} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA SANIDAD DE LA DEPRESIÓN Y LA TRISTEZA DOLOROSA A TRAVÉS DE LA FE (final) Richard Baxter

domingo, 9 de junio de 2024

LA SANIDAD DE LA DEPRESIÓN Y LA TRISTEZA DOLOROSA A TRAVÉS DE LA FE (final) Richard Baxter

 

 Causas mundanas y usuales de la depresión 


Sin embargo, es típico que otras causas den lugar a la enfermedad de la melancolía (excepto en individuos propensos a ella). Por consiguiente, antes de abordar su cura, hablaré más de sus causas. Entre las causas más comunes están la impaciencia, el descontento y la preocupación pecaminosas derivadas de una devoción indebida a algún interés temporal y de la incapacidad de someterse a la voluntad de Dios, de confiar en Él y de considerar seriamente al cielo como una recompensa satisfactoria.

 Es necesario utilizar muchas palabras para comunicar la naturaleza verdaderamente complicada de esta enfermedad de las almas. Los nombres escogidos insinuarán que representa la confluencia de muchos pecados, los cuales, al considerarlos individualmente, no son cánceres pequeños. Si fueran estos la inclinación y el hábito predominantes del corazón y de la vida, serían señales de un estado sin la gracia de Dios. Sin embargo, debido a que estos pecados son odiados y no son mayores que la gracia, y a que nuestra porción celestial es más valiosa e intencionalmente escogida que la prosperidad terrenal, podemos creer que la misericordia de Dios, a través de Cristo, perdonará esos pecados y nos librará finalmente de todos ellos. No obstante, es apropiado que incluso un pecador perdonado permanezca consciente de la grandeza de su pecado para que él no pueda ser ni parcial ni malagradecido por el don del perdón.

Discutiré explícitamente los aspectos de este pecado que hace que muchos sean llevados a la depresión funesta. Se da por sentado que Dios prueba a sus siervos a través de varios sufrimientos en esta vida, y que Cristo quiere que llevemos nuestra cruz y lo sigamos con paciencia sumisa. Algunos son probados a través de enfermedades dolorosas; otros, por medio del maltrato en manos de enemigos; algunos, a través de la maldad de amigos; y otros más, por medio de familiares y vecinos difíciles y provocativos. Otros sufren difamación, a veces con persecución verdadera, y muchos sufren pérdidas, decepciones y pobreza. 

 

Las tendencias de la carne 


1. Muchas veces, la impaciencia es la semilla de la condición pecaminosa. Por naturaleza, somos demasiado propensos a velar por la carne y, por consiguiente, demasiado débiles para soportar cargas pesadas. La pobreza les añade a esas pruebas un peso que las personas confortablemente adineradas no experimentan; tampoco sienten lástima de quienes lo sufren. Dos situaciones son particularmente agravantes:

 a. Una es cuando los hombres son responsables, no solo de sí mismos, sino también de su esposa y sus hijos.

b. La otra es cuando tienen deudas. Esta es una carga pesada para el prestatario no sofisticado, aunque los prestamistas inescrupulosos actúan como si fuera un problema pequeño. Cuando se enfrentan a tales restricciones y pruebas, los hombres tienden a estar muy conscientes de la carga y de la impaciencia subyacente. Cuando ven que su familia carece de alimento, ropa, calefacción y otras necesidades, y no ven con claridad cómo suplirlas, y cuando los propietarios y otros acreedores los acosan para que paguen las deudas que simplemente no pueden atender, es difícil no desanimarse y de verdad difícil de soportar con una sumisión obediente a Dios. Esto puede ser particularmente difícil para las mujeres y otras personas vulnerables a las emociones fuertes.

 2. La impaciencia se convierte en un descontento fijo y un espíritu inquieto, lo que afecta al cuerpo en sí y pesa todo el día como una carga o una molestia ininterrumpida en el corazón.

3. La impaciencia y el descontento atormentan los pensamientos de uno con tristeza y preocupaciones continuas. Los que están muy afectados pueden pensar poco en otra cosa, y estas preocupaciones devoran el alma y le son a la mente lo que una fiebre consumidora al cuerpo.

