} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: Tratando con la Herejía (Stephen C. Perks)

jueves, 20 de junio de 2024

Tratando con la Herejía (Stephen C. Perks)

 

  (Este artículo fue tomado de la revista Cristianismo y Sociedad, Vol. XIV, No. 4, Octubre2004)


 El capítulo dieciséis de Romanos trata principalmente con saludos e información personales. Sin embargo, antes de concluir su carta y firmarla Pablo añade una exhortación breve pero seria  

Romanos 16:17-20  Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. 18  Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos. 19  Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos, así que me gozo de vosotros; pero quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal. 20  Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros.

Es importante que observemos lo que dice aquí y que actuemos con base en ello. En este punto Pablo no había visitado la Iglesia en Roma. No tenía una experiencia de primera mano de las pruebas y los problemas que los cristianos en Roma estaban atravesando, como la tenía con la Iglesia en Corinto, por ejemplo. Pero sabía lo suficiente del peligro general del cisma causado por los herejes quienes se ponían a sí mismos antes que la gloria de Dios y el bienestar de la Iglesia. Por lo tanto, les advierte acerca de este peligro y les dice cómo tratar con él.

Aquellos a quienes Pablo se refiere, son aquellos que causan disensión en el cuerpo y que colocan piedras de tropiezo en el camino de otros, y que hacen esto de manera contraria a la doctrina recibida. Es decir, disentían de la sana doctrina y hacían que los fieles tropezaran en su fe, y por este medio causaban cismas.

Hoy hay muchos ejemplos de este tipo de cosas en la Iglesia, y la Iglesia ha tenido que tratar con tal herejía a lo largo de su historia. Hoy tenemos a los Liberales que nos dicen que no hubo nacimiento virginal, que Cristo fue meramente un hombre, que la Resurrección no ocurrió, que la Biblia no puede ser aceptaba como la infalible Palabra de Dios, y por lo tanto, que debemos rechazar cualquier afirmación e historia Bíblica que no se conformen totalmente al propio juicio autónomo del hombre de lo que es razonable, y por ende, aceptable como verdad.

Y están los Teólogos de la Liberación quienes nos dicen que Jesús vino para establecer una igualdad económica y que el reino de Dios es algún tipo de utopía comunista o socialista. Y hay muchos más que trabajan para desacreditar las enseñanzas de la Biblia y seducen a los fieles para alejarlos de la obediencia a la Palabra de Dios. Todas estas falsas enseñanzas han surgido desde dentro de la Iglesia, de aquellos que afirman hablar con autoridad y que reclaman ser miembros del cuerpo de Cristo, pero cuyas obras muestran que son enemigos de la fe. Y no obstante, engañan los corazones de los simples y los extravían.

Pablo nos dice aquí como tratar con ellos. Señálelos, distíngalos y evítelos. ¿Por qué?

Porque no están sirviendo al Señor Jesucristo sino a sí mismos. Note lo que dice Pablo: “y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos”.

Debemos ser cuidadosos porque, como Pablo aclara, tales personas a menudo son oradores excelentes y dotados. Tienen el don del cotorreo y las personas son arrastradas por su retórica (a diferencia de Pablo quien no era un orador de gran reputación y que era considerado como un pobre disertante por muchos en las Iglesias (2 Corintios10:10 Porque a la verdad, dicen, las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable.), que da evidencia de la baja opinión que la gente tenía de la habilidad de Pablo para hablar. Su autoridad no se encontraba en su propia personalidad o en el poder de su manera de hablar, sino más bien en el contenido, el mensaje que predicaba. Sin embargo, el resultado de tal retórica no es la edificación de los fieles y la edificación del reino de Dios, sino la glorificación de los herejes quienes aman ser puestos en un pedestal y ser admirados por todos. Aman los honores y los prestigios de la celebridad y colocan esto antes de la causa de Cristo y la verdad. Esto es lo que Pablo quiere dar a entender cuando dice que su dios es el vientre Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres; van en pos de su propia grandeza personal antes que la gloria de Cristo y su reino.

 

La Herejía - el Catalítico para el Desarrollo Doctrinal

 

Pero no debiese sorprendernos que la Iglesia esté atribulada por las herejías y el cisma.

En los tiempos del Nuevo Testamento y a lo largo de toda la historia de la Iglesia, desde el principio, y por supuesto, nuestra propia época, la Iglesia ha tenido y sigue teniendo estos problemas. Y siempre los tendrá. No solo eso, sino que la herejía es esencial para el crecimiento de la Iglesia en su entendimiento de la fe y es esencial para la formulación de la doctrina correcta. ¿Por qué sucede esto?

Porque la herejía es el catalítico para el desarrollo doctrinal, el crecimiento de la doctrina y su correcta formulación. Pablo mismo enseña esto. Él les escribe a los Corintios:

" Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados. " (1 Corintios. 11:19). De modo que la herejía en la Iglesia es el catalítico para el desarrollo doctrinal. Este ha sido el caso de siempre. Dios lo ha ordenado de esta manera. La doctrina ortodoxa se desarrolla en respuesta a la enseñanza herética.

Esta es la razón por la cual es fatal para la salud de la Iglesia el que nos rehusemos a tratar con la herejía, pretender que no existe o importa, o pensar que estamos por encima de tratar con ella o que no hay necesidad de responderle.

