Gálatas
5:22 Mas el fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
23 mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley.
24 Pero los que son de
Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
25 Si vivimos por el
Espíritu, andemos también por el Espíritu.
Karpos (καρπός) fruto de
obras o actos.
CONTEXTO
Siendo
el fruto la expresión visible del poder que obra interna e invisiblemente,
siendo el carácter del fruto evidencia del carácter del poder que lo produce. Así
como las expresiones visibles de las concupiscencias soterradas son las obras
de la carne, de la misma manera el poder invisible del Espíritu Santo en
aquellos que somos traídos a una unión vital con Cristo produce
«el fruto del Espíritu» la forma singular es sugerente de que se reproduce la unidad del carácter del Señor,
esto es: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio propio» , todo ello en contraste con las confusas y frecuentemente
incoherentes «obras de la carne». Así el fruto de justicia es descrito como «fruto
apacible», el efecto externo de la disciplina divina; «el fruto de justicia se
siembra en paz», esto es, la semilla produce aquel fruto; aquellos que hacen la
paz producen una cosecha de justicia; «el fruto de la luz» se ve en toda bondad, justicia y verdad, como
la expresión de la unión del cristiano con Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo);
porque Dios es bueno, el Hijo es el «Justo», el Espíritu
es «el Espíritu de verdad».
REFLEXIÓN
Si fuéramos cuidadosos para actuar bajo la dirección y el poder del
Espíritu Santo, aunque no fuésemos liberados de los estímulos y de la oposición
de la naturaleza corrupta que queda en nosotros, esta no tendría dominio sobre
nosotros. Los creyentes estamos metidos en un conflicto en que deseamos
sinceramente esa gracia que podemos alcanzar la victoria plena y rápida. Los
que deseamos entregarnos a la dirección del Espíritu Santo no estamos bajo la
ley como pacto de obras, ni expuestos a su espantosa maldición. Nuestro odio
por el pecado, y la búsqueda de la santidad, nos hace entender que tenemos una
parte en la salvación del evangelio.
Las obras de la carne son muchas y manifiestas. Esos pecados excluirán
del cielo a los hombres que no son nacidos de nuevo.
Pero, ¡cuánta gente que se dice cristiana vive así y dicen que esperan
el cielo!
Se enumera EL FRUTO del Espíritu, o de la naturaleza renovada, que
tenemos que hacer. Y así como el apóstol había nombrado principalmente las
obras de la carne, no sólo dañinas para los mismos hombres, sino que tienden a
hacerlos mutuamente nocivos, así aquí el apóstol nota principalmente los frutos
del Espíritu, que tienden a hacer mutuamente agradables a los cristianos, como
asimismo a hacernos felices. Los frutos del Espíritu muestran evidentemente que
somos guiados por el Espíritu.
La descripción de las obras de la carne y de los frutos del Espíritu
nos dice qué debemos evitar y resistir y qué debemos desear y cultivar y este es el afán y empresa sinceros de todos
los cristianos reales. El pecado no reina ahora en nuestros cuerpos mortales,
de modo que le obedezcamos, Romanos 6; 12 No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo
que lo obedezcáis en sus concupiscencias;
Cristo nunca reconocerá a los que se rinden a ser siervos del pecado.
Y no basta con que cesemos de hacer el mal sino que debemos aprender a hacer el
bien. Nuestra conversación siempre deberá corresponder al principio que nos
guía y nos gobierna, Romanos 8; 5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la
carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.
Debemos dedicarnos con fervor a mortificar las obras del cuerpo y a
caminar en la vida nueva sin desear la vanagloria ni desear indebidamente la
estima y el aplauso de los hombres, sino
buscando llevar esos buenos frutos con mayor abundancia, que son, a través de
Jesucristo, para la alabanza y la gloria de Dios.
El fruto del Espíritu es la obra espontánea del Espíritu Santo en
nosotros. El Espíritu produce estos rasgos del carácter que se encuentran en la
naturaleza de Cristo. Ellos son el producto del control de Cristo, no podemos
obtenerlo por tratar de llevarlos sin su ayuda. Si queremos que el fruto
del Espíritu se desarrolle en nuestras vidas, debemos unir nuestra vida a la de
Él. Juan_15:4-5 Permaneced en mí, y yo
en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí,
y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer;
debemos conocerlo, amarlo, recordarlo, imitarlo. El resultado será que
cumpliremos con el propósito proyectado de la ley: amar a Dios y al prójimo. ¿Cuál
de estas cualidades deseamos que el Espíritu produzca en nuestra vida?