 4. El principio o la causa escondida de todo esto es la mayor parte del pecado, el cual es amor excesivo por el cuerpo y por este mundo. Si no amáramos algo en exceso, no tendría poder para atormentarnos. Si no estuviéramos tan preocupados por la comodidad y la salud, hallaríamos al dolor y a la enfermedad menos difíciles de soportar. Si nuestro amor por los hijos y los amigos no fuera tan grandemente desproporcionado, su muerte no nos abrumaría con una tristeza exorbitante. De la misma manera, si no pusiéramos demasiado énfasis el bienestar físico y la riqueza y la prosperidad del mundo, podría ser más fácil soportar las circunstancias duras, el trabajo difícil y las carencias, no solo de lujos y conveniencias, sino también de aquellas cosas necesarias para la salud o incluso la vida misma, si Dios así lo desea. Evitar el amor excesivo por estas cosas debería, por lo menos, ayudarnos a evitar irritaciones, descontentos, preocupaciones y una sensación exorbitante de tristeza y pérdida de paz.

 5. Siempre hay pecado adicional en lo profundo de todos nosotros que demuestra que nuestra voluntad permanece demasiado egocéntrica y todavía no está debidamente sometida a la voluntad de Dios. Realmente, preferiríamos ser nuestro propio dios, hacer lo que elijamos y tener lo que deseamos. Carecemos de una renuncia apropiada de nosotros mismos y de nuestras preocupaciones ante Dios, y en vez de confiar como niños y ser completamente dependientes de él por nuestro pan diario, estamos en cambio más conscientes de una necesidad de aferrarnos a nuestro sentido de independencia.

 6. Esta actitud demuestra que no hemos sido adecuadamente humillados por nuestros pecados. De otro modo, estaríamos agradecidos incluso por la situación más pequeña, y la reconoceríamos como mejor de lo que realmente deseamos.

7. Evidentemente, el descontento y la preocupación angustiante reflejan una gran cantidad de desconfianza e incredulidad hacia Dios. Somos capaces de confiar en Dios tanto como confiamos en nosotros mismos o en un amigo fiel, o como un niño confía en su padre, ¡cuán calmadas se volverían nuestras mentes al estar conscientes de la sabiduría de Dios, de su suficiencia absoluta y de su amor!

8. La incredulidad tiene consecuencias peores que las dificultades temporales. Demuestra que la gente no acepta realmente el amor de Dios y la gloria del cielo como suficiente. A menos que obtenga lo que desea o desearían tener para su cuerpo mientras está en este mundo, y ser libres de pobreza y cargas, irritaciones, lesiones y dolor, ¡entonces, qué desastre! Pues luego todo lo que Dios le ha prometido, tanto ahora como en el más allá, será inadecuado. Cuando Dios, Cristo y el cielo son insuficientes para calmar la mente de uno, entonces uno está en pobreza desesperada de fe, esperanza y amor, que son más importantes que la comida y la ropa

 

Pecado oscuro y deliberado 


Una causa adicional de una mente afligida es la culpa verdadera de algún pecado grande y deliberado. La consciencia es redargüida, sin embargo, el alma no está convertida. El pecado es tanto apreciado como temido; la ira de Dios aterra, pero no tanto como para que el pecador deliberado venza al pecado. Algunos continúan en fraude y malversación secreta, muchos otros en borracheras o pornografía, de una o de otra forma, y sus vicios relacionados, así como también en inmoralidad sexual evidente. Aunque se dan cuenta de que son “cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”, la furia del apetito y la lujuria prevalece para que luego se desesperen y pequen. Aunque las chispas del infierno caen sobre su consciencia, esto no cambia su corazón y tampoco su vida. Hay más esperanza para la recuperación de estos que para los que tienen un corazón muerto o para los pecadores no creyentes, que ejercen su comportamiento vulgar con una especie de codicia que supera al arrepentimiento y son tan ciegos que defienden sus delitos y debaten contar la obediencia a Dios. La crueldad no es tan mala como la maldad diabólica. Sin embargo, estas no son las personas de quienes hablo en mi texto. Su dolor no es excesivo, sino muy pequeño, siempre y cuando no pueda disuadirlos de pecar. Sin embargo, si Dios convierte a estas mismas personas, los pecados en los que ahora viven (felizmente) pueden subsecuentemente, después de reflexionar, hundir sus almas en una tristeza tan profunda como para abrumarlos.

De manera similar, cuando quienes se han convertido verdaderamente coquetean con la tentación del pecado y renuevan las heridas de su conciencia por medio de sus lapsos, no es de sorprenderse cuando vuelvan sus tristezas y temores. Los pecados oscuros se han apoderado de la conciencia de muchos y los han arrojado en una depresión incurable y perturbadora. 

