} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (XI)

miércoles, 29 de enero de 2025

NUESTRO CARÁCTER DEPENDE DEL ESTADO DEL CORAZÓN (XI)

 

  Proverbios 4:23

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.

 

Tiempos que requieren un cuidado especial del corazón

 

9. El tiempo de la tentación

El noveno tiempo en que es necesaria la mayor diligencia y habilidad para guardar el corazón es cuando se produce una tentación y Satanás indispone el corazón cristiano tomando por sorpresa al que no está precavido.

Guardar el corazón en esos tiempos no es menos una misericordia que un deber. Pocos cristianos tienen la suficiente capacidad para detectar las falacias y repeler los argumentos con los que el adversario los incita a pecar como para escapar seguros y sin heridas de estos encuentros.

Muchos creyentes eminentes han sido impactados severamente por su falta de vigilancia y diligencia en tales tiempos. ¿Cómo puede por tanto un cristiano guardar su corazón de rendirse a la tentación? Hay varias formas importantes en las que el adversario insinúa la tentación y nos insta a caer en ella.

 

En primer lugar, Satanás sugiere que hay un placer para disfrutar.

La tentación se presenta con aspecto sonriente y voz atrayente: "¿Eres tan cerrado y flemático que no puedes sentir el poderoso hechizo del placer? ¿Quién puede apartarse de tales deleites?". 

Lector, podemos ser rescatados del peligro de tales tentaciones repeliendo la proposición del placer.

Se nos dice que cometer el pecado nos traerá placer. Supongamos que esto fuese verdad, ¿acaso serán también placenteros el reproche de la conciencia y la perspectiva del infierno? ¿Hay algún placer en los tormentos de la conciencia? Si es así ¿por qué Pedro lloró tan amargamente? ¿Por qué clamó David como si sus huesos fuesen rotos? Escuchamos lo que se dice de los placeres del pecado, y ¿no hemos leído lo que David dice de sus efectos? "Porque tus saetas cayeron sobre mí, Y sobre mí ha descendido tu mano. Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira; Ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado. Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; Como carga pesada se han agravado sobre mí. " (Salmos 38:2-4)

Si nos rendimos a la tentación, tendremos que sentir esa angustia interna debido a ella, o las miserias del infierno. Pero ¿por qué debería atraernos el placer del pecado cuando sabemos que hay un placer inexpresablemente más real que viene de la mortificación de ese pecado? ¿Preferiremos gratificar un deseo que no es santo, junto con el veneno mortal que dejará detrás, en lugar del placer sagrado que viene de escuchar y obedecer a Dios, de cumplir con los dictados de la conciencia y mantener la paz interior? ¿Puede el pecado dar tal deleite como el que siente aquella persona que, resistiendo la tentación, manifiesta la sinceridad de su corazón y obtiene evidencia de que teme a Dios, ama la santidad y odia el pecado?

 

En segundo lugar, el secreto con el que podemos cometer el pecado es utilizado por Satanás para inducirnos a cometerlo.

El tentador insinúa que ese desliz nunca nos traerá vergüenza entre los hombres, porque nadie lo sabrá. Pero pensemos en ello. ¿Acaso Dios no nos contempla? ¿No está su divina presencia en todas partes? Qué más da si podemos ocultar el pecado al mundo, cuando no podemos esconderlo de Dios.

Ninguna oscuridad ni sombra de muerte puede ocultarnos de su inspección.

Además ¿acaso no tenemos respeto de nosotros mismos? ¿Acaso podemos hacer aquello que no nos atreveríamos a mostrar a otros? ¿Acaso no es la conciencia como tener un millón de testigos? Incluso un incrédulo pudo decir:

"Cuando eres tentado a cometer pecado, témete a ti mismo más que a cualquier otro testigo".

 

En tercer lugar, a veces la tentación se ve reforzada por la perspectiva de una ventaja mundana.

Una voz nos dice "¿Por qué tendrías que ser tan bueno y escrupuloso? Concédete un poco de libertad, y así podrás mejorar tu situación: ahora es tu momento". Esta tentación es peligrosa, y debe ser resistida prontamente.

Ceder ante tal tentación producirá más daño a nuestra alma que cualquier bien temporal que podamos obtener. Y ¿qué nos aprovechará ganar el mundo entero si perdemos nuestra alma? ¿Qué cosa puede compararse con nuestro interés espiritual? ¿O qué puede compensarnos del menor de los daños a estos intereses?

 

En cuarto lugar, quizás la pequeñez del pecado es utilizada como motivo para cometerlo.

Podemos decir: "Es algo pequeño, un asunto insignificante ¿quién se preocuparía por tales minucias?" Pero ¿acaso es pequeña también la majestad del cielo? Si cometemos ese pecado ofenderemos a un Dios grande. ¿Acaso hay un infierno pequeño para atormentar a pequeños pecadores en él? No, hasta los menos pecadores del infierno están llenos de miseria. Hay una gran ira atesorada para aquellos que el mundo considera pequeños pecadores.

Pero cuanto menor es el pecado, menos deberíamos sentirnos inducidos a cometerlo ¿vamos a provocar a Dios por una nimiedad? ¿Destruiremos la paz, haremos daño a la conciencia, y entristeceremos al Espíritu, todo por nada? ¡Qué locura!

 

En quinto lugar, a veces se toma el argumento de la misericordia de Dios y la esperanza de perdón como motivo para reforzar la tentación.

Decimos: “Dios es misericordioso, y dejará pasar esto como una debilidad. No será severo señalándolo”. Pero paremos un momento ¿en qué lugar podemos encontrar una promesa de misericordia para los pecadores presuntuosos? El ímpetu involuntario y las debilidades que lamentamos puede que sean perdonadas, " Mas la persona que hiciere algo con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. " (Números 15:30).

Si Dios es un ser con tanta misericordia, ¿cómo somos capaces de ofenderle? ¿Cómo podemos hacer de un atributo tan glorioso como la misericordia divina una ocasión de pecado? ¿Lo ofenderemos porque es bueno? Más bien dejemos que su bondad nos lleve al arrepentimiento y nos guarde de la transgresión.

 

En sexto lugar, a veces Satanás nos anima a cometer un pecado mostrándonos el ejemplo de hombres santos. Tal o cual persona pecó, y fue restaurada, por tanto, puedes cometer este pecado y aún ser santo y salvo.

Tales sugerencias deben ser repelidas instantáneamente. Si hay buenos hombres que han cometido pecados similares a aquel que nos agita, ¿acaso pecó algún hombre bueno basándose en ese estímulo? ¿Dios hizo que sus ejemplos fuesen registrados como modelo a imitar, o más bien como advertencia? ¿No están puestos como faros para que evitemos las rocas sobre las que ellos se estrellaron? ¿Estamos dispuestos a sentir lo que ellos sintieron por pecar? ¿Nos atrevemos a seguirlas en su pecado y meternos en la misma angustia y peligro en el que ellos incurrieron?

Mi estimado lector, aprende a guardar tu corazón de esta forma en el tiempo de tentación.

 

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