} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA SANIDAD DE LA DEPRESIÓN Y LA TRISTEZA DOLOROSA A TRAVÉS DE LA FE (1) Richard Baxter

domingo, 9 de junio de 2024

LA SANIDAD DE LA DEPRESIÓN Y LA TRISTEZA DOLOROSA A TRAVÉS DE LA FE (1) Richard Baxter

 

 

 Pregunta: ¿Cuáles son las mejores protecciones contra la depresión y la tristeza abrumadora?

 5 Pero si alguno me ha causado tristeza, no me la ha causado a mí solo, sino en cierto modo (por no exagerar) a todos vosotros. 6 Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos; 7  así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza.” (2 Corintios 2: 5-7).

 

      Debido a que la brevedad de mi presentación no me da la libertad, no puedo pasar mucho tiempo desarrollando el contexto de este versículo o especulando si la persona de la que habla es el mismo individuo acusado y juzgado por incesto en 1 Corintios 5 o si es alguien más. De manera similar, me rehúso a aceptar el argumento escrito por un expositor que cree que el hombre condenado era en realidad un obispo de la iglesia en Achaia, y que una asamblea formal de sus compañeros obispos fue la responsable de su excomunión.

Además, la especulación adicional con relación a las opiniones en cuanto a la representación proporcional de cada congregación por un obispo específico es irrelevante aquí. Así también, las discusiones respecto a la pregunta de división si el individuo citado era un obispo y, después de su excomunión (exigida por Pablo) logró retener un seguimiento que rechazó la excomunión, y así sucesivamente.

La única porción de este versículo que es relevante para mi interés actual es la última oración, la cual provee la razón de que el ofensor censurado, quien ha expresado arrepentimiento sincero, debe ser perdonado y restaurado: “para que no sea consumido con demasiada tristeza”.

Esta última oración expresa tres asuntos prácticos de doctrina, cada uno íntimamente relacionado a los otros dos, a los cuales me dirigiré como un todo. Específicamente, estos son los puntos: 1. Tristeza y aflicción, incluso por un pecado real y horrible, podrían ser excesivas. 2. La tristeza excesiva devorará a la persona. 3. Por consiguiente, tal tristeza debe combatirse y mitigarse por medio del consuelo apropiado de otros, pero el cual debería también provenir desde el interior de nuestra propia alma.

Estas tres preocupaciones serán abordadas de esta manera y en el orden siguiente:

1. Qué es lo que representa realmente la tristeza excesiva

2. Los medios por los cuales este tipo de tristeza lo devora y destruye a uno

 3. Las causas de tal tristeza

4. La resolución eficaz de dicha tristeza

No hace falta decir que la tristeza excesiva por un pecado verdadero es difícilmente una situación común en este mundo. Más bien, una disposición voluntaria, ignorante y terca, es la causa común de la perdición de la gente. La ubicuidad del corazón dura y la consciencia insensible protege a la mayoría de la gente de la sensación apropiada de la gravedad de su pecado, o por lo menos de la consciencia del peligro, la miseria y las repercusiones eternas a causa de sus almas culpables.

Una familiaridad lánguida con el pecado priva a la mayoría de los individuos de la consciencia o comprensión. Ellos podrían realizar algunos de los actos religiosos externos, pero como si fueran parte de un sueño: asisten a la iglesia, repiten las palabras del credo, el Padre Nuestro y la recitación litúrgica de los diez mandamientos; e incluso reciben la Santa Cena, pero como si estuvieran dormidos ante las implicaciones de todo aquello. Aunque están de acuerdo en que el pecado es lo más detestable ante los ojos de Dios y algo doloroso para sus semejantes; no obstante, viven en pecado con deleite y obstinación. Se imaginan a sí mismos arrepentirse de ello, pero cuando no están realmente persuadidos de abandonarlo, en vez de eso, dirigen su propia ira contra quienes los animan para separarse del pecado definitivamente. Tales individuos no se ven a sí mismo ni como malos ni como desequilibrados como aquellos que experimentan una tristeza efectiva por sus pecados anteriores o por su estado presente de inmoralidad, o como los que toman resoluciones sólidas para llevar una vida nueva y santa. En cambio, ellos sueñan, por así decirlo, con el juicio, el cielo y el infierno; sin embargo, sus reacciones a estas últimas no están en consonancia con el peso insoportable de los mismos.