 

El papel de la ignorancia y el error 


Sin embargo, entre quienes sí temen a Dios, se ve aun otra causa de depresión y tristeza excesiva: la ignorancia y los errores en asuntos esenciales para su paz y comodidad. Daré detalles sobre algunos:

 1. Un error es una ignorancia respecto al significado en sí del evangelio, o pacto de la gracia, como los representan los libertinos (a veces denominados antinomianistas). Estos les aseguran peligrosamente a las personas que Cristo ha llevado a cabo el arrepentimiento y la creencia por ellas, y que no deben dudar más de su propia fe y arrepentimiento de lo que dudarían de la justicia de Cristo. Por consiguiente, muchos cristianos genuinos no logran entender que el evangelio trae un gozo indescriptible para todos los que creen en él y que Cristo y la vida se ofrecen gratuitamente para cualquiera que los reciba. Además, ningún pecado por grande o numeroso, está excluido del perdón para quien, sin pretensión ni reserva, reciba el perdón. Todo el que desee beber del agua de vida puede hacerlo, y todo el que esté cansado y sediento está invitado a venir a Cristo para recibir consuelo y descanso. Sin embargo, algunos parecen incapaces de entender los términos del perdón, que no son otra cosa más que aceptar el pacto salvador y perdonador del bautismo.

 2. Muchos de estos también están equivocados respecto a cómo utilizar la tristeza por el pecado, y acerca de la naturaleza de la dureza del corazón. Ellos creen que si su tristeza no es muy vehemente como para resultar en lágrimas y en gran preocupación, ellos no deben ser susceptibles del perdón. Aunque aceptan el pacto del perdón, no se dan cuenta de que Dios recompensa, no la tristeza por el pecado en sí, sino la destrucción del orgullo. Lo que Dios requiere de cualquiera para que sea salvo en sus propios términos, según se expresa en su pacto es una sensación de pecado, peligro y miseria, suficiente para engendrar una humildad que lo haga a uno consciente de su necesidad de Cristo y la misericordia que lo lleva a uno a aceptar sinceramente ser su discípulo.

En cuanto a la duración de una tristeza piadosa, algunos son de la opinión que las punzadas del nuevo nacimiento deben ser extendidas. Sin embargo, tal como leemos en la Escritura, los pecadores penitentes recibieron el evangelio rápida y gozosamente como el regalo de Cristo y el perdón y la vida eterna. Sí, la humildad y el disgusto con el pecado deben continuar y aumentar, pero nuestro gran remordimiento inicial sobre ello, bien puede ser consumido por la gratitud y el gozo santos.

Con relación a la dureza de corazón: La Escritura lo usa para describir una obstinación rígida y rebelde que no se apartará del pecado en obediencia a cualquiera de los mandamientos o las amenazas de Dios. Muchas veces se le llama tendón de hierro o cuello rígido, pero nunca se usa para describir una simple falta de lágrimas o de tristeza vehemente en alguien que está dispuesto a obedecer. Más bien, los de corazón duro son los que no se arrepienten. La tristeza, incluso por el pecado, puede ser excesiva; y una persona emotiva podría fácilmente dolerse y llorar por el pecado que él o ella no va a abandonar. Por otro lado, la obediencia no puede ser excesiva.

3. Un gran número de almas están desanimadas por la falta de autoconocimiento, al desconocer la sinceridad que Dios les ha dado. En esta vida, la gracia es débil incluso en el mejor de nosotros, y una pequeña cantidad de gracia frágil no se percibe muy fácilmente. Tal gracia en acción es débil e inestable, y es evidente solo por sus acciones. De manera similar, se encuentra invariablemente que la gracia reside junto con una tendencia muy poderosa hacia el pecado. Cualquier pecado en el corazón y en la acción no concuerda con la gracia y la oscurece. Tales personas poseen muy poco conocimiento y se sienten como extrañas en su casa, por así decirlo, e ineptas para analizar y proteger su propio corazón y hacerse responsables de sí mismas. Entonces, ¿cómo podría cualquiera de esas personas, bajo tales impedimentos, mantener una seguridad sólida de su propia sinceridad? Si, con gran esfuerzo, adquieren alguna seguridad, el descuido posterior de la responsabilidad o la falta de intensidad en ella o ceder a la tentación o incluso la inconsistencia en los esfuerzos por una obediencia rigurosa provocará de inmediato que cuestionen todo y censuren todos sus esfuerzos como simple hipocresía. Un estado de ánimo triste y abatido está siempre listo para concluir lo peor y difícilmente puede lograr ver algo bueno que pueda ser reconfortante.

