Causas y remedios
Pregunta: ¿Cuáles son las causas y las curas de esta
tristeza y culpabilidad excesivas y erróneas?
Respuesta: Para muchos individuos, la mayor parte de
la causa se encontrará en perturbaciones fisiológicas, enfermedades físicas y
“debilidad” general.
El
alma no puede encontrar consuelo en ningún grado satisfactorio.
Aquí, nuevamente, debe enfatizarse que cuanto más
inevitablemente surge la condición de procesos fisiológicos no vistos, más allá
de la decisión y el control del individuo, menos pecaminoso y menos peligroso
es ese estado para el alma, aunque no es menos confuso, sino que podría ser más
complejo porque parece no tener causa demostrable.
Tres enfermedades particulares
En particular, tres enfermedades parecen provocar
tristeza excesiva:
1. Algunas
consisten en un dolor muy intenso y violento que no puede soportarse. Ya que
esto no es generalmente de larga duración, no hablaremos mucho de ello aquí.
2. Otras
implican una reactividad emocional fuerte por naturaleza, y la falta de una
capacidad para moderar esa reactividad se considera causativo.
Muchas veces, las personas muy ancianas, que están
incapacitadas están propensas a mostrar un temperamento enfermo y volátil. Los
niños, en el otro extremo del espectro de la edad, no pueden evitar llorar
cuando les duele. Muchas mujeres adultas (así como algunos hombres) también son
fácilmente provocadas emocionalmente, y solo con dificultad vuelven a recuperar
la compostura. Ellas tienen poco autocontrol con relación a esto, y aunque son
temerosas de Dios, tienen un entendimiento muy sólido y tienen un pensamiento rápido,
están casi indefensas contra las emociones como el enojo y el pesar (pero
especialmente el temor) como podría imaginarse de cualquier otra persona.
Temperamentalmente, están predispuestas a un descontento ansioso y temeroso.
Aquellas que no están realmente deprimidas, son, sin embargo, propensas a una
inmadurez de carácter con una manera mórbida e impaciente, de manera que
siempre están desconcertadas, ofendidas o asustadas por una cosa u otra. Son
como la hoja de un árbol de álamo temblón, puestas en marcha y temblando con
las más leves vicisitudes de la vida. El más sabio y paciente no puede
satisfacer y calmar a una persona así. Más bien, ellas se sienten ofendidas con
una sola palabra o mirada, o se asustan con cada noticia triste, o se sobresaltan
con cualquier ruido. Algunas son como niñas que no pueden dejar de llorar hasta
que se cumplan todas sus exigencias. Tan triste como es esto para quienes deben
tolerarlas, debe entenderse que es aún más triste para quienes sufren
directamente de estos síntomas miserables. Habitar con el enfermo en el luto
reciente es menos desafiante. Sin embargo, a menos que se haya perdido
completamente la razón, estos casos no son imposibles; tampoco absuelven a los
individuos de toda responsabilidad personal.
3. Sin embargo, cuando la razón se pierde en gran parte a
través de una enfermedad verdadera, la recuperación se hace más difícil y larga.
Cuando aquellos ya propensos a las emociones volátiles y a una disposición
nerviosa se vuelven seriamente deprimidos, la combinación del temperamento y la
enfermedad duplica la desgracia resultante.
Revisemos las señales de la depresión y la ansiedad severas
He descrito varias veces la naturaleza general de la
depresión y la ansiedad severas en alguna parte, pero las revisaremos aquí:
1. Una mente afligida
e inquieta se vuelve una condición crónica e incesante en la cual los
individuos ven poco o nada excepto temor y preocupación. Todo lo que
escuchan y hacen tiende a alimentar sus temores. Los peligros parecen
rodearlos, de tal manera que todo lo que leen y escuchan les roba todo placer.