 ¿Acaso estarían más preocupados por ellos si estuvieran espiritualmente conscientes de estos asuntos? Ellos piensan, escuchan y hasta discuten la gran obra de la redención del hombre por medio de Cristo, y de la necesidad de la gracia justificadora y santificadora, y de los gozos y miserias de la vida venidera de una manera que es meticulosamente superficial y desinteresada. ¡Aun así declaran creer en estas cosas!

Cuando predicamos o cuando hablamos con ellos de las cosas más importantes, las verdades eternas, citando la mejor evidencia y usando las palabras más simples y serias, es como si le habláramos a los muertos o a quienes están profundamente dormidos. Aunque tienen oídos, no oyen realmente, y nada conmueve su corazón.

 Podría suponerse que quienes leen la Biblia y profesan una creencia tanto en su promesa de gloria eterna como en su amenaza de castigo eterno y terrible estarían sumamente conscientes de ciertos asuntos. Específicamente, uno espera que ellos vean la necesidad de santidad para recibir la promesa antes mencionada, y de un Salvador para que los liberte de su pecado y su castigo: el infierno. La certeza de entrar a ese mundo nunca visto y lo próximos que cualquiera de nosotros puede estar a ese paso, en cualquier momento, debería producir un esfuerzo enérgico y duradero para moderar tales peligros, y llevar el peso de esas cosas, que de otra manera sería insoportable. Sin embargo, este no es el caso para la mayoría, quienes se preocupan muy poco por tales asuntos o, al menos, no tienen sentido de su gravedad que no hallan ni tiempo en sus horarios ni espacio en su corazón para ellos. En cambio, oyen de ellos como si fuera una tierra extraña en la que no tienen interés personal ni han pensado visitar. Su negativa casual para prepararse para lo inevitable y su enfoque en el mundo presente y en su vida en él, les sugieren que bromeen  o que estén medio despiertos cuando admitan que algún día ellos mismos morirán.

Cuando sus propios amigos mueren y son enterrados, y ellos miran fijamente a la cruda evidencia de la muerte, ellos mismos se comportan como si estuvieran en un sueño, como si su propia muerte no podría estar cerca. Si supiéramos cómo despertar a tales pecadores, ellos volverían en sí, por así decirlo, y pensaría de manera muy diferente sobre tales asuntos importantes. Su cambio de mentalidad serio se manifestaría rápidamente por un tipo de vida muy distinto. No obstante, Dios despertará a cada uno con el tiempo, incluyendo a quienes están ahora menos inclinados a ello, por medio de la gracia o el castigo.

Es exactamente debido a que un corazón duro constituye gran parte del error y la miseria del no convertido, y debido a que un corazón suave y tierno es muy integral a la naturaleza nueva tal como Cristo lo prometió, que algunos que son recién convertidos imaginan que nunca podrán exagerar su tristeza recién encontrada por el pecado. Más bien, tienen tanto temor a tener un corazón endurecido que terminan siendo casi tragados vivos por una tristeza excesiva y exagerada. Aunque esta tristeza excesiva puede ser por pecados verdaderos, pasados o presentes, es una virtud peligrosa, por así decirlo, y como tal, ninguna en absoluto.

Llevar una tristeza así de excesiva como una insignia de honor o como evidencia de la responsabilidad, o fallar en entender el peligro de una actitud tan equivocada conduce a más errores. Algunos se han imaginado que solo aquellos cristianos que tienen más dudas, temores y tristeza y que muy probablemente sean más lúgubres y estén quejándose constantemente, son verdaderamente sinceros en la fe. Esto representa un error muy serio.

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