4. En tal caso, muy pocos pueden obtener consuelo de simples probabilidades áridas. Tal como está, no tienen ninguna sensación de seguridad como resultado de las ofertas de gracia y salvación, aunque están ansiosos de recibirlas. Si nadie pudiera obtener consuelo alguno, excepto quienes tienen una seguridad total de su sinceridad y salvación, ¡entonces la desesperación engulliría el alma de la mayoría de los creyentes más auténticos!

 5. Un desconocimiento de las faltas de los cristianos “exitosos” aumenta los temores y el pesar por parte de los demás. Ellos piensan que, debido a que nuestra predicación o escritos, somos mucho mejores personas que ellos. Luego, se imaginan no teniendo gracia porque no alcanzan nuestras supuestas virtudes. Sin embargo, si vivieran cerca de nosotros y vieran nuestras faltas, o nos conocieran tan bien como nos conocemos a nosotros mismos, o pudieran leer todos nuestros pensamientos pecaminosos y conocer nuestras tendencias mezquinas, ¡estarían liberados de este error!

6. Los maestros (de las Escrituras) no calificados causan dolor y confusión para muchos. Algunos no pueden explicarles a sus oyentes la intensidad del pacto de la gracia. Otros, no están familiarizados con ningún consuelo espiritual ni celestial. Algunos carecen de santidad personal o renovación por el Espíritu Santo y no conocen el significado de la sinceridad. Ellos no pueden distinguir entre una persona piadosa y un pecador no arrepentido. Siendo ellos mismos engañadores malvados, nublan la distinción entre el bien y el mal, e incluso pueden confundir lo mejor por lo peor. Otros, repito, no calificados en asuntos espirituales, ponen énfasis excesivo en las cosas que ni siquiera son deberes, como lo hacen los católicos romanos en sus muchos inventos y supersticiones, al igual que muchas sectas a través de sus opiniones insensatas. Algunos describen grosera e incorrectamente el estado de gracia y pretenden decir con precisión hasta qué punto puede parecer que un hipócrita camina en la fe sin estar realmente convertido, y al hacerlo, desalienta y confunde a los cristianos más débiles. Aquellos maestros que no pueden corregir los errores de sus publicaciones, ni los de sus propios mentores. Algunos provocan que la paz de los hombres, si no su verdadera salvación, dependa de controversias que están por encima de su entendimiento, y denuncian audazmente como heréticos y anatema asuntos que ellos no comprenden.  Incluso en el mismo mundo cristiano ha estado dividido en facciones por mucho tiempo debido a disputas imprudentes sobre textos e interpretaciones en competencia. ¿Acaso es de extrañar que hoy en día los oyentes de dichas controversias se hallen confundidos?

 

La cura para la tristeza excesiva


 Habiendo descrito las causas de la tristeza excesiva, ahora describiré su cura. Sin embargo, la cura es más fácil de describir que de lograr. Empezaré donde creo que la enfermedad comienza y le diré tanto lo que el paciente en sí debe hacer y lo que deben hacer por él los amigos y los colegas:

 1. Primero, no considere el pecado asociado con su condición ser ni más grande ni menor de lo que es en realidad.

 a. Demasiadas personas piensan que sus sufrimientos y tristezas les dan derecho a recibir solamente compasión. Por lo tanto, prestan poca atención a cualquier pecado que puedan haber provocado esos sufrimientos o que ellos aún cometen. Los amigos y pastores poco sofisticados podrían solamente ofrecer consuelo, cuando, de hecho el descubrimiento y la reprensión por su pecado serían la mejor parte para curarlos. Si estuvieran más conscientes de cuán pecaminoso es sobrevalorara al mundo, fallar en confiar en Dios, tener pensamientos amargos y exiguos sobre Él, pensamientos profanos sobre su bondad y devaluar la gloria del cielo (lo que debería darles algún consuelo incluso en el estado más desesperado), así como ser frecuentemente impacientes, preocupados y descontentos, y negar la misericordia o gracia previamente recibida, esto los beneficiaría más que las palabras de consuelo. En cambio, cuando hablan como Jonás “Mucho me enojo, hasta la muerte”, y pensar que negar la gracia y distraer y discutir contra el amor y la misericordia de Dios son su responsabilidad, entonces, es tiempo de hacerles saber cuán pecadores son.

b. Por otro lado, si se imaginan tontamente que todos estos pecados demuestran que están desprovistos de la gracia y que Dios contará las tentaciones del diablo como sus pecados personales, condenándolos por exactamente las mismas cosas que aborrecen, y consideran su misma enfermedad de depresión como un crimen, estas nociones deben ser refutadas y descartadas. De lo contrario, podrían erróneamente deleitarse en sus emociones y sufrimientos desordenados.

