Pregunta:
¿Cuáles son las mejores protecciones contra la depresión y la tristeza
abrumadora?
“5 Pero si alguno me ha causado tristeza, no me la ha causado
a mí solo, sino en cierto modo (por no exagerar) a todos vosotros. 6 Le basta a
tal persona esta reprensión hecha por muchos; 7
así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle,
para que no sea consumido de demasiada tristeza.” (2 Corintios 2: 5-7).
Debido a
que la brevedad de mi presentación no me da la libertad, no puedo pasar mucho
tiempo desarrollando el contexto de este versículo o especulando si la persona
de la que habla es el mismo individuo acusado y juzgado por incesto en 1
Corintios 5 o si es alguien más. De manera similar, me rehúso a aceptar el
argumento escrito por un expositor que cree que el hombre condenado era en
realidad un obispo de la iglesia en Achaia, y que una asamblea formal de sus
compañeros obispos fue la responsable de su excomunión.
Además, la especulación adicional con relación a las
opiniones en cuanto a la representación proporcional de cada congregación por
un obispo específico es irrelevante aquí. Así también, las discusiones respecto
a la pregunta de división si el individuo citado era un obispo y, después de su
excomunión (exigida por Pablo) logró retener un seguimiento que rechazó la
excomunión, y así sucesivamente.
La única porción de este versículo que es relevante
para mi interés actual es la última oración, la cual provee la razón de que el
ofensor censurado, quien ha expresado arrepentimiento sincero, debe ser
perdonado y restaurado: “para que no sea consumido con demasiada tristeza”.
Esta última oración expresa tres asuntos prácticos
de doctrina, cada uno íntimamente relacionado a los otros dos, a los cuales me
dirigiré como un todo. Específicamente, estos son los puntos: 1. Tristeza y
aflicción, incluso por un pecado real y horrible, podrían ser excesivas. 2. La
tristeza excesiva devorará a la persona. 3. Por consiguiente, tal tristeza debe
combatirse y mitigarse por medio del consuelo apropiado de otros, pero el cual
debería también provenir desde el interior de nuestra propia alma.
Estas tres preocupaciones serán abordadas de esta
manera y en el orden siguiente:
1. Qué es lo que representa realmente la tristeza
excesiva
2. Los medios por los cuales este tipo de tristeza
lo devora y destruye a uno
3. Las causas
de tal tristeza
4. La resolución eficaz de dicha tristeza
No hace falta decir que la tristeza excesiva por un
pecado verdadero es difícilmente una situación común en este mundo. Más bien,
una disposición voluntaria, ignorante y terca, es la causa común de la perdición
de la gente. La ubicuidad del corazón dura y la consciencia insensible protege
a la mayoría de la gente de la sensación apropiada de la gravedad de su pecado,
o por lo menos de la consciencia del peligro, la miseria y las repercusiones
eternas a causa de sus almas culpables.
Una familiaridad lánguida con el pecado priva a la
mayoría de los individuos de la consciencia o comprensión. Ellos podrían
realizar algunos de los actos religiosos externos, pero como si fueran parte de
un sueño: asisten a la iglesia, repiten las palabras del credo, el Padre
Nuestro y la recitación litúrgica de los diez mandamientos; e incluso reciben
la Santa Cena, pero como si
estuvieran dormidos ante las implicaciones de todo aquello. Aunque están de
acuerdo en que el pecado es lo más detestable ante los ojos de Dios y algo
doloroso para sus semejantes; no obstante, viven en pecado con deleite y
obstinación. Se imaginan a sí mismos arrepentirse de ello, pero cuando no
están realmente persuadidos de abandonarlo, en vez de eso, dirigen su propia
ira contra quienes los animan para separarse del pecado definitivamente. Tales
individuos no se ven a sí mismo ni como malos ni como desequilibrados como
aquellos que experimentan una tristeza efectiva por sus pecados anteriores o
por su estado presente de inmoralidad, o como los que toman resoluciones
sólidas para llevar una vida nueva y santa. En cambio, ellos sueñan, por así
decirlo, con el juicio, el cielo y el infierno; sin embargo, sus reacciones a
estas últimas no están en consonancia con el peso insoportable de los mismos.