Debido a
que el mismo Dios que envió la ley también envió al Espíritu, el resultado de
una vida llena del Espíritu estará en armonía perfecta con la intención de la
ley de Dios. Una persona que abunda con el fruto del Espíritu cumple la ley
mucho mejor que una persona que observa los rituales y que tiene muy poco amor
en su corazón.
Si
queremos aceptar a Cristo como Salvador, debemos apartarnos de nuestro pecado y
clavar voluntariamente nuestros malos deseos naturales a la cruz. Esto no
significa, sin embargo, que nunca más volveremos a ver rasgos de estos deseos
nuevamente. Como cristianos todavía tenemos la capacidad para pecar pero hemos
sido liberados del poder del pecado y no debemos dejarnos dominar por él. Cada
día debemos entregarle nuestras tendencias pecaminosas a Dios y a su control,
clavándolas en la cruz de Cristo, y momento a momento aspirar el poder del
Espíritu para sobreponernos a ellas.
Dios está
interesado en cada parte de nuestras vidas, no sólo espiritual. Al vivir por el
poder del Espíritu Santo, debemos rendir cada aspecto de nuestra vida a Dios:
emocional, física, social, intelectual, vocacional.
¡Somos salvos, por lo tanto, vivimos de acuerdo a esta realidad!
El Espíritu Santo es la fuente de nuestra nueva vida, de modo que
caminemos con El. No permitamos que nada o nadie más determine nuestros valores
y normas en cualquier área de nuestra vida.
Los que somos Cristo “guiados por su Espíritu” hemos
crucificado la carne en la cruz
una vez y para siempre, cuando llegamos a ser de Cristo, al creer y ser
bautizados (Romanos_6:3-4¿O no sabéis que todos los que
hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?
4 Porque somos
sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como
Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros
andemos en vida nueva). Ahora
la carne se halla en un estado de
crucifixión (Rom_6:6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no
sirvamos más al pecado. ) De tal forma que el Espíritu puede producir en
nosotros, el fruto del Espíritu. El
hombre, por la fe, está muerto a su concepto anterior de una vida de pecado, y
se levanta a una vida nueva de comunión
con Cristo (Colosenses_3:3 Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios.) El acto por
medio del cual fue crucificada
la carne con sus concupiscencias, ya se ha realizado espiritualmente
en principio. Pero la práctica, o la conformación anterior de la vida, tienen
que armonizar con la tendencia dada a la vida interior.
Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. Que nuestra vida práctica corresponda con el
principio ideal interior de nuestra vida espiritual, es decir, nuestra posición
por fe como muertos al pecado, y separados de él, y de la condenación de la
ley. La vida por el Espíritu no es una influencia casual del Espíritu, sino
un estado permanente, en el cual estamos continuamente vivos, aunque alguna vez
durmiendo e inactivos.
Estas virtudes son caracterizadas como fruto , en contraste con
las obras . Sólo el Espíritu Santo puede
producirlas, y no los propios esfuerzos. Otro contraste es que, aun cuando las
obras de la carne aparecen en plural, el fruto del Espíritu es uno solo e
indivisible. Cuando el Espíritu controla completamente la vida del creyente,
produce este resultado. Las primeras tres conciernen a nuestra actitud hacia
Dios, las tres siguientes tienen que ver con nuestras relaciones sociales, y el
tercer grupo describe los principios que guían la conducta cristiana.
Los frutos del Espíritu Santo han de crecer en
todos los aspectos de nuestra vida, en la misma medida que sus dones se
manifiestan a través de nosotros. (Judas_1:20 Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en
el Espíritu Santo,)
Andar en el Espíritu es andar siguiendo la ruta
que él ha abierto por el conocimiento de la Palabra de Dios en la Biblia, que
poco a poco ha ido limpiando nuestros corazones, cambiando y transformando
aquel viejo carácter, nuestra actitud, nuestra mente.
Lo mismo que en la naturaleza
los árboles dan fruto a su debido tiempo, así cada uno de nosotros nos
asemejamos a aquellos, dando fruto cuando llega nuestro tiempo.
Efesios 2:10 Porque somos hechura
suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas.
Ese fruto no sucede por algo
que nosotros hagamos, por tanto, toda jactancia queda excluida. Todo es regalo
libre de Dios y efecto de ser vivificados por su poder. Fue su propósito para
lo cual nos preparó bendiciéndonos con el conocimiento de su voluntad, y su
Espíritu Santo produce tal cambio en nosotros que glorificaremos a Dios por
nuestra buena conversación y perseverancia en la santidad.
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