2. Es de particular importancia no ceder a un hábito de impaciencia obstinada. Aunque es un amor egoísta, y aunque los pecados contra Dios y su gloria son peores, la impaciencia no puede disfrazarse como inocencia. ¿No contó con sufrir y llevar su cruz cuando se entregó a Cristo? ¿Y ahora le parece extraño? Anticipe y prepárese diariamente para cualquier prueba que Dios pueda poner en su camino. Entonces, no será sorprendido ni abrumado. Prepárese para la pérdida de hijos y amigos, para la pérdida de los bienes mundanos, y para la pobreza y la necesidad; prepárese para las calumnias, los accidentes o las toxinas, junto con enfermedad, dolor y muerte. Es no estar preparado lo que hace que parezca tan insoportable. Recuerde que no es más que un cuerpo en deterioro que sufre, uno del que usted siempre ha sabido que morirá y volverá al polvo. No importan quiénes son la vía de su sufrimiento, es Dios quien lo prueba por medio de ellos. Así que cuando piense que es infeliz solo con las personas, no es inocente de murmurar contra Dios. De lo contrario, su influencia dominante lo persuadiría a usted a la sumisión paciente. Haga que sea un objetivo de su consciencia evitar un disgusto arraigado. ¿Acaso no está mejor de lo que merece? ¿Ha olvidado cuántos años ha disfrutado una misericordia inmerecida? El disgusto es una resistencia permanente a la voluntad preparada de Dios, e incluso un grado de rebelión en contra de esta, donde su propia voluntad se levanta contra la de Dios. Es ateísmo en práctica pensar que sus sufrimientos no son parte de la providencia de Dios. ¿Se atreve a quejarse contra Dios y luego continúa reclamando? ¿A quién más le toca determinar sus circunstancias, así como las de todo el mundo? Y cuando experimente desesperación para ser libertado, recuerde que esto no es confiar en Dios. Atienda su responsabilidad verdadera y obedezca su mandato, pero deje que Él se haga cargo de lo que deba sucederle. La preocupación tormentosa solamente aumenta sus sufrimientos; es una gran misericordia de Dios que Él prohíba este tipo de inquietud y prometa cuidarlo. Su Salvador la ha prohibido personalmente en gran medida y le ha dicho cuán pecaminosas e inútiles son esas preocupaciones, y que su Padre saber lo que usted necesita. Si Él lo niega, es por una causa justa, y si es oportuno corregirlo, eso sigue siendo para su bien. Si usted se sujeta a Él y acepta su regalo, Él le dará cosas mejores de las que le quita: a Cristo y la vida eterna.

