} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA SANIDAD DE LA DEPRESIÓN Y LA TRISTEZA DOLOROSA A TRAVÉS DE LA FE (2) Richard Baxter

domingo, 9 de junio de 2024

LA SANIDAD DE LA DEPRESIÓN Y LA TRISTEZA DOLOROSA A TRAVÉS DE LA FE (2) Richard Baxter


¿Cuándo es excesiva la tristeza?

1. La tristeza es excesiva cuando surge de premisas falsas. Cualquier tristeza es excesiva si ninguna parte de ella es apropiada, y una gran tristeza es excesiva si no está en proporción con la causa verdadera. Si uno cree que es un asunto de responsabilidad lograr lo que no es una responsabilidad en absoluto, pero se siente culpable de haber dejado eso sin hacer, esto es culpa causada por error.

Muchos se han sentido muy culpables porque se hallan incapaces de orar con suficiente fervor o durante lo que ellos consideran duración suficiente, porque no tienen ni la capacidad ni el tiempo.

Otros se han sentido culpables por no señalar el pecado en los demás, cuando la necesidad real era por instrucción sabia e intimidación cuidadosamente formulada en vez de una reprensión formal.

Otros más, se vuelven obsesionados con una sensación de pecado cuando, durante su día laboral, piensan en cosas “no espirituales” necesarias para su trabajo en vez de pensar en Dios. Esta sensación de culpabilidad se deduce de la superstición, cuando los individuos ponen sobre sí mismos responsabilidades religiosas que Dios nunca les requirió, y no han logrado cumplir estas obligaciones autoimpuestas.

Otros han llegado a convencerse falsamente de que lo que una vez consideraron como una doctrina verdadera puede ser falsa, y entonces están confundidos e imaginan que están obligados a renunciar como falso lo que habían tenido por mucho tiempo como verdadero.

Algunos llegan a preocuparse con cada bocado de alimento que comen, con lo que visten y con lo que dicen. Por consiguiente, desarrollan un sentido del bien y el mal invertido, piensan que lo bueno que hacen es pecaminoso e inevitablemente exageran las imperfecciones menores como si fueran crímenes horrendos. Estos representan ejemplos de dolor y culpa que no tienen una causa válida y por lo tanto son exagerados.

La culpa es excesiva cuando es autodestructiva ya sea en sentido físico o intelectual. La naturaleza requiere ser tomada seriamente, y gozarla requiere un ejercicio apropiado de responsabilidades ligadas a una vida sana. Sin embargo, claramente, tal gravedad y las responsabilidades asociadas no deben entenderse por separadas o juntas ni implementadas en una manera que sea dañina para el bienestar de uno. Así como las leyes civiles, eclesiásticas y familiares están diseñadas, en cada ámbito, para edificación y no para su destrucción, así también la disciplina personal es para el bien de uno, no para el detrimento.

 Tal como Dios ha declarado su preferencia por la misericordia sobre el sacrificio, está claro que no debemos usar la religión como excusa para dañarnos a nosotros mismos ni a nuestros prójimos. Se nos dice que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El ayuno, por ejemplo, podría considerarse una responsabilidad solamente hasta donde promueva un bien específico (tal como expresar humildad o ganar el control de una tentación en particular). De la misma manera, la tristeza es excesiva cuando hace más daño que bien.

Pero ahondaremos en este asunto específico más adelante.

Cómo la tristeza excesiva vence a una persona

Cuando la tristeza abruma a alguien que está consciente de ser un pecador, es exagerada y debe ser vencida, tal como en los siguientes ejemplos:

1. Las facultades mentales de una persona podrían estar disminuidas debido al pesar y la preocupación, así que el juicio está corrompido y pervertido, y por lo tanto, no se puede confiar en ellos. De manera similar, como alguien en un arranque de ira, una persona en gran temor y confusión piensa cosas, no como son realmente, sino como estado emocional consternado se las presenta. En cuanto a Dios y la religión, al estado de su propia alma y su comportamiento o sus propios amigos o enemigos, su juicio no es digno de confianza porque está discapacitado. Si en algo pudiera confiársele, podría confiarse en que es más probablemente falso que certero. Es más bien como tener los ojos seriamente hinchados y todavía pensar que lo que se ve a través de esos ojos representa el verdadero estado de las cosas. Así que cuando la razón es vencida por la tristeza, entonces la tristeza en sí es exagerada.