¿Acaso
estarían más preocupados por ellos si estuvieran espiritualmente conscientes de
estos asuntos? Ellos piensan, escuchan y hasta discuten la gran obra de la
redención del hombre por medio de Cristo, y de la necesidad de la gracia justificadora
y santificadora, y de los gozos y miserias de la vida venidera de una manera
que es meticulosamente superficial y desinteresada. ¡Aun así declaran creer
en estas cosas!
Cuando predicamos o cuando hablamos con ellos de las
cosas más importantes, las verdades eternas,
citando la mejor evidencia y usando las palabras más simples y serias, es
como si le habláramos a los muertos o a quienes están profundamente dormidos.
Aunque tienen oídos, no oyen realmente, y nada conmueve su corazón.
Podría suponerse
que quienes leen la Biblia y profesan una creencia tanto en su promesa de
gloria eterna como en su amenaza de castigo eterno y terrible estarían
sumamente conscientes de ciertos asuntos. Específicamente, uno espera que ellos
vean la necesidad de santidad para recibir la promesa antes mencionada, y de un
Salvador para que los liberte de su pecado y su castigo: el infierno. La
certeza de entrar a ese mundo nunca visto y lo próximos que cualquiera de
nosotros puede estar a ese paso, en cualquier momento, debería producir un
esfuerzo enérgico y duradero para moderar tales peligros, y llevar el peso de
esas cosas, que de otra manera sería insoportable. Sin embargo, este no es el
caso para la mayoría, quienes se preocupan muy poco por tales asuntos o, al menos,
no tienen sentido de su gravedad que no hallan ni tiempo en sus horarios ni
espacio en su corazón para ellos. En cambio, oyen de ellos como si fuera una
tierra extraña en la que no tienen interés personal ni han pensado visitar. Su
negativa casual para prepararse para lo inevitable y su enfoque en el mundo
presente y en su vida en él, les sugieren que bromeen o que estén medio despiertos cuando admitan
que algún día ellos mismos morirán.
Cuando sus propios amigos mueren y son enterrados, y
ellos miran fijamente a la cruda evidencia de la muerte, ellos mismos se
comportan como si estuvieran en un sueño, como si su propia muerte no podría
estar cerca. Si supiéramos cómo despertar a tales pecadores, ellos volverían en
sí, por así decirlo, y pensaría de manera muy diferente sobre tales asuntos
importantes. Su cambio de mentalidad serio se manifestaría rápidamente por un
tipo de vida muy distinto. No obstante, Dios despertará a cada uno con el
tiempo, incluyendo a quienes están ahora menos inclinados a ello, por medio de
la gracia o el castigo.
Es exactamente debido a que un corazón duro
constituye gran parte del error y la miseria del no convertido, y debido a
que un corazón suave y tierno es muy integral a la naturaleza nueva tal como
Cristo lo prometió, que algunos que son recién convertidos imaginan que nunca
podrán exagerar su tristeza recién encontrada por el pecado. Más bien, tienen
tanto temor a tener un corazón endurecido que terminan siendo casi tragados
vivos por una tristeza excesiva y exagerada. Aunque esta tristeza excesiva
puede ser por pecados verdaderos, pasados o presentes, es una virtud peligrosa,
por así decirlo, y como tal, ninguna en absoluto.
Llevar una tristeza así de excesiva como una
insignia de honor o como evidencia de la responsabilidad, o fallar en entender
el peligro de una actitud tan equivocada conduce a más errores. Algunos se han imaginado que solo aquellos
cristianos que tienen más dudas, temores y tristeza y que muy probablemente
sean más lúgubres y estén quejándose constantemente, son verdaderamente
sinceros en la fe. Esto representa un error muy serio.
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