} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ORANDO

viernes, 3 de abril de 2015

ORANDO


Romanos 8:26  Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
27  Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.

1Tesalonicenses  5:16   Estad siempre gozosos
17  Orad sin cesar.
18  Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.

Sino que el mismo Espíritu pide  “intercede” por nosotros con gemidos indecibles  (es decir, que no se pueden expresar en lenguaje articulado)
¡Qué ideas tan sublimes y conmovedoras hallamos en este pasaje! La idea es que “mientras luchamos por expresar en palabras los deseos de nuestro corazón y hallamos que nuestras emociones más profundas son lo más inexpresables, “gemimos” bajo esta sentida incapacidad. Pero no en vano son estos gemidos, pues “el Espíritu mismo” está en ellos, dando a las emociones que él mismo ha encendido el solo lenguaje de que son capaces. Así que, aunque los gemidos emitidos de nuestra parte son el fruto de la impotencia para expresar lo que sentimos, son al mismo tiempo la intercesión del Espíritu mismo a nuestro favor.
Mas (por inarticulados que sean estos gemidos) el que escudriña los corazones, sabe cuál es el intento del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios, demanda (intercede”) por los santos.
Dios, el Escudriñador de corazones, mira las emociones que surgen dentro de ellos al dirigirse a él en oración, y sabe perfectamente lo que el Espíritu quiere decir con los gemidos que Él evoca en nuestro interior, porque el bendito Intercesor pide para ellos sólo lo que Dios se propone impartirnos   Como la oración es la respiración de la vida espiritual, y el único alivio eficiente del creyente, quien aún tiene adherida a sí la “flaqueza” en toda su condición terrenal, ¡cuán animador es que se nos asegure que el bendito Espíritu, conocedor de toda ella, acude en nuestro socorro; y en particular, cuando los creyentes, impotentes para articular su caso delante de Dios, no podemos a veces hacer otra cosa sino quedarnos “gimiendo” ante el Señor, qué consolador es saber que estos gemidos inarticulados son el vehículo mismo del Espíritu para poner “en los oídos del Señor   nuestra causa completa, y ascienden ante el que escucha las oraciones como la misma intercesión del Espíritu a nuestro favor, y que son reconocidos por el que está sentado en el trono precisamente como la misma expresión de lo que su propia “voluntad” predeterminó impartirnos.

Nuestro gozo, oraciones y agradecimiento a Dios no debieran fluctuar con nuestras circunstancias o estados de ánimo. Obedecer estos tres mandamientos -estad siempre gozosos, orad sin cesar y dad gracias en todo- generalmente va contra nuestra inclinación natural. Cuando hacemos una decisión consciente para hacer lo que Dios dice, empezamos a ver a la gente desde una nueva perspectiva. Cuando hacemos la voluntad de Dios, descubrimos que es fácil estar gozoso y ser agradecido.
Para poder “gozarnos siempre” tenemos que “orar sin cesar”. Quien acostumbra dar gracias a Dios por todas las cosas como que suceden éstas para lo mejor, tendrá gozo continuo. Efesios 6:18; Filipenses 4:4-6,   El griego dice, “Orad sin intermisión”, sin permitir que intervengan interrupciones entre los tiempos de oración.
Muchas veces o sonará el teléfono; o llamarán a la puerta o llorará el niño o algo intentará interrumpir esos momentos de recogimiento interior
El Espíritu, como Espíritu iluminador, nos enseña por qué cosa orar; como Espíritu santificador obra y estimula las gracias para orar; como Espíritu consolador, acalla nuestros temores y nos ayuda a superar todas las desilusiones. El Espíritu Santo es la fuente de todos los deseos que tengamos de Dios, los cuales son, a menudo, más de lo que pueden expresar las palabras. El Espíritu que escudriña los corazones puede captar la mente y la voluntad del espíritu, la mente renovada, y abogar por su causa. El Espíritu intercede ante Dios y el enemigo no vence.
Como creyentes, no estamos abandonados  a nuestra suerte para enfrentar los problemas. Aun cuando no sepamos  las palabras adecuadas cuando oramos, el Espíritu Santo ora con nosotros y por nosotros y Dios contesta. Con la ayuda de Dios al orar, no debemos temer estar ante su presencia. Pidamos que el Espíritu Santo interceda en nuestro favor "conforme a la voluntad de Dios". Luego, cuando presentemos nuestras peticiones a Dios, confiemos en que El siempre nos dará lo mejor.
No es que los creyentes nos confundamos con respecto a lo que debemos pedir, ya que se  nos han dado indicaciones extensas sobre este particular; sino lo difícil que es pedir lo que conviene “como se debe”, Esta dificultad surge en parte a causa de lo oscuro de nuestra visión espiritual en nuestra condición velada actual, mientras tengamos que “andar por fe, no por vista”(1 Corintios 13:9; 2 Corintios 5:7), y en parte, por la gran mezcla de ideas y sentimientos que se origina al reconocer que lo que se aprecia con los sentidos es algo pasajero, la cual aún existe en nuestra naturaleza renovada y en nuestros mejores conceptos y afectos; parcialmente también por la inevitable imperfección que hay en el lenguaje humano para expresar los más sutiles sentimientos del corazón. En tales circunstancias, ¿Cómo es posible que no haya mucha incertidumbre en nuestros ejercicios espirituales, y en las fervientes oraciones de nuestros corazones a Él, no nazcan dudas en nosotros de si nuestra actitud mental en tales ejercicios sea del todo provechosa para nosotros y agradable a Dios? Tampoco menguan estas preocupaciones, antes se agrandan, con la profundidad y la madurez de nuestra experiencia espiritual.

Una vida verdaderamente cristiana es una vida de gozo constante. Podemos regocijarnos más si oramos más. La oración ayudará a llevar adelante todo asunto lícito y toda buena obra. Si oramos sin cesar no nos faltará tema para dar gracias en todo. Veremos razones para dar gracias por perdonar y prevenir, por las misericordias comunes y las excepcionales, las pasadas y las presentes, las espirituales y las temporales. No sólo por las cosas prósperas y agradables, sino también por las providencias aflictivas, por los castigos y las correcciones, porque Dios designa todo para nuestro bien, aunque, en la actualidad, no veamos en qué nos ayuda.
  Los creyentes impedimos el crecimiento en la gracia al no reconocer los afectos espirituales producidos en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

  Debemos escudriñar las Escrituras.