2. La pena excesiva evita que uno pueda gobernar sus propios pensamientos.

Tales pensamientos tienen la garantía de ser tanto pecaminosos como angustiantes. La pena conduce esos pensamientos como si estuvieran en una corriente. Sería más fácil mantener sin movimiento a las hojas de un árbol durante un vendaval que calmar los pensamientos en aquellos que están trastornados. Si uno emplea la razón como un esfuerzo para mantenerlos apartados de los temas agonizantes o para dirigirlos a asuntos más placenteros, es improductiva. La razón por sí sola no tiene poder contra la sarta de emociones violentas.

3. Tal tristeza abrumadora podría tragarse a la misma fe y evitar fuertemente su ejercicio.

El evangelio nos pide que creamos en las cosas que consisten en un gozo indescriptible; es muy difícil que un corazón abrumado por la tristeza pueda creer que cualquier cosa que sea gozosa sea cierta, mucho menos creer en cosas tan verdaderamente gozosas como el perdón y la salvación. Aunque no se atreve a llamar mentiroso a Dios, a la persona muy abrumada se le dificulta creer en que las promesas de Dios se dan gratuitamente y en abundancia, o que Dios está listo para recibir a todos los pecadores que se arrepienten y vuelven a Él. Por lo tanto, un pesar así causa sentimientos que están en desacuerdo con la gracia y las promesas del evangelio, y estos sentimientos en sí mismos interfieren con la fe.

4. La tristeza excesiva interfiere con la esperanza aún más que con la fe.

Esto sucede cuando aquellos que se consideran creyentes perciben la Palabra de Dios y sus promesas como ciertas y aplicables a todos excepto a ellos mismos. La esperanza es esa gracia por medio de la que uno no solo cree las afirmaciones del evangelio, sino que también descansa en el consuelo de que esas promesas del evangelio le pertenecen específicamente, no solo en general. Es un acto de aplicación. La primera acción de la fe es reconocer que el evangelio es verdad y que promete misericordia y gloria futura a través de Cristo. La segunda acción es cuando esa fe dice, por así decirlo, “yo confiaré mi alma y mi todo en ese evangelio y aceptaré a Cristo para que sea mi Salvador y mi auxilio”. Entonces, la esperanza mira con expectación a esa salvación que proviene de Él. Sin embargo, la melancolía, la tristeza excesiva y el desaliento apagan tal esperanza, como el agua apaga el calor del fuego o del hielo. La desesperación es la esencia de tal oposición a la esperanza. Los deprimidos quisieran tener esperanza para sí mismos, pero se hallan incapaces de hacerlo. Sus pensamientos sobre tales temas están llenos de sospecha y recelos, y entonces, ven un futuro de peligro y miseria y se sienten inútiles. En ausencia de la esperanza, la cual se nos asegura ser el ancla misma del alma, no es de sorprenderse que las tormentas de la vida los lancen continuamente de un lado a otro. Tal sensación exagerada de pesar consume cualquier esfuerzo que uno pudiera encontrar en la bondad y el amor de Dios, e interfiere con el amor hacia Dios. Dicha interferencia es un enemigo contra llevar una vida santa. Es casi imposible, para alguien muy trastornado, comprender la bondad general de Dios, y aún más experimentarlo a Él así de bueno y amigable en un sentido personal e íntimo. Un alma así se halla, por así decirlo, como un hombre en el desierto del Sahara, lleno de llagas por el sol intenso, a punto de morir de deshidratación y cansancio. Aunque él puede admitir que el sol es la fuente de vida sobre la tierra y una bendición general para la humanidad, él solamente está consciente de la miseria y la muerte que le trae.

 Aquellos abrumados por la tristeza y la culpa admitirán la bondad de Dios hacia los demás, pero lo experimentarán a Él como un enemigo preparado para destruirlos. Ellos piensan que Dios los odia, que los ha abandonado, que está finalmente determinado a rechazarlos, que lo ha decidido desde antes de los tiempos, y que los ha creado específicamente para el propósito particular de la condenación. A ellos les parecería casi imposible amar a un ser humano que los calumnió, oprimió, o que les hizo daño de alguna manera; hallan más difícil aún amar a un Dios que, según creen, intenta condenarlos, y que les ha cortado todos los medios para su escape.