3. Decídase más diligentemente que nunca a vencer el amor excesivo por el mundo. Si puede hacerlo, esto aprovechará sus problemas, por así decirlo, sígalos hasta su punto de origen y aprenda qué es lo que no puede soportar y, por consiguiente, lo que sobrevalora. Dios es muy celoso, incluso en su amor, contra todo ídolo al que se le demuestre demasiado afecto, y con cualquier parte de ese amor que le pertenece a Él. Si los quita y los arranca de nuestras manos y corazones, Él es misericordioso y también justo. No digo esto a quienes están preocupados solo por la falta de fe, santidad y comunión con Dios y la seguridad de la salvación. Estas aflicciones podrían traer mucho consuelo si esas personas preocupadas entendieran correctamente su fuente y su significado. De la misma manera en que la preocupación impaciente bajo las pruebas temporales demuestra que una persona ama demasiado al mundo, así la inquietud impaciente sobre carecer de más santidad y comunión con Dios establece que una persona ama la santidad y a Dios. El amor por algo precede al deseo y a la tristeza por eso mismo. Cualquier cosa que el ser humano ame, se deleitará en poseerlo, se dolerá al no tenerlo y deseará obtenerlo. El amor dirige a la voluntad, y a nadie le molesta la falta de algo que, para empezar, no quiere. Sin embargo, lo que más comúnmente precipita la depresión es inicialmente alguna insatisfacción y preocupación temporal. Ya sea anhelos o pruebas, el temor de sufrirlos o la sensación de injusticia y la naturaleza agravante de ellos, o quizá caer en desgracia o conformismo, cualquiera de estos puede inducir a una insatisfacción. Cuando uno no puede soportar que se le esté negando lo que uno desea y cuando la carencia de ello ha enturbiado y sesgado tanto el pensamiento de la persona, se abre la puerta a las tentaciones espirituales. Entonces, lo que empezó estrictamente como sufrimientos temporales termina tratándose de la fe y la consciencia, o solamente del pecado y la falta de gracia. ¿Por qué no pudo soportar con paciencia las palabras, las injusticias y las cruces que le sobrevinieron? ¿Por qué le da tanta importancia a estos asuntos físicos y transitorios? ¿Acaso no es porque los amaba demasiado? ¿No fue con toda sinceridad cuando una vez los llamó vanos y prometió dejarlos a la voluntad de Dios? ¿Le pediría a Dios que lo dejara en paz en un pecado tan grande como es amar al mundo o darles a las criaturas el crédito que a Él le corresponde? Si Dios fallara en enseñarle lo que debe amar y a lo que debe aferrarse, y lo sanara de una condición tan peligrosa como lo es una actitud sensual y terrenal, Él habría fallado en santificarlo y prepararlo para el cielo. Las almas no van al cielo como si fueran flechas disparadas hacia arriba, es decir, contra sus inclinaciones; más bien, así como el fuero tiende a elevarse naturalmente y la tierra, a caer, —del mismo modo— sucede cuando los seres humanos santos mueren, sus almas tienen una inclinación natural hacia arriba. Es su amor el que las inclina: estas aman a Dios, al cielo, a la compañía santa, y a sus viejos amigos piadosos, las obras santas y el amor mutuo, y las alabanzas gozosas a Dios. Este espíritu y amor son como una naturaleza en llamas que las eleva al cielo. Los ángeles las llevan, no a la fuerza, sino como una novia al altar, quien es acompañada, durante todo el trayecto, por el amor. Por otro lado, las almas de los seres humanos malos tienen una inclinación sensual, mundana; y no aman las cosas celestiales, ni la compañía celestial, y no hay nada en ellas que las lleve a Dios. Más bien, ellas aman la basura mundana, y los placeres sensuales, bestiales, aunque no puedan disfrutarlos realmente. No es de sorprenderse que las almas malvadas se congreguen con los demonios en los lugares espirituales más bajos mientras están en la tierra, y que estas últimas, si Dios se los permite, se manifiesten ante las primeras como apariciones. No es de sorprenderse si las almas santas no están sujetas a tal descenso. El amor es la forma y la energía del alma, y este lleva las almas hacia abajo o hacia arriba según corresponda. Así que, acabemos con el amor terrenal, básico. ¿Cuánto tiempo vivirá usted aquí, y qué harán la tierra y las cosas insignificantes por usted? Hasta aquí, podría avanzar en santidad y el cielo, Dios no les negará nada a sus hijos sumisos. Sin embargo, amar algo desproporcionadamente es apartarse de Dios. Este es un padecimiento peligroso de las almas y la actitud que las arrastra cielo abajo. Si usted hubiera aprendido a abandonarlo todo por Cristo y a considerar todo lo demás como pérdida y rechazo como lo hizo Pablo, podría soportar más fácilmente el deseo por algo. ¿Ha escuchado alguna vez de alguien que estaba insatisfecho y distraído por la depresión, la pena y la preocupación por la falta de alguna bobería, o cualquier baratija? entonces Dios hará que usted lo vea de otra manera para su tristeza.

4. Si no está satisfecho con que solo Dios, solo Cristo, solo el cielo sea suficiente para usted en términos de felicidad y contentamiento, entonces profundice en el asunto: usted podría llegar a convencerse. Vaya, revise su catequismo y los fundamentos de la fe. Entonces, aprenderá a acaparar tesoro en el cielo y no aquí, en la tierra. Sabrá que es mejor estar con Cristo, y que la muerte —que destruye toda la gloria del mundo e iguala a ricos y pobres— no es sino la puerta común para entrar al cielo o al infierno. Más allá de esa puerta, su consciencia no preguntará si vivió o no en comodidad o en dolor, en riquezas o en pobreza, sino “¿viviste para Dios o para ti mismo, para el cielo o para la tierra?”. Y “¿qué ha tenido el lugar principal en tu corazón y en tu vida?”. Si hubiera vergüenza en el cielo, usted sería avergonzado allá por haber llorado y haberse quejado por la falta de cualquier placer físico en la tierra, y de que haya ido al cielo lamentándose porque su cuerpo sufrió aquí en la tierra. Concéntrese más en cómo vivir por fe y esperanza y enfóquese en la promesa invisible de la gloria de Cristo, y soportará con paciencia cualquier sufrimiento en el camino.

5. Aprenda a entender qué gran pecado es poner nuestras voluntades y deseos en oposición insatisfecha a la sabiduría, la voluntad y la providencia de Dios, y poner nuestra voluntad antes que la de Él como si nosotros mismos fuéramos dioses.

¿No se da cuenta de que un corazón que murmura en secreto acusa a Dios? Toda acusación a Dios contiene un elemento de blasfemia. Pues el acusador supone que Dios es digno de ser culpado; si usted no se atrevería a acusarlo en voz alta, entonces no permita que el anhelo de su corazón lo acuse. Esté consciente del grado al cual la religión y la santidad consisten en traer esta voluntad propia rebelde a una renuncia, sumisión y conformidad total a la voluntad de Dios. Hasta que pueda descansar en la voluntad de Dios, nunca podrá tener descanso.

 6. Considere cuidadosamente cuánta responsabilidad es confiar en Dios y en nuestro bendito Redentor enteramente, en alma y cuerpo, y con todo lo que poseemos.

¿Acaso no es digno de confianza el poder, la sabiduría y la bondad? ¿Es el Salvador, quien vino del cielo en forma humana para salvar pecadores por medio de actos de amor incomprensibles, digno de confiarle lo que compró con tanto amor? ¿En quién más confiaría? ¿En usted mismo, o en sus amigos? ¿Quién lo ha guardado toda su vida y hecho por usted todo lo que se ha hecho? ¿Quién ha salvado todas las almas que ahora están en el cielo? ¿Qué es nuestro cristianismo sino una vida de fe? ¿Y, se ha reducido su fe a esto: a obsesionarse con ansiedad y preocupación si Dios no ajusta su providencia para que llene sus expectativas? Busque primeramente su reino y su justicia, y Él ha prometido que todas las demás cosas le serán dada, y ni un cabello de su cabeza perecerá, pues cada uno está, por así decirlo, contado. Un gorrión no puede caer al suelo fuera de la providencia de Dios, y ¿estará Él menos atento de quienes desean complacerlo? Crea en Dios y confíe en Él, y sus preocupaciones, temores y penas desaparecerán. Si tan solo comprendiera ¡qué gran misericordia y consuelo es que Dios le pida que confíe en Él! Si Él no le hubiera prometido nada, esto sería el equivalente a una promesa. Si le pide que confíe en Él, puede estar seguro de que no traicionará su confianza. Si un amigo fiel, quien puede ayudarlo, le pide que confíe en que él puede auxiliarlo, usted no imaginaría que él lo engañaría. Sin embargo, tristemente, he tenido amigos que se atrevieron a confiarme a mí sus posesiones, vidas y almas, todo estaba bajo mi poder, y no tenían temor de que yo pudiera destruirlos o dañarlos; sin embargo, estos mismos amigos no pueden confiarle al Dios de bondad infinita esas mismas cosas, aunque Él les manda hacerlo y les promete que nunca les va a fallar ni los va a abandonar.

 Es este refugio de la mente, que me da quietud en medio de mis temores, saber que Dios, mi Padre y Redentor, me ha mandado confiarle a Él mi cuerpo, mi salud, mi libertad y mis posesiones; y cuando una eternidad invisible y terrible se avecina, ¡confiarle a Él mi alma transitoria! Dios sostiene y mantiene el cielo y la tierra; ¿debería desconfiar de Él? Usted objeta: Él salvará solo a sus hijos. Yo respondo: Cierto, y todos los que están verdaderamente dispuestos a obedecerla y a complacerlo son sus hijos. Si usted está verdaderamente dispuesto a ser santo y a obedecer sus mandamientos y a llevar una vida piadosa, justa y sobria, entonces puede valientemente descansar en su disposición y regocijarse en su voluntad gratificante y tolerante, pues el perdonará todas nuestras debilidades a través de los méritos y la intercesión de Cristo.