Pensamientos irritables los mantienen despiertos durante la mayor parte de la
noche, y luego, cuando logran dormir, las pesadillas los reciben. Se ofenden
por la risa o la alegría de los demás, pero consideran que la peor situación de
un mendigo es mejor que la propia. No pueden imaginar a nadie más en una
situación tan mala como la de ellos, aunque veo hasta dos o tres en una semana,
o incluso en un día, con circunstancias tan similares que uno pensaría que son
lo mismo. No se complacen en tener amigos, familia, hogar, o cualquier otra
cosa. Insisten en que Dios los ha abandonado, que el día de la gracia es pasado
y que ya no hay más esperanza. Creen que no pueden orar, aunque esto no les
impide gritar y aullar, incluso mientras sostienen que Dios no los escuchará.
Se rehúsan a creer que poseen alguna sinceridad o gracia; dicen que no pueden
arrepentirse y no pueden creer; y piensan que su corazón está endurecido.
Tienen miedo de haber pecado contra el Espíritu Santo. En resumen, su estado
mental constante es de temor, confusión y al borde de la desesperación.
2. Si logra
convencerlos de que manifiesten algunas evidencias de sinceridad, y de que sus
temores, por lo tanto, no tienen fundamento y son inofensivos para ellos y
deshonrosos para Dios, ellos no pueden discrepar, pero no encuentran consuelo,
o por lo menos, no uno que dure. Consuélelos tanto como quiera, los
temores regresarán muchas veces, y rápidamente, porque la causa de sus temores
está en su enfermedad física, no en su confusión teológica.
3. Su desgracia viene de lo que ellos
no pueden evitar pensar. Sus
pensamientos fluyen de la enfermedad. Podría con la misma facilidad tratar de
persuadir a alguien de que no tiemble cuando tiene escalofrío, o que no sienta
dolor cuando está lesionado, como en tratar de impedirles que tengan los
pensamientos que tienen. Es inútil ordenarles que detengan lo que están tan por
encima de su control, y es cruel dejar de reconocer cuándo han sucumbido a la
enfermedad y se han vuelto cautivos de los pensamientos que abandonarían si tan
solo pudieran. Así como va, ellos están atormentados a veces, día y noche por
los pensamientos psicóticos de los que no pueden escapar.
4. Cuando estos
síntomas llegan a estar muy bien afianzados, estas personas reportan sentir una
presencia de algo a su lado, digamos, hablándoles de varias cosas,
dirigiéndolos a hacer esto o lo otro. Relatarán que en un momento le
dice una cosa y en otro momento algo diferente, y solo con gran dificultad, si
acaso, creerán que las voces son producto de su propia enfermedad e imaginación
trastornada.
5. En estos casos, ellos están
inusualmente propensos a creer que son receptores de revelaciones divinas. Sin importar lo que entre en su mente, ellos toman
su llegada como una epifanía. Podrían decir: “Este versículo de la Escritura
vino a mi mente en este momento”, y “este versículo en tal momento vino a mi
mente”, cuando, de hecho, su entendimiento de ellos fue distorsionado, o la
aplicación que se hizo de ellos fue errónea, o quizás, ellos unieron varios
textos, pero los aplicaron a conclusiones contradictorias, como si uno diera
esperanza, pero el otro la quitara. De manera similar, algunos se convencen de
que Dios les ha revelado profecías de eventos futuros, hasta que dichos
presagios son superados por eventos que comprueban su falsedad, para vergüenza
de estos individuos. Algunos, se vuelven hacia errores claros en asuntos
religiosos es decir, herejía y creen que Dios respalda tales creencias; y
llegan a estar sólidamente convencidos de tales errores. De hecho, se ha
observado que algunos que una vez estuvieron crónicamente ansiosos han obtenido
paz y gozo por esos cambios de creencia, lo cual refuerza su convicción de que
ellos con toda seguridad deben estar ahora en el camino de Dios y que su falta
de paz anterior puede tomarse como evidencia de haber estado equivocados.