De aquí se deduce, como era de esperarse, que estos sentimientos desordenados conducen a un punto de vista distorsionado y altamente perjudicial de la Palabra de Dios, sus obras, su misericordia y sus disciplinas. La persona deprimida escucha o lee la Escritura como si estuviera dirigida a sí misma en lo personal: cada lamento y cada juicio amenazante lo toma como si fuera para ella. Sin embargo, se excusa de todas las promesas y versículos de consuelo, como si ella hubiera sido excluida de ellos personalmente por nombre. Entonces, halla las misericordias de Dios como muy circunscritas, como que no hay misericordia para ella en absoluto, como si Dios las mostrara solo para burlarse de ella y hacer que sus pecados sean menos excusables, el juicio pendiente mucho más pesado y su condenación inevitable incluso más catastrófica.  Dios endulza el veneno y el odio bajo un amor pretendido, con la intención de darle a la persona un lugar peor en el infierno. Si Dios la corrige, ella se imagina, no que está siendo guiada hacia el arrepentimiento, sino que Dios la está atormentando antes de tiempo. Repito, estas almas desanimadas usan el lenguaje de perdición, como lo hicieron aquellos demonios que Cristo confrontó: “Y clamaron diciendo: ‘¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?’” (Mateo 8:29).

Está claro que tales pensamientos destruyen la gratitud. Lejos de ofrecer un agradecimiento sincero, las personas excesivamente tristes le reprochan a Dios por sus supuestas misericordias, como si estas fueran crueldades. Este razonamiento trastornado está totalmente opuesto al gozo ofrecido en el Espíritu Santo y la paz asociada que constituye el reino de Dios. Para estos individuos miserables, nada es gozoso.

Deleitarse en Dios, en su Palabra y en sus caminos es la prueba y la esencia de la espiritualidad verdadera. Pero aquellos que no pueden deleitarse en nada, ya sea en Dios o en su Palabra o en su responsabilidad para con Él son como un hombre enfermo que ingiere su comida obligadamente por necesidad y a pesar de su náusea y su asco.

Lo anterior demuestra que la enfermedad a la que llamamos melancolía —depresión— está en contra del sentido mismo del evangelio. Cristo vino como Salvador para libertar a los cautivos, para reconciliarnos con Dios, y para traernos “buenas nuevas” de perdón y gozo eterno. Este mismo evangelio, donde se le reciba, trae gran regocijo, ya sea proclamado por los ángeles o por los seres humanos. Sin embargo, bajo la influencia de la depresión, todo lo que Cristo ha logrado, comprado, ofrecido y garantizado parece ser solamente de dudosa reputación e, incluso cuando es verdad, una causa más para entristecer que para alegrarse.

Este padecimiento es fácilmente explotado por Satanás para introducir pensamientos blasfemos sobre Dios, como si Dios fuera malo, y para odiar y destruir a quienes anhelan complacerlo. El diseño del diablo es presentarnos a Dios como siendo el maligno mismo, quien es de hecho un enemigo malvado que se deleita en causar dolor. Ya que el hombre odia al diablo por su resentimiento, ¿no lo animaría él a odiar y blasfemar contra Dios? ¿Pudo el diablo convencerlo de que Dios es peor en sus intenciones que él, Satanás mismo? La adoración de Dios a través de imágenes es detestable para el Señor ya que parece reducirlo a la creatura usada para representarlo. ¡¿Cuánto más blasfemo, entonces, es para Él ser representado como un demonio malvado?!

Los pensamientos diminutos, básicos, con relación a la bondad de Dios, así como de su grandeza, son altamente insultantes para Dios, como lo sería pensar de él en alguien no más digno de confianza ni mejor que un padre terrenal o un amigo. ¿Cuán peor son las imaginaciones de aquellos con pensamientos trastornados? Sería insultante para los ministros rectos del evangelio describirlos como Cristo describió a los falsos profetas: espinas, cardos y lobos. ¿Acaso no sería mucho peor crimen tener pensamientos incluso más infames sobre Dios mismo?

5 Esta tristeza excesiva hace a la gente incapaz de tener una meditación constructiva.

Confunde sus pensamientos y los lleva a distracciones y tentaciones dañinas. Mientras más reflexionan, más abrumados se vuelven. La oración está corrompida por simples reclamos, en vez de súplicas que surgen de una creencia como de niño. Predispone a los individuos hacia las reuniones con el pueblo de Dios y los incapacita para obtener consuelo de participar en el sacramento de la Mesa del Señor. En cambio, ellos temen participar indignamente apresurando e incrementando su propia condenación. La predicación y el consejo también se vuelven ineficaces de cara a tales pensamientos; no importa lo que usted diga o cuán convincente es en ese momento, no tiene efecto alguno sobre ellos o solamente uno momentáneo. Este trastorno aumenta la pesadez de cada sufrimiento fortuito, cayendo como lo hace sobre uno que ya está en agonía, que no puede hallar consuelo para compensar esa miseria. En efecto, el deprimido no puede siquiera encontrar consuelo en el prospecto de la muerte, ya que les parece solo la puerta del infierno mismo. La vida es pesada, pero la muerte es aterradora. Ellos están cansados de la vida, pero temen morir. Así, esta tristeza exagerada abruma al individuo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario