Romanos 8:26 Y de igual manera
el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como
conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos indecibles.
27 Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la
intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los
santos.
1Tesalonicenses 5:16 Estad siempre
gozosos
17 Orad sin cesar.
18 Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios
para con vosotros en Cristo Jesús.
Sino que el mismo Espíritu pide “intercede”
por nosotros con gemidos indecibles (es decir, que no se pueden expresar en
lenguaje articulado)
¡Qué ideas tan sublimes y conmovedoras hallamos
en este pasaje! La idea es que “mientras luchamos por expresar en palabras los
deseos de nuestro corazón y hallamos que nuestras emociones más profundas son
lo más inexpresables, “gemimos” bajo esta sentida incapacidad. Pero no en vano
son estos gemidos, pues “el Espíritu mismo” está en ellos, dando a las
emociones que él mismo ha encendido el solo lenguaje de que son capaces. Así
que, aunque los gemidos emitidos de nuestra parte son el fruto de la impotencia
para expresar lo que sentimos, son al mismo tiempo la intercesión del Espíritu
mismo a nuestro favor.
Mas (por
inarticulados que sean estos gemidos) el que escudriña los corazones, sabe
cuál es el intento del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios, demanda
(intercede”) por los santos.
Dios, el
Escudriñador de corazones, mira las emociones que surgen dentro de ellos al
dirigirse a él en oración, y sabe perfectamente lo que el Espíritu quiere decir
con los gemidos que Él evoca en nuestro interior, porque el bendito Intercesor
pide para ellos sólo lo que Dios se propone impartirnos Como la
oración es la respiración de la vida espiritual, y el único alivio eficiente
del creyente, quien aún tiene adherida a sí la “flaqueza” en toda su condición
terrenal, ¡cuán animador es que se nos asegure que el bendito Espíritu,
conocedor de toda ella, acude en nuestro socorro; y en particular, cuando los
creyentes, impotentes para articular su caso delante de Dios, no podemos a
veces hacer otra cosa sino quedarnos “gimiendo” ante el Señor, qué consolador
es saber que estos gemidos inarticulados son el vehículo mismo del Espíritu
para poner “en los oídos del Señor nuestra causa completa, y ascienden ante el
que escucha las oraciones como la misma intercesión del Espíritu a nuestro
favor, y que son reconocidos por el que está sentado en el trono precisamente
como la misma expresión de lo que su propia “voluntad” predeterminó impartirnos.
Nuestro
gozo, oraciones y agradecimiento a Dios no debieran fluctuar con nuestras
circunstancias o estados de ánimo. Obedecer estos tres mandamientos -estad
siempre gozosos, orad sin cesar y dad gracias en todo- generalmente va contra
nuestra inclinación natural. Cuando hacemos una decisión consciente para hacer
lo que Dios dice, empezamos a ver a la gente desde una nueva perspectiva.
Cuando hacemos la voluntad de Dios, descubrimos que es fácil estar gozoso y ser
agradecido.
Para poder “gozarnos siempre” tenemos que “orar
sin cesar”. Quien acostumbra dar gracias a Dios por todas las cosas como que
suceden éstas para lo mejor, tendrá gozo continuo. Efesios 6:18;
Filipenses 4:4-6, El griego
dice, “Orad sin intermisión”, sin permitir que intervengan
interrupciones entre los tiempos de oración.
Muchas
veces o sonará el teléfono; o llamarán a la puerta o llorará el niño o algo
intentará interrumpir esos momentos de recogimiento interior
El
Espíritu, como Espíritu iluminador, nos enseña por qué cosa orar; como Espíritu
santificador obra y estimula las gracias para orar; como Espíritu consolador,
acalla nuestros temores y nos ayuda a superar todas las desilusiones. El
Espíritu Santo es la fuente de todos los deseos que tengamos de Dios, los
cuales son, a menudo, más de lo que pueden expresar las palabras. El Espíritu
que escudriña los corazones puede captar la mente y la voluntad del espíritu,
la mente renovada, y abogar por su causa. El Espíritu intercede ante Dios y el
enemigo no vence.
Como
creyentes, no estamos abandonados a nuestra
suerte para enfrentar los problemas. Aun cuando no sepamos las palabras adecuadas cuando oramos, el
Espíritu Santo ora con nosotros y por nosotros y Dios contesta. Con la ayuda de
Dios al orar, no debemos temer estar ante su presencia. Pidamos que el Espíritu
Santo interceda en nuestro favor "conforme a la voluntad de Dios".
Luego, cuando presentemos nuestras peticiones a Dios, confiemos en que El
siempre nos dará lo mejor.
No es que los creyentes nos confundamos con
respecto a lo que debemos pedir, ya que se nos han dado indicaciones extensas sobre este particular;
sino lo difícil que es pedir lo que conviene “como se debe”, Esta dificultad
surge en parte a causa de lo oscuro de nuestra visión espiritual en nuestra
condición velada actual, mientras tengamos que “andar por fe, no por vista”(1 Corintios 13:9;
2 Corintios 5:7), y en parte, por la
gran mezcla de ideas y sentimientos que se origina al reconocer que lo que se
aprecia con los sentidos es algo pasajero, la cual aún existe en nuestra
naturaleza renovada y en nuestros mejores conceptos y afectos; parcialmente
también por la inevitable imperfección que hay en el lenguaje humano para
expresar los más sutiles sentimientos del corazón. En tales circunstancias, ¿Cómo
es posible que no haya mucha incertidumbre en nuestros ejercicios espirituales,
y en las fervientes oraciones de nuestros corazones a Él, no nazcan dudas en
nosotros de si nuestra actitud mental en tales ejercicios sea del todo
provechosa para nosotros y agradable a Dios? Tampoco menguan estas
preocupaciones, antes se agrandan, con la profundidad y la madurez de nuestra
experiencia espiritual.
Una
vida verdaderamente cristiana es una vida de gozo constante. Podemos
regocijarnos más si oramos más. La oración ayudará a llevar adelante todo
asunto lícito y toda buena obra. Si oramos sin cesar no nos faltará tema para
dar gracias en todo. Veremos razones para dar gracias por perdonar y prevenir,
por las misericordias comunes y las excepcionales, las pasadas y las presentes,
las espirituales y las temporales. No sólo por las cosas prósperas y
agradables, sino también por las providencias aflictivas, por los castigos y
las correcciones, porque Dios designa todo para nuestro bien, aunque, en la
actualidad, no veamos en qué nos ayuda.
Los
creyentes impedimos el crecimiento en la gracia al no reconocer los afectos
espirituales producidos en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
Debemos
escudriñar las Escrituras.