De estos, he conocido a muchas personas que
obtuvieron consuelo de posiciones completamente contrarias a las que habían
tenido por mucho tiempo. Algunos se han alejado tanto de los formalistas
(papistas) y supersticiosos que se han convertido en anabautistas,
antinomianos, armenianos, perfeccionistas o cuáqueros; algunos se han vuelto de
todas las formas de cristianismo a la infidelidad y, negando la vida después de
la muerte, han vivido en promiscuidad licenciosa. Estos herejes y apóstatas
escapan de sus tristezas por sus acciones, por lo que no son el tipo de
individuos a quienes ahora dirijo mis comentarios.
6. Sin
embargo, aquellos que están más tristes y, paradójicamente, mejor por eso, al
sentir este ruido que se mueve dentro de ellos, muchas veces están seguros de
que sufren una posesión demoniaca o que, cuando menos, están bajo un hechizo
maligno, de lo cual hablaré más adelante.
7. De estos últimos, la mayoría son
agresivamente perseguidos por la intromisión de pensamientos blasfemos, ante lo
cual realmente se estremecen, aunque no pueden evitar que entren en su mente. Ellos son tentados y están obsesionados por dudas
respecto a la Escritura, al cristianismo y a la vida eterna, o a pensar mal de
Dios mismo. Otras veces, están llenos de ansia por blasfemar contra Dios, por
renunciar a Él, y aunque tiemblan de solo pensarlo, este pensamiento los
persigue constantemente; y algunos realmente ceden a los pensamientos y lo
dicen en voz alta. Al haberlo hecho, escuchan una voz interna que dice: “Ahora,
tu condenación está sellada. Has pecado contra el Espíritu Santo. ¡Ya no hay
esperanza!”.
8. Cuando las cosas
continúan de esta manera, en su desesperación, muchos han hecho votos de no
volver a hablar nunca, o de no comer nunca más, y algunos, de hecho,
se han privado de comer hasta morir.
9. En un estado de desesperación y al borde de la muerte,
muchos han reportado apariciones de varias personas, pero
especialmente de luces confusas durante la noche, alrededor de su cama. A
veces, están seguros de escuchar voces o de sentir a alguien tocándolos o
haciéndoles daño.
10. Evitan la
compañía de los demás y no pueden
tolerar nada excepto permanecer solos meditando sombríamente.
11. Descuidan su
trabajo y no pueden ocuparse en
atender sus responsabilidades claras y evidentes con alguna consistencia.
12. Cuando su
condición llega a su extremo final, se tornan cansados de la vida misma y están
fuertemente tentados a suicidarse. Por así decirlo, los persigue una
fuerte ansiedad por ahogarse, degollarse, colgarse o saltar desde una gran
altura. Lamentablemente, muchos han hecho exactamente eso.
13. Si logran escapar
de un destino tan terrible, quedan, no obstante, en un estado de desgracia e
incompetencia.
Entonces, usted puede ver cuáles son los síntomas
dolorosos y los efectos de la depresión seria y, así, cuán importante es
prevenirla o ser sanado de ella tan pronto como sea posible, mucho antes de que
alcance la etapa final como se ha descrito antes.
En este punto
crítico, es necesario que responda a una pregunta frecuente, específicamente:
¿Son tales síntomas manifestaciones de una posesión demoníaca o no? ¿Y cuánto
de lo ya mencionado puede ser atribuido a Satanás?
La
controversia de la posesión demoníaca
Para la persona deprimida, que sinceramente quiere
saber, debo decir que una estimación precisa de la intervención del diablo
puede, en realidad, ser más tranquilizadora que perturbadora.
Antes que
nada, debemos definir qué se quiere decir por posesión demoníaca, ya sea del
cuerpo o del alma. No es sencillamente la presencia local de Satanás o sus
secuaces, o de su residencia en un hombre lo que representa la posesión. En
realidad, sabemos poco del grado de su presencia en un hombre malo a diferencia
de un hombre bueno.
Lo que es relevante es el grado al cual él ejerce su
poder sobre alguien a través de medios operacionales efectivos. Por ejemplo, el
Espíritu de Dios está presente con incluso el peor de los hombres y ejerce
influencias dirigidas al bien en el alma del impenitente; pero es una
influencia residente y poderosa en el alma de un creyente devoto, y se dice,
con razón, que habita en este último, a fin de “poseerlo” en términos de
propiedad a través de la devoción y el amor. Así también, Satanás hace mociones demasiado frecuentes hacia los fieles de
Dios, pero ejerce “propiedad”, por
así decirlo, solamente en las almas de
aquellos cuyos hábitos están entregados a la incredulidad y la sensualidad.
De manera similar, Dios le permite al diablo infringir persecuciones,
sufrimientos y enfermedades comunes sobre los justos sin que sea culpa suya.
También es el ejecutor de Dios de sufrimientos extraordinarios, que afectan
especialmente al cerebro, al privar a las personas del sentido y el
entendimiento, trabajando adicionalmente en las bases puramente fisiológicas de
la enfermedad. A esto puede llamársele posesión. Como la mayoría de las
influencias en el alma tienen a Satanás como su padre, pero a nuestros propios
corazones como su madre, así que es útil concebir que la mayoría, o por lo
menos, muchas enfermedades físicas provienen de Satanás, en el sentido de que
Dios las permite (como en el caso de Job), aunque las enfermedades también
tienen causas directas dentro del propio cuerpo.
Aunque nuestras propias faltas y predisposiciones,
las épocas, el clima y los accidentes pueden ser causas de enfermedades, Satanás
podría estar operando detrás de todo esto. Cuando la operación de
Satanás es tan directa que nos referimos a ella como una posesión, él podría
todavía obrar por medio de las debilidades corporales, aunque, a veces, se sabe
que funciona bastante por encima del poder de cualquier enfermedad en sí, como
cuando aquellos hablan espontáneamente en idiomas extraños no aprendidos, y
quienes están evidentemente bajo algún encantamiento vomitan lo que es
claramente hierro o vidrio u otra substancia extraña. Por otro lado, él a
veces se conforma con trabajar simplemente a través de la enfermedad en sí,
como en el caso de las epilepsias y las psicosis.
Revisemos las causas espirituales y las confusiones
A partir de
esta situación complicada, lo siguiente debería estar claro, por lo menos:
1. Si Satanás posee el cuerpo, eso no es una señal segura de
que la gracia esté ausente, tampoco dicha posesión condenará al alma si
esta no está poseída. No, algunos de los hijos de Dios no están, en ocasiones,
afligidos por Satanás como un medio de Dios para corregirlos y a veces
probarlos, como lo fue en el caso de Job. Aunque algunos podrían decir lo
contrario, la espina en la carne de Pablo, descrita como un mensajero de
Satanás para afligirlo, parece haber sido alguna dolencia física, como un
cálculo renal, del cual no se proporcionó un alivio permanente, aunque se oró
tres veces. En cambio, a Pablo se le prometió gracia suficiente para soportar
lo que debe haber sido una prueba muy difícil.
2. La posesión de
Satanás de un alma impía es una situación miserable y mucho peor que su
posesión del cuerpo solamente. No obstante, no debe tomarse toda
inclinación al mal o al pecado como representante de dicha posesión, porque
nadie es perfecto ni está libre de pecado.
3. Ningún pecado en
particular demuestra la propiedad duradera y condenatoria de Satanás,
excepto aquel pecado que es más amado que odiado, al que uno prefiere aferrarse
en lugar de librarse de él y eso, incluso, voluntariamente y no a
regañadientes.