Además, Cristo nos enseñó que el Espíritu Santo dirigiría Su Iglesia a toda verdad (Juan 16:13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir). Si tomamos esta declaración junto con la declaración de Pablo respecto al papel de la herejía en la Iglesia (1 Corintios. 11:19 Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados.) vemos como esto ha resultado en la historia de la Iglesia. El desarrollo de los credos y las confesiones ha sido la manera de la Iglesia de responder a los errores y herejías doctrinales que han provocado problemas a la Iglesia. Los credos y las confesiones de la Iglesia están allí para afirmar la verdad en contra del error al desarrollar la doctrina bíblica en respuesta a la herejía. Esta es una de las maneras en que Dios ha gobernado providencialmente los asuntos en la historia de la Iglesia y como ha dirigido a la Iglesia hacia la verdad en cumplimiento de lo que Jesús enseñó en Juan 16:13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.

No debemos descuidar o minimizar la importancia del papel de la Iglesia al desarrollar la verdad doctrinal de esta manera, porque así es como la Iglesia contrarresta la herejía que de otra forma amenazaría con destruirla. Los credos y confesiones de la Iglesia son importantes y están allí para ayudar a protegernos del error y de la apostasía.

Desde luego que los credos y confesiones de la Iglesia no son infalibles, y no debemos tratarlos como los árbitros finales de la verdad. Nuestra actitud hacia ellos no debiese ser ni ciega ni irrespetuosa. Debemos verlos como ayudas para nuestro entendimiento de la fe.

Siempre son los escritos de hombres en un período particular. Y por lo tanto necesitan ser revisados, enmendados y ampliados. No son infalibles y no deben ser equiparados con la Escritura. Solamente la Escritura es el dogma irreducible. Por lo tanto, como enseña la Confesión de Westminster “Todos los sínodos y concilios desde los tiempos de los apóstoles, ya sean generales o particulares, pueden errar, y muchos han errado. Por ello, no se les debe considerar como la regla de fe y práctica, sino una ayuda para ambas (XXXI.iv.). Esto es así porque “El Juez Supremo, por quien deben decidirse todas las controversias religiosas, y todos los decretos de concilios, opiniones de antiguos autores, y doctrinas de hombres y espíritus individuales deben ser examinados, y en cuya sentencia debemos descansar, no es otro que el Espíritu Santo, que habla en la Escritura” (Confesiónde Fe de Westminster, I.x).

A propósito, esto quiere decir que el requerimiento de la suscripción estricta de la Confesión de Fe de Westminster, que es una práctica común entre los Presbiterianos, es, irónicamente, anti-confesional contraria a la enseñanza simple de la misma Confesión.

  (La afirmación, por parte de muchos Presbiterianos, de que esta confesión es un estándar subordinado es una afirmación vana, por decir lo menos, puesto que se trata como el estándar absoluto por el cual se deciden todas las controversias. Escuché a un ministro Presbiteriano decir que a nadie se le permitía enseñar nada contrario a la Confesión de Westminster en su Iglesia porque la Confesión de Fe de Westminster es la constitución de la Iglesia, no la Biblia. Eso es idolatría.

Otra ironía que se les escapa a los subscripcionistas estrictos Presbiterianos es el hecho que la Confesión de Westminster es una confesión Anglicana, que incorpora en gran parte los Treinta y Nueve Artículos y los Artículos Irlandeses.)

 

Sin embargo, esto no significa que los credos y las confesiones no sean importantes, que no nos sean de ayuda y que no tengan un lugar importante en la vida de la Iglesia. Claro que lo son. Y la Confesión de Westminster es una particularmente buena, a pesar de que necesita ser modernizada. Los credos y las confesiones no son infalibles pero Dios le ha dado a la Iglesia la tarea del desarrollo doctrinal y los credos y las confesiones de la Iglesia son uno de los productos más importantes de esta tarea. De otra manera, ¿por qué ha instituido la Iglesia el oficio del maestro en la Iglesia? Los maestros no son infalibles, pero Dios les ha dado un importante papel a jugar en la edificación de la Iglesia y el equipamiento de los santos para el servicio en el reino de Dios. Pero este es un proceso de desarrollo, un despliegue de significado de la verdad revelada en la Escritura a la luz de las cambiantes condiciones sociales en la cual se ha encontrado la Iglesia a lo largo de la historia, no un proceso de revolución en el que la Iglesia abandona la verdad de la Escritura, y es precisamente tal actitud, i.e. la de revolución, el rechazo de las doctrinas enseñadas en la Escritura, lo que Pablo critica aquí en Romanos 16:17. Aquellos que causan sedición y disensión en la Iglesia, contrarias a la doctrina Bíblica recibida, han de ser evitados.

Además, la Iglesia no ha de ir hacia atrás en su entendimiento de la fe. Debemos tomar con seriedad el hecho del desarrollo doctrinal porque es la promesa de Cristo a su Iglesia.

El crecimiento del reino de Dios y el progreso del evangelio en el mundo implican y requieren el desarrollo doctrinal. La extensión de la fe Cristiana por todo el mundo no es impulsada si la Iglesia marcha hacia atrás en su entendimiento de la fe. Los errores del pasado han sido el catalítico para el desarrollo de la ortodoxia doctrinal en la Iglesia, y esto es importante para capacitar a los cristianos para entender lo que quiere decir en la práctica lo que significa vivir la vida Cristiana. Y así ha sucedido con la Iglesia como un todo a lo largo de la historia. La Iglesia ha crecido en su entendimiento de la fe. Es necio tomar una actitud indolente hacia los credos y confesiones de la Iglesia. También es necio convertirlas en ídolos y pensar que no debiésemos o que no podamos ir más allá de ellas para formular credos que aborden las herejías de nuestra época. Si adoptamos cualquiera de estas actitudes llegaremos a convertirnos en gente que mira hacia atrás en lugar de ver hacia delante, y como resultado dejaremos de tratar de manera decisiva con los asuntos que nos confrontan y dejaremos de formular respuestas doctrinales correctas, basadas en la verdad revelada en la Escritura, a los errores de nuestra propia época.

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