles que producen fruto que no sirve ocupen espacio. Toma
medidas drásticas. Elimina y quema lo que no sirve.
Jesús cierra el párrafo, repitiendo lo antedicho: Por
sus frutos los conoceréis. La responsabilidad para evitar el engaño de los
falsos maestros y profetas recae sobre el creyente que puede aprender a
reconocerlos, discernir o “juzgar” por su fruto, sea en carácter, obras, o
enseñanzas. A veces se requiere cierto tiempo para discernir claramente la
clase de fruto, pero la “cosecha” vendrá y descubrirá la verdad.
(iii) Dos clases de siervos. Este párrafo destaca otro
factor que hace difícil entrar en el camino angosto y caminar en él: el
autoengaño. Entrar en el reino (verso 21) es equivalente a entrar en el camino
angosto y caminar en él. Jesús presenta el caso de dos siervos. Uno tuvo
cuidado de descubrir y realizar la voluntad de Dios. Como súbdito en el reino
de los cielos, se somete a su Rey y le obedece conscientemente. Su prioridad
número uno es agradar a su Señor. La introducción del párrafo —no todo el
que...— admite que también los verdaderos siervos del Señor dicen y hacen cosas
maravillosas, pero su prioridad es otra.
El otro, en cambio, se encuentra entre los que se
ocuparon de “decir” y “hacer” muchas cosas, verdaderos activistas. Pronunciaron
las palabras y fórmulas religiosas correctas, llamaban a Jesús Señor, Señor.
Realizaron muchas obras poderosas (milagrosas), inclusive profecías,
exorcismos. Juzgando por los “frutos” exteriores, uno llegaría a la conclusión
de que se trata de un verdadero gigante espiritual, un profeta al par de Elías
o Eliseo, un apóstol como Pedro o Pablo.
La respuesta, o confesión abierta, de Jesús a las
personas que se describen en el verso 22 es triple: (1) Nunca os he conocido.
Significa que nunca jamás habían entrado en una relación personal y salvadora
con Cristo. No se trata de una supuesta apostasía. (2) ¡Apartaos de mi! es la
sentencia reservada para los incrédulos, los enemigos del reino. Dios no
permite en su presencia tales personas. (3) Obradores de maldad presenta la
clave en el pasaje. Aunque nos sorprende la severidad con que Jesús trató a
este grupo que había actuado tan bien, según las normas de los hombres, cuando
analizamos el término “maldad” (anomía) comenzamos a entender la gravedad de su
vida y obras. El término significa literalmente “sin ley”, o “transgresión de
la ley”. De este término viene la palabra “antinomiano” que usamos para describir
a uno que vive al margen o fuera de la ley. Describe a las personas que se
rebelan contra la ley establecida, viven fuera de la ley, son anarquistas, no
reconocen la autoridad del Rey de los cielos y la tierra. Se niegan a orar
venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la
tierra.
En resumen, estas personas que son rechazadas por
Jesús viven en mentira, se engañan a sí mismas, procuran establecer su propia
justicia en base a obras como los fariseos y escribas. Por lo tanto, se
encuentran en el camino espacioso que conduce a la perdición. Algunos son
engañados por los falsos profetas y no logran entrar en el camino angosto.
Otros, peor aun, se engañan a sí mismos y no entran en el reino. El resultado
es el mismo. Otra vez nos encontramos con la verdad fácil de olvidar: Jehová no
mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus
ojos, pero Jehová mira el corazón (1Samuel 16:7Y Jehová
respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura,
porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el
hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. ). Esta verdad debe llevar a todo
súbdito del reino a un sincero examen diario de sí mismo delante de Dios,
preguntando: “¿Soy yo un verdadero siervo tuyo, Señor?”
¿Hay alguna -palabra que incluya oír y hacer? Sí la
hay, y es obediencia. Jesús demanda nuestra obediencia implícita. Aprender a
obedecer es la cosa más importante de la vida.
Es una obediencia así la que Jesús demanda. Jesús asegura que obedecerle es el único cimiento seguro en la vida; y Su promesa es que la vida que se basa en la obediencia a El está a salvo, vengan las tormentas que vengan.
La palabra esparcidos es el término para “hacer la
siembra”. El proverbio “la sangre de los mártires es semilla de nuevos
cristianos” confirmó su verdad ahora con ocasión de la muerte de Esteban, el
primer mártir. La dispersión de los cristianos resultó en ganancia para la
comunidad cristiana primitiva. Felipe, uno de los siete, predicó libremente a
los samaritanos. Los samaritanos eran una población mixta, descendientes de los
antiguos habitantes del reino de Israel que sobrevivieron a la destrucción del
año 722 a. de J.C., y de los colonos asirios que vinieron a llenar el lugar de
los deportados. Los judíos habían olvidado que toda la raza judía surgió de
mezclas.
El AT indica claramente que existían matrimonios de
personas de distintas razas en el linaje del pueblo de Israel anterior al
tiempo de Esdras. Moisés se casó con una madianita; Jacob engendró hijos de
Bilha y Zilpa, siervas de Raquel y Lea; Juda tenía hijos, Er y Onan, de una
cananea; David descendió de Rut, una moabita; Salomón tenía innumerables esposas
extranjeras; y así sigue el registro. Pero para el orgullo y el prejuicio de
los judíos ortodoxos del primer siglo no importaban los hechos. Prefirieron
perpetuar los intereses egoístas a través de cualquier narración conveniente.
Y, a la vez, la actitud de los samaritanos no superó a la de los judíos. La
estupidez pertenece a la raza humana, no solamente a una parte.
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