4. Esto debería ser de gran consuelo para las almas
deprimidas, pero honestas, si tienen el
entendimiento para recibirlo: de todos, nadie tiene tan poco amor por
sus pecados como aquellos que gimen bajo el peso oneroso de ellos. Permítame
preguntarle: ¿aprecia su incredulidad, sus temores, sus pensamientos
distraídos, sus tentaciones para blasfemar? ¿Preferiría librarse de ellos o
aferrarse a ellos? El orgulloso, el ambicioso, el sexualmente inmoral, el
borracho, el apostador, el chismoso ocioso, el extremadamente autocomplaciente:
todos estos aman sus pecados y no desean dejarlos ni lo harán. Como Esaú, que vendió
su primogenitura por un bocado de comida, ellos arriesgarán perder a Dios, a
Cristo, su alma y el cielo antes de dejar la pocilga del pecado. ¿Pero es este
su caso? ¿Disfruta el estado en que está? No, usted está muy cansado y harto de
eso, tan agotado y cargado que está literalmente llamado a venir a Cristo en
busca de consuelo (Mateo 11:28-29 Venid a mí todos los
que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. 29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas; 30 porque mi yugo es fácil, y
ligera mi carga.).
5. Digamos que es un
procedimiento de operación estándar que el diablo acose, con tentaciones
molestas e indeseables, a quienes no puede vencer con tentaciones atractivas y
condenatorias. De la misma manera en que el diablo levanta externamente
tormentas de persecución en su contra una vez que ellos logran escapar de sus
trampas engañosas, del mismo modo los ataca por dentro, hasta el grado que Dios
se lo permite.
Evidencia de la intervención satánica
No negamos que Satanás ha recibido libertad en la
vida de las personas deprimidas:
1. Sus
tentaciones son, a veces, la causa inmediata del pecado por el cual Dios
corrige al individuo.
2. Muchas veces, su obra es evidente en un
desequilibrio fisiológico en el cuerpo.
3. Como tentador, él es la causa principal de los
pensamientos pecaminosos e irritantes, de las dudas, de los temores y de la
confusión emocional de lo cual la depresión puede considerarse como una causa
secundaria.
El diablo puede hacer con nosotros, no lo que a él
le da la gana, sino lo que nosotros le permitimos. Él no puede romper nuestras
puertas, por así decirlo, pero podrá entrar libremente si nosotros las dejamos
abiertas. Por lo tanto, puede resultarle fácil tentar a un individuo obeso,
fuera de forma, a la pereza; a un individuo sano y de “sangre caliente” a la
lujuria; a uno dado a la gratificación a caer en glotonería, embriaguez, o
ambas; y al joven aburrido a desperdiciar el tiempo ociosamente con juegos o
simplemente pasando el rato.
Por otro lado, algunos individuos, debido al
temperamento, pero sin crédito propio, sencillamente no son tentados en estos
asuntos. Sin embargo, si el enemigo puede empujarlo a la depresión, se le facilitará
tentarlo a estar agitado y temeroso, a tener dudas y pensamientos distractores,
a quejarse contra Dios y a la desesperación. A partir de allí, el recorrido es
corto para creer que está vencido y empezar a tener pensamientos blasfemos
acerca de Dios. O, en el extremo opuesto, a veces sucede que los individuos
imaginan que se han convertido en receptores exaltados de los dones de
revelación y profecía.
4. Sin embargo, me apresuro a añadir que Dios imputará
las tentaciones del diablo, no a usted, sino al diablo, sin importar cuán
horribles sean, siempre y cuando las rechace y las odie. De manera
similar, usted no será responsabilizado por los efectos nocivos, inevitables de
una enfermedad física, y no más de lo que Dios condenaría a un hombre por los pensamientos
o las palabras alucinantes dichas en un delirio o psicosis franca. No obstante,
al grado en que usted retenga su razón y una voluntad para gobernar sus
emociones, debe usar su razón y voluntad
como pueda. Si no lo hace, es su culpa; sin embargo, las condiciones que
lo dificultan ciertamente hacen que la falta sea menos reprochable.
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