 7. Si no quiere que la tristeza lo devore, entonces no se trague las tentaciones del placer pecaminoso.

Los temperamentos caldeados, la apatía y el descuido de las responsabilidades cargan con sus propios grados de culpabilidad. Sin embargo, el pecado que se disfruta es del tipo peligroso y que hiere profundamente. Huya de las atracciones de la lujuria, el orgullo, la ambición y la codicia, así como de la indulgencia excesiva en el alcohol y la comida. Huya de ellas así como lo haría de la culpa, la pena y el terror. Mientras más disfrute el pecado, más posibilidad hay de que la tristeza ocurra. Mientras más claro tenga que es pecado y se deleite en él contra la consciencia que le dice que Dios también se opone a eso, y aun así, usted continúa en el pecado y anule a su consciencia, más agudas serán las punzadas posteriores de la consciencia y más intensas será cuando despierte finalmente al arrepentimiento. Cuando un alma humilde es perdonada por gracia y esta cree que ha sido perdonada, aun así no se perdonara a sí misma fácilmente. El recuerdo del pecado voluntario, la naturaleza oscura de la tentación que nos venció y las misericordias y los buenos motivos que anulamos para satisfacer al pecado hará que nos enojemos, y con razón, con nosotros mismos. La aversión de nuestro corazón malvado no facilitará ni apresurará la reconciliación con nosotros mismos. Ciertamente, cuando recordamos que pecamos contra el conocimiento y que lo hicimos aun percibiendo que Dios nos veía, y que lo ofendimos, tendremos dudas perdurables de la sinceridad de nuestro propio corazón. Nos preguntaremos si no seguiremos teniendo un corazón hipócrita y si, cuando se nos presenten esas tentaciones, volveremos a deleitarnos en ellas como antes. Así que no espere ni paz ni gozo mientras continúe en el pecado que es deliberado y amado. Esta espina debe ser quitada de su corazón antes de que tenga alivio del dolor, a menos que Dios le dé un corazón insensible, y Satanás le dé una paz falsa, lo cual sería solamente un preludio a una tristeza mayor.

8. Sin embargo, si sus tristezas no son el resultado de los pecados antes mencionados, sino que surgen solamente de la confusión sobre temas espirituales, el estado de su alma, el temor a la ira de Dios sobre pecados abandonados o, quizá, la duda de su propia sinceridad y salvación, entonces las reprimendas mencionadas en el punto anterior no son para usted.

En cambio, voy a describir el remedio apropiado para usted, el cual es la cura de esa ignorancia y de esos errores que son la fuente de sus problemas. Muchos están confundidos por las controversias religiosas, y cada facción rival está segura de sí misma y dice un montón de cosas, todo lo cual puede parecerle cierto al ignorante e irrefutable al oyente. Cada facción asegura ser el único camino y amenaza con la condenación a quienes no se unen a ella. Los papistas dicen: “No hay salvación fuera de nuestra iglesia”, es decir, ninguna fuera de los asuntos del episcopado de Roma. Los griegos los condenan y exaltan su propia iglesia, al igual que cada facción tiene su propio punto de vista. De hecho, algunos procurarán la conversión a fuego y espada, diciendo: “Únanse a nosotros o irán a la cárcel”. O hacen de su iglesia una prisión atrayendo hacia ella a los incompetentes y a los renuentes.

Entre todas estas aseveraciones, ¿cómo puede el ignorante decidir apropiadamente?

Respuesta: La situación es triste; pero no tanto como lo es la situación con la mayor parte del mundo: permanecer calladamente en el paganismo o la infidelidad, sin siquiera estar preocupados por la religión, sino más bien sigue las costumbres y las leyes de su propio país para que no sufran en lo personal. En realidad, es una prueba de respeto hacia Dios y su salvación de que le moleste la religión y que procure cuidadosamente saber cuál es el camino correcto. La controversia es mejor que el ateísmo indiferente que va con lo que es políticamente aceptable, sin importar qué pueda ser. Si le tira a los cerdos bellotas o maíz, ellos pelearán por eso, así como lo hacen los perros por la carne. Sin embargo, ni los cerdos ni los perros, pelearán por oro o por joyas, sino que los pisarán en la tierra. Pero lánceles oro y joyas a las personas, y ellas las recogerán con entusiasmo. Los abogados se pelean por la ley y los gobernantes, por la autoridad. Los religiosos luchan por la religión, aunque con un entendimiento imperfecto de ella. Sin embargo, si usted siguiera estas instrucciones claras, las controversias en la religión no deben alterar su paz.

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